Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en si mismo: pronto lo glorificará. Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros.»
Falta un día para su muerte, para su entrega total, y Jesús vuelve a darles su mandamiento: el del Amor. Pero todavía con más fuerza. No amar a los otros como a nosotros mismos, sino como nos ama Jesús. Nos dice que la verdadera forma de amar, es entregar nuestra vida por los demás. La entrega total.
(...) El Evangelio de Juan nos presenta la seña de identidad de los cristianos: el amor. En el marco de la despedida de sus Discípulos, les hace entrega de su testamento vital. A Jesús le cuesta despedirse (porque como hombre apreciaba a sus amigos) y, en medio del pesar, ofrece a sus Apóstoles la mejor de sus enseñanzas. Cristo quiere que esas palabras que les ha transmitido se hagan carne, las hagan vida, la escriban en sus entrañas, las guarden en la mente y las conserven en el corazón. Vivid amando y amándoos. Es lo que les pidió en sus últimas horas.
Al final, va a resultar que lo que nos pide el Señor no es tanto; es fácil de aprender y de recordar. “Amad como Yo os he amado”. Porque si amas, serás testigo del amor, podrás ser generoso y compasivo, hermano de tus hermanos y buen hijo del Padre que es “Abba”, que es amor.
Que sea fácil de recordar no significa que sea tan fácil de cumplir. Amar “como Yo os he amado”. Mientras haya personas en el mundo, habrá deseo de amarse los unos a otros. Mucho antes de la encarnación de Cristo, ya se habían escrito muchos textos y se habían dicho muchas palabras sobre el amor. ¿Por qué sus palabras: «amaos los unos a otros como yo os he amado» (Jn 15, 12) no están destinadas a perderse entre miles de poemas geniales, libros venerables y canciones hermosas? Porque Él nos llama a amar como Él ama. Y Él nos ama como el Padre lo ama a Él. (Cf. Jn 15, 9). Y predicó con el ejemplo, amando hasta dar su propia vida por amor. Amar a los demás como nos ama Jesús no es una cuestión de «quiero o no quiero», es un mandamiento, una ley dada por Dios mismo.
Y no se puede decir que no queramos hacerlo. Desde la infancia soñamos con formar una familia y tener hijos, encontrar un trabajo que nos guste, estar rodeados de amigos, y todo ello para amar. Somos profundamente infelices si no tenemos a nadie a quien amar. Pero ¿queremos amar como Cristo? Y ahí es donde empiezan los problemas, porque Él también ama a quienes, desde nuestro punto de vista, no son dignos de amor, acerca a sí a todos aquellos a quienes nosotros hemos relegado al margen; ve lo que nosotros nos negamos a ver; por ejemplo, que quienes viven, creen y actúan de manera diferente a nosotros también son personas. Incluso sucede que entre Él y nosotros se intercalan de repente los Mandamientos del Decálogo, y nosotros concebimos ardides virtuosos para eludirlos o declarar que no son para todos, que se refieren a otra cosa y que en el siglo XXI no es seguro que sigan vigentes: una fe a la carta.
Amar a Dios supone aceptar también esos Mandamientos.
Surge otra pregunta: ¿está al alcance de una persona común el amor de Cristo? ¿Tiene sentido hablar de ello con aquéllos que en pocas horas lo dejarán solo (cf. Jn 16, 32), con Pedro, que se acobardará y lo negará? «Os he llamado amigos…» (Jn 15, 25). ¿Y a Judas también? ¿Incluso en el momento de la traición, cuando se acerca con su beso? El amor de Jesús nos lleva a menudo a una dimensión espiritual que está más allá de nuestra comprensión humana. Pero Jesús lo dice muy claro: «Os he llamado amigos, porque os he dicho todo lo que he oído de mi Padre. No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros» (Jn 15, 15-16). Y si nos eligió, significa que creyó en nosotros. Creyó que en nuestro difícil y arduo camino hacia el amor podemos siempre apoyarnos y confiar en Él.
Esta semana hemos celebrado la fiesta del apóstol Matías. Podemos pensar que él tuvo que amar por dos: por sí mismo y por Judas, que había renunciado al amor. Quizás nosotros también estamos llamados a sustituir a alguien que ha dicho «no». Y esta vocación es el amor supremo de Dios por el mundo. Hace muy poco nos despedimos del papa Francisco. Y ahora, en su lugar, hay un Papa nuevo, León XIV, y lo primero que ha hecho ha sido transmitir las palabras de Jesús resucitado: «¡La paz sea con vosotros!» La cadena de transmisión del amor no se ha roto, el camino continúa. El Hijo es el amor del Padre, y nosotros somos el amor del Hijo en este nuestro camino terrenal. Y si alguien rechaza este amor, «que otro reciba su dignidad» (Hechos 1, 20).
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)
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