
He de haceros una confesión. Cuando se armó todo aquel lío en la Cueva, tuve la tentación de colgar los textos de la liturgia de hoy. Sí, tentación; porque la Palabra de Dios es un camino a seguir, no un arma arrojadiza.
Pero hoy nos lo ofrece la Iglesia para nuestra meditación. Una reflexión contra el sectarismo, contra la prepotencia de creerse los únicos poseedores de la verdad y los únicos realizadores del bien.
Josué se quejó de que Eldad y Medad profetizaban y pidió a Moisés que se lo prohibiera. Este contestó: "¡Ojalá todo el pueblo profetizara!" Significaría que todos tienen el Espíritu con ellos. Nosotros seguimos negándonos a escuchar al que no tiene títulos oficiales para hablar, sin preguntarnos si el Espíritu está con él.
Y a Jesús le pasó algo semejante. Juan fue a decirle que uno echaba los demonios en nombre de Jesús " y no es de los nuestros"...
Echar demonios en el Nuevo Testamento significa quitar el mal, hacer el bien. Jesús vuelve a responder que todo el que hace el bien está con Él, no contra Él. Y por eso añade, que el que da un vaso de agua en su nombre, que es darlo en nombre del Amor, tendrá su recompensa. ¿Cuándo dejaremos de ser exclusivistas? ¿Cuándo dejaremos de creer que sólo nosotros tenemos la verdad?
Y a continuación habla del escándalo. Uno se queda algo perplejo. ¿Qué relación hay con lo anterior? Cuando hablamos de escándalo nos decantamos muchas veces hacia el sexto mandamiento. Aquí parece concluirse que apartar a alguien de hacer el bien, impedírselo hacer "porque no es de los nuestros", es escandalizar a esas personas.
El texto de la epístola de Santiago...merece un comentario aparte. Os lo debo.