miércoles, 12 de noviembre de 2025

SABER DAR GRACIAS

 



En su camino a Jerusalén, pasó Jesús entre las regiones de Samaria y Galilea. Al llegar a cierta aldea le salieron al encuentro diez hombres enfermos de lepra, que desde lejos gritaban:
– ¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!
Al verlos, Jesús les dijo:
– Id a presentaros a los sacerdotes.
Mientras iban, quedaron limpios de su enfermedad. Uno de ellos, al verse sanado, regresó alabando a Dios a grandes voces, y se inclinó hasta el suelo ante Jesús para darle las gracias. Este hombre era de Samaria. Jesús dijo:
– ¿Acaso no son diez los que quedaron limpios de su enfermedad? ¿Dónde están los otros nueve? ¿Únicamente este extranjero ha vuelto para alabar a Dios?
Y dijo al hombre:
– Levántate y vete. Por tu fe has sido sanado.
(Lc 17,11-19)

Sólo un samaritano volvió a dar gracias a Jesús. Los otros nueve tenían Fe. Por eso obedecen a Jesús y van a encontrar a los sacerdotes para que los consideraran limpios oficialmente. Pero sólo el samaritano, alguien que por los judíos no era considerado del Pueblo y lo despreciaban por hereje, vuelve a dar gracias a Jesús. ¿Sabemos dar gracias? Cada noche, antes de dormir, deberíamos dedicar unos momentos para agradecer a Dios todo lo que nos ha dado durante el día. Si nos paramos a reflexionar, encontraremos muchas cosas para agradecer.

Hay muchas personas que, cuando oran, todo se les va en pedir. Está claro que es una forma de poner en la presencia de Dios nuestras muchas necesidades y limitaciones. Es una forma de reconocernos vulnerables, pobres, en la presencia de Dios. Pero también es una forma de convertir a Dios en una especie de “arregla-todo”, el encargado del mantenimiento de nuestra casa, de nuestra vida, de solucionarnos los problemas familiares, de salud, de dinero o de tantas otras cosas que en la vida nos pueden resultar problemas o conflictos a los que no sabemos cómo enfrentarnos.
Aquellos leprosos que se encontraron con Jesús no buscaban más que Jesús les arreglase su problema. Era un problema ciertamente grave. La lepra les había convertido en unos marginados, excluidos y expulsados de su ciudad o de su pueblo, echados también de su familia. No era una forma “bonita” de vivir. Jesús se compadece de ellos (¡qué verbo más bonito este de compadecer! Los cristianos lo tendríamos que hacer nuestro mucho más de lo que lo hacemos habitualmente) y la curación llega.
La cuestión es que solo uno se vuelve para dar gracias. El resto es como si lo que ha hecho Jesús fuese algo debido, lo normal. El que vuelve es precisamente el extranjero, el samaritano, para más inri.
Diría que esta historia es una forma de decirnos que la oración, nuestra relación íntima y personal con Dios no deberían estar hecha de peticiones, “Señor, hazme esto”, “Señor, solucióname lo otro”, sino de acción de gracias. Porque todo lo que tenemos es recibido gratis, es gracia. Incluso cuando se nos muere una persona querida, en medio del llanto y del dolor, deberíamos reconocer que su presencia, quizá de muchos años, ha sido un regalo, un don inmerecido, signo del amor de Dios. Vamos a aprender de este leproso samaritano a dar gracias, a hacer de nuestra vida una acción de gracias, una Eucaristía."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

martes, 11 de noviembre de 2025

SIERVOS INÚTILES



 Si uno de vosotros tiene un criado que regresa del campo después de haber estado arando o cuidando el ganado, ¿acaso le dice: ‘Pasa y siéntate a comer’? No, sino que le dice: ‘Prepárame la cena y está atento a servirme mientras como y bebo. Después podrás tú comer y beber.’ Y tampoco da las gracias al criado por haber hecho lo que le mandó. Igualmente vosotros, cuando ya hayáis hecho todo lo que Dios os manda deberéis decir: ‘Somos servidores inútiles; no hicimos más que cumplir con nuestra obligación.

Servir a los demás. Ayudar al pobre, al necesitado, al enfermo. Acoger al inmigrante. Defender al perseguido...no son cosas meritorias. Es simplemente cumplir nuestro deber de cristianos, nuestra obligación. Estas son nuestras verdaderas obligaciones y es de ello de lo que se nos juzgará el último día.

"Y agradecidos. Porque el Señor de la vida nos ha venido a traer la vida y seguir sus caminos y obedecer sus mandatos es camino seguro de vida. Por esos somos cristianos, seguidores de Jesús, discípulos suyos. ¿O quizá es que no nos terminamos de creer que seguir el Evangelio es el único camino de vida?
Podemos empezar pensando un poco en lo que son sus mandatos. Jesús no nos puso por delante un montón de mandamientos. La verdad es que sus mandatos son simples, sencillos, fáciles de entender. Hay un mandamiento central: amaros unos a otros como yo os he amado. Toda su vida es explicación de la segunda parte de este mandamiento: el “como yo os he amado”. Vamos a los Evangelios y nos encontramos con un Jesús que se acerca a todos, habla con todos. Pero se acerca de una manera especial a los más pobres y marginados, a los que son el deshecho de la sociedad. Porque ellos son también hijos e hijas amados de Dios. El amor de Jesús se expresa curando, acompañando, escuchando, dando de comer. Y lo cuenta en muchas de sus parábolas. Conclusión: así es como tenemos que amarnos unos a otros. Porque solo ahí encontraremos la vida: en el amor mutuo, en el respeto, en la justicia. En definitiva, en el Reino. Lo que nos propone Jesús es el único camino posible a la vida, a la verdadera vida. Los otros caminos que ha recorrido el hombre a lo largo de la historia no nos han llevado en realidad más que a la muerte (guerra, violencia, odios, envidias).
Trabajar por el Reino en realidad es trabajar por nosotros mismos. Amarnos unos a otros, amar al prójimo como él nos amo, es cuidarnos y amarnos a nosotros mismos. ¿Dónde encontraremos la salvación más que en el amor, la misericordia, el perdón? Por eso, podemos decir con mucha paz lo que Jesús nos dice que digamos: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”: trabajar por el Reino porque es la única forma de encontrar la vida. El resto es perdernos en la muerte."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

lunes, 10 de noviembre de 2025

NO ESCANDALIZAR

  


Jesús dijo a sus discípulos: Siempre habrá incitaciones al pecado, pero ¡ay de aquel que haga pecar a los demás! Mejor le sería que lo arrojasen al mar con una piedra de molino atada al cuello, que hacer caer en pecado a uno de estos pequeños. ¡Tened cuidado!
Si tu hermano te ofende, repréndele; pero si cambia de actitud, perdónale. Aunque te ofenda siete veces en un día, si siete veces viene a decirte: ‘No volveré a hacerlo’, debes perdonarle.
Los apóstoles pidieron al Señor:
– Danos más fe.
El Señor les contestó:
– Si tuvierais fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza, podríais decirle a esta morera: ‘Desarráigate de aquí y plántate en el mar’, y el árbol os obedecería.
(Lc 17,1-6)

Escandalizamos con nuestra forma de vivir. Si somos injustos, hipócritas, egoístas, si no sabemos perdonar...estamos escandalizando a los más pequeños. Y aquí los más pequeños no son únicamente los niños. Los más pequeños son aquellos que tienen poca formación religiosa, son los necesitados, la gente sencilla.
Ser exigentes y rigurosos con los demás, también es una forma de escandalizar. Porque, con toda seguridad, nuestra vida no se corresponde a lo que predicamos, a lo que exigimos a los demás.

"Este texto evangélico anda entre el escándalo y la fe. Así que voy a decir algo sobre cada tema. Cuando pensamos en el escándalo, pensamos siempre en la actitud pública de alguien que no corresponde con lo que debería hacer o con la forma como debería comportarse. El político que descubrimos que es corrupto supone un escándalo público. El sacerdote que resulta que es pecador y que cumple mal con su misión al servicio de la comunidad nos escandaliza. Pero esas figuras han existido siempre. Y existirán. En la sociedad y en la iglesia. Para ser sincero, que pasen esas cosas no me escandaliza.
Lo que de verdad me escandaliza es cuando me encuentro con un cristiano devoto, de los de misa diaria para entendernos, que no es capaz de perdonar, que está envuelto en un manto de rigidez tal que, cuando habla, acusa y condena en el mismo acto a los que no piensan exactamente como él.
Me explico: que los malos sean malos es algo esperable. Los ladrones roban, los corruptos corrompen. En cierto sentido es lo normal, lo lógico. Lo peor es cuando los buenos se corrompen y hasta poniendo por delante la virtud y su amor a Dios, hacen precisamente lo que Dios no haría nunca: condenar. Conclusión: tratemos de no dar escándalo a nadie. Si somos seguidores de Jesús es para hacer presente en nuestro mundo el amor, la misericordia, la fraternidad, la justicia, la atención a los más pobres y marginados. Lo contrario supone ciertamente dar mucho escándalo.
Lo contrario significa que nuestra fe no es de verdad auténtica, que quizá hemos puesto nuestras ideas por encima de Dios mismo. Con los discípulos tenemos que pedir al Señor que aumente y purifique nuestra fe. No para ordenar a las plantas que cambien de lugar y hagan lo imposible sino para que nuestro corazón se llene del amor de Dios y hagamos llegar a los que nos rodean. Eso es mucho más útil para nosotros y para el Reino."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

domingo, 9 de noviembre de 2025

EL TEMPLO DE DIOS

 


 Como se acercaba la fiesta de la Pascual de los judíos, Jesús fue a Jerusalén; y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los que tenían puestos donde cambiar el dinero. Al ver aquello, Jesús hizo un látigo con unas cuerdas y los echó a todos del templo, junto con las ovejas y los bueyes. Arrojó al suelo las monedas de los cambistas y les volcó las mesas.  A los vendedores de palomas les dijo:
– ¡Sacad eso de aquí! ¡No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre!
Sus discípulos recordaron entonces la Escritura que dice: “Me consumirá el celo por tu casa.”
Los judíos le preguntaron:
– ¿Qué prueba nos das de que tienes autoridad para actuar así?
Jesús les contestó:
– Destruid este templo y en tres días lo levantaré.
Le dijeron los judíos:
– Cuarenta y seis años tardaron en construir este templo , ¿y tú vas a levantarlo en tres días?
Pero el templo al que Jesús se refería era su propio cuerpo. Por eso, cuando resucitó, sus discípulos se acordaron de lo que había dicho y creyeron en la Escritura y en las palabras de Jesús.
(Jn 2,13-22)

El templo es Jesús. Por eso nos dice que lo reconstruirá en tres días, refiriéndose a su Resurrección. En otro lugar nos dice, que ya no hay templos, que debemos adorar a dios en todo lugar. Templo es todo lugar donde Dios está presente y el lo está en todo lugar; pero especialmente en los pobres, en el necesitado, en el perseguido...
Recogernos en la iglesia para orar está bien. Hacerlo en comunidad está mejor. Pero adorar a Dios entregándose a los demás, amando a todos, especialmente al que nadie ama, es lo que Jesús nos pide.
Y no olvidemos, que nosotros, también somos templo de Dios.

"Por segundo domingo consecutivo, se interrumpe la “Lectio continua” del Evangelio de Lucas, esta vez recordar la Dedicación de la Basílica de Letrán. La fiesta de hoy nos ha podido llegar un poco por sorpresa. Podíamos pensar que era un domingo más, ya al final del año litúrgico; pero de repente se nos dice que estamos ante el recuerdo de una dedicación. Lo podemos aceptar de buena gana, porque también celebramos al Señor, que en este evangelio se nos ha presentado como el verdadero templo.
Diremos dos palabras sobre estas dos realidades. En Roma existía un palacio de Letrán, que era propiedad de la familia imperial. Pero en el siglo IV, cuando el cristianismo pasó de ser religión perseguida a religión aprobada, favorecida y más o menos oficial, ese palacio pasó a ser residencia de los papas.
La Basílica es grandiosa. Es la primera gran basílica cristiana de Roma y la catedral del Obispo de Roma, lo que la convierte en la madre y cabeza de todas las iglesias del mundo. Construida por el emperador Constantino, quien donó los terrenos al Papa Melquiades, la basílica fue originalmente dedicada al Santísimo Salvador y posteriormente añadidos los nombres de San Juan Bautista y San Juan Evangelista.
En sus naves se han desarrollado cinco concilios ecuménicos. Tenéis que pensar que la Basílica de San Pedro, en el Vaticano, donde reside actualmente el Papa, no existe sino desde el siglo XVII. En San Pedro se han celebrado sólo los dos últimos concilios ecuménicos. La basílica de Letrán es, por tanto, mucho más antigua. Además, el nombre de Letrán va unido al tratado del 11 de febrero de 1929, mediante el cual se establece el estatuto civil de la Santa Sede. El tratado fue firmado entre Mussolini y el Papa Pío XI.
Como veis, eso son informaciones históricas, unos brevísimos apuntes sobre la basílica del Papa por antonomasia, muy anterior a la Basílica de San Pedro.
Pero lo que más nos interesa es saber que, más allá de estos templos majestuosos de Roma, hay un Templo, la persona misma de Jesús, que es el lugar donde la gloria de Dios ha habitado por antonomasia. Sí, en Jesús Dios nos ha mostrado el esplendor de su gloria. El grandioso templo de Jerusalén quedó destruido, no quedó de él piedra sobre piedra. Sucedió con el primer templo y volvió a suceder con el segundo templo.
En cambio, Jesús es eterno, y en él tenemos acceso a Dios siempre, en todo momento y en todo siglo. Él es también el fundamento sobre el que está construida la Iglesia de Dios que formamos todos nosotros. Sólo asentados sobre él podemos desafiar al tiempo que acaba con todas esas grandiosas construcciones. La celebración es un signo universal de unidad con el Romano Pontífice y una invitación a reflexionar sobre el templo que cada creyente es en el Espíritu Santo.
El templo, en la primera lectura, es el lugar de la presencia de Dios en medio de su pueblo. Por eso aparece en el lugar central en la visión de Ezequiel. El agua que mana del templo sugiere que todas las bendiciones que recibe Israel provienen de Dios. El agua es la fuente de vida, escasea en Israel, y sin ella no se puede vivir. Se suele asociar a la presencia de Dios. Por ello el agua que mana del templo tiene capacidad para fecundar la tierra desértica de Judá e incluso es capaz de sanear las aguas saladas del Mar Muerto, en el que no podía haber vida. En el templo se puede encontrar esa fuerza, uno puede sentir que se sanean todas las malas sensaciones que podamos tener.
El templo era el lugar de la presencia de Dios, y Pablo hoy asegura que ahora Dios está presente en la comunidad creyente. Así como, en tiempos de la Antigua Alianza, Dios residía en el templo, ahora el Espíritu de Dios habita en los creyentes, «nuevo templo» de Dios. Tal concepción tiene como corolario la dignidad extraordinaria del creyente que es, por tanto, lugar santo por excelencia, ámbito de presencia de Dios en el mundo. En consecuencia, todos deben ser tratados con respeto y veneración.
Ya sabemos que el verdadero templo de Dios es el hombre. Pero también es verdad que necesitamos de sacramentos de su presencia. De agarraderos que faciliten nos recuerden que sigue vivo entre nosotros. Somos conscientes que, el amor, tiene consistencia en sí mismo (pero la alianza en las manos de los contrayentes lo visibilizan y lo comprometen). De sobra conocemos que la paz es fruto de la justicia (pero realizamos gestos que nos ayuden a conseguirla). El templo, en ese sentido, nos ayuda a celebrar y vivir, escuchar y palpar el amor que Dios nos tiene. Es un rincón al que acudimos, no exclusivamente para encontrar a Dios, pero sí para dedicarle enteramente un espacio del día o de nuestra vida.
Somos templos vivos de Dios. Y precisamente por ello, porque somos templos vivos de Dios, necesitamos construirnos día a día. Mejorarnos y renovarnos. Cuando acudimos a un lugar levantado en piedra, contemplamos y caemos en cuenta de la vida y de la riqueza espiritual de una comunidad que cree en Jesús y que necesita de la reunión para confortarse y ayudarse, proclamar su Palabra y llevarla a la práctica. Cada iglesia, en cientos lugares del mundo, se convierte en un estandarte que pregona la presencia de un grupo que espera, intenta vivir y seguir las enseñanzas de Jesús Maestro. “Sólo podremos edificar un mundo mejor si nos edificamos, primero, a nosotros mismos”.
La belleza del templo católico es precisamente la comunidad que celebra y se congrega dentro de él. La mayor inversión que podemos hacer es precisamente vivir lo que escuchamos dentro de cada espacio sagrado. Ser coherentes con lo que decimos con lo que nos importa en nuestra vida. La Dedicación de la Madre de todas las Iglesias (San Juan de Letrán) nos invita cada día a ofrecer nuestro corazón y nuestra vida hacia Dios, para hacer de nosotros mismos un templo vivo, eficaz y real para Dios."
(Alejandro cmf, Ciudad Redonda)

sábado, 8 de noviembre de 2025

DIOS O EL DINERO

 


Os aconsejo que uséis las riquezas de este mundo malo para ganaros amigos, para que cuando esas riquezas se acaben haya quien os reciba en las moradas eternas.
El que se porta honradamente en lo poco, también se porta honradamente en lo mucho; y el que es deshonesto en lo poco, también es deshonesto en lo mucho. De manera que, si con las riquezas de este mundo malo no os portáis honradamente, ¿quién os confiará las verdaderas riquezas? Y si no os portáis honradamente con lo ajeno, ¿quién os dará lo que os pertenece?
Ningún criado puede servir a dos amos, porque odiará a uno y querrá al otro, o será fiel a uno y despreciará al otro. No se puede servir a Dios y al dinero.
Los fariseos, que eran amigos del dinero, al oir estas cosas se burlaban de Jesús. Él les dijo: Vosotros pasáis por buenos delante de la gente, pero Dios conoce vuestros corazones; y lo que los hombres tienen por más elevado, Dios lo aborrece.

El evangelio de hoy es la continuación del de ayer, el del servidor astuto. Jesús nos da el verdadero valor del dinero: ayudar a los demás. Dedicarlo a hacer el bien. Una vez tenemos nuestras necesidades básicas cubiertas, acumular, no sirve de nada. No podemos servir a Dios y al dinero. El dinero nos ha de servir para servir a Dios ayudando al necesitado.
 
"Vamos a decir la verdad: el dinero no es más que un medio, un instrumento, que sirve para hacer muchas cosas. A veces cosas buenas y a veces cosas malas. Con el dinero dedicado a la investigación se encuentran las vacunas que ayudan a mejorar la vida de las personas. Pero también con el dinero se hacen carros de combate y minas antipersona y fusiles de asalto que sirven para matar.
El dinero tampoco da la felicidad por sí solo. Es más, a veces el dinero rompe amistades y familias. Un ejemplo: cuantas familias se han roto a la hora de repartir la herencia de los padres. Y muchos más ejemplos que se podrían poner. Claro que el dinero también se usa para compartir y dar vida. Con el dinero que reciben como donativos muchas organizaciones se crea vida y se da esperanza a personas que lo han perdido todo. Y, hay que reconocerlo, en nuestro mundo el dinero es necesario para vivir.
Pero conviene que tengamos siempre presente lo que hoy nos dice Jesús: no hagáis del dinero un ídolo porque servirle es perder la vida. Vi hace poco una película en la que el protagonista terminaba confesando que el dinero –sería mejor decir el afán del dinero, la codicia– es como un virus que te infecta y te destroza la vida o como una adicción, como una droga, de la que difícilmente te puedes liberar.
Pero se supone que nosotros no estamos en esa línea. Se supone que los cristianos tenemos claro que lo nuestro es construir el reino, crear fraternidad y trabajar por la justicia teniendo en cuenta sobre todo a los más pobres y marginados. Para eso, el dinero es un instrumento más. Un instrumento necesario. Pero no más que un instrumento. Un instrumento que no nos debe separar de los hermanos sino ayudarnos a crear relaciones, a colaborar en la construcción del Reino. ¡Ojo! Siendo siempre muy conscientes de que la tentación del dinero, de atesorar para nosotros, de llenar nuestra cartera, va a estar siempre ahí, fuera y dentro de la Iglesia."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

viernes, 7 de noviembre de 2025

EL ADMINISTRADOR ASTUTO

  

Jesús contó también esto a sus discípulos: Un hombre rico tenía un administrador que fue acusado de malversación de bienes. El amo le llamó y le dijo: ‘¿Qué es eso que me dicen de ti? Dame cuenta de tu trabajo porque no puedes seguir siendo mi administrador.’ El administrador se puso a pensar: ‘¿Qué haré ahora que el amo me deja sin empleo? No tengo fuerzas para cavar la tierra, y me da vergüenza pedir limosna... Ah, ya sé qué hacer para que haya quienes me reciban en sus casas cuando me quede sin trabajo.’ Llamó entonces uno por uno a los que tenían alguna deuda con el amo, y preguntó al primero: ‘¿Cuánto debes a mi amo?’ Le contestó: ‘Cien barriles de aceite.’ El administrador le dijo: ‘Aquí está tu recibo. Siéntate en seguida y apunta sólo cincuenta.’ Después preguntó a otro: ‘Y tú, ¿cuánto le debes?’ Este le contestó: ‘Cien medidas de trigo.’ Le dijo: ‘Aquí está tu recibo. Apunta sólo ochenta.’ El amo reconoció que aquel administrador deshonesto había actuado con astucia. Y es que, tratándose de sus propios negocios, los que pertenecen al mundo son más listos que los que pertenecen a la luz.
(Lc 16,1-8)

Jesús nos invita a ser listos. Y esto implica darnos cuenta de que no son el dinero i el poder lo que nos hace ser mejores, sino el compartir, la fraternidad, la capacidad de ser amigos de los otros. Es decir, la capacidad de amar a los demás.

"Hay una escena de una película ya un poco antigua que me ha hecho muchas veces pensar y acordarme de esta parábola de Jesús. Se trata de “El Padrino. Parte II” (1975). La película, muy conocida, va de un jefe de una familia mafiosa y las luchas por el poder con las otras familias. El padrino es poderoso y logra vencer a todos sus enemigos. Termina la película con la escena a la que me quiero referir. El padrino está en su inmensa mansión, ha matado a todos sus enemigos, incluidos algunos de los suyos que le han traicionado. Está solo. No están más que los guardaespaldas vigilando el enorme jardín que rodea a la mansión. Ni su mujer ni sus hijos han aguantado a su lado. Fuera, en el jardín, es otoño y las hojas de los árboles caen llevadas por un viento frío. La imagen del padrino sentado un sillón es la imagen de la soledad. Lucho con todos sus medios. Ha vencido. Pero lo que ha conseguido es estar totalmente solo.
Todo esto me hace pensar en la parábola de Jesús del texto evangélico de hoy. El administrador injusto se haya, como el padrino, en una difícil situación. Si aquel estaba rodeado de enemigos, el administrador está a punto de perderlo todo y quedarse en la calle. El padrino opta por la violencia, la venganza, la aniquilación de sus enemigos. Consigue la victoria pero se queda solo. El administrador injusto toma una decisión diferente. Hace todo lo posible por conseguir amigos, “por tener a alguien que me reciba en su casa, cuando me despidan”. El administrador injusto se centra en conseguir relaciones. Quizá porque sabe que mejor que el dinero y el poder es la fraternidad, la relación humana. Está seguro de que ésa es la mejor respuesta a su complicada situación.
No alaba Jesús la injusticia ni la falta de honradez. Lo que sí alaba en la parábola es la capacidad del administrador para buscar la mejor solución a sus problemas. Y la solución está en la fraternidad, en crear relación, en hacerse con amigos. ¿No será esa la respuesta a la mayor parte de nuestros problemas?"
(Fernando Torres cmf, Ciudad redonda)


jueves, 6 de noviembre de 2025

DIOS NOS BUSCA

  


Todos los que cobraban impuestos para Roma, y otras gentes de mala fama, se acercaban a escuchar a Jesús. Y los fariseos y maestros de la ley le criticaban diciendo:
– Este recibe a los pecadores y come con ellos.
Entonces Jesús les contó esta parábola: ¿Quién de vosotros, si tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las otras noventa y nueve en el campo y va en busca de la oveja perdida, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra la pone contento sobre sus hombros, y al llegar a casa junta a sus amigos y vecinos y les dice: ‘¡Felicitadme, porque ya he encontrado la oveja que se me había perdido!’ Os digo que hay también más alegría en el cielo por un pecador que se convierte, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
Parábola de la mujer que encuentra su moneda
O bien, ¿qué mujer que tiene diez monedas y pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra reúne a sus amigas y vecinas y les dice: ‘¡Felicitadme, porque ya he encontrado la moneda que había perdido!’ Os digo que así también hay alegría entre los ángeles de Dios por un pecador que se convierte.

Como el pastor la oveja y la mujer la moneda, Dios nos busca y se alegra cuando nos dejamos encontrar. Él sale siempre a buscarnos, aunque creamos que somos los que le buscamos. Él siempre nos encuentra, aunque nosotros creamos que somo los que le encontramos. Por eso nunca debemos perder la esperanza ni la confianza en Él.

"La escena es, como mínimo, interesante. Los publicanos y pecadores se acercan a Jesús para escucharle. El Evangelio no dice que se hayan convertido y sean unos santos ya. Simplemente se acercan. Lo más fácil es suponer que animados por la pura curiosidad y por la forma de hablar de Jesús (tampoco había tantos espectáculos a los que acudir en aquel tiempo). Mientras tanto, los representantes oficiales de la religión judía, fariseos y escribas, desde fuera, murmuran y critican.
Tanto la escucha de unos como las críticas de los otros hay que ponerlas en su contexto. Para la religión judía era fundamental el tema de la pureza ritual. Sólo podían acercarse a Dios, ser buenos judíos, los que conservaban la pureza ritual. Eso significa alejarse de todo lo que se consideraba sucio. Y por supuesto, publicanos y pecadores públicos eran parte de lo sucio, de lo impuro. Jesús al acercarse a ellos y comer con ellos se hacía el mismo impuro. ¿Cómo podía pretender hablar de Dios el que era impuro? Desde su punto de vista, la crítica era totalmente justificada. Puesto en lenguaje de hoy, diríamos que los pecadores no deberían entrar en una iglesia. Más aún, se les debería prohibir la entrada. Porque Dios aborrece el pecado y no soporta la presencia del pecador.
Pero Jesús, como es habitual en los Evangelios, se mueve en otra onda. Se siente el mensajero de Dios que ha venido precisamente a salvar a los pecadores y no a condenarlos. Los excluidos de cualquier tipo, también los pecadores, son precisamente los preferidos de un Dios que no quiere dejar a nadie fuera de su abrazo fraterno. Eso es el Reino.
En este contexto hay que comprender la parábola. Es Dios el dueño del rebaño. Es Dios la mujer que ha perdido una de sus monedas. Y Dios no quiere perder ni a uno de sus hijos. Y hará todo lo posible por encontrar al que se pierda. Allí donde nosotros no tenemos esperanza, Dios sigue, terco, obstinado, tozudo, buscando porque no quiere que se pierda ni uno de sus hijos."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)