Jesús, saliendo de allí, se fue a la orilla del lago de Galilea; luego subió al monte y se sentó. Mucha gente se reunió donde él estaba. Llevaban cojos, ciegos, mancos, mudos y otros muchos enfermos; los ponían a los pies de Jesús y él los sanaba. De modo que la gente estaba asombrada al ver que los mudos hablaban, los mancos quedaban sanos, los cojos andaban y los ciegos veían. Y todos alababan al Dios de Israel. Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: – Siento compasión de esta gente, porque ya hace tres días que están aquí conmigo y no tienen nada que comer. No quiero enviarlos en ayunas a sus casas, no sea que desfallezcan por el camino. Sus discípulos le dijeron: – Pero ¿cómo encontrar comida para tanta gente en un lugar como este, donde no vive nadie? Jesús les preguntó: – ¿Cuántos panes tenéis? – Siete y unos pocos peces – le contestaron. Mandó que la gente se sentara en el suelo, tomó en sus manos los siete panes y los peces y, habiendo dado gracias a Dios, los partió, se los dio a sus discípulos y ellos los repartieron entre la gente. Todos comieron hasta quedar satisfechos, y todavía llenaron siete canastas con los trozos sobrantes. Cuando vemos necesidades en este mundo pedimos a Dios el remedio. Pero Él nos dice, como en la multiplicació, ¿qué tenéis vosotros? Olvidamos que nosotros somos las manos de Dios en este mundo. Que Él actúa a través nuestro. Pero esto exige, que nosotros pongamos todo lo que tenemos. Es entonces cuando Dios puede actuar. Es através de nuestro amor que Él puede actuar. "A pesar de ser siempre sorprendente, el Dios de que nos habla Jesús es el Dios de la coherencia, el que no puede negarse a sí mismo. En el libro de los Números, no muy leído en la liturgia, vemos a Moisés pidiendo a Yahvé “que la comunidad no quede como rebaño sin pastor” (Nm 27,17); y el profeta Zacarías viene a dar la respuesta: “El Señor de los ejércitos cuidará de su rebaño” (Zac 10,3). Como en algún otro momento, Jesús pudo decir a la multitud: “hoy se cumple esta Escritura entre vosotros”. El evangelio se nos ofrece hoy como en dos piezas yuxtapuestas: un resumen generalizante sobre actividad terapéutica de Jesús y una anécdota bien individuada, la multiplicación de los panes. Ambas piezas se complementan en cuanto a mensaje: el Dios de que habla Jesús es el Dios de la vida, del amor, de la compasión. Así le habían barruntado los profetas en general: él aniquilaría la muerte, enjugaría las lágrimas de todos los ojos… Dios no soporta el sufrimiento humano. Desde Is 65,19, está Dios comprometido a que “no se oigan en Jerusalén gemidos ni llantos”. Jesús, con diversos signos, va haciendo palpable el cumplimiento de ese compromiso del Padre. Cuando los enviados del Bautista le pregunten si es él el que tenía que venir (Mt 11,4s), los invita a observar lo que sucede y escuchar los rumores de la gente: “id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos vuelven a ver, y los cojos andan, los leprosos son purificados y los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres reciben la buena noticia” (Mt 11,4s). Sin duda, el evangelista ha redondeado la historia de Jesús mediante el modelo isaiano, buscando la mejor correspondencia. Pero la actividad curativa de Jesús, sean cuales sean sus dimensiones, no puede ponerse en duda, pues sus mismos enemigos no fueron capaces de negarla; sencillamente buscaron una interpretación torcida: “la víspera de la pascua fue colgado Jesús por haber practicado la hechicería y haber seducido a Israel” (Talmud de Babilonia). La alimentación milagrosa de una multitud no requiere mucho comentario, por sernos tan conocida. La Iglesia naciente la narró repetidas veces, quizá cada vez que celebraba la Cena del Señor; y por ello ambas narraciones llegaron a asemejarse: “Jesús pronunció la acción de gracias, tomó los panes, los partió y se los dio” (Mt 15,36 = 26,26). En uno y otro caso, Jesús es la plena manifestación de Yahvé dando vida a su pueblo y curándole sus dolencias. Y la Iglesia hace constantemente su confesión de fe: donde está Jesús está la vida. Y lo completa con otros dichos de Jesús: “el que venga a mí no tendrá hambre ni sed” (Jn 6,35). ¡Qué pena que algunos pensadores hayan rechazado a Dios porque solo han visto en él al vigilante temible! Quizá los predicadores y teólogos no estemos exentos de culpa; no es atrayente el ritornelo del Gran Teatro del Mundo (Calderón de la Barca) “obrar bien, que Dios es Dios”. No va en la línea de vivir gozosamente la presencia y el apoyo del Dios amigo que acompaña siempre con ternura. Que no se nos escape; la multiplicación de los panes fue narrada siempre según el esquema del Éxodo: Dios guía a su pueblo por el desierto y socorre su hambre con el maná. Esa es nuestra Eucaristía, ese es nuestro vivir." (Severiano Blanco cmf, Ciudad Redonda) |
El Rincón del Anacoreta
Un lugar de reflexión en el silencio y la soledad.
miércoles, 3 de diciembre de 2025
¿QUÉ TENEMOS NOSOTROS?
martes, 2 de diciembre de 2025
DICHOSOS LOS OJOS
En aquel momento, Jesús, lleno de alegría por el Espíritu Santo, dijo: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que ocultaste a los sabios y entendidos. Sí, Padre, porque así lo has querido.
Mi Padre me ha entregado todas las cosas. Nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre; y nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo quiera darlo a conocer.”
Volviéndose a los discípulos les dijo aparte: “Dichosos quienes vean lo que estáis viendo vosotros, porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; desearon oir lo que vosotros oís, y no lo oyeron.”
Jesús se alegre porque los sencillos han entendido cosas que los sabios no comprenden.
Si somos sencillos, pequeños, veremos lo que los sabios no ven. Porque de lo que se trata es de saber mirar. Debemos tener una mirada pura, sencilla y, entonces, veremos a Dios en todas partes. Él se da a conocer a los humildes.
"Es un puro tópico recordar que evangelio significa exactamente “buena noticia”; pero llega el adviento y hay que repetirlo. Así comenzó Jesús su ministerio: “creed en la buena noticia, llega el reino de Dios” (Mc 1,15), y así continuó al visitar Nazaret: “el Señor me ha enviado a dar la Buena Noticia a los pobres” (Lc 4,18). ¿Habremos traicionado alguna vez el evangelio, convirtiéndonos en aguafiestas para nuestros hermanos? Demasiadas veces oí decir, de pequeño, quizá como chantaje para que renunciase a mis normales travesuras infantiles, aquello de “mira que te mira Dios, mira que te está mirando…”. Con los mejores deseos, podemos desnaturalizar lo de Jesús. Los entendidos en la interioridad cristiana han valorado la mirada divina de otra manera: “ya bien puedes mirarme, después que me miraste, que gracia y hermosura en mí dejaste” (S. Juan de la Cruz).
Los que bucean en los evangelios perciben una primera etapa de la actividad del Maestro que llaman “primavera galileana”; aparece como el profeta de los nuevos tiempos, que crea dicha y ganas de vivir donde había desesperanza. Es el mensajero previsto por Isaías 52,7: “qué hermosos sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que dice a Sion: tu Dios establece su reino”.
Al inicio de la actividad de Jesús todo sonríe: él predica bienaventuranzas, alegrías para los pobres, hambrientos y afligidos, y él mismo los alegra llevando consuelo a los corazones desgarrados, anunciando el perdón y el amor del Padre; con ello lleva paz a los desconsolados. A veces el mismo Jesús parece admirarse de lo que sucede por medio de él: “levantad los ojos y mirad los campos, que ya amarillean para la siega” (Jn 4,35); “cuando la higuera se pone tierna y echa yemas… está llegando el verano” (Lc 21,30).
Alguna vez nuestros políticos han hablado de “brotes verdes”, como signo de recuperación económica, mejor situación social, etc. No fueron originales; ya los seguidores de Jesús habían percibido esos brotes con mucha más claridad: Jesús estaba transformando el mundo. Naturalmente, Jesús se alegra y los llama a la alegría; los felicita por lo que ven, oyen, experimentan… Los que están cercanos a Jesús adquieren una mirada más penetrante, ven las cosas y ven a través de las cosas; él se lo dirá con claridad: “a vosotros se os ha dado a conocer el misterio del Reino de Dios”, mientras que a los que, desde lejos, miran con escepticismo, por encima del hombro, “todo les resulta un enigma” (Mc 4,11). Jesús exige poco: un corazón sencillo y unos ojos limpios bastan para la admiración.
¿Podemos nosotros felicitarnos por lo que vemos y oímos? Quizá somos demasiado propensos a hacer listas de lo que falta sin saber agradecer lo que ya hay, que en muchos casos es fruto de la fe en Jesús. Los milagros que acontecen en torno a nosotros son innumerables; Jesús puso en marcha una correa de transmisión del bien que no cesa. Son tantos los que dedican su tiempo y energías a hacer el bien a otros, los que se han olvidado de sí mismos para llevar a otros la buena noticia (¿cuántos misioneros y misioneras españolas trabajan en África, Asia u Oceanía, gratuitamente?). ¡Cuánta bondad en nuestro mundo! ¡Dichosos nuestros ojos…!"
(Severiano Blanco cmf, Ciudad Redonda)
lunes, 1 de diciembre de 2025
VIENE A NUESTRA CASA
Al entrar en Cafarnaún, un centurión romano se le acercó para hacerle un ruego. Le dijo:
– Señor, mi asistente está en casa enfermo, paralítico, sufriendo terribles dolores.
Jesús le respondió:
– Iré a sanarlo.
– Señor – le contestó el centurión –, yo no merezco que entres en mi casa. Basta que des la orden y mi asistente quedará sanado. Porque yo mismo estoy bajo órdenes superiores, y a la vez tengo soldados bajo mi mando. Cuando a uno de ellos le digo que vaya, va; cuando a otro le digo que venga, viene; y cuando ordeno a mi criado que haga algo, lo hace.
Al oir esto, Jesús se quedó admirado y dijo a los que le seguían:
– Os aseguro que no he encontrado a nadie en Israel con tanta fe como este hombre. Y os digo que muchos vendrán de oriente y de occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos.
(Mt 8,5-11)
Empezamos en tiempo de Adviento. Tiempo de espera del Señor. El centurión romano nos enseña una oración que rezamos cada día antes de recibir la comunión: "Señor yo no soy digno de que entres en mi casa..."
Así empezamos el Adviento; reconociendo que nos somos dignos de que Él venga a nosotros. Sin embargo, Él vendrá porque nos ama. Él vendrá si tenemos la fe del centurión.
"Varias veces los evangelios nos presentan a Jesús negándose a intervenir en la vida de paganos; las cosas por su orden, según Is 2,2: primero reafirmar la fe de Israel (“estará firme el monte del Señor”), luego ya se acercarán las naciones paganas a participar de sus bienes. Jesús lo dirá explícitamente: “solo he sido enviado a las ovejas perdidas de Israel” (Mt 15,24).
En los antiguos manuscritos bíblicos faltan muchos signos de puntuación, de interrogación, etc.; en nuestro texto de hoy, la respuesta de Jesús al romano debió de ser una pregunta retórica (pongamos el signo de interrogación), que es una negativa: “¿tengo yo que ir a curar a tu criado?”. Y el centurión reconoce que Jesús tiene razón: ¡no va a entrar a casa de un pagano! Este centurión confiesa con humildad que él no pertenece al pueblo elegido, que la salvación le llegará, todo lo más, en un segundo momento; entiende la reticencia de Jesús a hacerle el favor: “yo no soy quien para que tú…”.
Y a la confesión de la propia humildad sigue la impresionante confesión de fe cristológica, que quizá las sucesivas traducciones, ya desde la antigüedad, nos la han oscurecido. El centurión establece una contraposición entre su autoridad y la de Jesús; la suya es limitada, subordinada; él no es el césar… pero tiene algún poder sobre soldados y criados, un poder eficaz. Frente a ese poder limitado, reconoce que Jesús posee un señorío absoluto; ¿cómo no vas a poder dar una orden, incluso a distancia, en favor de mi siervo? Jesús mismo queda sorprendido de la certera fe del pagano; el texto griego dice “etháumasen”, se admiró. Al parecer, sus correligionarios judíos, con toda su preparación veterotestamentaria, no habían llegado a percibir esa su ilimitada autoridad mesiánica.
Esto abre a Jesús, y a la Iglesia de Mateo, grandes perspectivas y esperanzas misioneras: “vendrán muchos del Norte y del Sur y se sentarán a la mesa con los patriarcas…”. Y lo que a Mateo le duele especialmente: muchos “hijos del reino”, es decir, llamados de primera hora, judíos, quedarán fuera.
El evangelista hace una gran advertencia a su Iglesia: no se duerman sobre los laureles, no lo den todo por hecho; la conversión primera no garantiza la perseverancia. San Pablo habla de los judíos que formaban parte del olivo legítimo y sin embargo fueron ramas desgajadas, mientras que ramas de olivos silvestres fueron injertadas en su lugar.
La lección es para dentro de la Iglesia y también para fuera: no debe considerarse a nadie como caso perdido. El pagano, el inmoral, el político corrupto o explotador… no han perdido la capacidad de reconocer en Jesús a su Salvador. Más aún, una actitud de humildad y de fe sincera puede “alterar” el orden de la salvación preestablecido: en este caso, el pagano por delante del judío."
(Severiano Blanco cmf, Ciudad Redonda)
domingo, 30 de noviembre de 2025
YA ESTÁ AQUÍ
Como sucedió en tiempos de Noé, sucederá también en la venida del Hijo del hombre. Antes del diluvio, y hasta el día en que Noé entró en el arca, la gente comía, bebía y se casaba. Pero cuando menos lo esperaban, vino el diluvio y se los llevó a todos. Así será también en la venida del Hijo del hombre. En aquel momento estarán dos hombres en el campo: a uno se lo llevarán y al otro lo dejarán. Dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a la otra la dejarán.
Permaneced despiertos, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Entended que si el dueño de una casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, permanecería despierto y no dejaría que nadie entrara en su casa a robar. Así también, vosotros estad preparados, porque el Hijo del hombre vendrá cuando menos lo esperéis.
(Mt 24,37-44)
Debemos estar despiertos, porque Él ya está aquí. Debemos vivir amando a todos, sirviendo, ayudando...Así Él nos encontrará amando...
"Como sabéis, hoy comenzamos el nuevo año litúrgico, distinto del año civil, o del curso escolar y del calendario laboral. El año litúrgico comprende también doce meses, pero no está dividido en cuatro estaciones, sino en tiempos de distinta duración. Es que en el año litúrgico no manda el clima, ni se divide según los solsticios y los equinoccios. En el año litúrgico cristiano manda la historia de las relaciones de Dios con nosotros; por tanto, manda la historia de Jesús, pues en Jesús Dios ha entablado con nosotros una Alianza Nueva. El centro del año litúrgico lo ocupa la Pascua de Resurrección del Señor o, si queréis, el Triduo Pascual que abarca del Jueves Santo al Domingo de Resurrección; le sigue el tiempo pascual, que dura siete semanas y lo precede el tiempo de Cuaresma, que dura seis semanas. Y hay otros dos tiempos especiales: el Adviento, con cuatro semanas de duración y la Navidad, con dos semanas más o menos alargadas. Después de Navidad y después de Pascua vivimos el tiempo ordinario.
En el tiempo de Adviento nuestra liturgia romana celebra la doble venida de Nuestro Señor Jesucristo. Por un lado, estas semanas preparan para la fiesta del nacimiento de aquel que, con su primera venida entre los hombres, cumplió las antiguas promesas y abrió el camino de la salvación y con ello participan en la memoria de la aparición reveladora y salvadora del Señor. Por otra parte, no nos detenemos sólo en el primer descenso, sino que esperamos el segundo. (San Cirilo de Jerusalén). El recuerdo de la venida del Señor en humildad despierta y fortalece la alegre y confiada espera del retorno de Cristo «en la majestad de su gloria».
(...) El Evangelio os habrá resultado bastante extraño. Es como cuando percibimos frases sueltas de una conversación que están teniendo otros y que llega hasta nuestros oídos como a oleadas: ahora se oye, luego no se oye nada, de nuevo se vuelve a captar alguna palabra. Parecen cabos sueltos. Pero hay cosas bien claras. Por ejemplo, lo que se nos dice de lo que sucedió en tiempos de Noé: la gente comía, bebía, se casaba. De una forma plástica nos presenta Jesús una situación en que la vida de la gente se desenvolvía en las ocupaciones y acontecimientos normales de la vida ordinaria: comer, beber, casarse. Pero de repente vino la catástrofe que no se esperaban.
Podemos recoger una lección para nuestra vida. No se nos pide que abandonemos las ocupaciones de esos calendarios a que hacíamos referencia al principio: el calendario laboral, el calendario escolar, el calendario de nuestras relaciones y compromisos con los demás, donde entran también las fiestas y las bodas. Pero algo puede cambiar. Concretamente, podemos sentir la llamada a dar hondura a nuestra vida. Aprendamos a vivir las cosas desde Dios y hacia Dios; que todas nuestras acciones procedan de Él como su fuente y tiendan siempre a Él como a su fin.
Jesús muestra lo importante que es no apegarse a las cosas de este mundo. Nos preparamos para la segunda venida de Cristo. Eso nos obliga a vivir atentos. Porque no sabemos ni el día ni la hora. Y, en ese tiempo de espera, hay muchas dificultades que acechan al pueblo de Dios. Problemas ha habido siempre. Y los habrá. Lo importante es estar preparados para reaccionar como Dios quiere. ¿Cuándo llegará ese momento para nosotros? No lo sabemos. Puede ser nuestra propia muerte, o puede ser un momento decisivo en el que se resuelva algo importante. Puede encontrarnos «en el campo» o «moliendo». Y lo más importante aquí no es dónde nos encontremos, sino lo que hay en nuestro corazón, cómo vivimos a la espera de ese momento.
No hay que prepararse para ese momento determinado como si fuera un «examen». Jesús nos llama a vivir de tal manera que estemos preparados para el encuentro en todo momento. El hombre no ve la diferencia entre dos trabajadores en un mismo campo. Pero Dios mira profundamente en el corazón y nos ve tal como somos. ¿En qué pensaremos en el momento más importante, en el momento de la elección, de la catástrofe, de la muerte? ¿En las cosas olvidadas en casa? ¿En la opinión de la gente? Quizás también en eso. Aunque si no tenemos lo principal, lo que lo supera todo, si no tenemos el amor que determina nuestra elección, ninguna cosa nos salvará del vacío interior. Ante Dios nos presentaremos tal y como seamos en ese momento.
¿Soy capaz de encontrar a Dios en lo cotidiano? ¿No lo estoy sustituyendo por mis ídolos: el éxito, la comodidad o cualquier otra cosa? ¿Qué es lo más importante para mí, en qué vivo? Intentemos hablar hoy de ello con Él.
Me parece que tenemos por delante una hermosa tarea durante estas cuatro semanas: preparar nuestro interior como si fuera una cuna que va a recibir a Aquél que nos da la vida. El tren de la esperanza va a pasar por delante de nosotros, no lo perdamos, subamos a él y valoremos todo lo bueno que vamos encontrando en nuestro camino. Seamos también nosotros portadores de esperanza, esperanzados y esperanzadores. Así podemos conseguir que todos los que viajamos en el mismo tren de la vida podamos construir la nueva humanidad que viaja hacia la Jerusalén celestial. Seamos profetas de la esperanza, no del desaliento. El mundo está cansado de agoreros y necesitamos hombres colmados de esperanza."
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad redonda)
sábado, 29 de noviembre de 2025
PERMANECED VIGILANTES
Tened cuidado y no dejéis que vuestro corazón se endurezca por los vicios, las borracheras y las preocupaciones de esta vida, para que aquel día no caiga de pronto sobre vosotros como una trampa; porque así vendrá sobre todos los habitantes de la tierra. Permaneced vigilantes, orando en todo tiempo para que podáis escapar de todas esas cosas que van a suceder, y para que podáis presentaros delante del Hijo del hombre.
(Lc 21,34-36)
Jesús nos pide que permanezcamos vigilantes y que oremos. Vivimos en una sociedad llena de desgracias. Debemos vigilar para no dejarnos llevar por el mal y orar para tener fuerzas para resistir. Mañana empieza el Adviento. El Señor se acerca. Hay que saberlo esperar orando y vigilando haciendo el bien.
"Aunque las tiendas ya estén vendiendo regalos de Navidad y las calles ya hayan (precipitadamente) empezado a engalanarse con luces, todavía no hemos entrado siquiera en el Adviento. Así que ese goce navideño que ya se anuncia está hoy un poco empañado por el “Prepárense para la tribulación que viene”. Lo cierto es que la tribulación siempre está viniendo y siempre está aquí. Siempre habrá dolor, privaciones, angustias económicas, enfermedades, preocupación por nuestros jóvenes, muertes de familiares y amistades. El teléfono que suena en medio de la noche para dar una mala noticia siempre es una posibilidad. Y muy frecuentemente también habrá la tribulación de aguantar críticas y ridículo por nuestra fe. Por eso, parece algo justificado envolverlo todo en anuncios de luz, alegría, comilonas familiares, montañas de regalos. O, incluso durante el año, buscar la diversión interminable, el festival popular, las observaciones de todo día posible, incluso el de la croqueta. Podemos acallar interminablemente nuestra justa preocupación por las cosas que pueden pasar y que, de hecho, pasan. Divertirnos, tomar unas vacaciones, emborracharnos de distracciones. Las oportunidades se dan continuamente y nos vienen casi sin buscarlas. Todo ese ruido adormece a menudo la luz interior que indica dónde está la verdadera felicidad.
Pero, en la otra cara de la moneda, la luz de Navidad es en realidad la más cierta. Y esa es eterna. Por tanto, hay una justificación más profunda para los adornos, las luces y la algarabía. Pero hay que esperar un poco y dar a las cosas su propio espacio. Ahora seguramente toca mirar la tribulación con realismo y aceptarla. Y prepararse para llevarla según el querer de Dios, sabiendo que, más allá, está el Adviento, la venida de quien sufrió la tribulación en su propia carne, y también la venida gloriosa que anuncia la salvación, que enjugará toda lágrima, que destruirá todo dolor. Pero si no se mira a la tribulación ahora, las luces carecerán de sentido, porque solo estarán anunciando vacío, algo sin raíz ni meta."
(Carmen Fernández Aguinaco, Ciudad Redonda)
viernes, 28 de noviembre de 2025
ESTÁ CERCA
También les propuso Jesús esta comparación: Mirad la higuera, o cualquier otro árbol: cuando veis que ya brotan sus hojas, comprendéis que el verano está cerca. De la misma manera, cuando veáis que suceden esas cosas, sabed que el reino de Dios ya está cerca.
Os aseguro que todo ello sucederá antes que haya muerto la gente de este tiempo. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
El reino de Dios está cerca, pero no sabemos verlo. Vemos las desgracias de nuestro mundo actual, pero no sabemos ver que la Palabra está con nosotros. Esta es nuestra esperanza: todo pasará, pero la Palabra no pasará. Una Palabra que es Amor y nos enseña a amar. Una Palabra que nos muestra a un Dios misericordioso que está por encima de todas las desgracias. La Palabra de un Dios que nos ama.
"Entre las “alegrías” litúrgicas que nos dimos después del Concilio Vaticano II había un Santo que tenía estas palabras como estribillo. “No, no, no pasará, nononono no no pasará…” Se cantaba a ritmo bailable, y con eso parecía trivializarse un poco la solemnidad del “cielo y tierra pasarán” y sobre todo, del propio Santo de los santos… El anuncio de que cielo y tierra pasarán (sobre todo en estos tiempos sombríos de amenazas lúgubres de catástrofe por el cambio climático) no parece razón para bailar y dar palmas. Es como celebrar un funeral a ritmo de salsa o merengue incluso si es con la promesa y la certeza de la resurrección. El anuncio es muy serio: cielo, tierra, todo, va a pasar. Por si habíamos disfrutado nuestra estancia en la tierra, se nos hace la advertencia de que todo es pasajero. La promesa de lo que viene después es, ciertamente, mucho mejor, pero nos aboca a algo desconocido y misterioso y por tanto, algo que causa algo de temor y para lo cual hay que aferrarse firmemente a la fe en la promesa.
La insistencia de las lecturas de hoy va dirigida a leer bien los signos de los tiempos. ¿Cómo permanecer en la fe y la esperanza de que el Reino de Dios no será arrebatado? ¿Cómo reconocer que lo presente, tanto lo doloroso como lo más alegre, es pasajero? Y si es pasajero, ¿para qué seguir esforzándose? ¿Cómo vivir en este mundo con la paz de quien sabe que nada es para siempre, pero que la Palabra, el Cristo vivo y encarnado, siempre estarán aquí? El seguir caminando, sabiendo que todo acaba se debe al convencimiento de que la Palabra no acaba. Es decir, que por mucho que todo lo visible, lo tangible, lo perecedero pase, ya estamos viviendo y gozando de lo que no acaba. Quizá eso sí fuera motivo suficiente para bailar y gozar; no como quien está en un fiestuco, sino como quien goza del Banquete Eterno."
(Carmen Fernández Aguinaco, Ciudad Redonda)
jueves, 27 de noviembre de 2025
LEVANTAD LA CABEZA!
Cuando veáis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed que pronto será destruida. Entonces los que estén en Judea, que huyan a las montañas; los que estén en Jerusalén, que salgan de la ciudad; y los que estén en el campo, que no regresen a ella. Porque serán días de castigo en los que se cumplirá cuanto dicen las Escrituras. ¡Pobres de las mujeres que en aquellos días estén embarazadas o tengan niños de pecho!, porque habrá mucho dolor en el país y un castigo terrible contra este pueblo. A unos los matarán a filo de espada, a otros los llevarán prisioneros por todas las naciones, y los paganos pisotearán Jerusalén hasta que se cumpla el tiempo que les ha sido señalado.
Habrá señales en el sol, la luna y las estrellas. En la tierra, las naciones estarán confusas y angustiadas por el ruido terrible del mar y de las olas. La gente se desmayará de espanto pensando en lo que ha de sucederle al mundo, pues hasta las fuerzas celestiales se tambalearán. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, animaos y levantad la cabeza, porque muy pronto seréis liberados.
No debemos perder la esperanza. Es el mensaje que nos da el evangelio de hoy. Han habido, hay y habrán guerras y desgracias. Pero nuestra liberación está cerca. Ya está aquí. Depende de nosotros el saber verla. El poner en práctica lo que Dios nos pide: Amar a todo el mundo, amar a Dios. El Amor será nuestra salvación.
"Si viene una catástrofe (como un huracán, un terremoto o algún fenómeno climático alarmante), o una guerra, lo más prudente es esconderse, buscar un lugar seguro y esperar a que pase todo y que milagrosamente nos salvemos.
Hoy, como tan a menudo, el Evangelio nos da una recomendación paradójica: al ver desastres, catástrofes, guerras y levantamientos, en lugar de esconderse en una cueva con una resignada desesperación, levantar la cabeza. Cuando vean estas cosas, levanten la cabeza, porque su salvación está cerca. Es lo contrario de lo que muchas veces piden grupos que anuncian el fin del mundo: huir a una cueva, al monte y esperar la “rapture”, es decir, el levantamiento de los justos que irán al cielo mientras que otros se condenan. Pero no es esa la visión a la que se anima hoy. Desde los primeros tiempos del cristianismo se ha estado esperando esta segunda venida, y una y otra vez a lo largo de los siglos se han visto catástrofes, violencia, guerras, desastres, corrupciones… Y una y otra vez, se recomienda a los cristianos que levanten la cabeza porque está cerca la liberación. ¿Y qué pasa después? Pues todo parece seguir, reconstruyendo desde la destrucción, guardando luto por quienes faltan, empezando a veces desde cero. Quienes no sean creyentes, o los escépticos podrían decir que todos los años vemos lo mismo y nunca llega esa salvación tan anunciada… Y nosotros mismos podríamos casi desesperar de esa venida futura que nunca parece llegar. ¿O es que estamos ciegos y sordos?
La verdad es otra y es que esa salvación no es solamente que esté cerca; ya está aquí. En estos últimos días de noviembre, siempre está ahí la insistencia apocalíptica y escatológica. La visión cierta es que la salvación está cerca y es verdad. Las lecturas de estos días simplemente afirman una verdad: la próxima Navidad celebra algo para lo que ya no hay espera: la salvación completa y final que ya está aquí de alguna manera. La promesa es cierta y ya está realizada, aunque nos cueste verlo y escucharlo. Levanten la cabeza y miren: aquí está la salvación. Dentro; ya, pero todavía no."
(Carmen Fernández Aguinaco, Ciudad Redonda)
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