jueves, 21 de marzo de 2024

CONOCER A DIOS


Os aseguro que quien hace caso a mi palabra no morirá.
Los judíos le dijeron:
– Ahora estamos seguros de que tienes un demonio. Abraham y todos los profetas murieron, y tú dices: ‘Quien hace caso a mi palabra no morirá.’ ¿Acaso eres tú más que nuestro padre Abraham? Él murió, y murieron también los profetas. ¿Quién te has creído que eres?
Jesús contestó:
– Si yo me honrase a mí mismo, mi honra no valdría nada. Pero el que me honra es mi Padre, el mismo que decís que es vuestro Dios. Pero vosotros no le conocéis. Yo sí le conozco, y si dijera que no le conozco sería tan mentiroso como vosotros. Pero, ciertamente, le conozco y hago caso a su palabra. Abraham, vuestro antepasado, se alegró porque iba a ver mi día: y lo vio, y se llenó de gozo.
Los judíos preguntaron a Jesús:
– Si todavía no tienes cincuenta años, ¿cómo dices que has visto a Abraham?
Jesús les contestó:
– Os aseguro que yo existo desde antes que existiera Abraham.
Entonces ellos cogieron piedras para arrojárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo.

Para conocer a Dios debemos conocer a Jesús. Es Él quien nos lo revela. No viene a glorificarse a sí mismo, a dominar como el rey que esperaban los judíos. Viene a mostrarnos al Padre, mostrando su misericordia y entregándose hasta morir por todos nosotros.
 
"El Evangelio de hoy da muchas vueltas pero al final lo que se juega es el conocimiento de Dios. O mejor dicho, la imagen o la idea que tenemos de Dios. Los judíos ya tenían una idea de Dios. La tenían codificada, expresada y explicada en sus libros sagrados, lo que hoy conocemos como el Antiguo Testamento, y en los comentarios de los entendidos, el Talmud. Ahí estaba todo lo que tenía que saber un buen judío.
También nosotros tenemos ya una serie de ideas preconcebidas sobre quién es Dios. Ayer mismo escuchaba en la radio a un señor hablando de cómo Dios es el que está controlando todos nuestros actos y nos amenaza con la sanción correspondiente en caso de que no cumplamos con sus normas. Parece que lo importante no es que las normas sean más o menos razonables, sino que son mandadas, ordenadas por Dios. El problema con esta imagen de Dios es que se atribuyen a Dios normas que en muchos casas son productos de la tradición o de la cultura.
Jesús se desmarca de todo eso. Él conoce a Dios, tiene una experiencia profunda y única de Dios. Lo llama Padre. Y hace presente el modo de ser de Dios en su forma de comportarse y de hablar. En su cercanía a los pobres, a los marginados, a los pecadores. Y en sus críticas a los fariseos, escribas y sacerdotes, que se sentían no solo los representantes de la religión oficial judía sino también sus propietarios. Ellos eran los que sabían, los que entendían. Los demás eran todos unos ignorantes que necesitaban ser enseñados y pastoreados como se hace con las ovejas.
Jesús rompe con esos representantes oficiales. Él no quiere esclavos obedientes, estudiantes aplicados, sino seguidores: hombres y mujeres que libremente le sigan y vayan haciendo presente en el mundo, con sus palabras y sus obras el amor universal e incondicional de Dios por todas sus criaturas. Seguir el camino de Jesús tiene sus riesgos pero es la condición para llevar a plenitud el don de la libertad que se nos ha regalado y la vida que se nos ha entregado como don y gracia. Está claro que los judíos de que habla el Evangelio no habían entendido nada. ¿Y nosotros?"
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

miércoles, 20 de marzo de 2024

VERDAD Y LIBERTAD

 

Jesús dijo a los judíos que habían creído en él:
–Si os mantenéis fieles a mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.
Ellos le contestaron:
– Nosotros somos descendientes de Abraham y nunca fuimos esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú que seremos libres?
Jesús les dijo:
– Os aseguro que todos los que pecan son esclavos del pecado. Un esclavo no pertenece para siempre a la familia, pero un hijo sí pertenece a ella para siempre. Así que, si el Hijo os hace libres, seréis verdaderamente libres. Ya sé que sois descendientes de Abraham, pero queréis matarme porque no aceptáis mi palabra. Yo hablo de lo que el Padre me ha mostrado, y vosotros hacéis lo que vuestro padre os ha dicho.
Dijeron ellos:
– ¡Nuestro padre es Abraham!
Pero Jesús les respondió:
– Si de veras fuerais hijos de Abraham, haríais lo que él hizo. Pero a mí, que os digo la verdad que Dios me ha enseñado, queréis matarme. ¡Y eso nunca lo hizo Abraham! Vosotros hacéis lo mismo que vuestro padre.
Dijeron:
– ¡Nosotros no somos unos bastardos! ¡Nuestro único padre es Dios!
Jesús les contestó:
– Si Dios fuese de veras vuestro padre, me amaríais, porque yo, que estoy aquí, vengo de Dios. No he venido por mi propia cuenta, sino que Dios me ha enviado.

La Verdad la encontramos en la Palabra de Jesús. Seguirla nos hace libres, porque nos despega de todo egoísmo, ansia de poder, orgullo...Una Palabra que nos muestra el camino del perdón, de la misericordia, de la entrega...del Amor. Ahí reside la verdad que nos hace libres, que nos salva de la esclavitud que nos encadena a nosotros mismos.

"En el Evangelio de hoy aparece una de esas frases de Jesús que se repiten muchas veces y que parece que son fáciles de comprender. Más cuando hace referencia a uno de los anhelos más profundos de la humanidad: la libertad, ser libres. Dice Jesús a los judíos que habían creído en él que “si os mantenéis en mi palabra, conoceréis la verdad y la verdad os hará libres.”
La frase “la verdad os hará libres” es fácil de retener y hasta puede parecer que es fácil de entender. Pero Jesús vincula verdad con libertad. Y ahí comienza el problema. Porque ¿qué es eso de la verdad? En principio, para nosotros, en nuestra cultura, la verdad es algo que está escrito y demostrado. Que dos y dos son cuatro es verdad y nadie lo discute. Las tesis científicas son verdad mientras que alguien no demuestre que son falsas. Pero probablemente esa no sea la verdad a la que se refiere Jesús.
Otros han interpretado esa verdad como el conjunto de normas y leyes y verdades teológicas. Y, por supuesto, la moral y todas sus normas (donde se incluiría y concepto tan complicado como el de la ley natural). Eso sería la verdad. Es una verdad que se identificaría con la voluntad de Dios, con lo que Dios quiere para el hombre, que está expresado en su revelación: en todo ese conjunto de normas. Adecuarse a esas normas, cumplirlas, sería llegar a ser verdaderamente libres, cumplir la voluntad de Dios.
Pero en la práctica se ha identificado demasiadas veces la voluntad de Dios con lo que dice el confesor o lo que dice este libro de moral o lo que dice el director espiritual (acompañante, como dicen los modernos) o lo que me enseñaron de pequeño. Y el resultado ha sido de nuevo la esclavitud. Obedecer ciegamente esas normas es estar seguro, es estar en el buen camino. No hay que pensar por uno mismo. Simplemente hay que obedecer. Así ha sido en gran parte de la tradición eclesial y todavía es así para muchos. Pero eso no tiene nada que ver con la libertad y la verdad de que habla Jesús.
La libertad a la que nos convoca Jesús es la de seguir la verdad de un Dios Padre que quiere nuestro bien, nuestra plenitud como hombres y mujeres, capaces de tomar nuestras propias decisiones de forma libre y responsable. Esa es la verdad. Y solo ahí encontraremos la verdadera libertad."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

martes, 19 de marzo de 2024

UN PADRE HUMILDE

 

 Jacob fue padre de José, el marido de María, y ella fue la madre de Jesús, a quien llamamos el Mesías.
El nacimiento de Jesucristo fue así: María, su madre, estaba comprometida para casarse con José; pero antes de vivir juntos se encontró encinta por el poder del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciar públicamente a María, decidió separarse de ella en secreto. Ya había pensado hacerlo así, cuando un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, descendiente de David, no tengas miedo de tomar a María por esposa, porque el hijo que espera es obra del Espíritu Santo. María tendrá un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús. Se llamará así porque salvará a su pueblo de sus pecados.” 
Cuando José despertó, hizo lo que el ángel del Señor le había ordenado, y tomó a María por esposa.

Los Hermanos de La Salle tenemos a San José por Patrón. Él, educando en el silencio y la sencillez al niño y al adolescente Jesús, es nuestro modelo de educador. Amar, entregarse...sin llamar la atención. Ese debe ser el trabajo del Hermano de La Salle y de todos los profesores que siguen su carisma.

"Hoy, nos invita la Iglesia a contemplar la amable figura del santo Patriarca. Elegido por Dios y por María, José vivió como todos nosotros entre penas y alegrías. Hemos de mirar cualquiera de sus acciones con especial interés. Aprenderemos siempre de él. Nos conviene ponernos en su piel para imitarle, pues así lograremos responder, como él, al querer divino.Todo en su vida —modesta, humilde, corriente— es luminoso. Por eso, célebres místicos (Teresa de Avila, Hildegarde de Bingen, Teresita de Lisieux), grandes Fundadores (Benito, Bruno, Francisco de Asís, Bernardo de Clairvaux, Josemaría Escrivá) y tantos santos de todos los tiempos nos animan a tratarle y amarle para seguir las huellas del que es Patrón de la Iglesia. Es el atajo para conseguir santificar la intimidad de nuestros hogares, metiéndonos en el corazón de la Sagrada Familia, para llevar una vida de oración y santificar también nuestro trabajo.

Gracias a su constante unión a Jesús y a María —¡ahí está la clave!— José puede vivir sencillamente lo extraordinario, cuando Dios se lo pide, como en la escena del Evangelio de la misa de hoy, pues realiza sobre todo habitualmente las tareas ordinarias, que nunca son irrelevantes pues aseguran una vida lograda y feliz, que conduce hasta la Beatitud celeste.

Todos podemos, escribe el papa Francisco, «encontrar en san José —el hombre que pasa desapercibido, el hombre de la presencia diaria, discreta y oculta— un intercesor, un apoyo y una guía en tiempos de dificultad (...). José nos enseña que tener fe en Dios incluye además creer que Él puede actuar incluso a través de nuestros miedos, de nuestras fragilidades, de nuestra debilidad. Y nos enseña que, en medio de las tormentas de la vida, no debemos tener miedo de ceder a Dios el timón de nuestra barca».

(Marc Vaillot, Evangelio.net)


lunes, 18 de marzo de 2024

LA PRIMERA PIEDRA

 

Pero Jesús se dirigió al monte de los Olivos, y al día siguiente, al amanecer, volvió al templo. La gente se le acercó, y él, sentándose, comenzó a enseñarles.
Los maestros de la ley y los fariseos llevaron entonces a una mujer que había sido sorprendida en adulterio. La pusieron en medio de todos los presentes y dijeron a Jesús:
– Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo del adulterio. En nuestra ley, Moisés ordena matar a pedradas a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?
Preguntaron esto para ponerle a prueba y tener algo de qué acusarle, pero Jesús se inclinó y se puso a escribir en la tierra con el dedo. Luego, como seguían preguntándole, se enderezó y les respondió:
– El que de vosotros esté sin pecado, que le arroje la primera piedra.
Volvió a inclinarse y siguió escribiendo en la tierra. Al oir esto, uno tras otro fueron saliendo, empezando por los más viejos. Cuando Jesús se encontró solo con la mujer, que se había quedado allí, se enderezó y le preguntó:
– Mujer, ¿dónde están? ¿Ninguno te ha condenado?
Contestó ella:
– Ninguno, Señor.
Jesús le dijo:
– Tampoco yo te condeno. Vete y no vuelvas a pecar.

Nos es fácil arrojar la primera piedra. Juzgamos a los demás con mucha facilidad. Jesús nos dice que primero nos miremos a nosotros mismos, que veamos si estamos libres de culpa. Él es el único que puede juzgar y perdona siempre. ¿Quién somos nosotros para condenar a los demás?

"Siempre hay algún moralista o predicador rigorista que estropea esta escena del evangelio de Juan. Es una preciosa escena en la que sobresale sobre todo lo demás el perdón y la misericordia. Jesús acoge la adúltera (podríamos hacer un comentario de que el adulterio es cosa de dos pero no estaba en aquella cultura esa idea ni siquiera siempre en la nuestra). La saca de las garras de los que quieren apedrearla. Hace que todos se alejen y lo que era un grupo de acusadores, fiscales y jueces desaparece poco a poco. Dice el evangelio que se escabulleron uno a uno, empezando por los más viejos. Y todo sin necesidad de hacer grandes discursos. Jesús apenas dice unas palabras: “El que esté sin pecado que tire la primera piedra.” Lo de que se fueran primero los más viejos se entiende porque a más años más meteduras de pata, más pecados y más que callar.
Se van los acusadores. Ya no hay juicio. Nadie condena y Jesús tampoco. Este es el punto más importante de la escena. Lo que era un auténtico pecado se queda sin castigo. No pasa nada. Todo queda en una recomendación genérica: “No peques más”. Tan genérica que todos sabemos que es, para cualquiera de nosotros imposible de cumplir en la práctica.
Decía que siempre hay alguien que estropea la escena porque terminan dando más importancia a estas últimas palabras de Jesús que a toda la escena. Estoy seguro de que en sus predicaciones hablan muy bien del perdón de Jesús y de la misericordia de Dios que se manifiesta en la historia pero (y en español, como en tantos idiomas, lo más importante de una frase es la parte que viene después del “pero”) terminan subrayando ese “no peques más”. Y de paso pueden recordar a todos que todo pecado tiene su castigo. Porque en nuestra historia tuvimos un tiempo en que los pecados estaban catalogados y cada uno tenía su castigo proporcional.
Pero (y este pero es importante porque es lo que quiero decir) en Jesús no hay castigo, no hay sanción, no hay pena. Lo que hay es una nueva oportunidad, un nuevo comenzar para la persona que se encuentra hundida. Nadie condena a la adúltera. Ni los que hacían de jueces y fiscales (descubrieron que no calificaban para ese cargo) ni tampoco Jesús que maneja mucho la misericordia y nada, nada de nada, el castigo."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

domingo, 17 de marzo de 2024

MORIR PARA VIVIR

  

Entre la gente que había ido a Jerusalén a adorar a Dios en la fiesta, había algunos griegos. Estos se acercaron a Felipe, que era de Betsaida, un pueblo de Galilea, y le rogaron:
– Señor, queremos ver a Jesús.
Felipe fue y se lo dijo a Andrés, y los dos fueron a contárselo a Jesús. Jesús les dijo:
– Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Os aseguro que si un grano de trigo no cae en la tierra y muere, seguirá siendo un solo grano; pero si muere, dará fruto abundante. El que ama su vida, la perderá; pero el que desprecia su vida en este mundo, la conservará para la vida eterna. Si alguno quiere servirme, que me siga; y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, mi Padre le honrará.
“Siento en este momento una angustia terrible, pero ¿qué voy a decir? ¿Diré: ‘Padre, líbrame de esta angustia’? ¡Pero si precisamente para esto he venido! ¡Padre, glorifica tu nombre!”
Entonces vino una voz del cielo, que decía: “¡Ya lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez!"
Al oir esto, la gente que estaba allí decía que había sido un trueno, aunque algunos afirmaban:
– Un ángel le ha hablado.
Jesús les dijo:
– No ha sido por mí por quien se ha oído esta voz, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo. ¡Ahora va a ser expulsado el que manda en este mundo! Pero cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos a mí.
Con esto daba a entender de qué forma había de morir.

Hoy Jesús nos enseña, que para vivir, para dar fruto, hemos de morir a nosotros mismos. El gran error que cometemos en este mundo es el de mirarnos sólo a nosotros y olvidar a los demás. Vivimos plenamente cuando nos entregamos a los otros. Vivimos plenamente cuando amamos, que es entregarnos totalmente. Así hacemos llegar al Reino en este mundo.

" (...) Vivir, para nosotros, los creyentes, no es fácil. Lo sabe bien Jesús, que pasó por esta vida como uno más. No se quedó allá arriba, a contemplar nuestros problemas. No nos salva desde las alturas, a distancia, sino que se encarnó, para recorrer el camino de la vida junto a nosotros, sus hermanos. A pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Compartió el pan, se hizo “compañero” de camino. Por eso sabe lo que nos cuesta ser fieles, por eso podemos confiar en Él, porque nos ayuda en ese camino, su carga es llevadera y su yugo es suave (cfr. Mt 11, 28-30). No pide cosas imposibles, cuando invita a seguirlo. Él mismo se sintió tentado de
Seguir a Jesús o, por lo menos conocerlo, querían los griegos de los que habla el Evangelio. No era una curiosidad «teórica». Después de haber oído mucho sobre Él, seguramente querían saber cómo pensaba y, quizá, de qué manera podían seguirlo. Nosotros, ¿pensamos que ya lo sabemos todo, o seguimos interesándonos por Jesús? ¿Le buscamos, o estamos sentados, sin más?
Esos griegos no se acercan directamente a Cristo. Comprenden que no es fácil acercarse al Maestro, sin pasar por la comunidad. Por eso, entran en contacto con los apóstoles, para que éstos los lleven a Jesús. La comunidad cristiana como medio para llegar a Él. ¿Cómo es mi comunidad? ¿Abierta, expansiva, misionera? ¿O cerrada, sin ganas de acoger a nadie? ¿Testigos de la Luz o “guardianes del calabozo”?
¿Qué descubrieron los griegos, estando cerca de Jesús? Probablemente vieran a un hombre entregado a una causa, la causa del Reino de Dios. Una causa por la que estaba dispuesto a morir. Porque muriendo se vive plenamente, conforme a los planes de Dios. Es lo que debe hacer la semilla, para dar fruto. Por eso, toda la vida la vida de Jesús fue un ir muriendo poco a poco, entregándose a la voluntad del Padre, para acabar ofreciendo su existencia en la cruz. Eso fue lo que vieron y aprendieron los griegos, viviendo con Jesús.
Todo proceso de siembra, todo crecimiento implica trabajo, sufrimiento, sudor, dolor. A veces, lágrimas. Nuestra propia formación, como personas, como profesionales, como cristianos, incluso. Pero siempre con esperanza: porque queremos ser mejores, porque deseamos ser cada vez más parecido a lo que deberíamos ser. El ejemplo de Dios Hijo y su Palabra son la fuente de esa esperanza.
El Hijo de Dios muere para dar vida. No sé si lo podemos entender del todo. Sólo podemos contemplar ese misterio y asistir sobrecogidos a ese sacrificio de amor. Es el momento de preguntarnos si queremos seguir y servir a Jesús. Responder con amor a ese amor. Estar cerca de Él, como los griegos, y que vaya creciendo la atracción hacia Él cada día más. Sobre todo, para saber a qué debemos morir.  El mundo en que vivimos no favorece mucho la entrega a los demás. Parece que cada uno mira por lo suyo. Y, sin embargo, cuando hay una catástrofe – tsunamis, terremotos, incendios, accidentes… – la solidaridad se dispara. Contra la “ley de la selva” está la “ley del amor”. A pesar de todo, otro mundo es posible.
Conocer de verdad a Jesús significa renunciar a nosotros mismos, a nuestros prejuicios, Dejar que sea Dios el que marque el camino, según su voluntad. Pedirle a menudo, para que nos dé lo que estamos necesitando. Después de querer conocerlo y de aprender a renunciar a uno mismo, seguir avanzando, reconociendo el gran amor que el Padre nos ha tenido, para hacer una sociedad mejor. Muriendo un poquito cada día."
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)

sábado, 16 de marzo de 2024

DISCUTÍAN SOBRE ÉL

  

Entre la gente se encontraban algunos que al oir estas palabras dijeron:
– Seguro que este hombre es el profeta.
Otros decían:
– Este es el Mesías.
Pero otros decían:
– No, porque el Mesías no puede venir de Galilea. La Escritura dice que el Mesías ha de ser descendiente del rey Davids y que procederá de Belén, del mismo pueblo de David.
Así que la gente se dividió por causa de Jesús. Algunos querían apresarle, pero nadie llegó a ponerle las manos encima.
Los guardias del templo volvieron a donde estaban los fariseos y los jefes de los sacerdotes, que les preguntaron:
– ¿Por qué no lo habéis traído?
Contestaron los guardias:
– ¡Nadie ha hablado nunca como él!
Los fariseos les dijeron entonces:
– ¿También vosotros os habéis dejado engañar? ¿Acaso ha creído en él alguno de nuestros jefes o de los fariseos? Pero esta gente que no conoce la ley está maldita.
Nicodemo, el fariseo que en una ocasión había ido a ver a Jesús, les dijo:
– Según nuestra ley, no podemos condenar a un hombre sin antes haberle oído para saber lo que ha hecho.
Le contestaron:
– ¿También tú eres galileo? Estudia las Escrituras y verás que ningún profeta ha venido de Galilea.
Cada uno se fue a su casa.

Seguimos de la misma manera. No nos ponemos de acuerdo con Él. De ahí, por ejemplo, la división de las Iglesias. También mucho alejamiento de la religión, es por una falsa idea de Dios, de Jesús, de lo que significa seguirle. ¿Mostramos con nuestra vida a los demás, qué es ser seguidor de Jesús? 
 
"Nicodemo, con su, aparentemente tímida defensa de Jesús, me hace pensar en el mundo de hoy y sus medios de comunicación. Aunque conocemos el dicho en inglés que recomienda “no juzgar a un libro por su portada”, los juicios sobre cosas, personas y acontecimientos son a menudo rápidos y sentenciosos. No juzgar un libro por su portada quiere decir, claro está, no juzgar por apariencias, por prejuicios o por lo que nos ha dicho alguien que ha dicho alguien sobre alguien… El Mesías no puede venir de Galilea, sino que tiene que venir de Belén y de la familia de David… “¡Pues eso!”, podría decir Jesús burlonamente: “infórmense, porque ciertamente nací en Belén y mi padre es de la familia de David.”
En nuestra sociedad a menudo se da por hecho lo que “el pensamiento único” se ha dado como absoluto con obligación de creerlo. Quienes no creen alguna de las “verdades” de este pensamiento, son negacionistas, retrógrados o algo peor. Pero la tímida defensa de Nicodemo podría servirnos para profundizar un poco: “¿Acaso nuestra ley condena a un hombre si oírlo primero y averiguar lo que ha hecho?” ¿Acaso no es Dios quien sondea el corazón y sabe la verdad de cada uno? ¿Acaso no es el buen corazón el que da buenos frutos? ¿No habría que mirar, más bien, a los frutos y a de dónde vienen -no geográfica o racialmente-, sino en su más profunda verdad?
El corazón del justo, el que ha de ser juzgado únicamente por Dios, sabe dónde está su refugio, como dice el Salmo. Y es en ese refugio donde está su más profunda verdad. Es el mismo refugio de Jesús, que sabe bien de dónde viene. Y el saber de dónde se viene es el que da la más absoluta seguridad: “tú llegas, Señor, a lo más hondo del corazón humano… Tengo mi escudo en Dios”.
La seguridad de Jesús, que se enfrenta en estos momentos finales a la muerte más cruel, es la que se apoya en esa verdad. La invitación de hoy sería a buscar la verdad más íntima y a confiar en el juicio de Dios más que en el propio. Y también a tener bien puesta la propia seguridad en ese escudo que aleja todo temor y que es más fuerte que cualquier juicio. Pero también es una invitación a desafiar los juicios y los pensamientos ligeros que se apoyan en algo tan efímero como una opinión generalizada o impuesta. A ser capaces, como Nicodemo, de desafiar esos juicios y confesar la verdad. De ver, o al menos poder intuir, que el juicio de Dios va a lo más profundo."
(Carmen Aguinaco, Ciudad Redonda)

viernes, 15 de marzo de 2024

NO LO RECONOCÍAN



Algún tiempo después andaba Jesús por la región de Galilea, pues no quería seguir en Judea porque los judíos lo buscaban para matarlo.  Se acercaba la fiesta de las Enramadas, una de las fiestas de los judíos,
Sin embargo, cuando ya se habían ido sus hermanos, también Jesús fue a la fiesta, aunque no lo hizo públicamente sino casi en secreto.
Hacia la mitad de la fiesta entró Jesús en el templo y comenzó a enseñar.
Algunos de los que vivían en Jerusalén empezaron entonces a preguntar:
– ¿No es a este a quien andan buscando para matarle? Pues ahí está, hablando en público, y nadie le dice nada. ¿Será que verdaderamente las autoridades creen que este hombre es el Mesías? Pero nosotros sabemos de dónde viene; en cambio, cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde viene.
Al oir esto, Jesús, que estaba enseñando en el templo, dijo con voz fuerte:
– ¡Así que vosotros me conocéis y sabéis de dónde vengo! Pues yo no he venido por mi propia cuenta, sino enviado por aquel que es digno de confianza y a quien vosotros no conocéis. Yo le conozco, porque vengo de él y él me ha enviado.
Entonces quisieron apresarle, pero nadie le echó mano porque todavía no había llegado su hora.

En Jerusalén no lo reconocieron. Vieron que predicaba pero no lo relacionaron con el Mesías. Este Jesús sabían de dónde venía, conocían su familia...El Mesías debería ser alguien maravilloso. ¿Lo reconocemos nosotros?¿Sabemos verlo en aquel que se nos acerca?¿En el pobre, el enfermo, el perseguido, el hambriento? Quizá también estamos esperando alguien extraordinario y no al verdadero Jesús, humilde, sencillo, misericordioso...

"Las noticias se dan tan rápidamente que a menudo no da tiempo a pasar de los titulares. Y los titulares son cada vez más cortos, porque no hay paciencia, ni disposición mental para ir más allá. Y, como lo dice el periódico, o el internet, o la tv, se cree a pies juntillas. Pero no da tiempo a ir al fondo de la cuestión. Este mal no es solo de tiempos modernos. Los del tiempo de Jesús decían que sabían de dónde venía: un galileo despreciado, el hijo de un artesano.
Pero era un galileo, un hijo del artesano algo distinto. “¿Así que saben de dónde vengo?”, dice. Pues habría que mirar un poco más allá. Siempre hay que mirar un poco más allá y el resultado es algo asombroso y maravilloso. A veces nos podemos quedar con la figura del Jesús histórico, en todo su sentido admirable y bueno. Un hombre extraordinario que pasó haciendo el bien. Un personaje que causa admiración por sus palabras y por su atractiva manera de ser. Pero hay que mirar un poco más allá: “Soy de él y él me envió”. Es decir, no es un hombre cualquiera, sino alguien que habla libremente, porque sabe de dónde viene. No es que le moleste ser de Galilea, sino que mira a su verdadero origen. No es que niegue a sus padres, sino que, además, apunta a su Padre, al origen divino. No es que no haga “buenas obras”, sino que ES la salvación.
La lectura del Libro de la Sabiduría presenta ese modo de pensar superficial que ha dominado muchas veces y hoy día sigue dominando: creen saber de dónde viene, pero se dan cuenta de que su presencia va mucho más allá, y eso molesta: “Presume de que conoce a Dios
y se proclama a sí mismo hijo del Señor. Ha llegado a convertirse en un vivo reproche
de nuestro modo de pensar y su sola presencia es insufrible, porque lleva una vida distinta de los demás y su conducta es extraña.”
Es decir, el Justo no se acopla a lo que es “normal”, a la superficialidad. Va más allá y eso obliga a pensar. Parece ser que el testimonio cristiano tiene que ir también más allá y quizá ser reproche y desafío. Difícil; pero nos obligaría a pensar más allá: a reconocer de dónde venimos de verdad y hacia dónde caminamos. Nos hará preguntarnos si llevamos una vida distinta a la de los demás. ¿En qué tendríamos que ser distintos? ¿Tenemos el valor de serlo?"
(Carmen Aguinaco, Ciudad Redonda)