Os aseguro que vosotros lloraréis y estaréis tristes, mientras que la gente del mundo se alegrará. Sin embargo, aunque estéis tristes, vuestra tristeza se convertirá en alegría. Cuando una mujer va a dar a luz, se angustia, porque le ha llegado la hora; pero cuando ya ha nacido la criatura, la madre se olvida del dolor a causa de la alegría de que un niño haya venido al mundo. Así también, vosotros os angustiáis ahora, pero yo volveré a veros y entonces vuestro corazón se llenará de alegría, de una alegría que nadie os podrá quitar.
Aquel día ya no me preguntaréis nada.
(Jn 16,20-23)
Nadie podrá quitarnos nuestra alegría. La alegría de tener siempre a Jesús junto a nosotros. La alegría de tener la Vida, como la madre a su hijo. Porque el Amor es la verdadera fuente de la alegría.
"Alguien me dijo una vez que, en su vejez, estaba perdiendo la memoria y que podría ser una cosa buena, porque no se acordaba de los dolores y dificultades que le contaban los de su alrededor. De una feliz falta de memoria nos habla Jesús hoy también, pero no es una falta de memoria con ausencia del gozo presente. Cuando una mujer está dando a luz sufre dolores inmensos: pero luego goza al ver a su hijo y la alegría le borra el dolor. Y, así como el dolor se borra, la alegría de la vida y la resurrección no se borra. Porque el fruto de vida siempre está ahí, dentro y fuera de nosotros.
Feliz desmemoria la que olvida lo malo para centrarse en el don infinito de la salvación de Cristo. Feliz desmemoria la que se centra en lo bueno, lo santo, lo justo. Y no es que no vaya a haber nada malo de ahora en adelante. El mundo está lleno de despropósitos, violencia, mentira, traiciones, pérdidas. Hay muchas razones para ver y sentir un mal quizá inolvidable.
Pero hay algo que nada ni nadie puede quitar, y es la fe inquebrantable en esa vida desbordante del Resucitado. Es lo que dice el Señor san Pablo en la primera lectura de Hechos: “No tengas miedo. Yo estoy contigo”. Nada ni nadie puede quitar ese gozo profundo. Como de costumbre, paradójicamente, hoy no se invita a olvidar, sino a recordar que la herida siempre está habitada, aunque siga abierta; a reconocer que habrá muchas más heridas y dolores a lo largo del camino. No se nos invita a olvidar el dolor, sino a reconocerlo como parte de esa alegría imperturbable de la presencia de Cristo que vence incluso a la muerte más terrible. Feliz memoria la que recuerda tal inamovible verdad. Nada ni nadie podrá quitaros vuestra alegría."
(Carmen Aguinaco, Ciudad Redonda)
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