lunes, 21 de octubre de 2024

LA VERDADERA RIQUEZA

 

Uno de entre la gente dijo a Jesús:
– Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia.
Jesús le contestó:
– Amigo, ¿quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor?
También dijo:
– Guardaos de toda avaricia, porque la vida no depende del poseer muchas cosas.
Entonces les contó esta parábola: Había un hombre rico, cuyas tierras dieron una gran cosecha. El rico se puso a pensar: ‘¿Qué haré? ¡No tengo donde guardar mi cosecha!’ Y se dijo: ‘Ya sé qué voy a hacer: derribaré mis graneros y construiré otros más grandes en los que guardar toda mi cosecha y mis bienes. Luego me diré: Amigo, ya tienes muchos bienes guardados para muchos años; descansa, come, bebe y goza de la vida.’ Pero Dios le dijo: ‘Necio, vas a morir esta misma noche: ¿para quién será lo que tienes guardado?’ Eso le pasa al hombre que acumula riquezas para sí mismo, pero no es rico delante de Dios.

La verdadera riqueza es el Amor. El verdadero Amor. Aquel que nos une a Dios a través de los demás. Nosotros seguimos empeñados en el dinero, el poder, la fuerza, la influencia...Pero todo eso no es nada ni nos da la felicidad. Hemos de ser ricos ante Dios.

"(...) Jesús nos presenta la parábola del hombre rico que acumulaba bienes sin preocuparse por lo que verdaderamente importaba. Este hombre pensaba que su seguridad y felicidad dependían de sus posesiones materiales, pero Dios le recuerda que la vida no depende de lo que se tiene. Al final, todo lo que acumulamos aquí en la tierra no tiene valor si no somos ricos ante Dios, es decir, si no cultivamos una vida centrada en el amor, la generosidad y la justicia.
Esta advertencia es actual para nosotros hoy. Muchas veces, como el hombre de la parábola, ponemos nuestra confianza en lo que poseemos o en nuestras propias capacidades, creyendo que esas cosas nos darán seguridad. Pero Jesús nos llama a mirar más allá de lo material, a poner nuestra confianza en Dios y a vivir de manera que nuestras acciones reflejen esa confianza. La verdadera riqueza no se encuentra en los bienes acumulados, sino en una vida vivida según la voluntad de Dios, en servicio a los demás y en comunión con Él. (...)"
(Edgardo Guzman cmf, Ciudad Redonda)

domingo, 20 de octubre de 2024

SERVIR, NO DOMINAR

  

Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron:
– Maestro, queremos que nos hagas el favor que vamos a pedirte.
Él les preguntó:
– ¿Qué queréis que haga por vosotros?
Le dijeron:
– Concédenos que en tu reino glorioso nos sentemos el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda.
Jesús les contestó:
– No sabéis lo que pedís. ¿Acaso podéis beber esa copa amarga que voy a beber yo, y recibir el bautismo que yo voy a recibir?
Ellos contestaron:
– Podemos.
Jesús les dijo:
– Vosotros beberéis esa copa amarga y recibiréis el bautismo que yo voy a recibir, pero el que os sentéis a mi derecha o a mi izquierda no me corresponde a mí darlo. Les será dado a aquellos para quienes está preparado.
Cuando los otros diez discípulos oyeron todo esto, se enojaron con Santiago y Juan. Pero Jesús los llamó y les dijo:
– Sabéis que entre los paganos hay jefes que creen tener el derecho de gobernar con tiranía a sus súbditos, y sobre estos descargan los grandes el peso de su autoridad. Pero entre vosotros no debe ser así. Al contrario, el que quiera ser grande entre vosotros, que sirva a los demás; y el que entre vosotros quiera ser el primero, que sea esclavo de todos. Porque tampoco el Hijo del hombre ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida en pago de la libertad de todos.

Como Santiago y Juan no hemos entendido nada. Queremos seguir siendo los primeros, dominar, destacar. Y Jesús nos pide, porque Él es el primero en hacerlo, que sirvamos. Que nos entreguemos totalmente. ¿Cuándo lo entenderemos? 

"Jesús de Nazaret tuvo poca suerte e, incluso, fue, como muchos de nosotros, desde el punto de vista humano, no muy exitoso. Jesús y sus apóstoles subían a Jerusalén, donde se iba a confirmar su imponente fracaso ante los importantes de su nación. Y entonces se le acercan los Zebedeos, que, en principio, parecían de los más listos del grupo, para pedirle que los nombrara “presidente y vicepresidente” de su futuro gobierno. No se habían enterado, en absoluto, de cuál era la misión de Jesús. Y mucho menos de cómo iba a realizarse. Luego más tarde, y pasado el tiempo terrible de la Pasión y Muerte del Salvador, cuando, ya resucitado, se dispone a subir al Padre, hay quien le pregunta si es entonces cuando va a liberar a Israel de la ocupación romana. Y ése que preguntaba, había tenido a su lado, a un ser extraordinario, cuarenta días y había querido enseñarles, desde la gloria de su cuerpo resucitado, su auténtica misión, la que le había encargado el Padre y por la que, en acto de obediencia suprema, había muerto en medio de un enorme tormento.
Podríamos decir, entonces, que Jesús fracasó con los apóstoles y fracasó con su propio pueblo, que tras admirarle y querer hacerle rey porque les daba pan gratis, luego lo ultrajaron y lo mataron como al peor de los criminales. Parece que nadie le entendió. Y si leemos con atención los Evangelios pues sabemos que repitió muchas veces su auténtico mensaje a los discípulos, y a todos aquellos que le quisieron oír. Les pidió varias veces – como en esta ocasión – que fueran servidores y que no buscaran ser servidos. Les avisó que Él no tenía donde reposar la cabeza. No tenía el menor sentido aplicar la fuerza – cosa que los políticos saben hacer muy bien – al contrario, les aconsejo que pusieran la otra mejilla, ante la primera bofetada y que dieran el manto a quien les pidiera la capa. Les lavó los pies y les pidió, en definitiva, amor entre ellos. Pero todo el mundo seguía pensando en términos políticos, en posición de poder y más poder. Incluso, también los de Emaús cuando refieren lo ocurrido en Jerusalén esos días de la Pasión, hablan del no reconocimiento de las autoridades hacia Jesús y no de su misión, ni de su doctrina. Reconocen su fuerza como profeta, pero no su entrega y su amor por todos.
Jesús amaba la vida. Y conoció las alegrías del vivir. No era un profesional del ascetismo, ni un hipocondríaco. Se le llegó incluso a acusar de ser demasiado aficionado a comer y a beber. Jesús era también un líder nato. Tenía una extraordinaria capacidad de arrastre. Los Evangelios ponen de relieve en distintos lugares su «autoridad»: hablaba y actuaba como quien tiene autoridad. Podía haber sido un «triunfador». ¿Por qué, enton­ces, eso de servir? ¿Por qué una máxima así? Porque Jesús afrontaba la vida desde otras claves. La experi­mentaba como un don que había recibido, no para malgastarlo, no para retener­lo, no para apuntarse triunfos demasiado terrestres, sino para compar­tirlo y entregarlo. Lo más suyo era algo comunal, don para la multitud. Hizo su apuesta con toda lucidez. Y es desde ahí, desde esa su experiencia base de la vida como un don plenamen­te gratuito, desde donde invitaba a los discípulos a que fueran servidores.
Es verdad que todo cambió con la llegada del Espíritu Santo y que, incluso, Jesús se tuvo que aparecer a Pablo de Tarso y así buscar un refuerzo al grupo de los Doce. Entonces, Jesús ¿fracasó verdaderamente? No. En realidad, fracasaron sus coetáneos que no supieron ver quien era Jesús de Nazaret y la felicidad que les traía de parte de Dios Padre. (...)"
(Alejandro Carvajo cmf, Ciudad Redonda)

sábado, 19 de octubre de 2024

HABLAR DE DIOS

 


Os digo que si alguien se declara a favor mío delante de los hombres, también el Hijo del hombre se declarará a favor suyo delante de los ángeles de Dios; pero el que me niegue delante de los hombres, será negado delante de los ángeles de Dios.
Dios perdonará incluso a aquel que diga algo contra el Hijo del hombre, pero no perdonará al que con sus palabras ofenda al Espíritu Santo.
Cuando os lleven a las sinagogas o ante los jueces y las autoridades, no os preocupéis por cómo tenéis que defenderos o qué tenéis que decir; porque en el momento en que hayáis de hablar, el Espíritu Santo os enseñará lo que habéis de decir.

"Es famosa y significativa la película El Discurso del Rey porque, de alguna manera, nos hace empatizar con quien no está totalmente capacitado para una función y, así y todo, debe llevarla a cabo. Sentimos con el pobre Jorge, porque nos hemos visto en alguna situación (en nuestra propia escala) de la que no sabíamos cómo salir. El rey tenía que hablar porque no hacerlo podría llevar a su país a la catástrofe.
Pero tenemos testimonios de esto mismo todavía más antiguos. Es decir, que parece una experiencia bastante universal de inseguridad y falta de confianza en la propia capacidad. Moisés era tartamudo; Jeremías aduce que es un niño y no sabe hablar; David era el más pequeño de los hermanos y es llamado a ser rey; Amós, Nehemías…. Y luego los discípulos de Jesús, algunos hombres toscos y poco ilustrados. En todas partes está la figura del profeta renuente. ¿Cuántas veces nos hemos encontrado siendo profetas renuentes nosotros mismos? No hay ninguna certeza (y en algunos casos hay la absoluta certeza de imposibilidad) de que se pueda llevar a cabo. Y aquí se nos dice hoy que, por encima de todo problema real o imaginado de autoestima, hay que poner una confianza que casi no tiene nada que ver con nosotros: Cuando os conduzcan a las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de cómo o con qué razones os defenderéis o de lo que vais a decir, porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir.
No os preocupéis de eso. Pero, por el otro lado hay una severa advertencia: el no hablar, el no dar testimonio, el no reconocer a Cristo puede tener consecuencias incluso más graves. No os preocupéis de qué decir, preocupaos, más bien, de no decir nada. Preocupaos si un miedo paralizante os lleva al silencio… con el resultado catastrófico personal de no ser reconocidos por Cristo y el resultado catastrófico para los demás de no escuchar la palabra de Verdad y redención porque nosotros no la hemos pronunciado. No os preocupéis. Preocupaos. Y mucho."
(Carmen Aguinaco, Ciudad Redonda)

viernes, 18 de octubre de 2024

NUESTRA MISIÓN


Después de esto escogió también el Señor a otros setenta y dos, y los mandó delante de él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares a donde tenía que ir.
Les dijo: Ciertamente la mies es mucha, pero los obreros son pocos. Por eso, pedidle al Dueño de la mies que mande obreros a recogerla. Andad y ved que os envío como a corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa ni monedero ni sandalias, y no os detengáis a saludar a nadie en el camino. Cuando entréis en una casa, saludad primero diciendo: ‘Paz a esta casa.’ Si en ella hay gente de paz, vuestro deseo de paz se cumplirá; si no, no se cumplirá. Y quedaos en la misma casa, comiendo y bebiendo lo que tengan, pues el obrero tiene derecho a su salario. No andéis de casa en casa. Al llegar a un pueblo donde os reciban bien, comed lo que os ofrezcan; y sanad a los enfermos del lugar y decidles: ‘El reino de Dios ya está cerca de vosotros.’

Es mucha la labor para realizar. Los cristianos cada vez somos más una minoria y debemos anunciar la Buena Nueva. El mundo está lleno de injusticias, guerras, pobrezas...que debemos intentar solucionar. Jesús nos indica cómo hacerlo:
. En comunidad. Los manda de dos en dos.
. En pobreza, es decir contando sólo con Él
. Repartiendo la paz

"Lucas era uno de esos santos. En todo su Evangelio, deja pasar la luz de la alegría y la misericordia de la Buena Noticia de Cristo.
Pero no es que sea todo un camino de rosas. El Evangelio, que de nuevo relata el envío de los 72 de dos en dos avisa de que tal envío es “como corderos en medio de lobos”. Se los envía a un mundo hostil… quizá no más hostil que el que nos rodea hoy día, sembrando misericordia, pero dejando pasar la luz de la verdad. Se los envía a curar todo lo que anda enfermo y torcido. Y algo así es lo que se nos pide hoy a nosotros: que seamos santos dejando pasar la luz en un mundo que parece que cada día nos da una nueva bofetada de fealdad, mentira, oscuridad y corrupción. Y ahí, como corderos, o como las vidrieras, hemos de dejar pasar la luz. Y ese pasar la luz significa dar paz allá donde vayamos (desead la paz sobre la casa); procurar la justicia (el trabajador tiene derecho a su salario); anunciar el reino, que es salvación. Todo eso es expresar la gloria del Reino que es la misión de los amigos de Dios, de todos los santos, de quienes debemos ser todos los cristianos."
(Carmen Aguinaco, Ciudad Redonda)

jueves, 17 de octubre de 2024

"DEJARNOS" CONVERTIR

 



¡Ay de vosotros!, que construís los sepulcros de los profetas a quienes mataron vuestros antepasados. Con eso dais a entender que estáis de acuerdo con lo que vuestros antepasados hicieron, pues ellos los mataron y vosotros construís sus sepulcros.
Por eso, Dios dijo en su sabiduría: ‘Les mandaré profetas y apóstoles; a unos los matarán y a otros los perseguirán.’ Dios pedirá cuentas a la gente de hoy de la sangre de todos los profetas que fueron asesinados desde la creación del mundo, desde la sangre de Abel hasta la de Zacarías, a quien mataron entre el altar y el santuario. Sí, os digo que Dios pedirá cuentas de la muerte de ellos a la gente de hoy.
¡Ay de vosotros, maestros de la ley!, que os habéis apoderado de la llave de la ciencia, y ni vosotros entráis ni dejáis entrar a los que quieren hacerlo.
Cuando Jesús les dijo estas cosas, los maestros de la ley y los fariseos se llenaron de ira y comenzaron a molestarle con muchas preguntas, tendiéndole trampas para cazarlo en alguna palabra.

Jesús sigue imprecando a fariseos, escribas y maestros de la ley. Lo hace por algo en que también caemos nosotros. Hacemos grandes elegios tras su muerte  de personas a las que atacamos y criticamos en visa. No nos gustan los "profetas" y los "apóstoles", porque dejan a la vista nuestra miserias; porque nos piden que nos convirtamos. Una vez muertos, ya no pueden molestarnos y les erigimos monumentos.
No nos gustan tampoco los que piensan diferente de nosotros. Nos creemos poseedores de la verdad. Como más influyentes somos, más nos esforzamos por enmudecerlos.



miércoles, 16 de octubre de 2024

SER HONESTOS

 


¡Ay de vosotros, fariseos!, que separáis para Dios la décima parte de la menta, de la ruda y de toda clase de legumbres, pero no hacéis caso de la justicia y el amor a Dios. Esto es lo que se debe hacer, sin dejar de hacer lo otro.
¡Ay de vosotros, fariseos!, que deseáis los asientos de honor en las sinagogas y ser saludados con todo respeto en la calle.
¡Ay de vosotros, que sois como esas tumbas ocultas a la vista, que la gente pisotea sin darse cuenta!
Uno de los maestros de la ley le contestó entonces:
– Maestro, al decir esto nos ofendes también a nosotros.
Pero Jesús dijo:
– ¡Ay también de vosotros, maestros de la ley!, que cargáis a los demás con cargas insoportables y vosotros ni siquiera con un dedo queréis tocarlas.

Jesús se muestra muy duro con los fariseos y los maestros de la ley. Quiere hacerles ver que la justicia y el amor  Dios (que es amor al prójimo), son más importantes que los preceptos y los detalles nimios. Les quiere mostrar que lo importante es lo que somos realmente en nuestro interior y no las apariencias. Les quiere demostrar que son muy exigentes con los demás y nada con ellos mismos.
¿Qué nos diría hoy a nosotros? ¿Quizá que tenemos iglesias muy bellas, que vivimos en conventos monumentales, mientras muchos viven en barracas, favelas, o en campos de refugiados?¿Que bendecimos nuestra mesa copiosa antes de comer, mientras otros mueren de hambre?¿Que también ocultamos nuestros defectos y queremos que nos consideren importantes?¿Que exigimos a los demás lo que nosotros somos incapaces de hacer?
Si somos incapaces de ver esto, somos guías ciegos.  

martes, 15 de octubre de 2024

VAYAMOS A ÉL

  


Por aquel tiempo, Jesús dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que ocultaste a los sabios y entendidos. Sí, Padre, porque así lo has querido.
Mi Padre me ha entregado todas las cosas. Nadie conoce realmente al Hijo, sino el Padre; y nadie conoce realmente al Padre, sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo quiera darlo a conocer. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os haré descansar. Aceptad el yugo que os impongo, y aprended de mí, que soy paciente y de corazón humilde; así encontraréis descanso. Porque el yugo y la carga que yo os impongo son ligeros.

La vida no es fácil. Ayer hicieron pública una encuesta en la que se pone de manifiesto que más del 50% de los europeos tienen dificultad para llegar a fin de mes. Si esto pasa en Europa, ¿cómo llegan a final de mes los que viven en países en guerra, o dominados por la sequía? El sábado asistí al entierro de la madre de una alumna de ESO del colegio. Una alumna en plena adolescencia, que además se siente incomprendida por sus compañeros. ¿Cómo se debe sentir ahora?
En el Evangelio de hoy Jesús nos dice: "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os haré descansar." No, no esperemos milagros. Los problemas de esas familias no se solucionarán por arte de magia. Pero si nos sentimos amados, y no hay amor más grande que el de Jesús, los problemas son menos problemas. Esto es una exigencia para nosotros. Si decimos que queremos seguir a Jesús, debemos intentar ser como Él. Es decir, amar como Él. El Amor de Jesús a los que sufren se ha de manifestar a través de nuestro amor. Esa es la carga que Jesús nos impone. Ligera, no porque sea fácil amar a todo el mundo, sino porque Él está con nosotros, nos acompaña y nos ayuda a amar.