martes, 31 de diciembre de 2024

DIOS Y HOMBRE

 


En el principio ya existía la Palabra, y aquel que es la Palabra estaba con Dios y era Dios. Él estaba en el principio con Dios. Por medio de él, Dios hizo todas las cosas; nada de lo que existe fue hecho sin él. En él estaba la vida, y la vida era la luz de la humanidad. Esta luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no han podido apagarla.
Hubo un hombre llamado Juan, a quien Dios envió como testigo, para que diera testimonio de la luz y para que todos creyesen por medio de él. Juan no era la luz, sino uno enviado a dar testimonio de la luz. La luz verdadera que alumbra a toda la humanidad venía a este mundo.
Aquel que es la Palabra estaba en el mundo, y aunque Dios había hecho el mundo por medio de él, los que son del mundo no le reconocieron. Vino a su propio mundo, pero los suyos no le recibieron. Pero a quienes le recibieron y creyeron en él les concedió el privilegio de llegar a ser hijos de Dios. Y son hijos de Dios, no por la naturaleza ni los deseos humanos, sino porque Dios los ha engendrado.
Aquel que es la Palabra se hizo hombre y vivió entre nosotros lleno de amor y de verdad. Y hemos visto su gloria, la gloria que como Hijo único recibió del Padre. Juan dio testimonio de él diciendo: “A este me refería yo cuando dije que el que viene después de mí es más importante que yo, porque existía antes que yo.”
De sus grandes riquezas, todos hemos recibido bendición tras bendición. Porque la ley fue dada por medio de Moisés, pero el amor y la verdad se han hecho realidad por medio de Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el Hijo único, que es Dios y que vive en íntima comunión con el Padre, nos lo ha dado a conocer.

"El Evangelio de Juan, tan teológico y filosófico, puede parecer algo difícil de entender. Sin embargo, en este último día del año, hay varias cosas muy luminosas en este pasaje: una es la proclamación de la verdad. En un mundo, una sociedad y una política que nos parecen tan llenos de mentira y corrupción, el anuncio de la verdad que llega con el Hijo de Dios encarnado es enormemente consolador. Vivir a su luz, en el Verbo, significa, entonces, vivir en verdad. Hay algo mucho más grande que las pequeñeces y corruptelas del mundo, y es la verdad que no pasa.
La otra palabra consoladora es saber que hemos recibido “gracia sobre gracia”. Esto nos puede hacer pensar. En un año quizá lleno de problemas, de desgracias, de guerra, ¿cuál puede ser la gracia sobre gracia? A veces puede ser difícil descubrirla en medio de mucho dolor. Habrá que ir más adentro en la noticia: a quienes lo recibieron se les dio el ser hijos de Dios. Ahí está la gracia: la seguridad de una dignidad inmensa que supera toda situación en la que podamos encontrarnos, ya sea de intensa felicidad o de dolor. Una vez una persona muy pobre, con un nivel de educación bajo, y que vivía en medio de mil dificultades domésticas y económicas me dijo: “Yo siempre estoy alegre, porque sé que soy hija de un gran Rey”. Esa seguridad es la misma que nos hace caminar con confianza y esperanza en dolores y alegrías. Tenemos la certeza de quiénes somos.  Y eso, pase lo que pase, sean las mentiras lo grandes que sean, sea la situación lo angustiosa que sea, nos da un gran poder. De su plenitud hemos recibido gracia sobre gracia. Es decir, de la plenitud de la Encarnación del Verbo, de esa Palabra eterna que ilumina toda la vida y acompaña en toda peregrinación. La luz brilla en las tinieblas y las tinieblas nunca pueden vencerla, porque la oscuridad desaparece en cuanto hay un poco de luz, por pequeña que sea. Y esta luz es más fuerte que cualquier oscuridad, por grande que sea."
(Carmen Aguinaco, Ciudad Redonda)

lunes, 30 de diciembre de 2024

SENCILLEZ



También estaba allí una profetisa llamada Ana, hija de Penuel, de la tribu de Aser. Era muy anciana. Se había casado siendo muy joven y vivió con su marido siete años; pero hacía ya ochenta y cuatro que había quedado viuda. Nunca salía del templo, sino que servía día y noche al Señor, con ayunos y oraciones. Ana se presentó en aquel mismo momento, y comenzó a dar gracias a Dios y a hablar del niño Jesús a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén.
Cuando ya habían cumplido con todo lo que dispone la ley del Señor, regresaron a Galilea, a su pueblo de Nazaret. Y el niño crecía y se hacía más fuerte y más sabio, y gozaba del favor de Dios.

José y María han ido al Templo a cumplir lo prescrito por la Ley. No lo reciben los sacerdotes, ni los escribas, ni los maestros de la ley. Lo recibe Ana, una viuda sencilla y pobre que vivía en el templo de la caridad de los otros. Ana sólo vivía sirviendo noche y día al Señor. Ella y Simeón, otro anciano sencillo y pobre. La lección es clara. Si queremos reconocer a Jesús debemos ser sencillos. Es la mirada de pobre la que nos acercará a Jesús. 

"En el evangelio de hoy, José y María cumplen lo establecido; Jesús regresa a Nazaret con sus padres, y les “está sujeto”. Es decir, todos cumplen la voluntad de Dios. El resultado es que el niño crece lleno de salud y sabiduría. No se trata de la edad; se trata de la escucha y de cumplir la voluntad de Dios. Se puede crecer siempre; se puede vivir eternamente. Esto va mucho más allá de la edad. A nosotros nos escribe Juan en cualquier momento de la vida en que conozcamos al Padre, sintamos que nuestros pecados hayan sido perdonados, vencemos al Maligno… A nosotros se nos dice que, al estar sujetos al Padre, podemos crecer en salud y en sabiduría. Ya tenemos la fuente, no de la juventud eterna, sino de la vida eterna."
(Carmen Aguinaco, Ciudad Redonda)

domingo, 29 de diciembre de 2024

LA FAMILIA

  


Los padres de Jesús iban cada año a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Y así, cuando Jesús cumplió doce años, fueron todos allá, como era costumbre en esa fiesta. Pero pasados aquellos días, cuando volvían a casa, el niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que sus padres se dieran cuenta. Pensando que Jesús iba entre la gente hicieron un día de camino; pero luego, al buscarlo entre los parientes y conocidos, no lo encontraron. Así que regresaron a Jerusalén para buscarlo allí.
Al cabo de tres días lo encontraron en el templo, sentado entre los maestros de la ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que le oían se admiraban de su inteligencia y de sus respuestas. Cuando sus padres le vieron, se sorprendieron. Y su madre le dijo:
– Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos estado buscando llenos de angustia.
Jesús les contestó:
– ¿Por qué me buscabais? ¿No sabéis que tengo que ocuparme en las cosas de mi Padre?
Pero ellos no entendieron lo que les decía.
Jesús volvió con ellos a Nazaret, donde vivió obedeciéndolos en todo. Su madre guardaba todo esto en el corazón. Y Jesús seguía creciendo en cuerpo y mente, y gozaba del favor de Dios y de los hombres.

Jesús, en este texto, me hace pensar en los adolescentes y su familia. María y José amaban profundamente a Jesús. Huyen a Egipto para salvarle la vida. Hoy están muy preocupados porque no saben dónde está. Pero poco a poco tendrán que aprender, que Jesús tiene su propia misión, su camino que debe recorrer. A los padres, a veces les cuesta entender que sus hijos deben emprender su camino. Que deben ayudarles a encontrarlo, no sea que se equivoquen de ruta, pero nunca impedirles seguirlo.

"Sin quererlo, la noche y el día de Navidad la mirada se había concentra­do por completo en el niño. Pero ya entonces se nos recordaba cómo hay otras figuras en el «misterio», en el belén; se nos recordaba que había otras dos figuras en la realidad: María y José, los padres del niño. Hoy, pues, se nos invita a que ensanchemos algo más nuestra mirada, para que quepan esas otras dos figuras y veamos al niño formando parte de ese grupo más amplio de la Sagrada Familia, en la que tanto al padre como a la madre les corresponden unas funciones especiales para poder sacar adelante a esa criatura, para ayu­dar a crecer a esa brizna de humanidad que es el niño Jesús.
Por eso, si nos preguntamos por lo que puede ayudar a que la vida de familia no se deteriore, sino que se mantenga sana y mejore, podemos recoger estos tres mensajes.
Pri­mero, una llamada al respeto, en especial a los mayores cuyas facultades están sensible­mente mermadas. Hemos de cultivarlo a pesar de: a pesar de las rarezas y de las manías que puedan tener, a pesar de los defectos más o menos acusados que tengan. Aprendamos a ver en ellos al mismo Mesías, a pesar de las limitaciones y defectos que tenían. No hagamos daño al Mesías que está presente, aunque encubierto, en los mayores o en los más débi­les. Y añadamos el respeto a la pie­dad.
Segundo: cultivemos en las relaciones mutuas los sentimientos positivos y las actitudes positi­vas. La vida familiar ha de ser una escuela de los afec­tos. Procuremos tener un mundo afectivo rico en nuestra relación con los otros miem­bros de la familia. No nos volvamos indiferentes a ellos, no seamos inex­presivos. Cuidemos los detalles del saludo afectuoso, de la sonrisa, de la acogida cordial, de la preocupación discre­ta (y también del respeto al silen­cio de los otros), del regalo, del servicio sencillo; cuidemos el gesto del perdón cuando nos han herido. Quien cultiva diariamente lo pequeño, también sabrá adoptar las actitudes adecuadas en lo grande, en lo importante. ¿Podemos conducirnos así? Sí podemos, aunque tengamos nuestros fallos. Hay una verdad que la experiencia pone ante nuestros ojos: quien se sabe perdonado, está más dispues­to al perdón; quien se sabe acogi­do, se muestra más pronto a acoger. Y así sucesivamente. Pues reparemos un poco en lo que Dios ha hecho con noso­tros: cómo nos ha acogido entre sus hijos, cómo nos ha perdonado, cómo nos ha dado su paz.
Tercero: busquemos en todo la voluntad de Dios. José nos da un buen ejemplo de esa disposición interior, cuando secunda la inspiración interior y vela por la seguridad del niño y la madre. Quien busca la voluntad de Dios vive para más que para sí mismo, piensa en más que en sí mismo, cuida más que su propia persona."
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)

sábado, 28 de diciembre de 2024

INOCENTES

  


Cuando ya los sabios se habían ido, un ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto. Quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.”
José se levantó, tomó al niño y a su madre y salió de noche con ellos camino de Egipto, donde estuvieron hasta que murió Herodes. Esto sucedió para que se cumpliese lo que el Señor había dicho por medio del profeta: “De Egipto llamé a mi hijo.”
Al darse cuenta Herodes de que aquellos sabios de Oriente le habían burlado, se enfureció; y calculando el tiempo por lo que ellos habían dicho, mandó matar a todos los niños menores de dos años que vivían en Belén y sus alrededores. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Jeremías:
“Se oyó una voz en Ramá,
llantos y grandes lamentos.
Era Raquel, que lloraba a sus hijos
y no quería ser consolada
porque ya estaban muertos.”

Desde un principio la sociedad rechaza a Jesús. Desde un principio los inocentes son maltratados por el poder. Hoy siguen muriendo niños en el mar y nosotros miramos hacia otro lado. Sigue habiendo niños sin derecho a la educación, a la sanidad, a una vivienda digna. Continúan las víctimas de la pederastia y de la violencia por parte de los adultos.
Mientras sigamos mirando hacia otro lado, todos somos culpables.

"La verdad es que no tenemos una noticia cierta de que la matanza de los inocentes, de todos los niños nacidos en Belén fuese real. Eso no significa que no lo fuese porque de aquellos tiempos no tenemos muchas noticias de lo que sucedía en una parte remota del imperio romano. Pero más allá del hecho histórico, vamos a tener presente que los evangelios de la infancia son el prólogo que tanto Lucas como Mateo ponen en sus evangelios. Y, como ya he indicado en los comentarios de los días pasados, un prólogo tienen que anticipar las ideas fundamentales de lo que se va a desarrollar en el texto.
Aquí lo importante es que Mateo nos plantea desde el mismo principio que la vida de Jesús está amenazada de muerte. Jesús va a estar siempre en peligro y, más de una vez, va a escapar de los que atentaban contra su vida. Hasta que al final ya no pudo escapar y terminó en la cruz, entregando la vida. ¿Por qué esa violencia mortal dirigida contra Jesús?
No es difícil encontrar la respuesta. Jesús, a lo largo de su vida, se va a salir de los caminos trillados, de lo que estaba bien visto en el mundo judío. Jesús va a hablar de Dios pero de una manera muy diferente a como hablaban los sacerdotes, los fariseos y los estudiosos de la ley. Si ellos decían que la presencia de Dios estaba en el Templo de Jerusalén y que solo los que cumplían las normas de la Torá eran dignos de contarse entre los preferidos de Dios, Jesús convierte los caminos y las calles de los pueblos de Judea en su templo. Insiste en que los preferidos de Dios son los pobres, los enfermos, los pecadores, los marginados. Todos los que las autoridades religiosas de su tiempo consideraban como excluidos de la religión, como indignos. Se entiende perfectamente que ante su forma de actuar y de hablar, surgiese la violencia. Hasta terminar con su vida.
La historia de los inocentes y la misma huida de Jesús, José y María a Egipto, nos hablan de esa violencia que desde el principio va a amenazar la vida del que no hizo más que hablar de Dios como Padre de todos y que puso en el amor fraterno el centro del Reino de Dios."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

viernes, 27 de diciembre de 2024

VIO Y CREYÓ

  


 Corrió entonces a donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, aquel a quien Jesús quería mucho, y les dijo:
– ¡Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto!
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Los dos iban corriendo juntos, pero el otro corrió más que Pedro y llegó primero al sepulcro. Se agachó a mirar y vio allí las vendas, pero no entró. Detrás de él llegó Simón Pedro, que entró en el sepulcro. Él también vio allí las vendas, y vio además que la tela que había servido para envolver la cabeza de Jesús no estaba junto a las vendas, sino enrollada y puesta aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio lo que había pasado y creyó.

Juan vio y creyó nos dice el Evangelio. Pero, ¿qué vio? La tumba vacía. Entendió que desde ese momento a Jesús lo hemos de buscar fuera. Lo hemos de buscar en los demás. En el pobre, en el enfermo, en el perseguido, en el inmigrante...Si olvidamos esto, corremos el riesgo de convertir nuestras iglesias en tumbas vacías. Jesús, de quien celebramos hace dos días su nacimiento, vive, tras su muerte, en el prójimo. El Amor que expresábamos junto al pesebre, debemos enfocarlo en los demás. Es en ellos que vive ahora Jesús.

"Se supone que Juan es el autor del cuarto Evangelio. Es uno de los apóstoles. Se le llama el discípulo amado porque parece ser que Jesús tenía alguna preferencia por él. Lo que no debemos creer en absoluto es esa imagen que aparece en tantos cuadros donde se ve a Juan como un jovencito. No eran tiempos aquellos para jovencitos inocentes. Ni era el seguimiento de Jesús algo para gente inmadura sino algo muy exigente, que pedía compromiso y entrega total. Más bien, conviene que imaginemos a un hombre hecho y derecho, libre y responsable de su vida, que se comprometió a seguir a Jesús con todas sus consecuencias.
El texto evangélico de hoy nos le presenta en el momento final, cuando el camino de Juan con su maestro ha llegado a su final. Ha tenido ya lugar la pasión de Jesús y, por tanto, su muerte. Todo ha terminado desde los ojos de los hombres. Pero no desde los ojos de la fe, que van más allá y son capaces de contemplar el triunfo de la vida donde los demás no vemos más que muerte.
La historia de la tumba vacía se podía interpretar de diversas maneras. De hecho, parece que en el mundo judío de la época se contemplo otra hipótesis: la de que los mismos discípulos habían robado el cuerpo de Jesús para luego hablar de que estaba vivo, de que había resucitado. Pero los ojos de la fe contemplan otra realidad: la tumba vacía es el signo claro y contundente de que la apuesta de Jesús por el reino, por su Padre, había recibido una respuesta inesperada y que iba más allá de lo que los hombres podemos imaginar. La tumba vacía era el signo de que Jesús había resucitado. Nadie había robado el cuerpo inerte de Jesús. Simplemente, Dios Padre le había devuelto a la vida.
Celebrar hoy la fiesta de san Juan apóstol nos hace pensar que este niño que nos ha nacido nos a abrir las puertas a una vida más plena, a una esperanza llena de luz, que va más allá de todo lo imaginable, que va más allá de la muerte."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

jueves, 26 de diciembre de 2024

SERÉIS PERSEGUIDOS

 


Tened cuidado, porque os entregarán a las autoridades, os golpearán en las sinagogas y hasta os conducirán ante gobernadores y reyes por causa mía; así podréis dar testimonio de mí ante ellos y ante los paganos. Pero cuando os entreguen a las autoridades, no os preocupéis por lo que habéis de decir o por cómo decirlo, porque en aquel momento os dará Dios las palabras. No seréis vosotros quienes habléis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros.
Los hermanos entregarán a la muerte a sus hermanos, y los padres a sus hijos; y los hijos se levantarán contra sus padres, y los matarán. Todo el mundo os odiará por causa mía, pero el que permanezca firme hasta el fin, será salvo.

Jesús les dice a sus apóstoles las dificultades que tendrán por seguirle. Les anuncia que la división se formará con los más próximos. Y es que no es fácil aceptar y seguir el camino del Señor. Pero también les dice que el Espíritu estará con ellos, que Dios no los abandonará.
La liturgia nos lo presenta después de la celebración del nacimiento de Jesús. Aquél día sólo lo recibieron un grupo de pastores. Gente muy sencilla y considerada como poco religiosos por los sacerdotes y doctores de la ley.
Hoy, tras la celebración gozosa de la Navidad, debemos pedir valentía para seguirle, para dar testimonio del Amor y para luchar por la justicia y la verdad.

"Justo después del nacimiento de Jesús, la gran fiesta de la alegría, de la vida y de la esperanza, el día en que reconocemos en ese niño recién nacido la salvación gratuita de Dios para todos nosotros, la Iglesia nos propone celebrar a san Esteban, el primer mártir. El primer mártir después de Jesús, ¡claro!, que fue el que dio la vida por todos nosotros, que todo tiene su orden. Para decir la verdad, después de Esteban ha habido otros muchos. De bastantes de ellos conocemos el nombre y han sido canonizados por la iglesia. Pero seguro que hay otros muchos que han quedado en el anonimato, el olvido, de tantas matanzas que ha habido a lo largo de la historia. Además, la iglesia celebra a los mártires pero también celebra, con muy buen sentido, a los confesores. El mártir es el que ha muerto por su fe. El confesor quizá ha muerto en la cama pero lo es porque ha ido confesando su fe en Jesús a lo largo de toda su vida. Es decir, en el fondo, confesores y mártires no se diferencian tanto.
Lo importante no es, pues, si la muerte ha sido cruenta o no. Lo verdaderamente importante es que tanto unos como otros han dado su vida por seguir a Jesús, han arrimado el hombro para construir el reino de fraternidad y justicia que predicó e intentó hacer realidad Jesús. Ese es el reino de Dios, que más que cuestión de teología o de sacramentos o de oraciones, es cuestión ante todo y sobre todo de caridad, de amor fraterno, de perdón y reconciliación.
San Esteban fue el primero de una larga serie de mártires y confesores que con su vida, con sus hechos, con su muerte, lo dieron todo por construir ese reino de Dios, abrieron la mano al hermano, se dejaron llevar por la compasión ante el sufrimiento ajeno y no pensaron primero en sus necesidades sino en las necesidades y pobrezas de los demás.
Estoy seguro de que si abrimos los ojos a nuestro alrededor, vamos a encontrar personas, hombres y mujeres, que están viviendo así: dándolo todo, dándose todo, dando la vida, sin medida, para que todos, especialmente los más pobres, tengan vida. Como lo hizo Jesús, como nos invita a hacerlo a cada uno de nosotros."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

miércoles, 25 de diciembre de 2024

EL VERBO SE HIZO CARNE

 


En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.
Él estaba en el principio junto a Dios.
Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio d él.
No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.
El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.
En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.
Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.
Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne,
ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo:
«Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Estos días son de iluminaciones, cantos, alegría...de fiestas en familia y con los amigos. Pero debemos hacer el esfuerzo de buscar momentos de paz y silencio, para contemplar a Jesús nacido en nuestro corazón. Ver su luz dentro de nosotros. Y comprometernos a compartirlo con los demás, a ser luz para todos, a transmitir su luz. A ser Amor para todo el mundo.

"Todo llega. Después de las cuatro semanas de Adviento, hoy celebramos la Navidad y echamos la casa por la ventana. La Iglesia se nos llena de blanco, de flores, de cantos de alegría. Hasta nuestras calles y nuestras casas están adornadas de mil maneras. La tradición de cada país ha sido riquísima en formas. Hasta muchos de los que no creen en Dios en el mundo occidental se dejan llevar por la alegría de esta celebración. Es una fiesta emotiva y familiar. Es una fiesta que a muchos les toca el corazón. Y eso es bueno. No hay por qué despreciarlo, que los caminos de Dios para llegar al corazón de las personas son muchos y muy variados.
Pero quizá conviene que nosotros los creyentes hagamos el esfuerzo de atravesar las capas más superficiales de esta fiesta, que no nos dejemos engañar por las apariencias ni por las lucecitas ni por las bolas de colores. Y que vayamos a lo más central de esta celebración que recuerda un momento decisivo en nuestra historia. Porque esto que llamamos Navidad sería casi mejor que lo llamásemos la fiesta de la Encarnación. Hacemos memoria de la entrada gloriosa de Dios en nuestro mundo, cuando se hizo uno de nosotros, uno de nuestra carne y sangre, cuando nos demostró que no le somos indiferentes sino que su amor es tan grande que se manifestó, se hizo carne, entre nosotros.
Pero conviene que vayamos todavía un poco más allá. Porque siendo importante el hecho, Dios se encarna, también son importantes las circunstancias de la encarnación. No es lo mismo nacer en un palacio que en un estable maloliente y sucio. No es lo mismo ser hijo del rico y poderoso que nacer en una familia humilde y pobre, para los que no hubo sitio en la posada (y para los ricos siempre hay sitio, como sabemos todos). Conviene mirar al belén y desnudarle de todos sus adornos. Porque Dios, nuestro Dios, el Todopoderoso, se encarnó pero lo hizo en la criatura más frágil, vulnerable e indefensa que uno se pueda imaginar: un niño recién nacido. Así se abajó Dios para hacerse uno de nosotros. Se encarnó en todo lo contrario del Todopoderoso, que es como imaginamos a Dios. En Navidad Dios se hizo nada-poderoso. Como nosotros. Eso sí es cercanía y solidaridad. Eso sí es “Dios-con-nosotros”."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

martes, 24 de diciembre de 2024

BENEDICTUS

 


Zacarías, el padre del niño, lleno del Espíritu Santo y hablando en profecía, dijo:
“¡Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha venido a rescatar a su pueblo!
Nos ha enviado un poderoso salvador,
un descendiente de David, su siervo.
Esto es lo que había prometido en el pasado
por medio de sus santos profetas:
que nos salvaría de nuestros enemigos
y de todos los que nos odian,
que tendría compasión de nuestros antepasados
y que no se olvidaría de su santo pacto.
Y este es el juramento que había hecho
a nuestro padre Abraham:
que nos libraría de nuestros enemigos,
para servirle sin temor
con santidad y justicia,
y estar en su presencia
todos los días de nuestra vida.
En cuanto a ti, hijito mío,
serás llamado profeta del Dios altísimo,
porque irás delante del Señor
preparando sus caminos,
para hacer saber a su pueblo
que Dios les perdona sus pecados
y les da la salvación.
Porque nuestro Dios, en su gran misericordia,
nos trae de lo alto el sol de un nuevo día,
para iluminar a los que viven
en la más profunda oscuridad,
para dirigir nuestros pasos
por un camino de paz.”

"Hoy toca en el evangelio de Lucas justo el último texto antes del relato del nacimiento de Jesús. Se nota que mañana es Navidad. Se trata de un antiguo canto de alabanza a Dios, que el evangelista pone en labios de Zacarías. Como en todos estos textos de la infancia de Jesús, que sirven de prólogo a los Evangelios, Lucas trata de sintetizar lo que es fundamental de lo que luego se va a exponer, cuando relate la vida, hechos y palabras de Jesús.
Sería bueno que utilizásemos este cántico como parte de nuestra oración diaria. Así lo hace la Iglesia desde tiempos inmemoriales en su oración de la mañana. Cada verso se podría comentar con detalle porque no hay ni una palabra puesta al azar. Da para meditar y alabar y orar.
Pero me voy a centrar en la parte que empieza por “Es la salvación… y termina en “en su presencia todos nuestros días”. El párrafo anterior se ha dedicado a alabar a Dios por la salvación que está por venir. Es esa fuerza de salvación que Dios ha suscitado en la casa de David. Pero las líneas que siguen nos dicen cuál es el objetivo de esa acción de Dios, que es nuestra salvación.
El cántico lo expresa con mucha claridad: la salvación de Dios nos libra de nuestros enemigos y de la mano de los que nos odian. Es decir, la salvación se orienta a liberarnos de todo lo que puede amenazar nuestra vida. Es una salvación que, ante los peligros, nos devuelve la esperanza. Es el cumplimiento de la antigua promesa. Dios no se ha olvidado de nosotros.
Lo que sigue es más importante aún. Esa salvación nos concede que libres de temor… le sirvamos con santidad y justicia. Hay que subrayar ese “libres de temor”. Seguir a Jesús no lo hacemos porque tengamos miedo a la condenación o vete tú a saber qué otras razones. Seguir a Jesús lo hacemos en libertad. Una libertad y una vida que se pone al servicio de la santidad y la justicia. Dicho con las palabras que aparecerán más adelante repetidamente en los Evangelios, es una libertad puesta al servicio del amor. Con Jesús se supera la ley y entra en el camino del amor. Para eso nos ha liberado su salvación. Para amar."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

lunes, 23 de diciembre de 2024

SE LLAMARÁ JUAN

 


Al cumplirse el tiempo en que Isabel había de dar a luz, tuvo un hijo. Sus vecinos y parientes fueron a felicitarla cuando supieron que el Señor había sido tan bueno con ella. A los ocho días llevaron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías. Pero la madre dijo:
– No. Tiene que llamarse Juan.
Le contestaron:
– No hay nadie en tu familia con ese nombre.
Entonces preguntaron por señas al padre del niño, para saber qué nombre quería ponerle. El padre pidió una tabla para escribir, y escribió: “Su nombre es Juan.” Y todos se quedaron admirados. En aquel mismo momento, Zacarías recobró el habla y comenzó a alabar a Dios. Todos los vecinos estaban asombrados, y en toda la región montañosa de Judea se contaba lo sucedido. Cuantos lo oían se preguntaban a sí mismos: “¿Qué llegará a ser este niño?” Porque ciertamente el Señor mostraba su poder en favor de él.

Al nacer Juan, todos se preguntan sobre su futuro, Dios tiene un camino para cada uno de nosotros, pero somos libres de seguirlo o no. Podemos preguntarnos, ¿cuál es nuestro camino? Debemos estar atentos a los signos de los tiempos. Debemos orar, guardar silencio, para escuchar, para entender qué es lo que Dios quiere de nosotros. Y pedir fuerzas, ayuda para seguirlo. Él está cono nosotros y nos asistirá en cada momento.

"(...) El relato de hoy cuenta el nacimiento de Juan Bautista. Él es el precursor, el que va anunciar la llegada del Mesías, de Jesús. En el relato hay una discusión o debate entre los padres de Juan y el resto de los familiares. Estos se extrañan de que le vayan a llamar Juan. Parece ser que era un nombre nuevo en la familia. Los padres se llamaban Zacarías e Isabel. Nadie antes se había llamado Juan. Pero tanto Isabel como Zacarías afirman con rotundidad que el niño que ha nacido se va a llamar Juan. Rompen así con la tradición, con lo que se hacía siempre. Comienza una nueva historia en esa familia.
El nombre “Juan” viene del hebreo y se podría traducir por “Dios es misericordioso” o “Dios es bueno” pero también por “aquel que está lleno de la gracia de Dios”. En cualquier caso, la bendición de Dios está con aquel al que van a llamar Juan.
Esa bendición se mezcla con la ruptura con la tradición que supone el que sea un nombre nuevo en la familia. De esta forma, el evangelista nos está indicando que hay un comienzo nuevo en la historia. El nacimiento de Juan, su nombre nuevo, marca un final y un comienzo. Lo que se había hecho hasta entonces ya no valía. Lo nuevo que viene rompe esquemas e invita al asombro. Es exactamente eso lo que piensan los vecinos de Zacarías e Isabel, que se preguntaban “¿Qué va a ser de este niño?” Porque en su mismo nombre veían que la mano de Dios estaba con él. Y Dios es siempre sorprendente.
De esta manera el evangelista nos va invitando a seguir leyendo, a dejarnos llevar por la sorpresa al conocer la historia de Juan y de Jesús. Por ahora, nos quedamos en la admiración. Ya tendremos muchos días para conocer más de cerca lo que la vida de Jesús nos va a ofrecer."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

domingo, 22 de diciembre de 2024

BENDITA TÚ

  

Por aquellos días, María se dirigió de prisa a un pueblo de la región montañosa de Judea, y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Cuando Isabel oyó el saludo de María, la criatura se movió en su vientre, y ella quedó llena del Espíritu Santo. Entonces, con voz muy fuerte, dijo Isabel:
– ¡Dios te ha bendecido más que a todas las mujeres, y ha bendecido a tu hijo! ¿Quién soy yo para que venga a visitarme la madre de mi Señor? Tan pronto como he oído tu saludo, mi hijo se ha movido de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú por haber creído que han de cumplirse las cosas que el Señor te ha dicho!

"(...) También era pobre y pequeña María. La Virgen María que, después de ser sorprendida por Dios, se pone con prisa en camino, para ayudar a su prima Isabel. Sin pensar en su pequeñez, en su pobreza, responde a la necesidad que percibe. Como en las bodas de Caná de Galilea. No debió de ser fácil llegar a su destino, por caminos poco seguros y ya esperando a Jesús. Pero lo hizo. A nosotros nos cuesta a veces levantar el teléfono para llamar a un familiar o a un amigo del que hace mucho que no sabemos nada, o cruzar la calle para hacerle la compra a un anciano impedido. Menuda diferencia.
María lo hace todo por fe. Por pura fe. La fe de María la hace feliz, dichosa, bienaventurada. La fe de María no fue intelectual, nacida de una comprensión completa de las palabras del ángel Gabriel. La fe de María fue una fe existencial, nacida del amor y de la confianza en el Dios que le hablaba a través de su mensajero. Así es siempre la fe verdadera, la que mueve montañas y la que hace milagros. La razón no enciende, por sí sola, el fuego creyente del corazón, porque la fe sin amor es una fe fría y arrobada. La fe que nos hace felices es la fe que brota del corazón creyente, la fe que se apoya en esas razones que tiene el corazón y que la razón no entiende, como nos dijo Pascal.
Como hizo María, es bueno que queramos salir de nosotros mismos, que empecemos a andar, a ir hacia los demás. Con el ejemplo de María, en este cuarto domingo de Adviento, cuando ya estamos a las puertas de la Navidad, es bueno que nos propongamos hacer de nuestra vida un camino hacia el prójimo, para ofrecerles ayuda, para llevarles un mensaje de paz. Al final, lo que quedará de nuestra vida, a los ojos de Dios, es lo que hayamos hecho por el prójimo. El egoísmo es una fuerza centrípeta, que nos empuja a caminar siempre en dirección hacia nosotros mismos, mientras que el amor es la gran fuerza centrífuga, que nos empuja a caminar en dirección a los demás.
Dios quiere que también nosotros, como María, vivamos siempre caminando hacia el prójimo, dando a los demás en todo momento lo mejor de nosotros mismos, llevando alegría a nuestros hermanos. Vivir el Adviento como un camino de amor hacia el prójimo es una forma muy cristiana de prepararse para la Navidad. Si Juan personifica la llamada a la conversión, María significa la actitud de fe. María es la mujer que acoge la Palabra y la mujer que entra en las intenciones de Dios. Percibe lo que Dios quiere para ella y lo lleva a cabo. Siempre disponible. Portadora de alegría. Por eso es bendita entre las mujeres. Por eso es un modelo para todos nosotros."
(Alejandro Aguinaco cmf, Ciudad Redonda)

sábado, 21 de diciembre de 2024

DISPUESTA A SERVIR

 


Por aquellos días, María se dirigió de prisa a un pueblo de la región montañosa de Judea, y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Cuando Isabel oyó el saludo de María, la criatura se movió en su vientre, y ella quedó llena del Espíritu Santo. Entonces, con voz muy fuerte, dijo Isabel:
– ¡Dios te ha bendecido más que a todas las mujeres, y ha bendecido a tu hijo! ¿Quién soy yo para que venga a visitarme la madre de mi Señor? Tan pronto como he oído tu saludo, mi hijo se ha movido de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú por haber creído que han de cumplirse las cosas que el Señor te ha dicho!

"El Evangelio de hoy pertenece a lo que se ha dado en llamar los evangelios de la infancia. También se podrían llamar el prólogo que ponen los evangelistas Mateo y Lucas a la historia de Jesús. Y, como todo buen prologo, se presenta al personaje y se plantean las ideas fundamentales que luego se van a desarrollar en el libro. En nuestro cosa los elementos que van a ser más característicos de la vida del personaje protagonista del libro.
Por eso me parece que este relato de la visita de María, ya embarazada de Jesús a su prima Isabel no es un relato inocente que cuenta esa visita de una prima a otra, curiosamente las dos embarazadas, como quien cuenta la visita que hace una familiar a otra. Nos quiere decir algo más que eso.
La interpretación más tradicional que se ha hecho de esta visita es que María, al conocer por el ángel la noticia de que su primera está embarazada corre aprisa para ayudarla en todo lo que sea necesario. Se solía apuntar que al estar Isabel ya entrada en años necesitaría más ayuda en esos momentos. De ahí la presencia y la mano generosa de María cerca de su prima. Pero creo que hay algo más.
Esta visita me hace pensar en Jesús cuando dice, ya de adulto, que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y dar su vida en rescate por muchos. Me hace pensar en las muchas veces que Jesús se preocupa por las necesidades de los que se acercan a él. Me hace pensar en la última cena cuando Jesús se inclina para lavar los pies a sus discípulos. Y todo ello me hace pensar que Lucas nos está poniendo ya en María, la madre de Jesús, una dimensión que es fundamental en la vida de Jesús y que deberá ser fundamental en la vida de sus seguidores: ponerse al servicio de los demás. Ya María se pone al servicio de su prima necesitada de ayuda. Y así nos prepara para entender que la vida de Jesús va a ser un ponerse siempre al servicio de los demás: de los que tienen hambre, de los que sufren por cualquier causa. Jesús se va a poner en todo momento al lado de los más pobres y necesitados. Y ya en el prólogo lo vemos en la actitud de la misma María, que había entendido ya que el Mesías no venía para ser servido sino para servir."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

viernes, 20 de diciembre de 2024

UN SÍ DEFINITIVO

 


A los seis meses envió Dios al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea llamado Nazaret, a visitar a una joven virgen llamada María que estaba comprometida para casarse con un hombre llamado José, descendiente del rey David. El ángel entró donde ella estaba, y le dijo:
– ¡Te saludo, favorecida de Dios! El Señor está contigo.
Cuando vio al ángel, se sorprendió de sus palabras, y se preguntaba qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo:
– María, no tengas miedo, pues tú gozas del favor de Dios. Ahora vas a quedar encinta: tendrás un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será un gran hombre, al que llamarán Hijo del Dios altísimo: y Dios el Señor lo hará rey, como a su antepasado David, y reinará por siempre en la nación de Israel. Su reinado no tendrá fin.
María preguntó al ángel:
– ¿Cómo podrá suceder esto, si no vivo con ningún hombre?
El ángel le contestó:
– El Espíritu Santo se posará sobre ti y el poder del Dios altísimo se posará sobre ti como una nube. Por eso, el niño que va a nacer será llamado Santo e Hijo de Dios. También tu parienta Isabel, a pesar de ser anciana, va a tener un hijo; la que decían que no podía tener hijos está encinta desde hace seis meses. Para Dios no hay nada imposible.
Entonces María dijo:
– Soy la esclava del Señor. ¡Que Dios haga conmigo como me has dicho!
Con esto, el ángel se fue.

Con el sí de María empieza la salvación. Un sí total: soy la esclava del Señor.
El sí de María marca todo el Adviento. Es a partir de él que la humanidad espera la salvación. ¿Estamos dispuestos nosotros a decir sí a lo que Dios nos pide?¿Estamos dispuestos, como María, a hacernos esclavos de su voluntad?

"Ya hemos leído o escuchado cientos de veces el texto de la anunciación del ángel Gabriel a la doncella de Nazaret, a María. Y seguro que nos siguen asombrando dos cuestiones fundamentales en el relato. Por una parte, está la sencillez de aquella mujer. Por otra parte, la envergadura del anuncio.
He dicho que nos asombra, en primer lugar, la sencillez de María. Para hoy más. Aquel era un mundo donde la mujer no tenía presencia social. Ni siquiera su testimonio era válido ante un tribunal. La mujer no era entonces ciudadana de segunda sino de tercera o cuarta o quinta. Todavía las mujeres de las familias poderosas y ricas podían tener relevancia, podían influir en las decisiones. Pero estamos hablando de María, una mujer de Nazaret, una “ciudad” de Galilea. Galilea era una zona marginal para los judíos. Sus habitantes no eran considerados siquiera verdaderos judíos. Había una mucha mezcla pagana. Pero es que, además, los arqueólogos nos dicen que en aquellos tiempos la “ciudad” de Nazaret no debía pasar de ser unas cuantas cuevas habitadas por gente muy pobre. Mucha cultura ni erudición no se podía esperar de las gentes de Nazaret y mucho menos de sus mujeres. Así que María sería una pobre mujer (lejos de las casas en que suele representarla las pinturas e imágenes que hemos hecho de ella). Sencilla y pobre.
Precisamente a esa mujer y en ese contexto es donde se hace presente el ángel Gabriel para anunciar que va a nacer el salvador, el mesías esperado. La altura del anuncio contrasta con la sencillez y la pobreza del lugar y de María. Dios precisamente ha escogido la pobreza, me atrevería a decir que la miseria, para hacerse presente en la historia. Si Juan era hijo de un sacerdote del tiempo, toda una categoría en la sociedad de la época, Jesús va a ser hijo de una pobre mujer y de un artesano, ambos situados en lo último de la escala social.
La anunciación es, pues, toda una declaración de intenciones de por donde va a ir la presencia de Dios en la historia. Lejos quedan los palacios de Jerusalén y la solemnidad del Templo. Toda queda en una paupérrima cueva de una aldeilla de Galilea. Ahí es donde Dios quiso dar un nuevo comienzo a la historia, a nuestra historia, a su historia con nosotros."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)