sábado, 6 de diciembre de 2025

ENVIADOS

 


En aquel tiempo, Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia.
Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, «como ovejas que no tienen pastor».
Entonces dice a sus discípulos:
«La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies».
Llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia.
A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones:
«Id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido, dad gratis».
(Mt 9,35-10,1.6-8)

Jesús se compadece de las muchedumbres. Los ve como ovejas sin pastor. Lo mismo podría decir de nuestra sociedad actual. Estamos desorientados, perdidos entre hechos, situaciones, noticias, propagandas...que nos enredan. Jesús manda sus discípulos a hacer de pastores. A curar...a luchar contra el mal.
Nosotros también somos sus seguidores, sus discípulos. Jesús también nos envía a cada uno de nosotros a cuidar de los demás. A ser pastores. Si hemos aceptado la Palabra, debemos compartirla. Y debemos curar y ayudar a todos los demás.

"El pasaje evangélico de hoy es un pequeño discurso misionero, con una rica introducción y algunas consignas de utilidad práctica. El comienzo de la narración empalma plenamente con el texto de Isaías que hemos leído y que podría llamarse la autopresentación de Yahvé como buen pastor. Él es el Dios que te acompaña y no permite que te extravíes, el Dios compasivo que no soporta que sufras, el que se conmueve con tu gemido, el que te da el alimento necesario. ¡Cuánta ligereza en muchos cristianos, que llegan a afirmar que no soportan al Dios del Antiguo Testamento! ¿Habrán leído algo de Isaías, de Oseas…? Isaías ofrece ya condensado el marco evangélico de la misión o envío, en él que es Jesús quien ve a Israel como un rebaño descarriado, ovejas sin pastor, se compadece y procura suscitar buenos pastores, en este caso los apóstoles – misioneros.
El evangelista escribe desde un contexto histórico avanzado, hacia la época final del Nuevo Testamento. La sinagoga y la Iglesia son ya entidades separadas; por eso dice que Jesús enseñaba en “sus” sinagogas, las de ellos, donde ya no hay espacio para los cristianos. Pero la Iglesia, nueva y definitiva sinagoga, lleva adelante los planes de Jesús, que son la puesta en acción de lo prometido por Isaías. Sus misioneros darán la buena noticia, aliviarán el sufrimiento humano, implantarán el reino siquiera de forma embrionaria… Ellos, la Iglesia, contemplarán y afrontarán, como Jesús, una tarea ímproba, pues “la mies es mucha”; según Lc 10,4, no podrán siquiera detenerse a saludar a quienes se les crucen en el camino, algo inconcebible en el mundo semita. Sin duda las Iglesias de Mateo y de Lucas se sienten acuciadas por una gran urgencia misionera; desaparecida ya de sus cálculos la parusía, se plantea la misión de dimensiones universales.
A los enviados se les encomienda un mensaje y un encargo que los supera inmensamente: anunciar y mostrar la presencia del Reino. Ellos no podrán resucitar muertos ni curar todas las dolencias; pero su talante será en todo momento el de portadores de vida e insufladores de ganas de vivir.
La mentalidad plenamente judía de este original evangelista se nota en la exclusividad de los enviados: de momento solo a Israel… Él conoce el orden trazado por Isaías en el establecimiento de la salvación: primero deberá “consolidarse” Israel, y seguidamente los paganos gozarán también de su luz y de su gloria: “estará firme el monte de la casa del Señor, hacia él confluirán las naciones… él nos instruirá y marcharemos por sus sendas” (Is 2,2; cf. Miq 4,1). Pero Mateo lo cuenta a su Iglesia: ella deberá vivir como verdadero pueblo mesiánico y ofrecer un resplandor contagioso, capaz de atraer a todos los pueblos y colmar sus aspiraciones, tal vez nunca formuladas, de participar también en los bienes divinos.
Y no olvidemos una última consigna de Jesús para sus mensajeros: la gratuidad. Con lo religioso no se trafica; S. Pablo contraponía su comportamiento al de quienes predicaban a sueldo: “no negociamos con la Palabra de Dios” (2Co 2,17). Solo la oferta desinteresada es creíble, también la de la fe, por supuesto."
(Severiano Blanco cmf, Ciudad Redonda)

viernes, 5 de diciembre de 2025

ÉL NOS HACE VER

 

Al salir Jesús de allí, dos ciegos le siguieron, gritando:
– ¡Ten compasión de nosotros, Hijo de David!
Cuando entró en la casa, los ciegos se le acercaron. Él les preguntó:
– ¿Creéis que puedo hacer esto?
– Sí, Señor – le contestaron.
Entonces Jesús les tocó los ojos y les dijo:
– Hágase conforme a la fe que tenéis.
Y recobraron la vista. Jesús les advirtió severamente:
– Procurad que nadie lo sepa.
Pero en cuanto salieron, contaron por toda aquella región lo que Jesús había hecho.
(Mt 9,27-31)

Si sabemos ver, veremos a Dios en todo y en todos; pero és Jesús quien debe hacernos ver. Él nos dará la vista. Por eso, como los dos ciegos del texto de hoy, debemos pedirle que se apiade de nosotros y nos dé la verdadera vista. La que nos permite verlo en el pobre, en el perseguido, en el inmigrante, en el enfermos...en todos.

"Era una de las esperanzas más repetidas en Israel (Is 29,19): en los días mesiánicos verían los ciegos. Jesús participaba de esa misma esperanza, y cuando unos discípulos del bautista le pregunten si han llegado ya los tiempos deseados, si es él realmente el mesías, remite inmediatamente a la curación de ceguera (Mt 11,5). La profecía de Isaías era así de clara: “sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos”.
Mateo concede en su evangelio un relieve especial a este signo del poder de Jesús; anticipándose a las curaciones marquinas del ciego de Betsaida y el de Jericó (cf. Mc 8,22ss; 10,46ss), nos ofrece esta curación de dos ciegos; la presenta como un cuadro sin marco: no tienen nombres, no se menciona el lugar… Más bien parece ser un relato de valor simbólico, quizá mera repetición-anticipación en abstracto de la curación de los dos ciegos que Jesús realizará al salir de Jericó hacia Jerusalén (Mt 20,29ss), texto en que Mateo magnifica el suceso: según Mc era un solo ciego, según Mt son dos.
Al evangelista le interesa mostrar cuanto antes que Jesús proporciona vista, para que los discípulos puedan percibir a quién siguen realmente. El milagro está narrado al lado de la cicatrización de la hemorroisa, la revivificación de la hija de Jairo, la curación de un sordomudo… Por eso el evangelista puede comentar, citando a Isaías 53,4, que el mesías “cargó con nuestras dolencias y llevó nuestras enfermedades” (Mt 8,17).
Un elemento llamativo de la narración, que no se encuentra en el lugar paralelo de los ciegos de Jericó, es la prohibición severa de dar publicidad a lo sucedido. Pero tal prohibición (que los estudiosos llaman “secreto mesiánico”) no es exclusiva de este milagro; también al leproso curado (Mt 8,4) se le prohíbe que cuente a nadie su curación. Al parecer, hablar del poder de Jesús cuando aún no está presente la perspectiva de su muerte en la máxima humillación podría desfigurar la auténtica imagen del mesías, que sería el mero triunfador, el admirado por sus éxitos, pero no el que entrega la vida. En cambio, cuando salen de Jericó hacia Jerusalén, ya está a la vista el lugar del rechazo, condena y patíbulo. Los ciegos curados ven ahora en profundidad y “le siguen”, se ponen en camino con Jesús y adoptan su estilo.
Nuestro pasaje evangélico termina diciendo que los ciegos curados, contra la prohibición de Jesús, se pusieron a divulgar por toda aquella región lo sucedido. Se anticipa lo que dirán los apóstoles ante sanedrín amenazante: “lo que hemos visto y oído no podemos menos de contarlo” (Hch 4,20); el evangelista enseña que quien ha sido tocado por el poder de Jesús siente la necesidad imperiosa de ser su testigo y mensajero.
Jesús exigirá a los curados el buen uso de la vista recuperada; deberán tener la mirada penetrante de fe y reflexión. En Mt 16,9s reprocha a los apóstoles: “¿todavía no entendéis, no caéis en la cuenta…?”; en Mc 8,18 se dice con más dureza: “¿Teniendo ojos no veis y teniendo orejas no oís?”. Sobre todo zaherirá la ceguera culpable de los endurecidos en su increencia: “Si fuerais ciegos no tendríais pecado; pero como decís que veis, vuestro pecado persiste” (Jn 9,41). Preciosa confesión la del doctor de la Iglesia S. Henri Newman: “nunca he pecado contra la luz”."
(Severiano Blanco cmf, Ciudad Redonda)

jueves, 4 de diciembre de 2025

ESCUCHAR SU PALABRA

 


No todos los que me dicen ‘Señor, Señor’ entrarán en el reino de los cielos, sino solo los que hacen la voluntad de mi Padre celestial.

Todo el que oye mis palabras y hace caso a lo que digo es como un hombre prudente que construyó su casa sobre la roca. Vino la lluvia, crecieron los ríos y soplaron los vientos contra la casa; pero no cayó, porque tenía sus cimientos sobre la roca. Pero todo el que oye mis palabras y no hace caso a lo que digo, es como un tonto que construyó su casa sobre la arena. Vino la lluvia, crecieron los ríos y soplaron los vientos, y la casa se derrumbó. ¡Fue un completo desastre!
(Mt 7,21.24-27)

No se trata solamente de oir la Palabra, tenemos que escucharla. Es decir, meditarla y buscar la manera de ponerla en práctica. Esto es construir nuestra vida sobre roca. Construirla sobre su Palabra. Entonces nada podrá destruirnos y derribarnos.

"La vida humana podemos llevarla con consistencia y también a la ligera, de forma irresponsable; no nos viene mal la letra de la canción de los Panchos “se vive solamente una vez, hay que aprender a querer y a vivir”… antes de que “se aleje y nos deje llorando quimeras”. Por aquí podría orientarse nuestra meditación de hoy. La primera frase de Jesús hace eco inconfundible a un texto del profeta Jeremías; la mirada penetrante del profeta percibía en Israel la presencia de “creyentes poco comprometidos”, que daban por solucionados sus cometidos religiosos con solo la presencia del templo en medio de la ciudad santa: “Templo del Señor, Templo del Señor” (Jeremías 7,4). A estos, el profeta les advierte que lo que se requiere es la fe obediente a Yahvé: “Si enmendáis vuestra conducta y vuestras acciones…” (Jr 7,5).
Probablemente el lenguaje encantador de Jesús encandiló momentáneamente a muchos contemporáneos suyos; los evangelios hablan con frecuencia del seguimiento multitudinario… “de Galilea, de Judea, de Jerusalén, de Idumea, de Transjordania y de las zonas de Tiro y de Sidón” (Mc 3,7s). Pero también dejan constancia de que, en algún momento, la gente se marcha, considerando que el camino propuesto por Jesús no se corresponde plenamente con las aspiraciones de Israel en aquel momento: “Muchos de sus discípulos se echaron atrás, y ya no caminaban con él” (Jn 6, 66 [la verdadera causa no debe de ser la oferta del Pan de Vida; error de contexto]); Jesús tiene que preguntar incluso a los Doce: “¿También vosotros queréis marcharos?”. Esa será la triste realidad en el momento duro de Getsemaní: “abandonándole, huyeron todos” (Mc 14,50).
La crudeza de esa expresión suscita muchas preguntas. El seguimiento de Jesús hasta aquel momento, ¿estaba correctamente motivado? ¿debidamente arraigado? ¿Serían los apóstoles algo aventureros, dispuestos a estar con él mientras no surgiesen problemas mayores? ¿tendrían una fe apoyada solo en arena movediza?
La historia de la Iglesia es a la vez impresionante y decepcionante. Lo de los mártires supera el mero razonamiento humano; y son muchos miles… Hicieron suyo el Salmo 63,4: “tu amor vale más que la vida”. Pero la constatación opuesta es desoladora. ¿Cómo fue posible que la mayor parte del norte de África, en el siglo VII-VIII, se dejase arrastrar al fugaz paso de un vendaval islámico? ¿Qué sucedió en la Francia del siglo XVIII, que, partiendo de lo cristiano, produjo la antirreligiosidad de un Voltaire o un Diderot, y la Enciclopedia…? ¿Y en nuestro tiempo? Al parecer, más de la mitad de Alemania y de Inglaterra ya no es de bautizados; y los templos de España están vacíos, o en el mejor de los casos, frecuentados casi solo por inmigrantes latinoamericanos. Un vendaval de secularización ha producido lo que hace 70 años apenas podía imaginarse. ¿Íbamos a misa el domingo solo por salir de la monotonía cotidiana y mientras no llegase una “diversión” mejor? ¿Habrá sido la televisión, y hoy otros medios más tecnificados, quienes han quitado el sitio a la oración en familia, a la práctica religiosa de muchos…? ¿Qué profundidad tienen las raíces de sus convicciones de fe?
Para Jeremías “la Palabra de Dios era fuego en su carne, prendido en sus huesos, y él no podía apagarlo” (Jr 20,9). ¿Tenemos hoy una fe resistente a los últimos vientos?"
(Severiano Blanco cmf, Ciudad Redonda)





miércoles, 3 de diciembre de 2025

¿QUÉ TENEMOS NOSOTROS?

 
 

Jesús, saliendo de allí, se fue a la orilla del lago de Galilea; luego subió al monte y se sentó. Mucha gente se reunió donde él estaba. Llevaban cojos, ciegos, mancos, mudos y otros muchos enfermos; los ponían a los pies de Jesús y él los sanaba. De modo que la gente estaba asombrada al ver que los mudos hablaban, los mancos quedaban sanos, los cojos andaban y los ciegos veían. Y todos alababan al Dios de Israel.
Jesús llamó a sus discípulos y les dijo:
– Siento compasión de esta gente, porque ya hace tres días que están aquí conmigo y no tienen nada que comer. No quiero enviarlos en ayunas a sus casas, no sea que desfallezcan por el camino.
Sus discípulos le dijeron:
– Pero ¿cómo encontrar comida para tanta gente en un lugar como este, donde no vive nadie?
Jesús les preguntó:
– ¿Cuántos panes tenéis?
– Siete y unos pocos peces – le contestaron.
Mandó que la gente se sentara en el suelo, tomó en sus manos los siete panes y los peces y, habiendo dado gracias a Dios, los partió, se los dio a sus discípulos y ellos los repartieron entre la gente. Todos comieron hasta quedar satisfechos, y todavía llenaron siete canastas con los trozos sobrantes.

Cuando vemos necesidades en este mundo pedimos a Dios el remedio. Pero Él nos dice, como en la multiplicació, ¿qué tenéis vosotros?
Olvidamos que nosotros somos las manos de Dios en este mundo. Que Él actúa a través nuestro. Pero esto exige, que nosotros pongamos todo lo que tenemos. Es entonces cuando Dios puede actuar. Es através de nuestro amor que Él puede actuar.

"A pesar de ser siempre sorprendente, el Dios de que nos habla Jesús es el Dios de la coherencia, el que no puede negarse a sí mismo. En el libro de los Números, no muy leído en la liturgia, vemos a Moisés pidiendo a Yahvé “que la comunidad no quede como rebaño sin pastor” (Nm 27,17); y el profeta Zacarías viene a dar la respuesta: “El Señor de los ejércitos cuidará de su rebaño” (Zac 10,3). Como en algún otro momento, Jesús pudo decir a la multitud: “hoy se cumple esta Escritura entre vosotros”.
El evangelio se nos ofrece hoy como en dos piezas yuxtapuestas: un resumen generalizante sobre actividad terapéutica de Jesús y una anécdota bien individuada, la multiplicación de los panes. Ambas piezas se complementan en cuanto a mensaje: el Dios de que habla Jesús es el Dios de la vida, del amor, de la compasión. Así le habían barruntado los profetas en general: él aniquilaría la muerte, enjugaría las lágrimas de todos los ojos… Dios no soporta el sufrimiento humano. Desde Is 65,19, está Dios comprometido a que “no se oigan en Jerusalén gemidos ni llantos”.
Jesús, con diversos signos, va haciendo palpable el cumplimiento de ese compromiso del Padre. Cuando los enviados del Bautista le pregunten si es él el que tenía que venir (Mt 11,4s), los invita a observar lo que sucede y escuchar los rumores de la gente: “id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos vuelven a ver,  y los cojos andan, los leprosos son purificados y los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres reciben la buena noticia” (Mt 11,4s). Sin duda, el evangelista ha redondeado la historia de Jesús mediante el modelo isaiano, buscando la mejor correspondencia. Pero la actividad curativa de Jesús, sean cuales sean sus dimensiones, no puede ponerse en duda, pues sus mismos enemigos no fueron capaces de negarla; sencillamente buscaron una interpretación torcida: “la víspera de la pascua fue colgado Jesús por haber practicado la hechicería y haber seducido a Israel” (Talmud de Babilonia).
La alimentación milagrosa de una multitud no requiere mucho comentario, por sernos tan conocida. La Iglesia naciente la narró repetidas veces, quizá cada vez que celebraba la Cena del Señor; y por ello ambas narraciones llegaron a asemejarse: “Jesús pronunció la acción de gracias, tomó los panes, los partió y se los dio” (Mt 15,36 = 26,26).
En uno y otro caso, Jesús es la plena manifestación de Yahvé dando vida a su pueblo y curándole sus dolencias. Y la Iglesia hace constantemente su confesión de fe: donde está Jesús está la vida. Y lo completa con otros dichos de Jesús: “el que venga a mí no tendrá hambre ni sed” (Jn 6,35). ¡Qué pena que algunos pensadores hayan rechazado a Dios porque solo han visto en él al vigilante temible! Quizá los predicadores y teólogos no estemos exentos de culpa; no es atrayente el ritornelo del Gran Teatro del Mundo (Calderón de la Barca) “obrar bien, que Dios es Dios”. No va en la línea de vivir gozosamente la presencia y el apoyo del Dios amigo que acompaña siempre con ternura. Que no se nos escape; la multiplicación de los panes fue narrada siempre según el esquema del Éxodo: Dios guía a su pueblo por el desierto y socorre su hambre con el maná. Esa es nuestra Eucaristía, ese es nuestro vivir."
(Severiano Blanco cmf, Ciudad Redonda)

martes, 2 de diciembre de 2025

DICHOSOS LOS OJOS

  


En aquel momento, Jesús, lleno de alegría por el Espíritu Santo, dijo: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que ocultaste a los sabios y entendidos. Sí, Padre, porque así lo has querido.
Mi Padre me ha entregado todas las cosas. Nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre; y nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo quiera darlo a conocer.”
Volviéndose a los discípulos les dijo aparte: “Dichosos quienes vean lo que estáis viendo vosotros, porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; desearon oir lo que vosotros oís, y no lo oyeron.”

Jesús se alegre porque los sencillos han entendido cosas que los sabios no comprenden. 
Si somos sencillos, pequeños, veremos lo que los sabios no ven. Porque de lo que se trata es de saber mirar. Debemos tener una mirada pura, sencilla y, entonces, veremos a Dios en todas partes. Él se da a conocer a los humildes.

"Es un puro tópico recordar que evangelio significa exactamente “buena noticia”; pero llega el adviento y hay que repetirlo. Así comenzó Jesús su ministerio: “creed en la buena noticia, llega el reino de Dios” (Mc 1,15), y así continuó al visitar Nazaret: “el Señor me ha enviado a dar la Buena Noticia a los pobres” (Lc 4,18). ¿Habremos traicionado alguna vez el evangelio, convirtiéndonos en aguafiestas para nuestros hermanos? Demasiadas veces oí decir, de pequeño, quizá como chantaje para que renunciase a mis normales travesuras infantiles, aquello de “mira que te mira Dios, mira que te está mirando…”. Con los mejores deseos, podemos desnaturalizar lo de Jesús. Los entendidos en la interioridad cristiana han valorado la mirada divina de otra manera: “ya bien puedes mirarme, después que me miraste, que gracia y hermosura en mí dejaste” (S. Juan de la Cruz).
Los que bucean en los evangelios perciben una primera etapa de la actividad del Maestro que llaman “primavera galileana”; aparece como el profeta de los nuevos tiempos, que crea dicha y ganas de vivir donde había desesperanza. Es el mensajero previsto por Isaías 52,7: “qué hermosos sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que dice a Sion: tu Dios establece su reino”.
Al inicio de la actividad de Jesús todo sonríe: él predica bienaventuranzas, alegrías para los pobres, hambrientos y afligidos, y él mismo los alegra llevando consuelo a los corazones desgarrados, anunciando el perdón y el amor del Padre; con ello lleva paz a los desconsolados. A veces el mismo Jesús parece admirarse de lo que sucede por medio de él: “levantad los ojos y mirad los campos, que ya amarillean para la siega” (Jn 4,35); “cuando la higuera se pone tierna y echa yemas… está llegando el verano” (Lc 21,30).
Alguna vez nuestros políticos han hablado de “brotes verdes”, como signo de recuperación económica, mejor situación social, etc. No fueron originales; ya los seguidores de Jesús habían percibido esos brotes con mucha más claridad: Jesús estaba transformando el mundo. Naturalmente, Jesús se alegra y los llama a la alegría; los felicita por lo que ven, oyen, experimentan… Los que están cercanos a Jesús adquieren una mirada más penetrante, ven las cosas y ven a través de las cosas; él se lo dirá con claridad: “a vosotros se os ha dado a conocer el misterio del Reino de Dios”, mientras que a los que, desde lejos, miran con escepticismo, por encima del hombro, “todo les resulta un enigma” (Mc 4,11). Jesús exige poco: un corazón sencillo y unos ojos limpios bastan para la admiración.
¿Podemos nosotros felicitarnos por lo que vemos y oímos? Quizá somos demasiado propensos a hacer listas de lo que falta sin saber agradecer lo que ya hay, que en muchos casos es fruto de la fe en Jesús. Los milagros que acontecen en torno a nosotros son innumerables; Jesús puso en marcha una correa de transmisión del bien que no cesa. Son tantos los que dedican su tiempo y energías a hacer el bien a otros, los que se han olvidado de sí mismos para llevar a otros la buena noticia (¿cuántos misioneros y misioneras españolas trabajan en África, Asia u Oceanía, gratuitamente?). ¡Cuánta bondad en nuestro mundo! ¡Dichosos nuestros ojos…!"
(Severiano Blanco cmf, Ciudad Redonda)

lunes, 1 de diciembre de 2025

VIENE A NUESTRA CASA

 


Al entrar en Cafarnaún, un centurión romano se le acercó para hacerle un ruego. Le dijo:
– Señor, mi asistente está en casa enfermo, paralítico, sufriendo terribles dolores.
Jesús le respondió:
– Iré a sanarlo.
 – Señor – le contestó el centurión –, yo no merezco que entres en mi casa. Basta que des la orden y mi asistente quedará sanado. Porque yo mismo estoy bajo órdenes superiores, y a la vez tengo soldados bajo mi mando. Cuando a uno de ellos le digo que vaya, va; cuando a otro le digo que venga, viene; y cuando ordeno a mi criado que haga algo, lo hace.
Al oir esto, Jesús se quedó admirado y dijo a los que le seguían:
– Os aseguro que no he encontrado a nadie en Israel con tanta fe como este hombre. Y os digo que muchos vendrán de oriente y de occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos.
(Mt 8,5-11)

Empezamos en tiempo de Adviento. Tiempo de espera del Señor. El centurión romano nos enseña una oración que rezamos cada día antes de recibir la comunión: "Señor yo no soy digno de que entres en mi casa..." 
Así empezamos el Adviento; reconociendo que nos somos dignos de que Él venga a nosotros. Sin embargo, Él vendrá porque nos ama. Él vendrá si tenemos la fe del centurión.
 
"Varias veces los evangelios nos presentan a Jesús negándose a intervenir en la vida de paganos; las cosas por su orden, según Is 2,2: primero reafirmar la fe de Israel (“estará firme el monte del Señor”), luego ya se acercarán las naciones paganas a participar de sus bienes. Jesús lo dirá explícitamente: “solo he sido enviado a las ovejas perdidas de Israel” (Mt 15,24).
En los antiguos manuscritos bíblicos faltan muchos signos de puntuación, de interrogación, etc.; en nuestro texto de hoy, la respuesta de Jesús al romano debió de ser una pregunta retórica (pongamos el signo de interrogación), que es una negativa: “¿tengo yo que ir a curar a tu criado?”. Y el centurión reconoce que Jesús tiene razón: ¡no va a entrar a casa de un pagano! Este centurión confiesa con humildad que él no pertenece al pueblo elegido, que la salvación le llegará, todo lo más, en un segundo momento; entiende la reticencia de Jesús a hacerle el favor: “yo no soy quien para que tú…”.
Y a la confesión de la propia humildad sigue la impresionante confesión de fe cristológica, que quizá las sucesivas traducciones, ya desde la antigüedad, nos la han oscurecido. El centurión establece una contraposición entre su autoridad y la de Jesús; la suya es limitada, subordinada; él no es el césar… pero tiene algún poder sobre soldados y criados, un poder eficaz. Frente a ese poder limitado, reconoce que Jesús posee un señorío absoluto; ¿cómo no vas a poder dar una orden, incluso a distancia, en favor de mi siervo? Jesús mismo queda sorprendido de la certera fe del pagano; el texto griego dice “etháumasen”, se admiró. Al parecer, sus correligionarios judíos, con toda su preparación veterotestamentaria, no habían llegado a percibir esa su ilimitada autoridad mesiánica.
Esto abre a Jesús, y a la Iglesia de Mateo, grandes perspectivas y esperanzas misioneras: “vendrán muchos del Norte y del Sur y se sentarán a la mesa con los patriarcas…”. Y lo que a Mateo le duele especialmente: muchos “hijos del reino”, es decir, llamados de primera hora, judíos, quedarán fuera.
El evangelista hace una gran advertencia a su Iglesia: no se duerman sobre los laureles, no lo den todo por hecho; la conversión primera no garantiza la perseverancia. San Pablo habla de los judíos que formaban parte del olivo legítimo y sin embargo fueron ramas desgajadas, mientras que ramas de olivos silvestres fueron injertadas en su lugar.
La lección es para dentro de la Iglesia y también para fuera: no debe considerarse a nadie como caso perdido. El pagano, el inmoral, el político corrupto o explotador… no han perdido la capacidad de reconocer en Jesús a su Salvador. Más aún, una actitud de humildad y de fe sincera puede “alterar” el orden de la salvación preestablecido: en este caso, el pagano por delante del judío."
(Severiano Blanco cmf, Ciudad Redonda)

domingo, 30 de noviembre de 2025

YA ESTÁ AQUÍ

 


Como sucedió en tiempos de Noé, sucederá también en la venida del Hijo del hombre. Antes del diluvio, y hasta el día en que Noé entró en el arca, la gente comía, bebía y se casaba. Pero cuando menos lo esperaban, vino el diluvio y se los llevó a todos. Así será también en la venida del Hijo del hombre. En aquel momento estarán dos hombres en el campo: a uno se lo llevarán y al otro lo dejarán. Dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a la otra la dejarán.
Permaneced despiertos, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Entended que si el dueño de una casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, permanecería despierto y no dejaría que nadie entrara en su casa a robar. Así también, vosotros estad preparados, porque el Hijo del hombre vendrá cuando menos lo esperéis.
(Mt 24,37-44)

Debemos estar despiertos, porque Él ya está aquí. Debemos vivir amando a todos, sirviendo, ayudando...Así Él nos encontrará amando...
 
"Como sabéis, hoy comenzamos el nuevo año litúrgico, distinto del año civil, o del curso escolar y del calendario laboral. El año litúrgico comprende también doce meses, pero no está dividido en cuatro estaciones, sino en tiempos de distinta duración. Es que en el año litúrgico no manda el clima, ni se divide según los solsticios y los equinoccios. En el año litúrgico cristiano manda la historia de las relaciones de Dios con nosotros; por tanto, manda la historia de Jesús, pues en Jesús Dios ha entablado con nosotros una Alianza Nueva. El centro del año litúrgico lo ocupa la Pascua de Resurrección del Señor o, si queréis, el Triduo Pascual que abarca del Jueves Santo al Domingo de Resurrección; le sigue el tiempo pascual, que dura siete semanas y lo precede el tiempo de Cuaresma, que dura seis semanas. Y hay otros dos tiempos especiales: el Adviento, con cuatro semanas de duración y la Navidad, con dos semanas más o menos alargadas. Después de Navidad y después de Pascua vivimos el tiempo ordinario.
En el tiempo de Adviento nuestra liturgia romana celebra la doble venida de Nuestro Señor Jesucristo. Por un lado, estas semanas preparan para la fiesta del nacimiento de aquel que, con su primera venida entre los hombres, cumplió las antiguas promesas y abrió el camino de la salvación y con ello participan en la memoria de la aparición reveladora y salvadora del Señor. Por otra parte, no nos detenemos sólo en el primer descenso, sino que esperamos el segundo.  (San Cirilo de Jerusalén). El recuerdo de la venida del Señor en humildad despierta y fortalece la alegre y confiada espera del retorno de Cristo «en la majestad de su gloria».
(...) El Evangelio os habrá resultado bastante extraño. Es como cuando percibimos frases sueltas de una conversación que están teniendo otros y que llega hasta nuestros oídos como a oleadas: ahora se oye, luego no se oye nada, de nuevo se vuelve a captar alguna palabra. Parecen cabos sueltos. Pero hay cosas bien claras. Por ejemplo, lo que se nos dice de lo que sucedió en tiempos de Noé: la gente comía, bebía, se casaba. De una forma plástica nos presenta Jesús una situación en que la vida de la gente se desenvolvía en las ocupaciones y acontecimientos normales de la vida ordinaria: comer, beber, casarse. Pero de repente vino la catástrofe que no se esperaban.
Podemos recoger una lección para nuestra vida. No se nos pide que abandonemos las ocupaciones de esos calendarios a que hacíamos referencia al principio: el calendario laboral, el calendario escolar, el calendario de nuestras relaciones y compromisos con los demás, donde entran también las fiestas y las bodas. Pero algo puede cambiar. Concretamente, podemos sentir la llamada a dar hondura a nuestra vida. Aprendamos a vivir las cosas desde Dios y hacia Dios; que todas nuestras acciones procedan de Él como su fuente y tiendan siempre a Él como a su fin.
Jesús muestra lo importante que es no apegarse a las cosas de este mundo. Nos preparamos para la segunda venida de Cristo. Eso nos obliga a vivir atentos. Porque no sabemos ni el día ni la hora. Y, en ese tiempo de espera, hay muchas dificultades que acechan al pueblo de Dios. Problemas ha habido siempre. Y los habrá. Lo importante es estar preparados para reaccionar como Dios quiere. ¿Cuándo llegará ese momento para nosotros? No lo sabemos. Puede ser nuestra propia muerte, o puede ser un momento decisivo en el que se resuelva algo importante. Puede encontrarnos «en el campo» o «moliendo». Y lo más importante aquí no es dónde nos encontremos, sino lo que hay en nuestro corazón, cómo vivimos a la espera de ese momento.
No hay que prepararse para ese momento determinado como si fuera un «examen». Jesús nos llama a vivir de tal manera que estemos preparados para el encuentro en todo momento. El hombre no ve la diferencia entre dos trabajadores en un mismo campo. Pero Dios mira profundamente en el corazón y nos ve tal como somos. ¿En qué pensaremos en el momento más importante, en el momento de la elección, de la catástrofe, de la muerte? ¿En las cosas olvidadas en casa? ¿En la opinión de la gente? Quizás también en eso. Aunque si no tenemos lo principal, lo que lo supera todo, si no tenemos el amor que determina nuestra elección, ninguna cosa nos salvará del vacío interior. Ante Dios nos presentaremos tal y como seamos en ese momento.
¿Soy capaz de encontrar a Dios en lo cotidiano? ¿No lo estoy sustituyendo por mis ídolos: el éxito, la comodidad o cualquier otra cosa? ¿Qué es lo más importante para mí, en qué vivo? Intentemos hablar hoy de ello con Él.
Me parece que tenemos por delante una hermosa tarea durante estas cuatro semanas: preparar nuestro interior como si fuera una cuna que va a recibir a Aquél que nos da la vida. El tren de la esperanza va a pasar por delante de nosotros, no lo perdamos, subamos a él y valoremos todo lo bueno que vamos encontrando en nuestro camino. Seamos también nosotros portadores de esperanza, esperanzados y esperanzadores. Así podemos conseguir que todos los que viajamos en el mismo tren de la vida podamos construir la nueva humanidad que viaja hacia la Jerusalén celestial. Seamos profetas de la esperanza, no del desaliento. El mundo está cansado de agoreros y necesitamos hombres colmados de esperanza."
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad redonda)