(Jn 14,23-29)
La Paz que nos da Jesús no es la paz del mundo. El mundo obtiene la paz haciendo la guerra, venciendo al contrario. La Paz de Jesús, es la paz que se obtiene con el Amor, con la entrega...
Esto nos lo enseña el Espíritu. Por eso debemos estar atentos a su acción. Escuchar la Palabra orando e interpretar los acontecimientos de la vida a su luz.
"Decía al principio que Jesús se ha ido, pero eso no significa que el creyente esté sólo; no es un huérfano. Dios no es Alguien lejano, sino que está muy cerca, somo santuario y morada e Dios. No es posible vivir como si todo fuera como antes. Desde Jesús todo ha cambiado. Aunque todavía nos cuesta entender esta novedad.
Pero es que, además, la muerte de Jesús ha sido ocasión para ser llenados por la presencia viva del Espíritu, quien vive en nosotros, está en nosotros y nos enseña el arte de vivir en verdad. Por eso, el creyente vive animado por ese Espíritu que hace nacer una tierra y una vida nuevas. Nos ayuda a vivir con esta convicción.
¡Quién sabe si la presencia del Espíritu forma parte o no de nuestro estilo de creyente! Posiblemente, el mejor regalo de Jesús, que es el Espíritu, sea el “Gran Desconocido” en la espiritualidad cristiana. ¡Qué pena! ¡Nos hemos olvidado del gran regalo de Jesús! No lo invocamos tan a menudo como debiéramos.Pero sin ese Espíritu, estamos abocados al fracaso, achicados y encerrados en nuestros “castillos” de seguridad, pero perdiendo nuestra actitud de testigos “locos”, porque nos sentimos empujados por esa fuerza. De ahí que en momentos de crisis y de dificultad, nuestra tentación es aferrarnos a normas, a “defensas de la verdad” a toda costa y así aguantar el temporal. La consecuencia: perder prácticamente la novedad del Espíritu, de Jesús mismo.
Sin embargo, Jesús nos alienta: con la paz viene la calma y el valor para afrontar las dificultades. Que vivamos cada día en la esperanza de su venida y que su paz llene nuestros corazones y disipe todo miedo y ansiedad. Amén."
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)
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