Aquel hombre se quejaba de que no lograba encontrar verdaderos amigos. Decía que intentaba comprender a los demás, pero siempre acababan abandonándolo y, a veces, abusaban de su buena voluntad.
El Anacoreta lo miró con simpatía y llevándolo bajo la palmera le dijo:
- Dices que intentas comprender al otro. Este es sólo la mitad del camino. La amistad no se basa en dos miradas, sino en una compartida.
Miró a lo lejos y luego prosiguió:
- Está bien que mires las cosas con los ojos del otro. Eso es comprender; pero has de prestarle los tuyos a la otra persona. Eso es conseguir que te comprenda. Entonces seréis verdaderos amigos.
Y siguieron los dos compartiendo durante un buen rato...
Durante la frugal comida, el discípulo parecía preocupado y ausente. El Anacoreta le preguntó:
- ¿En qué piensas?
Suspiró el discípulo y dijo:
- Pienso en la vida. Es complicada. Cuando creemos ser felices, algo que parece insignificante nos deja sumidos en la tristeza. Cada mañana, al rezar Maitines me pregunto qué sorpresas desagradables me deparará el día.
Siguió comiendo el Anacoreta. Luego, dejando la escudilla en el suelo, contestó mirando al horizonte:
- La vida es como un camino. Atraviesa bosques y campos, sube a las montañas y baja a los valles, pasa por lugares áridos y por otros llenos de frescura y de verdor...Además, al recorrerlo, se tienen días de sol, de lluvia, de frío y de calor...
Miró fíjamente al discípulo y añadió:
- Lo importante es que seamos conscientes de que ningún lugar es eterno, de que hemos de seguir caminando. Y, por encima de todo, que cada uno de esos momentos tiene su belleza única. Y si el tiempo es malo...ya cambiará y veremos lugares nuevos...
Y tomando su escudilla se dirigió a la fuente para lavarla...
Llegaron unos visitantes atraídos por la fama del Anacoreta y pasaron todo el día observándolo. Lo vieron rezar Maitines, Tercia, Sexta y Nona con sus discípulos. Lo vieron trabajar en el huerto y fabricar una estera con hojas de palma. Comer y hablar.
Antes del rezo de Vísperas marcharon decepcionados.
- Pensábamos encontrar a un contemplativo, verlo en éxtasis...y hemos visto a un pobre anciano que no hace nada especial - dijeron a los discípulos antes de marcharse.
Durante la cena los discípulos lo comentaron con el Solitario:
El Anacoreta, sin inmutarse, respondió:
- ¿Qué esperaban ver? La contemplación no es hacer cosas extrañas...Consiste en purificar el interés. Es hacer las cosas corrientes con una mirada diferente. Más que subir al cielo, se trata de descender al vientre de la tierra. Buscar las raíces del ser, que son la vida, la misericordia y la esperanza...
- Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que ocultaste a los sabios y entendidos.Sí, Padre, porque así lo has querido.
Mi Padre me ha entregado todas las cosas. Nadie conoce realmente al Hijo, sino el Padre; y nadie conoce realmente al Padre, sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo quiera darlo a conocer.Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os haré descansar.Aceptad el yugo que os impongo, y aprended de mí, que soy paciente y de corazón humilde; así encontraréis descanso.Porque el yugo y la carga que yo os impongo son ligeros."
Jesús se revela a la gente sencilla. Los prepotentes, los que se creen sabios, aunque hablen de Dios, no lo conocen. Porque Jesús se acerca a los que son como Él, sencillos, humildes. "El evangelio de Mateo nos presenta a Jesús con las características mesiánicas de la profecía de Zacarías: una persona pacífica y humilde, apasionado por hacer realidad la Utopía de Dios. Por esta razón, Jesús no se identifica con los ideales acerca del Mesías, vigentes en su época. No hay en él el más mínimo asomo del militar aguerrido e irresistible que con un formidable despliegue eliminaría las pretensiones del imperio romano, ni del sacerdote excelso que con sus extraordinarias dotes santificadoras transformaría el Santuario de Jerusalén, ni del gobernante extraordinario que congregaría al pueblo de Israel disperso por el mundo. Jesús no comparte estos proyectos, como tampoco las extravagantes aspiraciones de los nacionalistas furibundos que veían en el imperio romano un peligro que no eran capaces de descubrir al interior de ellos mismos, la violencia incontenible.
Los ideales de Jesús estaban más cerca de las grandes tradiciones proféticas que aspiraban a que el pueblo de Dios fuera capaz de organizarse como modelo alternativo de sociedad. Por esta razón, valores como el pacifismo y la humildad eran urgentes y necesarios. El pacifismo obliga a asumir actitudes dinámicas de transformación social pero, al mismo tiempo, no se rinde a la imparable lógica de la violencia. La humildad, por su parte, exige reconocer en cada momento los propios límites de la existencia y las barreras intrínsecas de la historia. Humildad y pacifismo hacen de un proyecto tan grandioso e imponente como el reino de Dios, algo al alcance de los pobres y excluidos.
Jesús, sin embargo, sabía perfectamente que no bastaba con que el ‘rey’ o líder poseyera atributos excepcionales para que la situación cambiara. Para él, era necesario que una comunidad de hermanos y hermanas se comprometiera a vivir la alternativa, a demostrar al mundo que «otras maneras de organización eran posibles», que la lógica aparentemente inextinguible de la violencia podía ser controlada. Por esto, Jesús insiste en la necesidad de asumir el ‘suave yugo’ de la vida comunitaria y la ‘ligera carga’ de las opciones evangélicas. Pero, atención, esto no es para todo el mundo. Es necesario madurar la fe y crecer como personas antes de meterse en este proyecto. Porque para quien no ha crecido en la dinámica de la comunidad, sino que ve todo desde ‘afuera’, desde los valores sociales vigentes, los ideales de Jesús son una carga abominable y el ideal de la cruz una ideología insufrible. No podemos pedir a cualquiera que asuma la inmensa responsabilidad del pacifismo si toda su vida ha creído que la ‘ley del revólver’ es un destino inexorable. No podemos pedir mansedumbre a una persona a la que siempre le han enseñado que el control de los demás, las ambiciones de ascenso social y el arribismo son las herramientas para ‘progresar’ en la vida.
Jesús quiere una comunidad en la que los lazos de solidaridad, afecto y respeto hagan de un grupo humano una gran familia consagrada a la realización del Reino. Una comunidad en la que los sencillos, los pequeños, hallen un lugar de importancia y sean los gestores de una nueva manera de organizar las relaciones interhumanas. Porque, como dice Pablo, sólo el ser humano espiritual, o sea, el ser humano que se ha abierto a la acción del Espíritu de Dios, es capaz de vivir la vida en plenitud, es decir, en gozosa aceptación y armonía con la humanidad." (Koinonía)
Tenemos una idea negativa de la soledad. Sin embargo hay una soledad "llena". Una soledad que nos lleva a nuestro interior y a los demás. "Guarda puros tus ojos, silenciosos tus oídos y serena tu mente. Respira el aire de Dios.
Trabaja, si puedes, bajo Su cielo. Pero si tienes que vivir en una ciudad y trabajar en medio de máquinas, tomar el metro y comer en lugares donde la radio aturde con noticias falsas, donde el alimento destruye tu salud, y los sentimientos de quienes te rodean envenenan de hastío tu corazón, no te impacientes, sino acéptalo como manifestación del amor de Dios y como una semilla de soledad plantada en tu alma.
Si estas cosas te repugnan, continúa deseando el silencio sanador del recogimiento. Pero, mientras tanto, mantén el sentimiento de compasión hacia quienes han olvidado el concepto mismo de soledad.
Tú, al menos, debes saber que existe y que es la fuente de la paz y la alegría.
Aún puedes esperar tal alegría. Ellos ni siquiera pueden ya esperarla."
("El libro de las Horas", Thomas Merton, p.77, Ed. Sal Terrae)
El discípulo fue al encuentro del Anacoreta y le dijo:
- Todo lo que me dices, cuando lo escucho, me parece muy sencillo, pero cuando intento llevarlo a la práctica es muy difícil.
Sonrió el Solitario y pasándole el brazo por la espalda respondió:
- Sencillo no es sinónimo de fácil. ¿Has visto la pintura japonesa? Son cuatro líneas de una belleza sublime. Es de una gran sencillez...Sin embargo, hay artistas que pasan años realizando el mismo cuadro para conseguir la perfección con cuatro trazos.
Guardó silencio un rato y luego añadió:
- Lo que yo te digo no son recetas. Son esos trazos del artista japonés que debes hacer cada día para conseguir la obra de arte.
Volvió a guardar silencio, y tomándolo por los hombros y mirándole a los ojos le dijo:
- ¿Qué crees que hago yo todos los días? Dibujar en mi vida esas líneas. Un día conseguiré la obra de arte perfecta...Mientras tanto, no me queda más remedio que dibujar cada día.
A oídos del Obispo llegaron rumores que cuestionaban la ortodoxia de la Fe del Anacoreta.Llamó al teólogo más brillante de la diócesis y lo mandó a inspeccionar al Solitario. Aquel eclesiástico, enfundado en su impoluto clérgiman negro, partió de noche para evitar los rigores del calor del desierto. No quiso un guía y no llevó ninguna luz para el camino. Él era clarividente, conocía perfectamente el camino y la palabra duda no existía en su diccionario. Nunca llegó a la Cueva y nunca más se supo de él.
Llamó entonces el Obispo al mejor pastoralista de la diócesis. Era un hombre práctico y llevó consigo un potente foco. Veía perfectamente a lo lejos, pero sus pies quedaban a oscuras, de forma que tropezaba continuamente. El Anacoreta y su discípulo vieron la luz en la lejanía y fueron a socorrerlo. Llegó medio muerto a la Cueva. Cuando tras unos días se hubo reuperado, volvió a la ciudad acompañado por el discípulo sin cumplir su misión.
El Obispo fue entonces al encuentro de un anciano sacerdote con fama de santo y de contemplativo. Este tomó una pequeña lámpara de aceite y un botellín del mismo, por si se le acababa por el camino. Andó despacio, con cuidado. A veces dudaba, pero con la luz de su lamparita lograba encontrar siempre el camino. Llegó a la Cueva al amanecer.
Se presentó al Anacoreta y le preguntó:
- ¿Cuál es tu Fe?
El Anacoreta le sirvió leche de la oveja y dátiles de la palmera. Luego le contestó:
- Mi Fe, buen sacerdote, es como la tuya. Una pequeña lamparita de aceite.
Le miró extrañado el anciano sacerdote y esperó a que el Solitario continuara:
- Algunos creen que la Fe es seguridad, es no dudar nunca. Jamás piden ayuda. Están seguros de que aquello que estudiaron, de que lo que han investigado, de que aquello piensan, es la Verdad. Estos se extravían siempre. El Dios del que hablan es su dios...Otros creen que la Fe es un gran foco. Creen que aquello que les parece ver en el futuro, sus planes, organizaciones, obras, son la verdadera Fe. Pero sus pies quedan a oscuras y tropiezan continuamente. Eso si no tienen la mala suerte de precipitarse en un abismo. Mi Fe es como tu lamparilla de aceite. Me sirve para ver dónde tengo puestos mis pies en cada momento. Cierto que dudo, que a veces no tengo claro a dónde voy; pero esa pequeña luz acaba por acerme descubrir el camino. Y no le pido más a Dios.
Volvió contento a la ciudad el tercer inspector. Y cuando el Obispo le pidió cuál era la Fe del Anacoreta, respondió:
- Su Fe es la misma que yo tengo. Si su Eminencia me lo permite, lo seguiré visitando de vez en cuando....