viernes, 2 de mayo de 2025

EL NIÑO DE LOS CINCO PANES Y LOS DOS PECES

 


Después de esto, Jesús se fue a la otra orilla del lago de Galilea (también llamado de Tiberias). Mucha gente le seguía porque habían visto las señales milagrosas que hacía sanando a los enfermos. Jesús subió a un monte y se sentó con sus discípulos. Ya estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar la vista y ver la mucha gente que le seguía, Jesús dijo a Felipe:
– ¿Dónde vamos a comprar comida para toda esta gente?
Pero lo dijo por ver qué contestaría Felipe, porque Jesús mismo sabía bien lo que había de hacer. Felipe le respondió:
– Ni siquiera doscientos denarios de pan bastarían para que cada uno recibiese un poco.
Entonces otro de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo:
– Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos peces, pero ¿qué es esto para tanta gente?
Jesús respondió:
– Haced que todos se sienten.
Había mucha hierba en aquel lugar, y se sentaron. Eran unos cinco mil hombres. Jesús tomó en sus manos los panes, y después de dar gracias a Dios los repartió entre los que estaban sentados. Hizo lo mismo con los peces, dándoles todo lo que querían. Cuando estuvieron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos:
– Recoged los trozos sobrantes, para que no se desperdicie nada.
Ellos los recogieron, y llenaron doce canastas con los trozos que habían sobrado de los cinco panes de cebada. La gente, al ver esta señal milagrosa hecha por Jesús, decía:
– Verdaderamente este es el profeta que había de venir al mundo.
Pero como Jesús se dio cuenta de que querían llevárselo a la fuerza para hacerle rey, se retiró otra vez a lo alto del monte, para estar solo.

Este evangelio ya lo hemos comentado varias veces. Hoy me fijaré en el niño de los cinco panes y los dos peces. Un niño no era valorado en aquellos tiempos. Sin embargo, toda la multitud va a comer gracias a este niño. Un niño que es símbolo de la pequeñez, de no contar nada, de los olvidados. Pero ese niño, precisamente, entrega todo lo que tiene y cambia toda la situación. Cuando Jesús nos dice que de los pequeños es el Reino de los Cielos, nos está diciendo que si compartimos, por pequeña que sea nuestra contribución, salvaremos la humanidad. Él ya hará el resto. No es desde la prepotencia que alcanzaremos el Reino en este mundo. Es desde la humidad y la sencillez, desde la entrega total que lo lograremos. Porque en realidad, quien lo logra, es Dios.

"Leer un texto que nos relata un milagro de multiplicación de los panes de Jesús en el contexto de la Pascua nos lleva inevitablemente a hablar de la Eucaristía y a recuperar un significado muy profundo que está presente en la celebración de ese sacramento tan esencial para la iglesia.
En el texto que leemos hoy Jesús da de comer. Había mucha gente en torno a Jesús. Dice el evangelio que solo los hombres eran unos cinco mil. Sin contar las mujeres y niños. Todos hambrientos. Y a todos se les da de comer a partir de cinco panes y dos peces. Se reparte la comida y se sacia el hambre de las personas. Y toda aquella gente recuperó así la fuerza vital, la energía, para seguir vivos, para seguir enfrentando lo que debía ser, sin duda, para la mayoría, una vida muy dura. El milagro consiste, por supuesto, en la multiplicación del pan y los peces. Pero el efecto del milagro es también muy importante: dar vida y esperanza, crear comunidad. Porque la mesa común y compartida ha sido a lo largo de toda la historia de la humanidad y en todas las culturas, la mejor forma de expresar la fuerza de la vida y la fraternidad.
La Eucaristía es la comida, la mesa compartida en fraternidad, con el Resucitado. La Eucaristía es la mesa que ofrece vida. Es una vida abundante, que rebosa. En el relato eso se ve en las doce canas que llenaron con el pan que había sobrado.
Sería bueno que repensásemos nuestras eucaristías. Si no se vive esta dimensión de fraternidad, de mesa compartida, algo les falta. La Eucaristía no puede ser solo ese momento íntimo de relación con Jesús, en el que parece que la persona se tiene que meter en su cueva y cerrarse a los demás. La Eucaristía, la Misa, tiene que ser momento de encuentro, de fraternidad, de saludo con los hermanos, de casa abierta que acoge a todos, de relación, de diálogo, de familia. Somos los hermanos y hermanas, los hijos e hijas de Dios, que nos reunimos en el nombre de Jesús para celebrar la fraternidad, ya como un avance y compromiso aquí y ahora del Reino."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)


jueves, 1 de mayo de 2025

RECONOCER A JESÚS

  

Y llegó a su propia tierra, donde comenzó a enseñar en la sinagoga del lugar. La gente, admirada, decía:
– ¿De dónde ha sacado este todo lo que sabe? ¿Cómo puede hacer tales milagros? ¿No es este el hijo del carpintero? Y su madre, ¿no es María? ¿No son sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas, y no viven sus hermanas también aquí, entre nosotros? ¿De dónde ha sacado todo esto?
Y no quisieron hacerle caso. Por eso, Jesús les dijo:
– En todas partes se honra a un profeta, menos en su propia tierra y en su propia casa.
Y no hizo allí muchos milagros, porque aquella gente no creía en él.
(Mt 13,54-58)

A nosotros también nos cuesta hacer caso de los que conocemos. Pero,¿realmente los conocemos? Estamos llenos de prejuicios. Sin reparar, que muchas veces, lo que vemos en los demás, son nuestras proyecciones. Los defecto que vemos en los otros, son nuestros defectos. Si valoramos a los que nos rodean, todos saldremos ganando. Aquella gente, con sus prejuicios sobre Jesús, lo único que consiguieron fue, que prácticamente no pudiera realizar milagros. Y sobre todo, se perdieron su mensaje de Vida.

"Voy a empezar con dos historias que nos pueden hacer pensar. Una se refiere al último viaje que hizo el papa Benedicto XVI a España. En una de esas grandes celebraciones y concentraciones que se suelen hacer en esos viajes, una de las frases que mas fueron coreadas por los jóvenes allí presentes fue algo así como “Somos la juventud del Papa”. Me pregunté entonces y me pregunto ahora porque nadie dijo a los jóvenes que sería mejor que gritaran “Somos la juventud de Jesús”.
La otra historia se refiere a un sacerdote relativamente joven al que oí decir en la homilía con toda emoción que “Juan Pablo II era su Papa”. Y al decirlo se llevó la mano al corazón. Tampoco nadie, parece ser, le había dicho que Papas hay muchos pero que lo importante es seguir a Jesús.
Las dos historias nos llevan a pensar en lo fácilmente que las personas ponemos toda nuestra confianza en un líder. Podríamos poner ahora muchísimos nombres que a lo largo de la historia han arrastrado a tantos y tantas por caminos a veces no muy claros. Pero los que los seguían lo hacían ciegamente. La palabra del líder se convertía en palabra de Dios que debía ser obedecida absolutamente en todos sus términos. Aunque ello significa renunciar a la propia dignidad y libertad. No había posibilidad para pensar ni para criticar ni para ser libre. En todas esas ocasiones, las personas renuncian a su libertad para buscar la seguridad que da el seguir al líder.
Con Jesús no es así. Él es el testigo de un Dios que nos quiere libres y responsables. Dios no quiere robots obedientes. Seguir la voluntad de Dios es todo lo contrario a dejar de pensar. Jesús nos abre el camino para ser los dueños de nuestra vida y para ir tomando las decisiones que nos ayuden a crecer y madurar como personas. Nos pone por delante el Reino. La voluntad de Dios es que vivamos como hermanos y hermanas. Creer en él no nos infantiliza. El Dios de Jesús es un Dios liberador, que nos hace libres. Y en él encontramos la vida, la verdadera vida."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

miércoles, 30 de abril de 2025

UN DIOS QUE ES AMOR

 


Tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo.
El que cree en el Hijo de Dios no está condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado por no creer en el Hijo único de Dios. Los que no creen ya han sido condenados, pues, como hacían cosas malas, cuando la luz vino al mundo prefirieron la oscuridad a la luz. Todos los que hacen lo malo odian la luz, y no se acercan a ella para que no se descubra lo que están haciendo. Pero los que viven conforme a la verdad, se acercan a la luz para que se vea que sus acciones están de acuerdo con la voluntad de Dios.

Algo que a veces olvidamos, es que Dios es Amor. Jesús no murió en la Cruz para calmar a un Dios enfurecido que quería condenar a los hombres. Cristo murió para mostrarnos el Amor del Padre. Dios no es vengativo, siempre dispuesto a condenar...sino todo lo contrario. Es una Padre-Madre que nos ama, que desea lo mejor para nosotros y por eso envió su Hijo al mundo; para que tengamos la Vida eterna.
 
"Seguimos con el nacer de nuevo. Lo primero a lo que nos invita Jesús es a cambiar nuestra forma de entender a Dios. Porque no a otra cosa nos lleva la primera frase del evangelio de hoy: “Tanto amó Dios al mundo…”. Vamos a pararnos ahí porque es a donde nos tiene que llevar ese nacer de nuevo.
Decíamos que nacer de nuevo era mira la realidad con ojos nuevos y libres de prejuicios. Pues eso se tiene que aplicar en primer lugar a nuestra forma de creer en Dios. La imagen de Dios que tenemos en nuestra mente no surgió de repente un día que escuchamos el Evangelio o a un predicador hablar. Se fue formando poco a poco. Quizá en lo que decían nuestros padres. Es posible que en muchos de nosotros resuenen en nuestros oídos aquello de ”No hagas eso que Dios te va a castigar”. Y así, con esas palabras y otras muchas fue como en nuestra mente y en nuestro corazón se fue formando la imagen de un Dios controlador, vigilante, juez dispuesto siempre a condenar, que guarda en detalle cada uno de nuestros actos y pensamientos para lucirlos en el momento del juicio y utilizarlos como armas en contra nuestra.
De todo eso es de lo que nos tenemos que desprender para entrar en una nueva conciencia: “Dios es amor” y “Tanto amó Dios al mundo…”. Un Dios que es amor no es ni puede ser condenador sino salvador, misericordioso, paciente. Es un Dios que es siempre capaz de ver posibilidades nuevas donde nosotros no vemos más que callejones sin salida. Es un Dios que está siempre con la puerta abierta, sin condiciones. Es un Dios que acoge a todos y no excluye a nadie. Otra cosa sea que seamos nosotros los que le rechazamos. Pero, incluso en ese caso, él sigue con las manos abiertas y tendidas hacia nosotros. Porque no puede ser de otra manera. Porque es amor. Y el amor no puede más que amar. “No mandó a su Hijo para condenar al mundo sino para que el mundo se salve por él”. Acoger y vivir así a Dios, eso es nacer de nuevo."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

martes, 29 de abril de 2025

SENCILLEZ Y HUMILDAD



 Por aquel tiempo, Jesús dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que ocultaste a los sabios y entendidos. Sí, Padre, porque así lo has querido.
Mi Padre me ha entregado todas las cosas. Nadie conoce realmente al Hijo, sino el Padre; y nadie conoce realmente al Padre, sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo quiera darlo a conocer. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os haré descansar. Aceptad el yugo que os impongo, y aprended de mí, que soy paciente y de corazón humilde; así encontraréis descanso. Porque el yugo y la carga que yo os impongo son ligeros.
(Mt 11,25-30)


Ayer toda España se quedó sin corriente eléctrica. De golpe nos encontramos todos sin recursos. No teníamos forma de comunicarnos sin internet, los móviles sin cobertura, sin radio...Nosotros que nos creíamos poderosos, nos descubrimos débiles y sin recursos. No pude evitar recordar los años ochenta, cuando llegué a África. Si allí hubiese ocurrido lo mismo, ni me abría enterado; porque en Togoville no teníamos electricidad. Teníamos un grupo electrógenos que poníamos en marcha tres horas durante la noche. Y vivíamos felices sin las malas sensaciones de ayer. Por eso entiendo el elogio que hace hoy Jesús de la sencillez. Entiendo que Dios ama a los que confían en Él. Los que toman su yugo, el de la entrega a los demás, el del Amor...
Nos sobra mucho orgullo y prepotencia.

lunes, 28 de abril de 2025

RECOMENZAR

 


Un fariseo llamado Nicodemo, hombre importante entre los judíos, fue de noche a visitar a Jesús. Le dijo:
–Maestro, sabemos que has venido de parte de Dios a enseñarnos, porque nadie puede hacer los milagros que tú haces si Dios no está con él.
Jesús le dijo:
– Te aseguro que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios.
Nicodemo le preguntó:
– Pero ¿cómo puede nacer un hombre que ya es viejo? ¿Acaso puede entrar otra vez dentro de su madre para volver a nacer?
Jesús le contestó:
– Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de padres humanos es humano; lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes si te digo: ‘Tenéis que nacer de nuevo.’  El viento sopla donde quiere y, aunque oyes su sonido, no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así son todos los que nacen del Espíritu.
(Jn 3,1-8)

En Catalunya, hoy la liturgia es la de Nuestra señora de Montserrat, que al ser ayer domingo, no pudo celebrarse. Como la página está dirigida a todos, os presento el evangelio del lunes de la 2ª semana de Pasqua.

Jesús nos dice que debemos nacer de nuevo. Otro día nos dijo que debíamos hacernos como niños. Jesús quiere que volvamos a empezar, que recomencemos. Debemos mirar con otros ojos y cambiar nuestra vida. Hacerla una vida regida por el Espíritu. Una vida nacida de la Palabra. Es así como conseguiremos el Reino.

"Vamos a empezar dándole un poco la razón a Nicodemo. Porque es que a veces Jesús se pone imposible. De repente, sale con eso de que hay que nacer de nuevo. Parece que no es consciente de lo mucho que nos asusta cualquier cambio, de que lo que aprendimos de pequeños se nos quedó tan grabado en nuestro cerebro que es muy difícil, dificilísimo, borrarlo y comenzar de nuevo. Lo que aprendimos de pequeños fueron las palabras de nuestros padres pero también lo que vivimos en la escuela –en las aulas y en el patio, que es también un lugar importante de aprendizaje–, lo que nos fue regalando la sociedad en que vivíamos por medio de los comentarios y opiniones oídos al azar, en la calle, en los medios de comunicación. Todo eso nos fue haciendo y conformando nuestra forma de ver el mundo, de entenderlo. La cabeza, como es normal se nos llenó de prejuicios. Muchos de ellos en sentido moral: esto es malo y aquello es bueno. Y con esa carga y bagaje hemos ido caminando muchos años. Es lo que nos ha permitido orientarnos en nuestro mundo, ir saliendo adelante. Pero también ha sido como unas gafas que han limitado lo que veíamos, la perspectiva. Tenía un poco bastante de razón Nicodemo. No es fácil nacer de nuevo, volver a comenzar cuando ya llevamos mucho camino hecho.
Y ahí se planta Jesús y le dice a Nicodemo que es necesario nacer de nuevo, dejar todo eso atrás y recomenzar, quitarnos las gafas y mirar al mundo con ojos nuevos. Con lo que nos cuesta y con lo cómodos que nos sentimos en esa forma de ser y comprender la realidad.
Pero es que Jesús rompe moldes. Hay que ver, lo reconoce Nicodemo, los signos que hace Jesús. El reino está presente. Dios ya no es el juez vengador sino el Padre que quiere reunir a sus hijos en la mesa de la fraternidad, más allá de todos los prejuicios que nos han acompañado durante toda la vida. Hay que nacer de nuevo porque a vino nuevo, odres nuevos (cf. Lc 5,37-39). Es difícil pero se puede. Sólo así podremos empezar comprender y vivir la novedad de Jesús."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

domingo, 27 de abril de 2025

CREER EN JESÚS



 Al llegar la noche de aquel mismo día, primero de la semana, los discípulos estaban reunidos y tenían las puertas cerradas por miedo a los judíos. Jesús entró y, poniéndose en medio de los discípulos, los saludó diciendo:
– ¡Paz a vosotros!
Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y ellos se alegraron de ver al Señor. Luego Jesús dijo de nuevo:
– ¡Paz a vosotros! Como el Padre me envió a mí, también yo os envío a vosotros.
Dicho esto, sopló sobre ellos y añadió:
– Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; y a quienes no se los perdonéis, les quedarán sin perdonar.
Tomás, uno de los doce discípulos, al que llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Después le dijeron los otros discípulos:
– Hemos visto al Señor.
Tomás les contestó:
– Si no veo en sus manos las heridas de los clavos, y si no meto mi dedo en ellas y mi mano en su costado, no lo creeré.
Ocho días después se hallaban los discípulos reunidos de nuevo en una casa, y esta vez también estaba Tomás. Tenían las puertas cerradas, pero Jesús entró, y poniéndose en medio de ellos los saludó diciendo:
– ¡Paz a vosotros!
Luego dijo a Tomás:
– Mete aquí tu dedo y mira mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado. ¡No seas incrédulo, sino cree!
Tomás exclamó entonces:
– ¡Mi Señor y mi Dios!
Jesús le dijo:
– ¿Crees porque me has visto? ¡Dichosos los que creen sin haber visto!
Jesús hizo otras muchas señales milagrosas delante de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero estas se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en él.

Ayer Marcos nos decía que los discípulos no creyeron a María Magdalena y a los discípulos de Emaús. Hoy vemos a Tomás que no cree. Nosotros, aunque no lo reconozcamos, hacemos como él. Queremos ver, tocar para creer. Jesús nos pide que confiemos en Él. Saberlo ver en el otro, saberlo ver en la Palabra. Esto es creer en Jesús.

"Sobre la importancia de la comunidad nos habla el Evangelio. Fuera de ella, Tomás no se puede encontrar con el Resucitado. Reunido con ella, se produce el encuentro y la confesión de fe. Y, frente al miedo a los judíos y las dudas sobre la presencia del Resucitado, la paz que emana del Señor. Esa paz que permite incluso afrontar la muerte con armonía, como hacen los mártires.
Si lo pensamos bien, todos los Apóstoles dudaron, no sólo Tomás. En realidad, san Lucas, por medio de Tomás, quiere ayudarnos a dar respuesta a esas dudas que pueden afectar a todos los creyentes, a todos los que no han visto al Señor resucitado, ni siquiera a los Discípulos, porque vivieron numerosos años después de la muerte de éstos. Porque a muchos les costaba creer. Les hubiera gustado tocar las llagas del Resucitado, para comprobar que es Él. Como a muchos cristianos de hoy.
Con el relato de las apariciones, en el día primero de la semana – cuando también nosotros nos reunimos ahora – el evangelista Lucas nos da las claves para poder entender lo que significa creer en la resurrección del Maestro. No se trató de un hecho físico, sino de algo sobrenatural, invisible a los ojos, pero accesible a los que tienen fe. Por eso, “dichosos los que crean sin haber visto”. El cuerpo resucitado, glorificado, no está delimitado por el espacio y el tiempo; se extiende hasta donde el Espíritu se extiende; se hace presente en el tiempo en el que el Espíritu está presente.
Cuando nos preguntamos ¿qué vieron los discípulos?, podemos responder: su visión no fue óptica, con los ojos naturales. Vieron porque Dios les permitió ver, contemplar «misteriosamente» la realidad del Señor resucitado. Jesús resucitado no está en un solo lugar, sino en todo lugar; en un tiempo, sino en todos los tiempos; en una persona, sino en todas las personas. Le ha sido dado todo el poder en el cielo y en la tierra. Ver al Señor es verlo todo. Es ver la humanidad y su historia «de otra manera», es ver la naturaleza «de otra manera», es verse a uno mismo «de otra manera», es ver a Dios «de otra manera».
La visión de Jesús resucitado responde a su aparición o sus apariciones. Sin aparición no se puede ver. Dios Padre tiene la iniciativa: él hace que podamos «ver», por eso, «nos muestra a Jesús, fruto bendito de su vientre», a «su Hijo unigénito». Hoy en día, somos cristianos si nos es concedida la gracia de una auténtica aparición pascual. El Señor Resucitado sigue apareciendo. Ver de esa forma es «creer». Es sentirse distinto, renacido, como una criatura nueva.
La verdadera fe no consiste en no ver físicamente, sino en «ver» de otra manera, dejar que la Revelación y Aparición del Señor nos saquen de nuestra ceguera, de nuestros límites estrechos. Por eso, quien así contempla y ve, es «bienaventurado». Tenemos el Evangelio, en el que resuena la voz de Cristo. Esa voz que las ovejas conocen, y por la que se sienten atraídos. Esa voz que nos sigue llamando, y hablando de la misericordia de Dios. Como lo hizo el Papa Francisco.
Esos benditos por creer sin haber visto somos nosotros. Al igual que los Discípulos, estamos invitados a ser portadores de la paz de Cristo, a sanar con nuestras acciones y palabras, y a anunciar con valentía la Buena Nueva de Jesús. Que así lo hagamos, Señor. Amén."
(Alejandro  cmf, Ciudad Redonda)

sábado, 26 de abril de 2025

EL DIOS DE LA VIDA

 


Jesús, después de resucitado, al amanecer el primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, de la que había expulsado siete demonios. Ella fue y lo comunicó a los que habían andado con Jesús, que entonces estaban tristes y llorando. Al oirla decir que Jesús vivía y que ella le había visto, no la creyeron.
Después se apareció Jesús, bajo otra forma, a dos de ellos que caminaban dirigiéndose al campo. Estos fueron y lo comunicaron a los demás, pero tampoco a ellos les creyeron
Más tarde se apareció Jesús a los once discípulos, mientras estaban sentados a la mesa. Los reprendió por su falta de fe y su terquedad, porque no habían creído a los que le habían visto resucitado. Y les dijo: “Id por todo el mundo y anunciad a todos la buena noticia.

Hoy no añado nada al comentario que hace Fernando Torres. Creo que debemos reflexionar profundamente lo que nos dice. Meditar el Dios que nos presenta. El Dios de la Vida.

"Va terminando la octava de Pascua. Ocho días para celebrar y asimilar la resurrección de Jesús, para darnos cuenta de que la historia no termina en la cruz sino que, a través del silencio del Sábado Santo, la historia culmina de verdad en la resurrección, algo misterioso, algo que se nos escapa, algo que va más allá de nuestra comprensión. Pero algo que nos devuelve la esperanza y nos hace mirar al futuro con serenidad. Más allá de la muerte está la vida que es Dios. Más allá del mal está el Reino, porque Dios, el Padre de Jesús y padre nuestro, no puede dejar que todo termine en la muerte.
Pero ni entonces ni ahora parece que esto de la resurrección haya sido fácil de asimilar. El texto evangélico de hoy, tomado del Evangelio de Marcos, parece un resumen de lo que hemos leído a lo largo de la semana. Pero con un añadido importante: la incredulidad de los discípulos. En el texto se hace alusión a la aparición de Jesús a María Magdalena y cómo ésta fue a contárselo a los discípulos pero estos “al oírle decir que estaba vivo y que lo había visto, no la creyeron”. Luego, el texto retoma el relato de los de Emaús, que también vivieron un encuentro muy especial con Jesús resucitado. “También ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero no los creyeron”. Y culmina con una aparición de Jesús resucitado a los Once, que estaban (¡qué casualidad!) comiendo. Y lo que hace Jesús es precisamente echarles en cara su incredulidad.
No debió ser fácil para los discípulos comprender y asimilar que Jesús había resucitado, que había vuelto a la vida. No es fácil tampoco para nosotros por más que lo repitamos y que, al celebrarlo año tras año, nos parezca un hecho sabido y conocido y asimilado. Quizá nos sabemos la historia, pero no estoy tan seguro de que lo hayamos asimilado con todo lo que significa para nuestras vidas, para nuestra fe: el Dios de Jesús, el Abbá, ha devuelto a la vida a Jesús. No es una vida como la nuestra. Es la vida plena. Es la Vida. Ahora todo lo anterior cobra sentido. Dios no es el vengador ni el justiciero ni el fiscal, es el Dios de la Vida, que se preocupa por sus hijos e hijas, que nos abre un camino de esperanza, allá donde nosotros no vemos más que muerte y destrucción. Con Jesús resucitado podemos creer y confiar. Creer y confiar."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)