martes, 19 de diciembre de 2023

CREER SUS MENSAJES


En el tiempo en que Herodes era rey de Judea, vivía un sacerdote llamado Zacarías, perteneciente al grupo de Abías. Su esposa, llamada Isabel, descendía de Aarón. Ambos eran justos delante de Dios y cumplían los mandatos y leyes del Señor, de tal manera que nadie los podía tachar de nada. Pero no tenían hijos, porque Isabel no había podido tenerlos. Ahora eran ya los dos muy ancianos.
Un día en que al grupo sacerdotal de Zacarías le correspondía el turno de oficiar delante de Dios, según era costumbre entre los sacerdotes, le tocó en suerte a Zacarías entrar en el santuario del templo del Señor para quemar incienso. Y mientras se quemaba el incienso, todo el pueblo estaba orando fuera. En esto se le apareció un ángel del Señor, de pie al lado derecho del altar del incienso. Al ver al ángel, Zacarías se echó a temblar lleno de miedo. Pero el ángel le dijo:
– Zacarías, no tengas miedo, porque Dios ha oído tu oración, y tu esposa Isabel te va a dar un hijo, al que pondrás por nombre Juan. Tú te llenarás de gozo y muchos se alegrarán de su nacimiento, porque tu hijo va a ser grande delante del Señor. No beberá vino ni licor, y estará lleno del Espíritu Santo desde antes de nacer. Hará que muchos de la nación de Israel se vuelvan al Señor su Dios. Irá Juan delante del Señor con el espíritu y el poder del profeta Elías, para reconciliar a los padres con los hijos y para que los rebeldes aprendan a obedecer. De este modo preparará al pueblo para recibir al Señor.
Zacarías preguntó al ángel:
– ¿Cómo puedo estar seguro de esto? Porque yo soy muy anciano, y mi esposa también.
El ángel le contestó:
– Yo soy Gabriel, y estoy al servicio de Dios. Él me ha enviado a hablar contigo y a darte estas buenas noticias. Pero ahora, como no has creído lo que te he dicho, vas a quedarte mudo; y no volverás a hablar hasta que, a su debido tiempo, suceda todo esto.
Mientras tanto, la gente estaba fuera esperando a Zacarías y preguntándose por qué tardaba tanto en salir del santuario. Cuando por fin salió, no les podía hablar. Entonces se dieron cuenta de que había tenido una visión en el santuario, pues les hablaba por señas. Y así siguió, sin poder hablar.
Cumplido el tiempo de su servicio en el templo, Zacarías se fue a su casa. Después de esto, su esposa Isabel quedó encinta, y durante cinco meses no salió de casa, pensando: Esto me ha hecho ahora el Señor para librarme de mi vergüenza ante la gente.

Ayer veíamos que Dios nos habla a través de los signos de los tiempos y que debemos hacerle caso, por extraños que parezcan. Hoy Zacarías recibe uno de estos anuncios y no cree, duda. Se queda mudo. Si no aceptamos la voluntad de Dios, no podemos hablar en su nombre. No podemos ser Luz para los demás. Debemos estar atentos a lo que nos pide a lo largo de la vida.

"Un día más, en este adviento, nos encontramos con otro ángel. En este caso Gabriel que vuelve a llevar buenas noticias a quienes ya habían perdido una gran esperanza. Zacarías el sacerdote, acostumbrado a estar en medio de lo sagrado, por lo menos de lo sagrado externo. Haciendo su turno de culto le sorprende Gabriel que irrumpe, como todos los mensajeros de Dios, sin pedir permiso. Entre el incienso y el miedo el viejo sacerdote logra entrever la buena nueva que se le dirige (a él y a su mujer, aunque no esté presente): van a tener un hijo.
Un hijo especial (como lo son todos los hijos para sus padres). Alguien que convertirá corazones, que preparará a muchos para la llegada del Mesías, que se llenará de Espíritu Santo… Alguien especial, pero también solo el encargado de anunciar.
Zacarías, el que se mueve en lo sagrado, el que vive de lo sagrado, no acierta a creer al mismo Dios. Por ello se va a quedar mudo. Pierde la capacidad de decir, de nombrar. Su mudez será la evidencia de su sordera interior, de su increencia en que lo sagrado se manifiesta por palabras sencillas y por acciones inesperadamente hermosas. El sacerdote del turno de Abías, casado con mujer Isabel, descendiente del mismo Aarón, padre del Bautista, pierde la palabra porque no se espera que Dios rompa sus esquemas totalmente lógicos en su edad avanzada. Y una vez más el Dios de la vida saliéndose por la tangente de lo ordinariamente extraordinario de un niño que va a nacer, aunque ya no sea esperado."
(Miguel Tombillla cmf, Ciudad Redonda)

lunes, 18 de diciembre de 2023

EL EJEMPLO DE JOSÉ


 El nacimiento de Jesucristo fue así: María, su madre, estaba comprometida para casarse con José; pero antes de vivir juntos se encontró encinta por el poder del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciar públicamente a María, decidió separarse de ella en secreto. Ya había pensado hacerlo así, cuando un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: José, descendiente de David, no tengas miedo de tomar a María por esposa, porque el hijo que espera es obra del Espíritu Santo. María tendrá un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús. Se llamará así porque salvará a su pueblo de sus pecados.
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había dicho por medio del profeta:
La virgen quedará encinta,
y tendrá un hijo
al que pondrán por nombre Emanuel.
(que significa: “Dios con nosotros”).
 Cuando José despertó, hizo lo que el ángel del Señor le había ordenado, y tomó a María por esposa.

José fue un hombre sencillo y humilde. Aunque las cosas que le sucedían fuesen incomprensibles para él, siempre seguía lo que creía era la voluntad de Dios. A nosotros Dios no nos habla en sueños, pero debemos agudizar nuestra vista para ver los signos de los tiempos. Ellos nos dicen lo que debemos hacer. Y como José, sin hacer ruido, intentar cumplir la voluntad de Dios con nuestra vida. 

"José era un hombre justo. De una justicia extraña que se da la mano con la misericordia y es tan diferente de aquella en la que se busca solo el resarcimiento. Una justicia que no es rigidez, sino capacidad de ver más allá de lo esperado: de la condena, de la acusación pública. Decide repudiar a María en secreto, porque sabe que ese hijo no proviene de él, que no es carne de su carne y que es fruto del engaño. A pesar de todo, no quiere sacarlo a la luz, no quiere hacerlo público. Y con esta determinación amarga, José se duerme.
En ese sueño se le aparece un ángel que le lleva por lugares poco transitados y poco creíbles: Espíritu Santo, Enmanuel, Dios-con-nosotros, profecía…
José, como Jacob, debió de pedir explicaciones al ángel; probablemente, luchó un rato con él entre el aleteo de plumas y el roce de lo onírico. El ángel probablemente se calló y guardó las palabras para más adelante, para ese día maldito de sangre de inocentes y de salvación en tierra extranjera.
José, con los ojos todavía pesados y el corazón estremecido, comenzaría a desperezar su cuerpo y su espíritu, intentando dar crédito a las palabras soñadas, al encuentro con lo diverso que no puede ser uno mismo. Y viendo a María y a su vientre, tuvo que creer al ángel porque pudo saber, como saben los que pueden ver lo diferente, que ese niño era Dios-con-nosotros, que esa mujer, medio niña, era madre del Esperado. Y que él era el justo que renunció a la condena por un sueño de alas y de susurros. Bendito Justo."
(Miguel Tombilla cmf, Ciudad Redonda)

domingo, 17 de diciembre de 2023

ALEGRAOS. ÉL LLEGA

 

 Hubo un hombre llamado Juan, a quien Dios envió como testigo, para que diera testimonio de la luz y para que todos creyesen por medio de él. Juan no era la luz, sino uno enviado a dar testimonio de la luz.
Los judíos de Jerusalén enviaron sacerdotes y levitas a Juan, a preguntarle quién era. Y el confesó claramente: 
– Yo no soy el Mesías.
 Le volvieron a preguntar:
– ¿Quién eres, pues? ¿El profeta Elías?
Juan dijo:
– No lo soy.
Ellos insistieron:
– Entonces, ¿eres el profeta que había de venir?
Contestó:
– No.
 Le dijeron:
– ¿Quién eres, pues? Tenemos que llevar una respuesta a los que nos han enviado. ¿Qué puedes decirnos acerca de ti mismo?
 Juan les contestó:
– Yo soy, como dijo el profeta Isaías,
‘Una voz que grita en el desierto:
¡Abrid un camino recto para el Señor!’
 Los que habían sido enviados por los fariseos a hablar con Juan, le preguntaron:
– Pues si no eres el Mesías ni Elías ni el profeta, ¿por qué bautizas?
 Juan les contestó:
– Yo bautizo con agua, pero entre vosotros hay uno que no conocéis: ese es el que viene después de mí. Yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias.
 Todo esto sucedió en el lugar llamado Betania, al oriente del río Jordán, donde Juan estaba bautizando.

"En el camino del Adviento, cada año, nos acompañan varias figuras importantes en la Historia de la Salvación. Hoy aparece la primera, Juan el Bautista. El mayor de entre los nacidos de mujer (Lc 7, 28), según dijo el mismo Jesús. Le llegará su turno a la Virgen María, a san José, pero hoy hablamos del Bautista.
Hay un dicho en español, “el que avisa no es traidor”. Me parece que viene bien para empezar el comentario de esta semana. El Señor, nuestro Dios, no juega a «policías y ladrones», ni pretende sorprender a nadie para pillarlo por sorpresa. Por eso no ha dejado nunca de enviar avisos, señales o personas, para que el último día no nos sorprenda desprevenidos. Hasta a su Hijo único nos envió, cuando se cumplió el tiempo. Para “consolar a su pueblo”, que sufría mucho, y sigue sufriendo hoy en día.
De pequeños siempre nos preguntan qué queremos ser de mayores. Si uno quiere ser algo, hay que esforzarse, prepararse, elegir el camino, los estudios… Cuando hay un objetivo, una meta clara, es más fácil entregarse en cuerpo y alma, al cien por cien. Sé lo que quiero y sé lo que debo hacer para conseguirlo. En el estudio, en el trabajo, incluso en el amor… En todos los ámbitos de la vida.
Nosotros, los cristianos, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en que habite la justicia, como nos recuerda hoy san Pedro. Esta es nuestra meta. En nuestro mundo, no hace falta ser un genio para verlo, falta mucha justicia. Esta “tierra vieja” necesita muchos retoques. Es necesario cambiar muchas cosas. Y, para eso, necesitamos gente que sea capaz de hacer algo. Cambiar el mundo, no sé, pero sí cambiar un poco cada uno. A mejor, se supone. Si queremos ese mundo mejor, tenemos que hacer algo para arrimar el hombro. Y ayudar a otros a que cambien también.
El Señor es fiel y cumple siempre sus promesas. Lo que pasa es que si ritmo no es nuestro ritmo. Es un ritmo de amor. Quien ama es paciente y sabe esperar. El tiempo avanza de otra manera. También el Señor espera a que el hombre le abra las puertas de su corazón, nos da tiempo para aceptarle y, sabemos, para el Señor, “un día es como mil años y mil años como un día” (2 Pe 3,8).
Además, la venida del Señor no será un regreso glorioso para eliminar a sus enemigos – como anuncian algunas sectas – porque implicaría reconocer que la primera venida, humilde, en el pesebre de Belén, y su sacrificio del Calvario, fueron un fracaso y que, por eso debe volver para, por la fuerza, terminar lo que con dulzura y amor no pudo realizar. No. Todas sus venidas nos hablan de su bondad, de su justicia, de su deseo de no perder a ninguna de sus criaturas. Por eso, “procurad que Dios os encuentre en paz con él, inmaculados e irreprochables” (2 Pe 3,14).
Hablar del cambio era la misión de los profetas. Como hizo Juan el Bautista. Su lengua era como espada de dos filos, hiriente y provocativa: "raza de víboras" que matan con veneno mortal y a traición, decía a los componentes de una sociedad de clases enfrentadas; "que los valles se levanten, que los montes y colinas se abajen"; su mensaje, como el de Isaías en la primera lectura, era de igualdad. Todos iguales ante Dios. Porque Dios es el único pastor de todo el rebaño. Del único rebaño.
El Bautista testimoniaba con su vida, con su dieta, incluso con su vestimenta. Recordaba a la del gran profeta Elías, no es extraño que le confundieran con él. Llamaba la atención, la gente se interesaba, se acercaba a él para saber cuál era su mensaje. Y cuando le preguntaban al Bautista: "¿qué tenemos que hacer?, aconsejaba realizar obras como ésta: "El que tenga dos túnicas – símbolo de riqueza entonces – que dé una a quien no tiene, y el que tenga de comer, que haga lo mismo". ¡Qué mensaje! ¡Ay si practicáramos hoy esto...! Nos iría a todos mucho mejor. A nosotros, y también a todos los que tiene menos que nosotros. Que son muchos. A unos recaudadores que fueron a bautizarse les dijo: "No exijáis más de lo que tenéis establecido", y a unos soldados que se le acercaron les recomendó: "No hagáis violencia a nadie ni saquéis dinero; conformaos con vuestra paga". Consejos dignos de ser tenidos en cuenta también veinte siglos después. Por todos. Cada uno en lo que pueda.
Compartir, hacer justicia y la no violencia, fue el resumen de su mensaje. Casi nada. En todo caso, una clara invitación a cambiar. Juan fue para su tiempo un rayo de luz, una lluvia de justicia, una llamada a la conversión. Si su doctrina se pusiera en práctica hoy, «otro gallo cantaría» a nuestra sociedad que ha tomado la injusticia y el desorden como ley y norma de vida. Nos hemos acostumbrado. A muchos les parece adecuado, incluso. Porque les va bien en este mundo injusto.
Surge entonces la pregunta: ¿quién será el Elías, o el Juan Bautista, que hoy clame y grite a los grandes que este mundo ha de cambiar, que ya basta de dividir la sociedad mundial entre los pocos que tienen cada vez más y los muchos que tienen cada vez menos? Quizá hoy también podemos decir que «tiene que volver Elías», como esperaban los judíos, o que hace falta un nuevo «precursor» que prepare el camino al Evangelio. Tú puedes ser ese mensajero.
El Adviento va avanzando. Como siempre, cuatro semanas parecen mucho, pero pasan rápido. Esperamos la venida del Salvador. Sabemos que la próxima venida será permanente. Pero Él está viniendo, y llegando sin cesar. Y no es ya el Señor solo, sino el Señor en su Reino. El Reino es el que viene, y viene cada día, ayudado por cada uno de nuestros pequeños gestos, por los latidos de nuestra esperanza comprometida con el Reino."
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)

sábado, 16 de diciembre de 2023

JUAN Y JESÚS


 Los discípulos preguntaron a Jesús:
– ¿Por qué dicen los maestros de la ley que Elías tiene que venir primero?
 Jesús contestó:
– Es cierto que Elías ha de venir y que ha de poner todas las cosas en orden. Sin embargo, yo os digo que Elías ya vino, pero ellos no le reconocieron, sino que hicieron con él cuanto quisieron. De la misma manera va a sufrir a manos de ellos el Hijo del hombre.
 Entonces comprendieron los discípulos que Jesús les estaba hablando de Juan el Bautista.

Sigue la idea de ayer. Ni el ascetismo de Juan, ni el Amor y la misericordia de Jesús, fueron comprendidos. ¿Los comprendemos ahora?

"Elías ya había venido, era el Bautista. Pero ni él ni Jesús iban a ser comprendidos, mucho menos aceptados, por los escribas que anhelaban esa venida de Elías. Una vez más dos figuras distintas y las dos rechazadas. Hagamos un pequeño recurrido narrativo:
Juan Bautista decide vivir en despoblado, en la soledad poblada de aullidos que dice el Salmo. En una soledad querida por tantos hombres y mujeres buscadores de Dios a lo largo de tantos siglos. Desiertos en la ciudad o en el campo. Desiertos multiformes que tienen en común la búsqueda de “Solo Dios”.
En cambio, Jesús elige vivir entre las personas, entre las preocupaciones y alegrías de los seres humanos. Mezclado y embebido hasta el vino del vértigo final. Busca el roce constante con lo impuro de su tiempo, para revestirlo con el manto del que acoge sin reservas y desde el amor que envuelve, dignifica y devuelve a la vida. Elige una caña cascada y un pabilo vacilante para mimarlo y no dejar que se rompa o se apague. Elige lo débil del entramado humano, porque la ternura de Dios va por el camino de preferencias sin rédito conocido (“Si invitas a alguien que te va a invitar a su vez, ¿qué mérito tienes?”).
Elige un establo y un pesebre por obligación, porque los demás no quieren acoger a una mujer a punto de dar a luz. Elige la confusión lapidaria de la voz inaudible de unas estrellas y de unos pastores que no son nadie para los demás. Elige el llanto, el balbuceo y la risa diáfana de un recién nacido como todos los demás, quebradiza fuerza de lo que se ha de cuidar con esmero y que contiene en sí la fuerza increíble que reblandece y alegra los corazones.
Juan elige el desierto y el grito. Jesús elige el susurro y las poblaciones. Juan anuncia al que “ha de venir” y Jesús cuenta cómo el Reino es de los sencillos y ya está aquí, que no hay que esperar más: a nada ni a nadie.
Es cierto que hemos de preparar los caminos. Pero todavía es más cierto que hemos de dejarnos empapar por este acontecimiento misterioso que celebramos estos días: la gestación en las entrañas de María de todo un Dios, que elige el camino de los seres humanos, en sus esperanzas y sus anhelos, para darle la vuelta y llevarnos a lo esencial. Lo esencial es el amor desproporcionado de quien nos amó primero y que, en la plenitud de los tiempos y para siempre, hizo de la humanidad su carne y su sueño."
(Miguel Tombilla cmf, Ciudad Redonda)

viernes, 15 de diciembre de 2023

COMO NIÑOS CAPRICHOSOS

 

¿A qué compararé la gente de este tiempo? Es comparable a los niños que se sientan a jugar en las plazas y gritan a sus compañeros: ‘Tocamos la flauta, y no bailasteis; cantamos canciones tristes, y no llorasteis.’ Porque vino Juan, que ni come ni bebe, y dicen que tiene un demonio. Luego ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen que es glotón y bebedor, amigo de gente de mala fama y de los que cobran impuestos para Roma. Pero la sabiduría de Dios se demuestra por sus resultados.

Criticamos a los religiosos que actúan entregándose a los pobres fuera de su convento; pero también criticamos a los que no salen de él, dedicados a la oración y meditación. Criticamos a unos por avanzados ya los otros por fundamentalistas. Nos excusamos diciendo que la virtud está en el medio. En realidad, en medio está la mediocridad. Es la excusa para no hacer nada. Ni nos entregamos, ni rezamos. Miramos hacia otro lado cuando hay injusticias, pero tampoco vamos a misa o rezamos. Todos sabemos lo que dijo Jesús en otro lugar del Evangelio sobre los que no son ni fríos ni calientes...Juan predicaba penitencia y no le hicieron caso. Jesús misericordia, perdón y entrega, y lo crucificaron. Quizá nosotros hacemos lo mismo.
  
"La duda y el escándalo. El no estar nunca satisfechos o ser crédulos, incluso entre dos personajes que estaban en las antípodas algunas veces: Juan el Bautista y Jesús.
¿Cómo el Mesías puede comer con pecadores? ¿Cómo deja que le toque esa mujer? ¿Cómo cura en sábado y no se lava las manos antes de comer? ¿Cómo puede llamar felices a los parias de la historia? ¿Cómo de Nazaret puede salir algo bueno? ¿No es este el hijo del carpintero y sus hermanos y hermanas viven entre nosotros?
En realidad, todo ello es escandaloso para los que tenemos una imagen de la divinidad “clásica”, ya que el escándalo mayor es que Dios se haga humano. No puede ser como nosotros. No puede vivir nuestras alegrías y nuestras penas, nuestro amor profundo y nuestras inquietudes y dudas. Dios no puede ser así. Y menos con apariencia de “comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores”.
“Pero la sabiduría se ha acreditado por sus obras”: sordos que oyen, mudos que hablan, inválidos que andan, leprosos que quedan limpios, muertos que resucitan y pobres a los que se les anuncia la Buena Noticia.
Adviento es prepararnos para la llegada del Mesías. Pero de ese Mesías que escandaliza nada más nacer al ocupar un pesebre como cuna. Dichoso el que no se escandalice de él."
(Miguel Tombilla cmf, Ciudad Redonda)

jueves, 14 de diciembre de 2023

LA GRANDEZA DE LOS PEQUEÑOS

 

Os aseguro que, entre todos los hombres, ninguno ha sido más grande que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.
Desde que vino Juan el Bautista hasta ahora, al reino de los cielos se le hace violencia, y los violentos pretenden acabar con él. Todos los profetas y la ley de Moisés anunciaron el reino hasta que vino Juan. Y, si queréis creerlo, Juan es el profeta Elías, que había de volver. Los que tienen oídos, oigan.

Como tantas veces a lo largo del Evangelio, Jesús tiene en cuenta a los pequeños, hasta el punto de colocarlos por encima de Juan Bautista. Nunca meditaremos bastante la importancia de ser humildes. De trabajar abandonándonos en los brazos de Dios y no creyéndonos importantes. Es la forma de ser grande en el Reino.

"Jesús nos alegra en el evangelio de hoy con una de sus desproporciones hermosas y desconcertantes: “Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él”.
Nosotros nos quedamos boquiabiertos y con un cosquilleo extraño en el alma, saboreando la amargura dulce de esta afirmación fuera de lugar, literalmente “utópica”. La hermosura de la utopía de unos pequeños enormes, en la que nos contemplamos a nosotros mismos y a nuestras fachadas de pretendida grandeza, habitualmente disimulada por una mal aprendida “pseudohumildad”.
En esta contemplación nos encontramos con lo más pequeño de lo que somos y solemos apartar los ojos de los demás por la vergüenza original (pecado) de sabernos desnudos y vulnerables. Esta pequeñez tan grande se revela y pide que la dejemos ser ella misma, porque la desnudez es fragilidad, pero también verdad y milagro de oír, ver, sanarse, resucitar y anuncio de una alegría también desproporcionada.
La desnudez pequeña, de los pequeños, nos lleva de la mano a un Belén en el que todo es diminuto y débil, en el que los signos son silencio de estrellas y susurros de ángeles. Un Dios nacido y volviendo sus ojos sorprendidos, casi cerrados, hacia este tiempo y hacia este espacio, hacia las limitaciones desconcertantes, pero bellas, de la vida aquí. Y el aquí ya es allá y la boquita se le llena de una sonrisa pequeña pero inmensa, eterna, que para siempre ya forma parte de nuestras vidas, desproporcionadamente.
Bendita desproporción…"
(Miguel Tombilla fsc, Ciudad Redonda)

miércoles, 13 de diciembre de 2023

ÉL ES NUESTRO DESCANSO

  

Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os haré descansar. Aceptad el yugo que os impongo, y aprended de mí, que soy paciente y de corazón humilde; así encontraréis descanso. Porque el yugo y la carga que yo os impongo son ligeros.

Vivimos en un mundo lleno de ruido, super activo, estresante. Jesús se nos presenta como descanso. Nos enseña, que una vida entregada a los demás, con Amor, aunque parezca un yugo o una carga, es sin embargo suave y ligera. Porque es una vida que nos une a Dios y a nuestros hermanos. Porque es una vida plena de sentido. Vivir como Jesús, vivir con Jesús, es vivir llenos de paz. Él es nuestro descanso.

"Cerca de la mitad de esta segunda semana de adviento, como preparando el nacimiento del niño Dios, nos encontramos con unas palabras de Jesús que son bálsamo para cada uno de nosotros, para nuestras comunidades.
En unas pocas frases se despliega el milagro de percibir la paz en medio de muchas luchas, o la tranquilidad esencial que se posa en los recovecos del corazón agitado por tantas razones y sin razones.
Es Jesús el que nos llama: “Venid a mí”. Y la invitación es para todos, no solo para unos pocos privilegiados que se lo pueden permitir (a veces a costa de otros). Cansancios y agobios cotidianos o aquellos otros exacerbados y agudizados por mil situaciones distintas: enfermedad, rupturas sentimentales, muertes, soledades, limitaciones… Pero no es nada mágico, Jesús no nos oculta que hay yugos y cargas, que no nos evita todo como la adormidera u otras drogas de síntesis. Hay yugos y cargas, pero llevaderos y ligeras, en esa dulce contradicción tan jesuana.
Por otro lado, todo nace de la humildad y mansedumbre de Jesús, que no es un barniz o una pose, sino una manera de afrontar la vida que no evita los conflictos o la defensa de los frágiles que también crea enfrentamiento con los poderosos. En lo profundo de Jesús, en lo profundo del mismo Dios la mansedumbre y la humildad generan alivio y descanso para tantos hombres y mujeres, para tantas comunidades heridas y rotas. Vayamos a él."
(Miguel Tombilla  cmf, Ciudad Redonda)