En aquella misma ocasión se acercaron a Jesús los discípulos y le preguntaron: – ¿Quién es el más importante en el reino de los cielos? Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo:–Os aseguro que si no cambiáis y os volvéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. El más importante en el reino de los cielos es aquel que se humilla y se vuelve como este niño. Y el que recibe en mi nombre a un niño como este, a mí me recibe. |
No despreciéis a ninguno de estos pequeños. Pues os digo que sus ángeles en el cielo contemplan siempre el rostro de mi Padre celestial. (Mt 18,1´5.10) |
"A veces le decimos a alguien que nos acaba de hacer un favor que es “un ángel”. Y sí, los ángeles son buenos espíritus que, en los momentos de necesidad salen al auxilio de los necesitados. Quizá no siempre como lo esperamos, sino disfrazados a veces de contratiempos y dificultades, que bien aprovechados, son momentos de crecimiento y de gracia. Siempre hay buenos espíritus en el camino.
Hay un cuadro significativo de un ángel que ayuda a unos niños a cruzar un puente sin tropezar o caer. Los que tratan de impedir que nuestros pies tropiecen ante tentaciones y males; los que salvan de situaciones peligrosas moralmente; los que advierten de no entrar en ideas y errores fáciles pero que apartan de Dios. Los que ayudan a cumplir la petición que le hacemos a Dios en el Padrenuestro: “no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal”.
En la lectura del Evangelio de hoy pareciera que esos ángeles son los niños, los más sencillos, los más pequeños que no deben ser despreciados, ignorados o maltratados. Eso puede ser cierto. Pero también es una llamada a ser ángeles para esos niños; protegerlos contra el peligro, el abuso, la maldad de alrededor. Y proteger también su vida: tantos inocentes a quienes se les ha negado una posibilidad de vida. Tantos niños enfrentados a los horrores de la guerra. Tantos niños que sufren hambre. Tantos niños que sufren abusos. Ellos y esos otros niños enfrentados también a una vida excesivamente cómoda, mimada y permisiva a quienes no se les marcan los límites necesarios ni los caminos del bien.
Los buenos espíritus, los ángeles de la guardia que todos tenemos requieren que, a nuestra vez, seamos guardianes de los demás: proteger del peligro físico, sí, pero también de los peligros morales: lo cual implica enseñar bien, proclamar la verdad, educar con sabiduría."
(Carmen Fernández Aguinaco, Ciudad Redonda)