lunes, 30 de diciembre de 2024

SENCILLEZ



También estaba allí una profetisa llamada Ana, hija de Penuel, de la tribu de Aser. Era muy anciana. Se había casado siendo muy joven y vivió con su marido siete años; pero hacía ya ochenta y cuatro que había quedado viuda. Nunca salía del templo, sino que servía día y noche al Señor, con ayunos y oraciones. Ana se presentó en aquel mismo momento, y comenzó a dar gracias a Dios y a hablar del niño Jesús a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén.
Cuando ya habían cumplido con todo lo que dispone la ley del Señor, regresaron a Galilea, a su pueblo de Nazaret. Y el niño crecía y se hacía más fuerte y más sabio, y gozaba del favor de Dios.

José y María han ido al Templo a cumplir lo prescrito por la Ley. No lo reciben los sacerdotes, ni los escribas, ni los maestros de la ley. Lo recibe Ana, una viuda sencilla y pobre que vivía en el templo de la caridad de los otros. Ana sólo vivía sirviendo noche y día al Señor. Ella y Simeón, otro anciano sencillo y pobre. La lección es clara. Si queremos reconocer a Jesús debemos ser sencillos. Es la mirada de pobre la que nos acercará a Jesús. 

"En el evangelio de hoy, José y María cumplen lo establecido; Jesús regresa a Nazaret con sus padres, y les “está sujeto”. Es decir, todos cumplen la voluntad de Dios. El resultado es que el niño crece lleno de salud y sabiduría. No se trata de la edad; se trata de la escucha y de cumplir la voluntad de Dios. Se puede crecer siempre; se puede vivir eternamente. Esto va mucho más allá de la edad. A nosotros nos escribe Juan en cualquier momento de la vida en que conozcamos al Padre, sintamos que nuestros pecados hayan sido perdonados, vencemos al Maligno… A nosotros se nos dice que, al estar sujetos al Padre, podemos crecer en salud y en sabiduría. Ya tenemos la fuente, no de la juventud eterna, sino de la vida eterna."
(Carmen Aguinaco, Ciudad Redonda)

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