martes, 4 de febrero de 2025

ÉL NOS DA LA VIDA

 


 Cuando Jesús regresó en la barca al otro lado del lago, se le reunió mucha gente, y él se quedó en la orilla. Llegó entonces uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, que al ver a Jesús se echó a sus pies suplicándole con insistencia:
– Mi hija se está muriendo: ven a poner tus manos sobre ella, para que sane y viva.
Jesús fue con él, y mucha gente le acompañaba apretujándose a su alrededor. Entre la multitud había una mujer que desde hacía doce años estaba enferma, con hemorragias. Había sufrido mucho a manos de muchos médicos, y había gastado cuanto tenía sin que le hubiera servido de nada. Al contrario, iba de mal en peor. Esta mujer, al saber lo que se decía de Jesús, se le acercó por detrás, entre la gente, y le tocó la capa. Porque pensaba: “Tan sólo con que toque su capa, quedaré sana.” Al momento se detuvo su hemorragia, y sintió en el cuerpo que ya estaba sanada de su enfermedad. Jesús, dándose cuenta de que había salido de él poder para sanar, se volvió a mirar a la gente y preguntó:
– ¿Quién me ha tocado?
Sus discípulos le dijeron:
– Ves que la gente te oprime por todas partes y preguntas: ‘¿Quién me ha tocado?’
Pero Jesús seguía mirando a su alrededor para ver quién le había tocado. Entonces la mujer, temblando de miedo y sabiendo lo que le había sucedido, fue y se arrodilló delante de él, y le contó toda la verdad. Jesús le dijo:
– Hija, por tu fe has sido sanada. Vete tranquila y libre ya de tu enfermedad.
Todavía estaba hablando Jesús, cuando llegaron unos de casa del jefe de la sinagoga a decirle al padre de la niña:
– Tu hija ha muerto. ¿Para qué molestar más al Maestro?
Pero Jesús, sin hacer caso de ellos, dijo al jefe de la sinagoga:
- No tengas miedo. Cree solamente.
Y sin dejar que nadie le acompañara, aparte de Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, se dirigió a casa del jefe de la sinagoga. Allí, al ver el alboroto y la gente que lloraba y gritaba, entró y les dijo:
– ¿Por qué alborotáis y lloráis de esa manera? La niña no está muerta, sino dormida.
La gente se burlaba de Jesús, pero él los hizo salir a todos, y tomando al padre, a la madre y a los que le acompañaban, entró donde estaba la niña. La tomó de la mano y le dijo:
– Talita, cum (que significa: “Muchacha, a ti te digo: levántate.”)
Al momento, la muchacha, que tenía doce años, se levantó y echó a andar. Y la gente se quedó muy impresionada. Jesús ordenó severamente que no se lo contaran a nadie, y luego mandó que dieran de comer a la niña.

Hoy nos encontramos ante dos personas a las que todos dan por perdidas. La hemorroísa es incurable. La hija de Jairo ha muerto. Pero la hemorroísa confía plenamente en Jesús y vence todas las barreras hasta llegar a él. Jairo, el padre de la niña, sigue confiando en Jesús aunque le han dicho que ya ha muerto.
La lección es clara. No debemos dar a nadie por perdido. Ni aunque sea evidente que no tiene remedio. Jesús se deja tocar por una impura y tiende la mano a un cadáver. La mujer y la niña vuelven a la vida. Él nos da la vida a todos, aunque parezca imposible. ´Jesús siempre está junto a nosotros transmitiéndonos la Vida.

"Dos milagros, uno “gordo”, en comparación con el otro. Una curación, aunque sea muy importante, y una vuelta a la vida. En ambos casos, se resalta la importancia de la fe, de la mujer con flujo de sangre, por un lado, y del padre de la niña, por otro. Por la fe se pusieron en camino, se acercaron al Señor, lucharon entre la multitud para llegar al Maestro, una para sólo tocar su manto, el otro para hablar y pedirle que se fuera con él.
En esto dos milagros se nos invita a pensar sobre la fe, la esperanza y la misericordia de Dios. En estos versículos, Jesús realiza dos actos de compasión profunda: la curación de la hija de Jairo, un líder de la sinagoga, y la sanación de una mujer que padecía hemorragias desde hacía doce años. Ambas historias se entrelazan en un mensaje claro sobre la confianza en el poder divino.
Jairo, un hombre de una posición destacada, se acerca a Jesús, totalmente desesperado. Su hija, que está al borde de la muerte, lo ha llevado a buscar la ayuda de aquel Maestro que ha hecho tanto bien en Galilea. La actitud de Jairo, que deja a un lado su orgullo y su estatus para rogar por la vida de su hija, nos muestra un corazón humilde y abierto a la intervención de Dios. Su fe en Jesús es el motor de la sanación, pues cree que Él puede salvar a su hija. Este acto de fe es respondido por Jesús, quien le dice: «No temas, basta que tengas fe». La invitación de Jesús a Jairo nos llama a confiar en Él incluso cuando las circunstancias parecen ser las más adversas. Casi mortales.
Mientras Jesús se dirige hacia la casa de Jairo, se entrelaza otro episodio: una mujer que lleva doce años sufriendo de hemorragias crónicas se acerca a Jesús con la firme intención de tocar su manto. Esta mujer, al igual que Jairo, está desesperada, pero su fe es tal que cree que con solo tocar el manto de Jesús será sanada. A pesar de la multitud que rodea a Jesús, ella logra acercarse y, al instante, siente que su cuerpo ha sido curado. Jesús, al darse cuenta de lo que ha sucedido, se detiene y pregunta: «¿Quién me ha tocado?» Esta pregunta, aunque parece dirigida a una multitud, tiene una intención clara: sacar a la mujer de la oscuridad de su sufrimiento y hacerle comprender que ha sido su fe la que la ha sanado. «Tu fe te ha salvado», le dice Jesús, restaurando no solo su salud física sino también su dignidad social y espiritual.
Este pasaje nos muestra dos aspectos clave de la fe: la persistencia y la confianza. Jairo no permite que la muerte de su hija o las noticias negativas lo alejen de la esperanza en Jesús. La mujer, por su parte, no se deja vencer por la multitud ni por su enfermedad, sino que persiste en su deseo de ser sanada por Jesús, creyendo que su poder es suficiente. Ambos ejemplos nos enseñan que la fe en Jesucristo no es simplemente algo pasivo, sino una fe activa que nos lleva a buscarle con insistencia y a confiar plenamente en su poder de sanación y restauración.
Finalmente, este texto también nos recuerda la compasión infinita de Dios. Jesús no hace distinciones entre las personas, sino que atiende a todos aquellos que, con fe, se acercan a Él. La respuesta de Jesús ante la fe de Jairo y de la mujer demuestra que no importa el estatus social, la enfermedad o el sufrimiento; Dios siempre está dispuesto a sanar, restaurar y dar vida.
Que este pasaje nos impulse a renovar nuestra fe, a acercarnos a Jesús con confianza y a creer que, en Él, encontramos la verdadera curación, tanto en cuerpo como en alma."
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)

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