domingo, 30 de noviembre de 2025

YA ESTÁ AQUÍ

 


Como sucedió en tiempos de Noé, sucederá también en la venida del Hijo del hombre. Antes del diluvio, y hasta el día en que Noé entró en el arca, la gente comía, bebía y se casaba. Pero cuando menos lo esperaban, vino el diluvio y se los llevó a todos. Así será también en la venida del Hijo del hombre. En aquel momento estarán dos hombres en el campo: a uno se lo llevarán y al otro lo dejarán. Dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a la otra la dejarán.
Permaneced despiertos, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Entended que si el dueño de una casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, permanecería despierto y no dejaría que nadie entrara en su casa a robar. Así también, vosotros estad preparados, porque el Hijo del hombre vendrá cuando menos lo esperéis.
(Mt 24,37-44)

Debemos estar despiertos, porque Él ya está aquí. Debemos vivir amando a todos, sirviendo, ayudando...Así Él nos encontrará amando...
 
"Como sabéis, hoy comenzamos el nuevo año litúrgico, distinto del año civil, o del curso escolar y del calendario laboral. El año litúrgico comprende también doce meses, pero no está dividido en cuatro estaciones, sino en tiempos de distinta duración. Es que en el año litúrgico no manda el clima, ni se divide según los solsticios y los equinoccios. En el año litúrgico cristiano manda la historia de las relaciones de Dios con nosotros; por tanto, manda la historia de Jesús, pues en Jesús Dios ha entablado con nosotros una Alianza Nueva. El centro del año litúrgico lo ocupa la Pascua de Resurrección del Señor o, si queréis, el Triduo Pascual que abarca del Jueves Santo al Domingo de Resurrección; le sigue el tiempo pascual, que dura siete semanas y lo precede el tiempo de Cuaresma, que dura seis semanas. Y hay otros dos tiempos especiales: el Adviento, con cuatro semanas de duración y la Navidad, con dos semanas más o menos alargadas. Después de Navidad y después de Pascua vivimos el tiempo ordinario.
En el tiempo de Adviento nuestra liturgia romana celebra la doble venida de Nuestro Señor Jesucristo. Por un lado, estas semanas preparan para la fiesta del nacimiento de aquel que, con su primera venida entre los hombres, cumplió las antiguas promesas y abrió el camino de la salvación y con ello participan en la memoria de la aparición reveladora y salvadora del Señor. Por otra parte, no nos detenemos sólo en el primer descenso, sino que esperamos el segundo.  (San Cirilo de Jerusalén). El recuerdo de la venida del Señor en humildad despierta y fortalece la alegre y confiada espera del retorno de Cristo «en la majestad de su gloria».
(...) El Evangelio os habrá resultado bastante extraño. Es como cuando percibimos frases sueltas de una conversación que están teniendo otros y que llega hasta nuestros oídos como a oleadas: ahora se oye, luego no se oye nada, de nuevo se vuelve a captar alguna palabra. Parecen cabos sueltos. Pero hay cosas bien claras. Por ejemplo, lo que se nos dice de lo que sucedió en tiempos de Noé: la gente comía, bebía, se casaba. De una forma plástica nos presenta Jesús una situación en que la vida de la gente se desenvolvía en las ocupaciones y acontecimientos normales de la vida ordinaria: comer, beber, casarse. Pero de repente vino la catástrofe que no se esperaban.
Podemos recoger una lección para nuestra vida. No se nos pide que abandonemos las ocupaciones de esos calendarios a que hacíamos referencia al principio: el calendario laboral, el calendario escolar, el calendario de nuestras relaciones y compromisos con los demás, donde entran también las fiestas y las bodas. Pero algo puede cambiar. Concretamente, podemos sentir la llamada a dar hondura a nuestra vida. Aprendamos a vivir las cosas desde Dios y hacia Dios; que todas nuestras acciones procedan de Él como su fuente y tiendan siempre a Él como a su fin.
Jesús muestra lo importante que es no apegarse a las cosas de este mundo. Nos preparamos para la segunda venida de Cristo. Eso nos obliga a vivir atentos. Porque no sabemos ni el día ni la hora. Y, en ese tiempo de espera, hay muchas dificultades que acechan al pueblo de Dios. Problemas ha habido siempre. Y los habrá. Lo importante es estar preparados para reaccionar como Dios quiere. ¿Cuándo llegará ese momento para nosotros? No lo sabemos. Puede ser nuestra propia muerte, o puede ser un momento decisivo en el que se resuelva algo importante. Puede encontrarnos «en el campo» o «moliendo». Y lo más importante aquí no es dónde nos encontremos, sino lo que hay en nuestro corazón, cómo vivimos a la espera de ese momento.
No hay que prepararse para ese momento determinado como si fuera un «examen». Jesús nos llama a vivir de tal manera que estemos preparados para el encuentro en todo momento. El hombre no ve la diferencia entre dos trabajadores en un mismo campo. Pero Dios mira profundamente en el corazón y nos ve tal como somos. ¿En qué pensaremos en el momento más importante, en el momento de la elección, de la catástrofe, de la muerte? ¿En las cosas olvidadas en casa? ¿En la opinión de la gente? Quizás también en eso. Aunque si no tenemos lo principal, lo que lo supera todo, si no tenemos el amor que determina nuestra elección, ninguna cosa nos salvará del vacío interior. Ante Dios nos presentaremos tal y como seamos en ese momento.
¿Soy capaz de encontrar a Dios en lo cotidiano? ¿No lo estoy sustituyendo por mis ídolos: el éxito, la comodidad o cualquier otra cosa? ¿Qué es lo más importante para mí, en qué vivo? Intentemos hablar hoy de ello con Él.
Me parece que tenemos por delante una hermosa tarea durante estas cuatro semanas: preparar nuestro interior como si fuera una cuna que va a recibir a Aquél que nos da la vida. El tren de la esperanza va a pasar por delante de nosotros, no lo perdamos, subamos a él y valoremos todo lo bueno que vamos encontrando en nuestro camino. Seamos también nosotros portadores de esperanza, esperanzados y esperanzadores. Así podemos conseguir que todos los que viajamos en el mismo tren de la vida podamos construir la nueva humanidad que viaja hacia la Jerusalén celestial. Seamos profetas de la esperanza, no del desaliento. El mundo está cansado de agoreros y necesitamos hombres colmados de esperanza."
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad redonda)

sábado, 29 de noviembre de 2025

PERMANECED VIGILANTES

 


Tened cuidado y no dejéis que vuestro corazón se endurezca por los vicios, las borracheras y las preocupaciones de esta vida, para que aquel día no caiga de pronto sobre vosotros como una trampa; porque así vendrá sobre todos los habitantes de la tierra. Permaneced vigilantes, orando en todo tiempo para que podáis escapar de todas esas cosas que van a suceder, y para que podáis presentaros delante del Hijo del hombre.
(Lc 21,34-36)

Jesús nos pide que permanezcamos vigilantes y que oremos. Vivimos en una sociedad llena de desgracias. Debemos vigilar para no dejarnos llevar por el mal y orar para tener fuerzas para resistir. Mañana empieza el Adviento. El Señor se acerca. Hay que saberlo esperar orando y vigilando haciendo el bien.

"Aunque las tiendas ya estén vendiendo regalos de Navidad y las calles ya hayan (precipitadamente) empezado a engalanarse con luces, todavía no hemos entrado siquiera en el Adviento. Así que ese goce navideño que ya se anuncia está hoy un poco empañado por el “Prepárense para la tribulación que viene”. Lo cierto es que la tribulación siempre está viniendo y siempre está aquí.  Siempre habrá dolor, privaciones, angustias económicas, enfermedades, preocupación por nuestros jóvenes, muertes de familiares y amistades. El teléfono que suena en medio de la noche para dar una mala noticia siempre es una posibilidad. Y muy frecuentemente también habrá la tribulación de aguantar críticas y ridículo por nuestra fe. Por eso, parece algo justificado envolverlo todo en anuncios de luz, alegría, comilonas familiares, montañas de regalos. O, incluso durante el año, buscar la diversión interminable, el festival popular, las observaciones de todo día posible, incluso el de la croqueta. Podemos acallar interminablemente nuestra justa preocupación por las cosas que pueden pasar y que, de hecho, pasan. Divertirnos, tomar unas vacaciones, emborracharnos de distracciones. Las oportunidades se dan continuamente y nos vienen casi sin buscarlas. Todo ese ruido adormece a menudo la luz interior que indica dónde está la verdadera felicidad.
Pero, en la otra cara de la moneda, la luz de Navidad es en realidad la más cierta. Y esa es eterna. Por tanto, hay una justificación más profunda para los adornos, las luces y la algarabía. Pero hay que esperar un poco y dar a las cosas su propio espacio. Ahora seguramente toca mirar la tribulación con realismo y aceptarla. Y prepararse para llevarla según el querer de Dios, sabiendo que, más allá, está el Adviento, la venida de quien sufrió la tribulación en su propia carne, y también la venida gloriosa que anuncia la salvación, que enjugará toda lágrima, que destruirá todo dolor. Pero si no se mira a la tribulación ahora, las luces carecerán de sentido, porque solo estarán anunciando vacío, algo sin raíz ni meta."
(Carmen Fernández Aguinaco, Ciudad Redonda)

viernes, 28 de noviembre de 2025

ESTÁ CERCA

  


También les propuso Jesús esta comparación: Mirad la higuera, o cualquier otro árbol: cuando veis que ya brotan sus hojas, comprendéis que el verano está cerca. De la misma manera, cuando veáis que suceden esas cosas, sabed que el reino de Dios ya está cerca.
Os aseguro que todo ello sucederá antes que haya muerto la gente de este tiempo. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.

El reino de Dios está cerca, pero no sabemos verlo. Vemos las desgracias de nuestro mundo actual, pero no sabemos ver que la Palabra está con nosotros. Esta es nuestra esperanza: todo pasará, pero la Palabra no pasará. Una Palabra que es Amor y nos enseña a amar. Una Palabra que nos muestra a un Dios misericordioso que está por encima de todas las desgracias. La Palabra de un Dios que nos ama.

"Entre las “alegrías” litúrgicas que nos dimos después del Concilio Vaticano II había un Santo que tenía estas palabras como estribillo. “No, no, no pasará, nononono no no pasará…”  Se cantaba a ritmo bailable, y con eso parecía trivializarse un poco la solemnidad del “cielo y tierra pasarán” y sobre todo, del propio Santo de los santos…  El anuncio de que cielo y tierra pasarán (sobre todo en estos tiempos sombríos de amenazas lúgubres de catástrofe por el cambio climático) no parece razón para bailar y dar palmas. Es como celebrar un funeral a ritmo de salsa o merengue incluso si es con la promesa y la certeza de la resurrección. El anuncio es muy serio: cielo, tierra, todo, va a pasar. Por si habíamos disfrutado nuestra estancia en la tierra, se nos hace la advertencia de que todo es pasajero.  La promesa de lo que viene después es, ciertamente, mucho mejor, pero nos aboca a algo desconocido y misterioso y por tanto, algo que causa algo de temor y para lo cual hay que aferrarse firmemente a la fe en la promesa.
La insistencia de las lecturas de hoy va dirigida a leer bien los signos de los tiempos. ¿Cómo permanecer en la fe y la esperanza de que el Reino de Dios no será arrebatado? ¿Cómo reconocer que lo presente, tanto lo doloroso como lo más alegre, es pasajero? Y si es pasajero, ¿para qué seguir esforzándose?  ¿Cómo vivir en este mundo con la paz de quien sabe que nada es para siempre, pero que la Palabra, el Cristo vivo y encarnado, siempre estarán aquí? El seguir caminando, sabiendo que todo acaba se debe al convencimiento de que la Palabra no acaba. Es decir, que por mucho que todo lo visible, lo tangible, lo perecedero pase, ya estamos viviendo y gozando de lo que no acaba. Quizá eso sí fuera motivo suficiente para bailar y gozar; no como quien está en un fiestuco, sino como quien goza del Banquete Eterno."
(Carmen Fernández Aguinaco, Ciudad Redonda)

jueves, 27 de noviembre de 2025

LEVANTAD LA CABEZA!

 


Cuando veáis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed que pronto será destruida.  Entonces los que estén en Judea, que huyan a las montañas; los que estén en Jerusalén, que salgan de la ciudad; y los que estén en el campo, que no regresen a ella. Porque serán días de castigo en los que se cumplirá cuanto dicen las Escrituras. ¡Pobres de las mujeres que en aquellos días estén embarazadas o tengan niños de pecho!, porque habrá mucho dolor en el país y un castigo terrible contra este pueblo. A unos los matarán a filo de espada, a otros los llevarán prisioneros por todas las naciones, y los paganos pisotearán Jerusalén hasta que se cumpla el tiempo que les ha sido señalado.
Habrá señales en el sol, la luna y las estrellas. En la tierra, las naciones estarán confusas y angustiadas por el ruido terrible del mar y de las olas. La gente se desmayará de espanto pensando en lo que ha de sucederle al mundo, pues hasta las fuerzas celestiales se tambalearán. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, animaos y levantad la cabeza, porque muy pronto seréis liberados.

No debemos perder la esperanza. Es el mensaje que nos da el evangelio de hoy. Han habido, hay y habrán guerras y desgracias. Pero nuestra liberación está cerca. Ya está aquí. Depende de nosotros el saber verla. El poner en práctica lo que Dios nos pide: Amar a todo el mundo, amar a Dios. El Amor será nuestra salvación.

"Si viene una catástrofe (como un huracán, un terremoto o algún fenómeno climático alarmante), o una guerra, lo más prudente es esconderse, buscar un lugar seguro y esperar a que pase todo y que milagrosamente nos salvemos.
Hoy, como tan a menudo, el Evangelio nos da una recomendación paradójica: al ver desastres, catástrofes, guerras y levantamientos, en lugar de esconderse en una cueva con una resignada desesperación, levantar la cabeza. Cuando vean estas cosas, levanten la cabeza, porque su salvación está cerca. Es lo contrario de lo que muchas veces piden grupos que anuncian el fin del mundo: huir a una cueva, al monte y esperar la “rapture”, es decir, el levantamiento de los justos que irán al cielo mientras que otros se condenan. Pero no es esa la visión a la que se anima hoy. Desde los primeros tiempos del cristianismo se ha estado esperando esta segunda venida, y una y otra vez a lo largo de los siglos se han visto catástrofes, violencia, guerras, desastres, corrupciones… Y una y otra vez, se recomienda a los cristianos que levanten la cabeza porque está cerca la liberación. ¿Y qué pasa después? Pues todo parece seguir, reconstruyendo desde la destrucción, guardando luto por quienes faltan, empezando a veces desde cero. Quienes no sean creyentes, o los escépticos podrían decir que todos los años vemos lo mismo y nunca llega esa salvación tan anunciada… Y nosotros mismos podríamos casi desesperar de esa venida futura que nunca parece llegar. ¿O es que estamos ciegos y sordos?
La verdad es otra y es que esa salvación no es solamente que esté cerca; ya está aquí. En estos últimos días de noviembre, siempre está ahí la insistencia apocalíptica y escatológica. La visión cierta es que la salvación está cerca y es verdad. Las lecturas de estos días simplemente afirman una verdad: la próxima Navidad celebra algo para lo que ya no hay espera: la salvación completa y final que ya está aquí de alguna manera. La promesa es cierta y ya está realizada, aunque nos cueste verlo y escucharlo. Levanten la cabeza y miren: aquí está la salvación. Dentro; ya, pero todavía no."
(Carmen Fernández Aguinaco, Ciudad Redonda)

miércoles, 26 de noviembre de 2025

GANARSE LA VIDA



 Pero antes de eso os echarán mano y os perseguirán: os llevarán a juicio en las sinagogas, os meterán en la cárcel y os conducirán ante reyes y gobernadores por causa mía. Así tendréis oportunidad de dar testimonio de mí. Haceos el propósito de no preparar de antemano vuestra defensa, porque yo os daré palabras tan llenas de sabiduría que ninguno de vuestros enemigos podrá resistiros ni contradeciros en nada. Pero seréis traicionados incluso por vuestros padres, hermanos, parientes y amigos. Matarán a algunos de vosotros y todo el mundo os odiará por causa mía, pero no se perderá ni un solo cabello de vuestra cabeza. ¡Permaneced firmes y salvaréis vuestra vida!

Estos evangelios de final del año litúrgico nos presentan las dificultades que hemos de padecer para seguir a Jesús. Pero a la vez nos iluminan en la esperanza, porque es a través de las dificultades que ganamos la Vida. La verdadera Vida junto a Jesús, la de Hijos del Padre. El Espíritu estará con nosotros y pondrá sus palabras en nuestra boca. No debemos desfallecer. El premio es la Vida.

 " (...) En el evangelio se nos dice a todos que no temamos; que se nos darán las palabras necesarias para nuestra defensa. Que, ciertamente, esos poderes malignos han sido encontrados deficientes y caerán. Pero, ¿cuándo?
Otra mirada, algo más profunda nos hace mirarnos en un espejo. Creo que a veces todos quisiéramos ser Daniel, seguros en la denuncia, confiados en la propia inocencia… pero otras veces nos encontramos temblando porque quizá lo escrito en el muro se pueda referir a nosotros mismos: que tenemos los días contados y que hemos sido encontrados a faltar, que la fuerza y autosuficiencia que pensábamos tener no es tanta.
A veces quisiéramos buscar por todos los medios capas, escondites, maneras de disimular esa deficiencia escrita en el muro que nos mira como espejo. Dudamos por si quienes nos persiguen tienen el argumento correcto. Nuestros días, de hecho, están contados. Y sabemos bien las propias limitaciones y deficiencias.
Pero entonces, solo quedará volvernos a la palabra consoladora del Evangelio. A pesar de las palabras aterradoras del muro, sabemos que ni un cabello de la cabeza se perderá, por la inmensa misericordia de Dios. Aunque no seamos Daniel con la justicia en nuestra mano. Aunque seamos los que tenemos huecos y deficiencias. Os perseguirán y entregarán, pero ni un cabello de vuestra cabeza se perderá… Porque no será el juez castigador, sino el misericordioso quien escribirá en nuestro muro. Y será él mismo quien nos dé las palabras de nuestra defensa, por si, avergonzados, no las podemos encontrar. Solo nos queda volvernos a él en confianza."
(Carmen Fernández Aguinaco, Ciudad Redonda)

martes, 25 de noviembre de 2025

ESPERAR EN ÉL

 


Algunos estaban hablando del templo, de la belleza de sus piedras y de las ofrendas que lo adornaban. Jesús dijo:
– Vienen días en que de todo esto que estáis viendo no quedará piedra sobre piedra. ¡Todo será destruido!
Preguntaron a Jesús:
– Maestro, ¿cuándo ocurrirán esas cosas? ¿Cuál será la señal de que ya están a punto de suceder?
Jesús contestó: Tened cuidado y no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos haciéndose pasar por mí y diciendo: ‘Yo soy’ y ‘Ahora es el momento’, pero no los sigáis. Y cuando oigáis alarmas de guerras y revoluciones no os asustéis, pues aunque todo eso tiene que ocurrir primero, aún no habrá llegado el fin.
Siguió diciéndoles: Una nación peleará contra otra y un país hará guerra contra otro; en diferentes lugares habrá grandes terremotos, hambres y enfermedades, y en el cielo se verán cosas espantosas y grandes señales de amenaza.

Mirando nuestra sociedad puede parecer que ya han llegado los últimos tiempos. En realidad, estas desgracias siempre han sucedido; pero en estos tiempos nos enteramos de todo lo que ocurre, aunque sea muy lejos de nosotros, y casi al instante de suceder. No debemos perder la esperanza. Jesús nos señala que debemos pasar por muchas dificultades. Que lo que existe, por bello que sea, un día será destruido. Pero también nos dice que no nos dejemos engañar. Sólo en Él tenemos esperanza y no en falsos profetas. Todo puede ser destruido menos Jesús, que venció a la muerte.

"Estas cosas tienen que pasar antes de la victoria. Pero no aterrorizarse podría no ser posible.  Porque las cosas que estamos viendo —guerras, divisiones, invasiones, persecución a la fe— son como para dar bastante terror. La situación del mundo no es nada halagüeña. Corrupción, mentira, engaños, persecuciones, guerras, el hambre como arma política, las catástrofes naturales. Y hacia adentro, rencillas internas, rencores del pasado, competición y envidias. A veces podría parecer que el Halloween que se celebró a principios de mes, con sus horribles y feísimas imágenes se quedó corto. Los monstruos presentes, mucho más reales y peligrosos, producen un verdadero pavor. Y leer a Daniel en estas circunstancias refuerza el sentido de apocalipsis final y de acontecimientos terroríficos.
Por otro lado, la visión del gigante con pies de barro de Daniel, que produce espanto, también podría dar un poco de risa: nos asegura que nada ni nadie tienen suficiente poder como para no romperse. Nos podemos reír de ese poder tan efímero. Al final, toda la maldad y la fealdad de lo que nos rodea, parece decir Daniel, se pulverizarán. Y esto quizá sea la mejor razón para no aterrorizarse. Pero esta seguridad no vendrá sin perseverancia. Para perseverar hace falta mirar, una y otra vez al gigante pulverizado para recordar quiénes somos y qué esperamos. Para perseverar hay que mantener una difícil calma alimentada por la oración y el esfuerzo diario por hacer el bien. Para perseverar hay que mirar alto y lejos. Y hay que mirar también bajo y cerca para celebrar el bien que tenemos al lado de las personas de nuestro alrededor que sencilla y tercamente siguen viviendo en verdad. No es que se vaya a negar la realidad dolorosa, terrible y profundamente preocupante; pero sí aferrarse a la belleza, la verdad y la bondad que son Dios mismo, trabajando para sembrar un poco de esa verdad y belleza en medio de tanta fealdad y mentira."
(Carmen Fernandez Aguinaco, Ciudad Redonda)





lunes, 24 de noviembre de 2025

DARLO TODO

  


Jesús estaba viendo cómo los ricos echaban dinero en las arcas de las ofrendas, y vio también a una viuda pobre que echaba dos monedas de cobre. Entonces dijo:
– Verdaderamente os digo que esta viuda pobre ha dado más que nadie, pues todos dan sus ofrendas de lo que les sobra, pero ella, en su pobreza, ha dado todo lo que tenía para su sustento.

La viuda entregó todo lo que tenía. Pensó en los demás, antes que en ella misma. Jesús nos pide que nos entreguemos totalmente, que demos nuestra vida como hizo Él. Y esto se puede hacer desde la pobreza, desde la sencillez. Cuando somos "ricos" buscamos ser más, tener, dominar...Es desde la sencillez, la humildad que antepondremos el bien del otro al nuestro.

"Cuando vamos a dar o pagar algo, tanto si es material como si es tiempo o esfuerzo de alguna manera, normalmente hacemos una especie de presupuesto: ¿habrá suficientes recursos para otras cosas que necesitamos hacer? ¿Tenemos un plan de acción donde encajamos lo que vamos a dar gratis junto con lo que nos produce beneficios personales? Normalmente no damos “a lo loco”. Al mirar a esta viuda del evangelio, que sí parece dar a lo loco, podríamos hacer varias interpretaciones, más o menos cínicas. ¿Da porque es una descuidada y poco previsora? ¿da porque podría ser lo último que hiciera al final de su vida y ya no le importa nada? ¿O da sus dos moneditas –probablemente lo único que tiene– para que Dios se compadezca y la bendiga con más? Como el Evangelio no lo explica, quedémonos simplemente en que da por pura generosidad y amor. Y esta debe ser la verdadera interpretación, puesto que Jesús la alaba.
Cada uno podemos ser la viuda en todas sus variaciones. Y siempre tenemos que mirar a nuestras motivaciones. La última motivación, la de la pura generosidad, es la más noble, y a la que nos gustaría seguramente acogernos. Pero no siempre es así. Pero quizás una pregunta importante más bien sea cuáles son nuestras dos moneditas. ¿Qué cosas tenemos (materiales o de talentos o tiempo) que queremos o debemos por responsabilidad cuidar? ¿A qué cosas nos parece que solemos aferrarnos? ¿Cómo deberíamos presupuestar tiempo, dinero, talento? ¿Con qué cosas podríamos comerciar? ¿Cuáles nos parecen ya inútiles y por lo tanto desechables…? Quizá entonces, al mirar nuestras dos moneditas viéramos que tenemos mucho más que dos, algunas necesarias, otras no tanto. Pero la llamada sigue siendo la misma: dar hasta lo último, no solo lo no necesario, no solo la calderilla, sino hasta la última gota.
El evangelio de hoy a menudo va emparejado en el Leccionario a la lectura de la viuda de Elías, que dio el último aceite y la última harina que tenía como actos de suprema entrega antes de morir. No murió. Se le multiplicó el pan. Siempre que tengamos la sinceridad de mirar bien, veremos que se nos multiplica a nosotros lo poquísimo que hemos dado, a veces con esfuerzo y temor a perderlo todo. Y entonces, el seguir dando puede ser una experiencia gozosa, por la seguridad de tanta gracia y vida derramada."
(Carmen Fernández Aguinaco, Ciudad Redonda)

domingo, 23 de noviembre de 2025

EL REINO DEL AMOR

  



La gente estaba allí mirando; y hasta las autoridades se burlaban de él diciendo:
– Salvó a otros; ¡que se salve a sí mismo ahora, si de veras es el Mesías de Dios y su escogido!
Los soldados también se burlaban de Jesús. Se acercaban a él y le daban a beber vino agrio, diciéndole:
– ¡Si eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo!
Y sobre su cabeza había un letrero que decía: “Este es el Rey de los judíos.”
Uno de los malhechores allí colgados le insultaba, diciéndole:
– ¡Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros!
Pero el otro reprendió a su compañero diciendo:
– ¿No temes a Dios, tú que estás sufriendo el mismo castigo? Nosotros padecemos con toda razón, pues recibimos el justo pago de nuestros actos; pero este no ha hecho nada malo.
Luego añadió:
– Jesús, acuérdate de mí cuando comiences a reinar.
Jesús le contestó:
– Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso.

Jesús es un rey diferente. Su trono es la Cruz. Su reino es el Reino del Amor. Nuestros reinoso y repúblicas buscan el poder, el dinero, la fuerza...Jesús se entrega totalmente, da su vida en la Cruz por nosotros. Nos invita a hacer lo mismo. A participar de su Reino: el Reino del Amor. Si nos entregamos a los demás, si amamos a todo el mundo, formamos parte de su reino.

" (...) Sabemos que reyes ha habido muchos a lo largo de la historia. Y la mayoría quisieron gobernar sobre bases erróneas. No puede subsistir mucho tiempo una sociedad humana construida sobre la mentira, la violencia, la fuerza bruta, la falta de respeto a los derechos de las personas, y en especial a los derechos de los más débiles, la destrucción de los disidentes, la desconfianza sistemática, la delación. Por mucho que la maquillemos con los medios de propaganda, es una sociedad mortalmente enferma. La antigua Unión Soviética, o muchas dictaduras de América Latina son buena prueba de ello. Hemos descubierto cómo los grandes estados de rostro inhumano eran en realidad monstruos con pies de barro.
Frente a esto, se nos presenta la vida de Jesús; un hombre insignificante a los ojos de la “carne” sin ningún otro poder que el poder de convicción de su palabra: ni poder económico, ni fuerzas armadas, sin fasto de ningún tipo. Un Rey atípico. Nació en un pesebre, no en un palacio; trabajó para ganarse el pan. Ejercía sólo una autoridad con rostro humano. No se basaba en la fuerza, sino en el “enamoramiento”, en el dejarse encontrar por todos. Zaqueo, la mujer samaritana, Mateo, María Magdalena… Muchos fueron convencidos por el ejemplo y el testimonio de Cristo. Un rey muy especial.
A ese Rey, los jefes del pueblo lo tientan con la tercera de las argumentaciones de Satanás, recordándole que es el protegido de Dios. Los soldados, por su parte, recuerdan el valor político del título de Mesías: un rey dispone de poder (como le dijo el demonio a Jesús en el desierto). Pero el Reino de Jesús no es de este mundo, como le replicó Cristo a Poncio Pilato. El malhechor colgado en la cruz representa la tentación más fuerte, porque está sufriendo en la cruz junto a Jesús. Es la más diabólica de las pruebas: ¿No eres Tú el Mesías? Hace falta estar muy arraigado en Dios Padre para no rendirse, para aceptar la voluntad de ese Padre Bueno.
En medio de la prueba, hay también un punto para la esperanza. En el mismo Calvario, se inaugura el Reino de Dios: al buen ladrón Jesús le dice que hoy compartirá la plena felicidad con Él. El que en el mundo no encontró la paz, la halló al final de sus días, hasta poder descansar con Cristo en el Paraíso.
De cada de uno de nosotros depende decidir. ¿Quieres ser parte de una historia llena de esperanza? Está terminando el año litúrgico. Revisa tu vida, y prepárate para que el Adviento, que está llamando a las puertas, no te sorprenda desprevenido. Puedes ser amigo de un Rey que no inspira miedo, sino dulzura; que no busca castigarte, sino hacerte feliz; que no limita tu libertad, sino que la desarrolla hasta el máximo… Un Rey distinto, que te invita a ser de los suyos. Él te espera. ¿Vas a ser como los jefes, como los soldados, como el ladrón que grita contra Jesús, o como el buen ladrón? Tú decides."
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)

sábado, 22 de noviembre de 2025

AUTÉNTICA VIDA

  


Después acudieron algunos saduceos a ver a Jesús. Los saduceos niegan que haya resurrección de los muertos, y por eso le plantearon este caso:
– Maestro, Moisés nos dejó escrito que si un hombre casado muere sin haber tenido hijos con su mujer, el hermano del difunto deberá tomar por esposa a la viuda para darle hijos al hermano que murió. Pues bien, había una vez siete hermanos, el primero de los cuales se casó, pero murió sin dejar hijos. El segundo y luego el tercero se casaron con la viuda, y lo mismo hicieron los demás, pero los siete murieron sin dejar hijos. Finalmente murió también la mujer. Así pues, en la resurrección, ¿cuál de ellos la tendrá por esposa, si los siete estuvieron casados con ella?
Jesús les contestó:
– En este mundo, los hombres y las mujeres se casan; pero los que merezcan llegar a aquel otro mundo y resucitar, sean hombres o mujeres, ya no se casarán, puesto que ya tampoco podrán morir. Serán como los ángeles, y serán hijos de Dios por haber resucitado. Hasta el mismo Moisés, en el pasaje de la zarza ardiendo, nos hace saber que los muertos resucitan. Allí dice que el Señor es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. ¡Y Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos están vivos!
Algunos maestros de la ley dijeron entonces:
– Bien dicho, Maestro.
Y ya no se atrevieron a hacerle más preguntas.
(Lc 20,27-40)

No sabemos cómo será la otra vida, pero seguro que no será como esta. Los saduceos, que no creían en la vida tras la muerte, intentan ridiculizar a Jesús. Ellos son los que quedan en ridículo, al demostrar que no saben lo que es la otra vida. Una vida que será Vida. Auténticamente Vida, porque estaremos unidos a Dios. Una unión más profunda, cuanto más hayamos amado en esta vida.

"Los saduceos no solían tener mucho trato con Jesús. Eran personajes demasiado importantes, alejados del pueblo, ocupados en conservar su privilegiada posición social a toda costa. Su pecado no era la hipocresía, como en los fariseos, sino el cinismo, que se ríe abiertamente del bien, lo desafía y lo mira con desprecio. Al abordar a Jesús plantean una cuestión legal avalada por la autoridad de Moisés y lo hacen en tales términos que la conclusión resulta ridícula. Eso es lo que buscan: dejar en ridículo la fe en la resurrección. La ley del levirato (cf. Dt 25, 5-6) tenía por finalidad garantizar la descendencia del hermano difunto (y la transmisión legal de su herencia), la única forma de supervivencia aceptada en tiempos de Moisés. El tecnicismo planteado por los saduceos pone bien a las claras que para ellos la resurrección de los muertos es un absurdo que se revela en lo ridículo de la situación: un harén de hombres en torno a una única mujer y, además, estéril. Para los saduceos, “que niegan la resurrección”, el único bien posible se da sólo en este mundo: la riqueza, el éxito social y el poder.
La respuesta de Jesús, llena de sentido, pone de relieve la debilidad interna de la cínica pregunta. En primer lugar, los saduceos han planteado mal la cuestión, trasladando a la situación de la vida futura las estructuras e instituciones que sólo tienen sentido en este mundo pasajero. “En esta vida, dice Jesús, hombres y mujeres se casan”, y podría añadir: “tienen hijos, acumulan riquezas, dejan herencias”. Todo eso es expresión de la limitación propia de este mundo, que no podemos trasladar al ámbito de la vida eterna, que no es simplemente una vida sin fin, sino una vida plena, en la que todo lo bueno se conserva (se salva), al tiempo que se superan las limitaciones que aquí impiden la plenitud. Eso es lo que significa: “no se casarán, no pueden morir, son como ángeles, son hijos de Dios, participan de la resurrección” (es decir, participan de la vida del Resucitado, Jesucristo, Hijo de Dios). No se puede medir el mundo del más allá (que escapa a todo esfuerzo de imaginación) con los parámetros del más acá. Al revés, tenemos que medir nuestra vida terrena (nuestras relaciones, valores, comportamientos, etc.) con los criterios de lo alto.
Ahora bien, ¿cómo es esto posible? Que ese mundo del más allá no se pueda imaginar, no significa que no se pueda pensar y entender a la luz de la fe. Ese es el sentido de la segunda parte de la respuesta de Jesús. Jesús se apoya inteligentemente en un texto que los saduceos, que sólo reconocían el Pentateuco, conocían bien. En el episodio de la zarza (cf. Ex 3, 1-14) Dios se revela a Moisés bajo la forma de un fuego que arde sin destruir: Dios purifica como el fuego, pero no destruye, no es portador de muerte, sino de vida.
Jesús no ironiza, como los saduceos, pero pone de relieve con seriedad y agudeza lo absurdo de la fe en un Dios que nos condena a muerte y, todo lo más, nos conserva en un recuerdo que no va a durar, pues, ¿quién guarda memoria de nadie, poco más allá de sus abuelos? La única “memoria eterna” que tiene sentido real es la de permanecer en la mente de Dios, en comunión con Él. El Dios que se acuerda de Abraham, Isaac y Jacob no los deja tirados en cualquier esquina de la historia, sino que, tras crearlos y darles la vida, los rescata de la muerte. Jesús, al hacer callar a los saduceos, fortalece hoy nuestra esperanza. Y nosotros, llamados a ser como ángeles, podemos empezar a ser ya en esta vida enviados de buenas noticias, viviendo una vida resucitada por las obras del amor."
(José Mª Vegas cmf, Ciudad Redonda)

viernes, 21 de noviembre de 2025

PURIFICAR EL TEMPLO

 


En aquel tiempo, entró Jesús en el templo y se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: «Escrito está: «Mi casa es casa de oración»; pero vosotros la habéis convertido en una «cueva de bandidos.»»
Todos los días enseñaba en el templo. Los sumos sacerdotes, los escribas y los notables del pueblo intentaban quitarlo de en medio; pero se dieron cuenta de que no podían hacer nada, porque el pueblo entero estaba pendiente de sus labios.
(Lc 19,45-48)

Jesús expulsa a los mercaderes del Templo. Su casa es casa de oración. Teniendo en cuenta que la Casa de Jesús es el mundo entero, que Él habita en nosotros, debemos expulsar el egoísmo, el ansia de poder, el amor al dinero, la injusticia...de nuestras vidas. Convertir nuestra existencia en una oración perpetua. Vivir conscientemente unidos a Él y viéndolo en todas las personas.

"La purificación del templo es un símbolo de esos procesos de purificación que todos debemos realizar continuamente para ir creciendo en el espíritu evangélico, y venciendo el espíritu mundano que de tantos modos nos seduce. A veces, nosotros mismos damos pasos para esa purificación, por medio de nuestros exámenes de conciencia personales y comunitarios, y del sacramento de la reconciliación; pero a veces, muy posiblemente, esos momentos de purificación llegan de manera inesperada, y podemos sentirnos violentados por ellos, en forma de críticas, correcciones u observaciones que se nos hacen y para las que no estábamos preparados. El látigo de Jesús nos golpea en ocasiones, y nos llama así a despertar, a reconocer con humildad lo que no está bien en nuestra vida, y a volver al buen camino.
Hoy celebramos la memoria de la presentación de la Virgen María en el templo. Es un anticipo de aquella otra presentación, la de Jesús recién nacido, y que es también la purificación de María. Si hasta María, que no tenía pecado, tuvo la humildad de someterse al rito de purificación, cuánto más nosotros, pecadores, no deberemos someternos con frecuencia a esa purificación a la que Jesús nos somete, a veces incluso dándonos unos azotes."
(José Mª Vegas cmf, Ciudad Redonda)

jueves, 20 de noviembre de 2025

LA VERDADERA PAZ

 

 Cuando llegó cerca de Jerusalén, al ver la ciudad, lloró por ella y dijo: “¡Si entendieras siquiera en este día lo que puede darte paz!... Pero ahora eso te está oculto y no puedes verlo. Pues van a venir días malos para ti, en los que tus enemigos te cercarán con barricadas, te sitiarán, te atacarán por todas partes y te destruirán por completo. Matarán a tus habitantes y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no reconociste el momento en que Dios vino a salvarte.”

 Jesús llora ante Jerusalén y también llora ante nosotros. No sabemos reconocer de dónde nos viene la paz, no sabemos reconocerlo a Él presente en este mundo. Presente en los pobres, en los sencillos, en los niños, en los inmigrantes, en los enfermos....presente en los demás. Sólo el Amor puede darnos la paz, pero no sabemos verlo. Creemos que el dinero, el poder, el tener, nos dará la felicidad. No vemos que sólo el amor al prójimo, nuestra entrega, es la raiz de la felicidad. Es la verdadera paz.

"¿Qué es lo que conduce a la paz? Y, ¿de qué paz habla Jesús? Está claro que Jesús no habla de un armisticio bélico, de la mera ausencia de guerra. Si Jerusalén no comprende lo que conduce a la paz, es porque no es capaz de abrir los ojos a la presencia del príncipe de la paz, el que trae la paz entre sus muros (cf. Sal. 122, 7), la paz que el Señor concede a todos los hombres de buena voluntad (cf. Lc 2, 14), y que no es otra cosa que la presencia de la salvación por la encarnación del Hijo de Dios. Jesús nos pacifica por dentro, porque nos reconcilia con Dios y con nosotros mismos, pero también por fuera, porque el que está pacificado por dentro se convierte él mismo en un agente de reconciliación y de paz con los demás.
El anuncio de la destrucción de Jerusalén, que posiblemente es una profecía “post eventum” (escrita después del año 70), no hay que entenderla como una amenaza de castigo por no haber aceptado a Cristo, sino como la triste consecuencia de la propia infidelidad, y la incapacidad para acoger el cumplimiento de las promesas de Dios.
Esa amenaza de destrucción levita siempre sobre nosotros. No se trata de que, si somos infieles o sordos a la Palabra de Dios, Él nos vaya a destruir: es posible vivir en este mundo en el pecado y la prosperidad: “envidiaba yo a los perversos, viendo prosperar a los malvados. Para ellos no hay sinsabores, están sanos y engreídos; no pasan las fatigas humanas ni sufren como los demás” (Sal 72). Pero es cierto que, si nos alejamos de la fuente de la vida, nos dirigimos a nuestra propia destrucción, por bien que nos haya ido en la vida. Porque la salvación es un don gratuito de Dios, pero que nosotros debemos aceptar. Y esa aceptación, más que en forma de doctrina, normas y valores (que también se dan) se realiza en la acogida de la persona de Cristo, que es nuestra paz (Ef. 2, 14).
La vida cristiana es un verdadera lucha espiritual, que requiere de nuestra cooperación, de nuestra disposición positiva, de nuestro discernimiento y de fortaleza de ánimo. Matatías Macabeo y sus hijos simbolizan hoy esa lucha, que otros realizaron (lo hemos visto en estos días) por medio del testimonio martirial, y que podemos entender en un sentido estrictamente moral y espiritual. Las fuerzas que se nos oponen requieren de nosotros la fortaleza para no inclinarnos ante los nuevos ídolos que tratan de seducirnos, a veces con buenas palabras, otras con amenazas y violencia. Es esa lucha por la acogida de Cristo y por la fidelidad a su Palabra lo que nos conduce a la paz."
(José Mª Vegas cmf, Ciudad Redonda)

miércoles, 19 de noviembre de 2025

FRUCTIFICAR

 

 La gente escuchaba estas cosas que decía Jesús. Y él les contó una parábola, porque ya se encontraba cerca de Jerusalén y ellos pensaban que el reino de Dios estaba a punto de manifestarse. Les dijo: Un hombre de la nobleza se fue lejos, a otro país, para ser hecho rey y regresar. Antes de partir llamó a diez de sus criados, entregó a cada uno una gran suma de dinero y les dijo: ‘Negociad con este dinero hasta que yo vuelva.’ Pero las gentes de su país le odiaban, y enviaron tras él una comisión con el encargo de decir: ‘No queremos que este hombre sea nuestro rey.’
Pero él fue hecho rey. A su vuelta, mandó llamar a aquellos criados a quienes había entregado el dinero, para saber cuánto había ganado cada uno. El primero se presentó y dijo: ‘Señor, tu dinero ha producido diez veces más.’ El rey le contestó: ‘Muy bien, eres un buen administrador. Y como has sido fiel en lo poco, te hago gobernador de diez ciudades.’ Se presentó otro y dijo: ‘Señor, tu dinero ha producido cinco veces más.’ También a este le contestó: ‘Tú serás gobernador de cinco ciudades.’
Pero se presentó otro, que dijo: ‘Señor, aquí está tu dinero. Lo guardé en un pañuelo, pues tuve miedo de ti, porque eres un hombre duro que recoges lo que no pusiste y cosechas donde no sembraste.’ Entonces le dijo el rey: ‘Tú eres un mal administrador, y por tus propias palabras te juzgo. Puesto que sabías que yo soy un hombre duro, que recojo lo que no puse y cosecho donde no sembré, ¿por qué no llevaste mi dinero al banco para, a mi regreso, devolvérmelo junto con los intereses?’ Y ordenó a los que estaban allí: ‘Quitadle el dinero y dádselo al que ganó diez veces más.’ Ellos le dijeron: ‘Señor, ¡pero si este ya tiene diez veces más!’ El rey contestó: ‘Os digo que al que tiene se le dará más; pero al que no tiene, hasta lo poco que tiene se le quitará. Y en cuanto a mis enemigos, a esos que no querían tenerme por rey, traedlos acá y matadlos en mi presencia.’ 
Dicho esto, siguió delante de ellos, subiendo a Jerusalén.
(Lc 19,11-28)

Jesús quiere que produzcamos fruto, que hagamos crecer el Reino. No debemos tener miedo y escondernos. No debemos tener miedo de ensuciarnos en el barro de este mundo. Como decía el Papa Francisco es mejor una Iglesia enfangada porque ha salido a las periferias. Jesús quiere que nos entreguemos...como se entregó Él. Por eso termina el texto diciéndonos que iba delante de todos, subiendo a Jerusalén, donde le esperaba la Cruz.

"El Evangelio de hoy es una versión compleja de la parábola de los talentos. La comprensión de esta última es que a cada uno se le pedirá en proporción a lo que ha recibido. Y este sentido también se encuentra en la parábola de las minas, pero con otros matices, relacionados con la venida del Reino de Dios. Jesús nos avisa aquí de que la primera condición para que venga, es quererlo, desearlo. Porque hay quienes abiertamente se oponen a ello. De ahí la alusión a los ciudadanos que rechazan al candidato a rey. Parece que Jesús usa un acontecimiento histórico, el nombramiento de Arquelao, hijo de Herodes el Grande, como rey de Judea por parte del emperador romano Augusto, en medio de la oposición de una gran parte del pueblo (con los fariseos a la cabeza). Los ciudadanos que no querían a ese rey representan aquí a los que se oponen activamente a la venida del Reino de Dios, los que viven de modo contrario a la justicia y el amor. A esa primera condición (necesaria, pero no suficiente) de la venida del Reino, se añade enseguida una segunda: aunque el Reino de Dios es un don, que no podemos instaurar por nuestras solas fuerzas, no basta con desearlo y pedirlo, sino que Dios, que no nos lo impone, requiere de nuestra activa cooperación.
Hay quienes dicen, para justificarse ante Dios y ante los demás, “yo no mato, no robo, y no hago mal a nadie”. Este mínimo moral se parece mucho al que escondió su mina y no quiso negociar con ella. El capital humano que se nos ha dado (nuestras cualidades, capacidades, conocimientos, etc.) es una realidad dinámica, llamada a producir más bienes. Y esto es algo inscrito en el sentido de la realidad desde el principio de la creación del hombre: “creced y multiplicaos” (Gn 1, 28). El don de la venida del Reino es también una llamada a nuestra responsabilidad.
Nos puede sorprender y asustar el final de la parábola, ese “a esos enemigos míos traedlos y degolladlos en mi presencia”. De nuevo parece una alusión a ese episodio de Arquelao, que produjo una enorme matanza (se dice que mató a más de tres mil fariseos) entre sus opositores. Es lo que sucede con frecuencia con los reinos de este mundo. En el caso del Reino de Dios la cosa va en dirección contraria: “Jesús echó a andar…, subiendo a Jerusalén”. Se trata de una alusión muy clara a la entrega de la propia vida en la cruz para la instauración del Reino. Y esto es así: en nuestra actitud dinámica y activa por cooperar en la venida del Reino de Dios, hay que enfrentarse con aquellos que se oponen a ella, pero no matándolos, sino dando nosotros la vida, por medio de la disposición al martirio, como en el tremendo caso narrado en el libro de los Macabeos."
(José Mª Vegas cmf, Ciudad Redonda)