martes, 8 de julio de 2025

SORDOS Y MUDOS

 


Mientras los ciegos salían, algunas personas trajeron a Jesús un mudo que estaba endemoniado. Jesús expulsó al demonio, y en seguida el mudo comenzó a hablar. La gente, asombrada, decía:
– ¡Nunca se ha visto cosa igual en Israel!
Pero los fariseos decían:
– El propio jefe de los demonios es quien ha dado a este el poder de expulsarlos.
Jesús recorría todos los pueblos y aldeas enseñando en las sinagogas de cada lugar. Anunciaba la buena noticia del reino y curaba toda clase de enfermedades y dolencias. Viendo a la gente, sentía compasión, porque estaban angustiados y desvalidos como ovejas que no tienen pastor. Dijo entonces a sus discípulos:
– Ciertamente la mies es mucha, pero los obreros son pocos. Por eso, pedid al Dueño de la mies que mande obreros a recogerla.

En el evangelio los sordos y los mudos simbolizan a aquellos que no escuchan ni transmiten la Palabra. En este texto, el que no la transmite es a causa del mal que lleva en su interior. Jesús los cura a todos. No sólo a estos, si no a todos los que encontraba en su recorrido por pueblos y aldeas. Nos dice el evangelio que se compadecía de todos. Si queremos ser sus seguidores, debemos hacer lo mismo. Ayudar a todo el mundo a oir y proclamar la Palabra. A curar a todo el mundo. A ser obreros que recogemos la mies.


"A menudo combatimos contra circunstancias que, en nuestra vida, nos plantan batalla: una enfermedad, una traición, un fracaso afectivo, una quiebra laboral o económica, un desencuentro… No nos faltan combates ni frentes en los que batallar. Así contemplamos hoy a Jacob, en esa batalla que sostiene hasta el amanecer, con ese personaje misterioso.
Sabemos que la vida no es fácil. Pero, al igual que le pasó a Jacob, estas situaciones de combate nos ayudan a replantearnos la dirección de nuestra vida si nos apoyamos en Dios. En el caso de Jacob, hubo una transformación: pasó de llamarse Jacob (“el que suplanta”) a Israel (“el que lucha con Dios” -no contra-). Las pruebas de la vida deberían ayudarnos a crecer, a madurar, y a dejar atrás actitudes victimistas, para convertirnos en personas fuertes gracias a la fuerza de Dios.
El verano es una oportunidad para, en medio del descanso, revisar nuestra vida. Cuando lo hacemos, es frecuente que lo primero que nos venga a la mente y al corazón, sean aquellos ámbitos de nuestra existencia que no van bien. Solemos ver primero lo negativo, la sombra que hay en nosotros, porque esas heridas claman con fuerza. Sin embargo, es necesario hacerlo y no rehuir de este ejercicio sano de introspección, para poder ver la semilla de bien y potencialidad que hay en nuestro interior y que suele aparecer en segundo lugar. Hoy, la Palabra nos recuerda que Dios también combate a nuestro lado, nos auxilia en nuestras batallas, si le dejamos.
De nuevo una curación en el Evangelio de hoy. Un sordomudo endemoniado, no sé si se puede ser más desgraciado. Una vez más, Jesús se compadece, no lo abandona. Y por si no queda claro, el texto de Mateo nos dice: “Al ver a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor”.
Al estilo de Jesús, ten tú también compasión de tus semejantes, como el Señor la tiene contigo. Y recuerda: sé más bueno de lo necesario, porque todas las personas que encuentras en tu camino están luchando alguna batalla."
(Juan Lozano cmf, Ciudad Redonda)

lunes, 7 de julio de 2025

CREER Y AMAR

 


Mientras Jesús les estaba hablando, llegó un jefe de los judíos, se arrodilló ante él y le dijo:
– Mi hija acaba de morir, pero si tú vienes y pones tu mano sobre ella, volverá a la vida.
Jesús se levantó, y acompañado de sus discípulos se fue con él. Entonces una mujer que desde hacía doce años estaba enferma, con hemorragias, se acercó a Jesús por detrás y tocó el borde de su capa. Porque pensaba: “Con solo tocar su capa quedaré sana.” Pero Jesús, volviéndose, vio a la mujer y le dijo:
– Ánimo, hija, por tu fe has quedado sanada.
Y desde aquel momento quedó sana.
Cuando Jesús llegó a casa del jefe de los judíos, y vio a los músicos que estaban preparados para el entierro y a la gente que lloraba a gritos, les dijo:
– Salid de aquí. La muchacha no está muerta, sino dormida.
La gente se burlaba de Jesús, pero él los hizo salir; luego entró, tomó de la mano a la muchacha y ella se levantó. Y por toda aquella región corrió la noticia de lo sucedido.
(Nt 9,18-26)


Aquella mujer tiene tanta fe en Jesús, que cree, que solamente con tocar su capa, se curará. Y el hombre, aunque su hija ya ha muerto, cree que Jesús le devolverá la vida.
Son dos personajes muy distintos. Una persona importante en la sociedad judía y una mujer rechazada con una enfermedad que la convierte en impura. Ambos están unidos por la Fe. Y Jesús cura a la mujer y devuelve la vida a la hija.
La primera lección es que debemos tener una fe total en Jesús. Él siempre nos ayudará sea cual sea nuestra condición.
La segunda lección es, que si queremos ser como Jesús, debemos ayudar a todos sin mirar su condición. Todos necesitan nuestra entrega y nuestro Amor.
 
"(...) En el evangelio de hoy, Mateo nos narra dos milagros de Jesús, intercalados el uno en el otro: un hombre le pide que devuelva la vida a su hija que acaba de fallecer, y una mujer queda curada con sólo tocar la orla de su manto. Aunque ambos se consideran indignos de recibir la gracia de Jesús, confían en su poder. El hombre que se pone de rodillas y la mujer que se tumba sigilosamente para tocar el manto de Jesús sin ser vista, no entienden el poder del Señor como “dynamis”, fuerza o violencia, sino como “exousía”, el poder de la liberación y sanación, que utiliza no para dominar, sino para curar.
Nunca creas que no eres digno. Dios siempre actúa porque te ama a pesar de tu miseria y, si hace falta, escribe con renglones torcidos. Acércate y déjate sanar por Él."
(Juan Lozano cmf, Ciudad Redonda)

domingo, 6 de julio de 2025

ENVIADOS CON ALEGRÍA

 


Después de esto escogió también el Señor a otros setenta y dos, y los mandó delante de él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares a donde tenía que ir.
Les dijo: Ciertamente la mies es mucha, pero los obreros son pocos. Por eso, pedidle al Dueño de la mies que mande obreros a recogerla. Andad y ved que os envío como a corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa ni monedero ni sandalias, y no os detengáis a saludar a nadie en el camino. Cuando entréis en una casa, saludad primero diciendo: ‘Paz a esta casa.’ Si en ella hay gente de paz, vuestro deseo de paz se cumplirá; si no, no se cumplirá. Y quedaos en la misma casa, comiendo y bebiendo lo que tengan, pues el obrero tiene derecho a su salario. No andéis de casa en casa. Al llegar a un pueblo donde os reciban bien, comed lo que os ofrezcan; y sanad a los enfermos del lugar y decidles: ‘El reino de Dios ya está cerca de vosotros.’ Pero si llegáis a un pueblo y no os reciben, salid a las calles diciendo: ‘¡Hasta el polvo de vuestro pueblo que se ha pegado a nuestros pies nos lo sacudimos en protesta contra vosotros! Pero sabed que el reino de Dios está cerca.’ Os digo que, en aquel día, el castigo de ese pueblo será más duro que el de los habitantes de Sodoma.
Los setenta y dos regresaron muy contentos, diciendo:
– ¡Señor, hasta los demonios nos obedecen en tu nombre!
Jesús les dijo:
– Sí, pues yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Os he dado poder para que pisoteéis serpientes y alacranes, y para que triunféis sobre toda la fuerza del enemigo sin sufrir ningún daño. Pero no os alegréis de que los espíritus os obedezcan, sino de que vuestros nombres ya estén escritos en el cielo.

Todo somos enviados. Jesús llega a los demás a través nuestro. Debemos ser evangelios vivientes. Estas frases pueden parecernos teóricas, propagandísticas, poco reales...Pero la realidad es que debemos preguntarnos qué imagen damos a los demás de ser cristiano. ¿Un ser egoísta, centrado en sí mismo, triste, aburrido...?¿  O un ser dinámico, entregado, desbordando alegría?
La mies es mucha y los obreros pocos. Es hora de que nos decidamos a ser enviados llenos de alegría.

"¿Qué es la alegría? Dice Jesús que no se trata de hacer grandes cosas, ni de ser el mejor orador, ni de convertir miles de infieles, como se decía antes del Concilio. Para Jesús, la alegría es tener el nombre inscrito en el cielo. Y eso, ¿cómo se traduce hoy, veinte siglos y pico después de Cristo?
Hace veinte siglos y pico, eso se tradujo para setenta y dos personas en ir por los caminos, a hablar de Cristo. Es curioso que setenta y dos personas se fueran en parejas a hablar del Reino de Dios. Hace falta moral, mucha moral, para ir por ahí, de pueblo en pueblo, para hablar de un señor casi desconocido, que se llamaba Jesús, que habla de amor, paz y perdón. Hace falta moral, además, cuando el mismo que les envía les advierte de que van a encontrar muchas dificultades. Seguro que no fue fácil. Unos tiempos difíciles.
También nosotros podemos decir que vivimos tiempos difíciles. En realidad, pocos tiempos fáciles ha habido en la Iglesia. Así que la dificultad no es excusa para vivir la alegría, y para hacer lo que nos manda el Señor.
Para nosotros, ¿qué debería ser la alegría? Lo que Pablo tiene muy claro, el don y el amor de Dios por nosotros y la manifestación en que ese amor alcanzó su mayor esplendor e intensidad: «Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en el cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo». Ahí, en la cruz de Jesús, se ha manifestado hasta qué punto el amor de Dios por nosotros va en serio, hasta qué punto es un amor «legal». Ahí no hay engaño. Ahí no hay trampa ni cartón. «Nadie ama tanto como el que da la vida por aquellos a los que ama». ¿Cómo no rendirnos ante una manifestación como la muerte en cruz de Jesús por nosotros?
Si hay algo de lo que podamos sentirnos gozosos, ¿no será de que somos amados hasta ese punto? No hay base más consistente que pueda dar firmeza a nuestra vida que ésta. Y no hay nada que despierte tanto la capacidad de respuesta como la experiencia de ese amor. San Pablo es un buen testigo de todo esto, cuando dice: «yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús». Al contemplar cómo se había desvivido el Señor por él, nacen en él unas insospechadas energías para el don de sí, para la entrega a la misión, y para soportar los sufrimientos que este don de si y la entrega a la misión llevan consigo.
Repito la pregunta. ¿Qué tenemos nosotros que hacer para participar de esa alegría? Caer en la cuenta de que evangelizar no es sólo tarea de unos pocos. Toda la comunidad, todos y cada uno de nosotros tiene que anunciar a Cristo. La Iglesia en salida, de la que nos hablaba tanto el Papa Francisco. No podemos decir que los tiempos son difíciles, que no acompañan. Menos acompañaron a los primeros discípulos. Tampoco acompañaron a Francisco de Asís, o a Teresa de Ávila, o a los primeros claretianos que salieron a predicar por Cataluña. No hay tiempos fáciles o difíciles. Hay que vivir nuestro tiempo, desde nuestra propia circunstancia y condición. Nadie se puede escapar.
Cada cristiano, cada seguidor de Cristo, está llamado a anunciar el Reino de Dios. Incluso los seguidores más reticentes. Con Jesús no hay excusas que valgan. ¿Crees que hace falta un diploma de catequista? Ninguno de los setenta y dos tenía un diploma de catequista, y el mismo Jesús no tenía estudios superiores en pastoral catequética. Lo que Él tenía, era mucho amor. Para ser misionero, lo que más se necesita es amor. Lo dijeron muy bien los Beatles: All you need is love. (Todo lo que necesitas es amor). Si amas, sales de ti, y si eres capaz de compartir, aunque sea con una sola persona, de algún modo, has comenzado a ir por todo el mundo, anunciando el Reino de Dios. Porque para ir por todo el mundo, primero hay que ir por tu casa, por tu barrio, por tu ciudad, por tu país… Y si eres capaz de ir al encuentro de un enemigo, has logrado llegar a la cima de la vida cristiana.
Si la Iglesia no es misionera, no es la Iglesia de Jesús. Ésta es nuestra seña de identidad, nuestra quintaesencia. Jesús envió en misión a los Doce, después a los setenta y dos, como nos evoca el Evangelio de este domingo. Tras su muerte y resurrección, un poco antes de su ascensión al cielo, nos envió a todas las naciones y etnias para hacer discípulos suyos y enseñarles todo lo que Él nos había mandado. El objetivo: Jesús nos envía porque quiere cambiar el mundo, mejorarlo, convertirlo. Así nuestro nombre estará también escrito en el Cielo. Así también nosotros esteremos alegres.
Que no se nos olvide:
Jesús, no tienes manos. Sólo tiene nuestras manos para construir un mundo donde habite la justicia.
Jesús, no tienes pies. Sólo tienes nuestros pies para poner en marcha la libertad y el amor.
Jesús, no tienes labios. Tienes sólo nuestros labios para anunciar por el mundo la Buena Noticia a los pobres.
Jesús, no tienes medios. Sólo tienes nuestra acción para lograr que todos los hombres sean hermanos.
Jesús, nosotros somos tu Evangelio, el único Evangelio que la gente puede leer, si nuestras vidas son obras y palabras eficaces.
Jesús, danos tu fuerza para que desarrollar nuestros talentos y hacer bien todas las cosas. Así estaremos alegres. Así, seremos felices."
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)

sábado, 5 de julio de 2025

EL VERDADERO AYUNO



Los seguidores de Juan el Bautista se acercaron a Jesús y le preguntaron:
– Nosotros y los fariseos ayunamos con frecuencia: ¿Por qué tus discípulos no ayunan?
Jesús les contestó:
– ¿Acaso pueden estar tristes los invitados a una boda mientras el novio está con ellos? Pero llegará el momento en que se lleven al novio, y entonces ayunarán.
Nadie remienda un vestido viejo con un trozo de tela nueva, porque lo nuevo encoge y tira del vestido viejo, y el desgarrón se hace mayor. Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos, porque los odres revientan, y tanto el vino como los odres se pierden. Por eso hay que echar el vino nuevo en odres nuevos, para que se conserven ambas cosas.
(Mt 9, 14-17)

El ayuno, la tristeza, son para cuando perdemos a Jesús. Y debemos buscarlo mirando hacia adelante. Con odres nuevos. Con tejidos nuevos. Buscando cual es la voluntad de Dios en cada momento. Dejar nuestro egoísmo de lado, este es el verdadero ayuno.

"Como en tantas ocasiones, Jesús pone ejemplos tomados de la vida cotidiana. Como un buen pedagogo utiliza siembras, cosechas, lámparas, vestidos, monedas o banquetes para apoyar en imágenes su enseñanzas. El Evangelio de hoy presenta dos cosas que no hay que hacer: echar vino nuevo en odres viejos o reparar un manto viejo con un retazo de lienzo nuevo. Seguramente sus padres o su parientes y vecinos se lo explicaron cuando era niño.
Los comentaristas suelen detenerse más en el primer ejemplo. Parece más fuerte el espectáculo de un odre reventado que el de un manto echado a perder y, total, los dos ejemplos dicen lo mismo…
No estoy tan segura. Está muy claro que un odre viejo no puede contener vino nuevo y que para recibir el mensaje de salvación de Jesucristo tenemos que convertirnos. Radicalmente, como en la conversación con Nicodemo: hay que nacer de nuevo por el Espíritu. Esto, creo, entusiasma a muchos: es revolucionario, supone un cambio radical, deja atrás prácticas anquilosadas, rigideces absurdas, miedo a la novedad, inmovilismos… No sé si somos conscientes de que esa conversión radical no es exactamente un acto de voluntad humana (cuyo concurso es necesario, por supuesto) sino  un don del Espíritu Santo. Don que hay que pedir humilde y perseverantemente.
El ejemplo del lienzo nuevo en manto usado aporta un matiz distinto: es lo nuevo lo que, de algún modo, tiene que procurar alguna semejanza con lo antiguo, hay que remojarlo antes para que al coserlo no tire del tejido gastado y lo rasgue. Tengo la impresión que Jesús puso este segundo ejemplo para que los que se resisten (en buena medida nos pasa a todos) a esa conversión radical por miedo a perder lo que nos parece una riqueza; abandonemos todo temor y pidamos sinceramente que el Señor envíe su Espíritu y nos haga odres nuevos."
(Virginia Fernández, Ciudad Redonda)

viernes, 4 de julio de 2025

MÉDICO PARA LOS ENFERMOS

 

Al salir Jesús de allí, vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado en el lugar donde cobraba los impuestos para Roma. Jesús le dijo:
– Sígueme.
Mateo se levantó y le siguió.
Sucedió que Jesús estaba comiendo en la casa, y muchos cobradores de impuestos, y otra gente de mala fama, llegaron y se sentaron también a la mesa con Jesús y sus discípulos. Al ver esto, los fariseos preguntaron a los discípulos:
– ¿Cómo es que vuestro maestro come con los cobradores de impuestos y los pecadores?
Jesús los oyó y les dijo:
– Los que gozan de buena salud no necesitan médico, sino los enfermos. Id y aprended qué significan estas palabras de la Escritura: ‘Quiero que seáis compasivos, y no que me ofrezcáis sacrificios.’i Pues yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.
(Mt 9,9-13)

Jesús llama a Mateo y come con sus amigos, también recaudadores de impuestos. esto escandaliza a los fariseos. Jesús les da una lección y nos enseña el camino a seguir. Ser compasivos. Es decir, estar al lado de los que necesitan curarse, de los que necesitan Amor.
La Iglesia de la periferia, de las fronteras que nos pedía el Papa francisco.

"Hace poco, no recuerdo bien en qué medio o emisora, oí una frase que me parece  certera: “Jesús hablaba con un sentido de humor interesante”. Era alguien que acababa de conocer el cristianismo y expresaba su fascinación por Jesús. Intentaba expresar en español lo que estaba pensando en su lengua, posiblemente inglés.
En el Evangelio de hoy me ha parecido que se da algo de ese “humor interesante”. Como en otros momentos relatados por los evangelistas, Jesús se dirige a un tipo especial de persona: el fariseo. ¿Cómo no recordar aquí la parábola del fariseo y el publicano, tantas veces comentada?
Los fariseos de aquel tiempo y lugar y los de todos los tiempos, con frecuencia son personas  piadosas, que creen sinceramente y que tratan de vivir en conformidad con unos principios morales justos. Lo malo es que siempre están (al borde o metidos de lleno) en la soberbia del autosuficiente y en el desprecio al que consideran inferior o “pecador”.
También hay quien es sencillamente un farsante. Me parece que Jesús, en los relatos evangélicos, con los primeros utiliza el humor y la ironía y a los segundos dedica improperios atroces: raza de víboras, sepulcros blanqueados…
En el pasaje de hoy, Jesús se expresa con una suave ironía. Se deja rodear por los que necesitan curación. Y pide misericordia y no sacrificio a los que reprueban su conducta.
¿Qué nos diría a cada uno de los que leeis esto y a quien lo escribe? En el ejercicio piadoso Invocaciones a Nuestro Señor Jesucristo, imploramos su misericordia recitando sus “títulos” (Hijo del Dios vivo, Sabiduría Eterna, Camino, Verdad y Vida…) seguidos del ruego “Ten piedad de mí”. Uno de esos títulos es Médico del alma y del cuerpo. Todos tenemos llagas que curar, heridas, hábitos y deformaciones arraigados. Pidamos a Jesucristo que nos cure. Y acudamos a la intercesión de Santa María, Salud de los enfermos."
(Virginia Fernández, Ciudad Redonda)

jueves, 3 de julio de 2025

RECONOCER A JESÚS


 
Tomás, uno de los doce discípulos, al que llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Después le dijeron los otros discípulos:
– Hemos visto al Señor.
Tomás les contestó:
– Si no veo en sus manos las heridas de los clavos, y si no meto mi dedo en ellas y mi mano en su costado, no lo creeré.
Ocho días después se hallaban los discípulos reunidos de nuevo en una casa, y esta vez también estaba Tomás. Tenían las puertas cerradas, pero Jesús entró, y poniéndose en medio de ellos los saludó diciendo:
– ¡Paz a vosotros!
Luego dijo a Tomás:
– Mete aquí tu dedo y mira mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado. ¡No seas incrédulo, sino cree!
Tomás exclamó entonces:
– ¡Mi Señor y mi Dios!
Jesús le dijo:
– ¿Crees porque me has visto? ¡Dichosos los que creen sin haber visto!
(Jn  20, 24-29)

Jesús, para que lo reconozca, invita a Tomás a ver sus llagas. Hoy, Jesús nos invita a reconocerlo viendo sus llagas, los pobres, los perseguidos, los enfermos, los inmigrantes...Viéndolos y amándolos. Estando a su lado y ayudándolos. Es así que encontraremos a Jesús.

"Mi tía Carmina, que era muy rezadora y devota, me enseñó a decir “Señor mío y Dios mío” en Misa, en el momento de la elevación. Por entonces creo que ni siquiera me habían contado que hubo un apóstol que dudó de la resurrección y no creyó hasta poner los dedos en los agujeros de los clavos y la mano en la llaga del costado. Y que dijo esas palabras cayéndo de rodillas ante Jesús.
Tomás, el incrédulo, hizo una profesión de fe que es el punto central de la fe católica: Jesús es Señor y Dios. Dos naturalezas y una sola persona divina. Precisamente estamos recordando en este año el Concilio de Nicea y al profesar la fe repetimos el Credo que salió de aquel primer Concilio Ecuménico.
En la Plegaria Eucarística III del ordinario de la Misa leemos: Santo eres en verdad, Padre, y con razón te alaban todas tus criaturas, ya que por Jesucristo, tu Hijo, Señor nuestro, con la fuerza del Espíritu Santo, das vida y santificas todo, y congregas a tu pueblo sin cesar, para que ofrezca en tu honor un sacrificio sin mancha desde donde sale el sol hasta el ocaso.
Es cierto que el Sacrificio se realiza en cada segundo. De este a oeste y de norte a sur. Desde donde sale el sol hasta el ocaso. En todos los meridianos y el todas las latitudes hay un sacerdote católico celebrando una Eucaristía. Así que el Sacrificio de Jesucristo en la Cruz es actual permanentemente. Una sangre derramada que no cesa de derramarse… Y  un misterio que queda fuera de nuestro tiempo y nuestro espacio y al mismo tiempo está presente. Dios en su gloria, pura alegría y puro amor, casi aterradores en su intensidad, está también destrozado y entregado en la Cruz cada vez que celebramos la Eucaristía. Incomprensible y misterioso pero real.
No dejemos de asombrarnos. En nuestra fe todo es asombroso. Repetiremos lo mismo, día tras día, domingo tras domingo pero pidamos la gracia de renovar la emoción y el sobrecogimiento de Tomás al ver y tocar al Resucitado. De alimentarnos de Él y de agradecer el don de su Cuerpo y de su Sangre que nos hace hermanos, que nos hace Iglesia."
(Virginia Fernández, Ciudad redonda)

miércoles, 2 de julio de 2025

LUCHAR CONTRA EL MAL

  


Cuando llegó Jesús a la otra orilla del lago, a la tierra de Gadara, salieron dos endemoniados de entre las tumbas y se acercaron a él. Eran tan feroces que nadie podía pasar por aquel camino. Y se pusieron a gritar:
– ¡No te metas con nosotros, Jesús, Hijo de Dios! ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo?
A cierta distancia estaba comiendo una gran piara de cerdos, y los demonios rogaron a Jesús:
– Si nos expulsas, déjanos entrar en aquellos cerdos.
– Id – les dijo Jesús.
Los demonios salieron de los hombres y entraron en los cerdos, y al momento todos los cerdos echaron a correr pendiente abajo hasta el lago, y se ahogaron.
Los que cuidaban de los cerdos salieron huyendo, y al llegar al pueblo contaron lo sucedido, todo lo que había pasado con los endemoniados. Entonces salieron los del pueblo al encuentro de Jesús, y al verle le rogaron que se fuera de aquellos lugares.

En este texto vemos muchas imágenes del mal. Los endemoniados, la violencia, los cerdos...Jesús lucha contra el mal y libera a esos dos hombres del mal. Pero el pueblo no acepta el bien que hace y lo hecha de allí. ¿Aceptamos nosotros a quien hace el bien o también lo rechazamos? ¿Somos capaces de luchar contra el mal aunque seamos incomprendidos?

"Este es uno de esos pasajes evangélicos de comentario casi imposible: una situación normal desemboca en un relato medio disparatado y difícil de comprender. Jesús y los suyos se acercan a un pueblo situado en tierra de gentiles, Gerasa, en la orilla oriental del Tiberíades. Nada se nos dice de las costumbres y religión de sus habitantes aunque se da por supuesto que no son judíos.
Si a sus paisanos de Nazaret les costaba reconocer en el hijo del carpintero, no ya al Mesías sino a un profeta, hasta el punto de intentar arrojarlo por un precipicio, los gerasenos fueron algo más civilizados: asombrados y, atemorizados por su poder, le rogaron que se alejara. Solo uno de los dos endemoniados sanados por Jesús quiere seguirle pero el Señor no se lo permite y lo envía a anunciar la Buena Noticia a otros pueblos.
Jesús guardó durante un tiempo lo que se conoce como secreto mesiánico y solo  se declarará Mesías al aproximarse la Pasión.
Pero quienes si lo reconocen antes como el “Santo de Dios” son, precisamente los demonios que atormentaban en extremo a dos vecinos y aterrorizaban a toda la población.
Los exorcistas advierten de que, en caso de posesíón (real o imaginada) nunca se debe dialogar con los demonios. Jesús si lo hace y les concede una petición extraña: introducirse en una enorme piara de cerdos y arrojarse al mar. El evangelista no explica por qué ni para qué. Y así nos quedamos.
Pero tal vez el mensaje es que existen demonios, que odian a Cristo y a los hombres y que hay que defenderse de su asechanzas. Es el misterio del poder del mal, muy real y eficaz pero impotente ante Dios que es el bien absoluto. Nuestro escudo frente a las asechanzas del demonio es Jesucristo que fue tentado y le derrotó. Cuando sintamos tentación y sospechemos que detrás hay algo demoníaco, sigamos los consejos de quienes conocen el tema: cosas sencillas y poderosas como la señal de la cruz y la invocación a María, porque su presencia es insoportable para Satanás y en fin, como nos enseñó Jesucristo en el   Padrenuestro, pidamos: “Líbranos del mal”."
(Virginia Fernández, Ciudad Redonda)