También habéis oído que antes se dijo: ‘Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo.’ Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, pues él hace que su sol salga sobre malos y buenos, y envía la lluvia sobre justos e injustos. Porque si amáis solamente a quienes os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¡Hasta los que cobran impuestos para Roma se portan así! Y si saludáis solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¡Hasta los paganos se portan así! Vosotros, pues, sed perfectos, como vuestro Padre que está en el cielo es perfecto.
Lo que hoy nos pide Jesús nos parece imposible. Ya es difícil amar a aquellos que no nos aman, para los que no contamos, somos indiferentes...Pero, ¿amar a los que nos odian? Jesús nos pide que le imitemos. El murió incluso para salvar a aquellos que le estaban matando. Pidió su perdón en el momento de su muerte.
Seguir a Jesús es un camino. No podemos amar a quienes nos odian en un momento. Es un proceso, un trayecto que debemos seguir. Una lucha a realizar en nuestra vida. Un camino que hacemos junto a Él. Jesús nos da fuerzas y siempre estará a nuestro lado. Poco a poco, con su ayuda, lograremos amar a todo el mundo. Lograremos ser como Él: Amor.
"Este es uno de esos textos evangélicos en que se ve que Jesús no se deja llevar por la prudencia que debe tener todo gobernante o todo líder y termina cayendo en una radicalidad que está totalmente fuera de lugar. Uno se pregunta quiénes serían sus asesores para llegar a hacer declaraciones como éstas. Y también se entiende que Jesús terminase como terminó: muriendo malamente en la cruz. No podía ser de otra manera.
En aquel mundo, como el de ahora, había muchas fronteras. A pesar de que el imperio romano era uno y ocupaba la mayor parte del mundo conocido de la época, seguía habiendo muchas fronteras, muchos muros que separaban a unos pueblos de otros, a unas familias de otras, a unas tradiciones de otras, a unas religiones de otras, a unas lenguas de otras. Y ya se sabe que el “otro”, casi por definición, suele ser visto como una amenaza, como un enemigos. En eso, después de que hayan pasado dos mil años, no nos diferenciamos mucho. Seguimos llenos de fronteras que separan. Levantamos muros de contención, no para evitar que pasen las mercancías sino sobre todo para evitar que pasen las personas. Nadie, en especial los políticos, sabe que hacer con la inmigración, con las personas que salen de su país en busca de una vida mejor. Y se les termina viendo como una amenaza, como gente que nos viene a quitar lo nuestro, como posibles delincuentes. En definitiva, como enemigos. Y los inmigrantes son solo un ejemplo. Abundan las rencillas que dividen y ponen fronteras entre familias y dentro de las familias, entre los seguidores de un equipo deportivo y otro o de una ideología y otra.
Y ahí nos viene Jesús a decirnos que hay que amar a los enemigos. Nos parece imposible pero es verdad. Es que así es el Reino de Dios. Un Dios que ES amor no puede ser de otra manera. Ama a todos sin excepción, sin condiciones. Y nos invita a nosotros a seguirle y a hacer lo mismo. Aquí no cuentan las prudencias humanas. Lo que cuenta son las manos abiertas, capaces de crear paz y reconciliación y fraternidad. Porque si el Reino no se hace con ese cemento del amor, ¿en que se queda entonces?"
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)
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