miércoles, 26 de noviembre de 2025

GANARSE LA VIDA



 Pero antes de eso os echarán mano y os perseguirán: os llevarán a juicio en las sinagogas, os meterán en la cárcel y os conducirán ante reyes y gobernadores por causa mía. Así tendréis oportunidad de dar testimonio de mí. Haceos el propósito de no preparar de antemano vuestra defensa, porque yo os daré palabras tan llenas de sabiduría que ninguno de vuestros enemigos podrá resistiros ni contradeciros en nada. Pero seréis traicionados incluso por vuestros padres, hermanos, parientes y amigos. Matarán a algunos de vosotros y todo el mundo os odiará por causa mía, pero no se perderá ni un solo cabello de vuestra cabeza. ¡Permaneced firmes y salvaréis vuestra vida!

Estos evangelios de final del año litúrgico nos presentan las dificultades que hemos de padecer para seguir a Jesús. Pero a la vez nos iluminan en la esperanza, porque es a través de las dificultades que ganamos la Vida. La verdadera Vida junto a Jesús, la de Hijos del Padre. El Espíritu estará con nosotros y pondrá sus palabras en nuestra boca. No debemos desfallecer. El premio es la Vida.

 " (...) En el evangelio se nos dice a todos que no temamos; que se nos darán las palabras necesarias para nuestra defensa. Que, ciertamente, esos poderes malignos han sido encontrados deficientes y caerán. Pero, ¿cuándo?
Otra mirada, algo más profunda nos hace mirarnos en un espejo. Creo que a veces todos quisiéramos ser Daniel, seguros en la denuncia, confiados en la propia inocencia… pero otras veces nos encontramos temblando porque quizá lo escrito en el muro se pueda referir a nosotros mismos: que tenemos los días contados y que hemos sido encontrados a faltar, que la fuerza y autosuficiencia que pensábamos tener no es tanta.
A veces quisiéramos buscar por todos los medios capas, escondites, maneras de disimular esa deficiencia escrita en el muro que nos mira como espejo. Dudamos por si quienes nos persiguen tienen el argumento correcto. Nuestros días, de hecho, están contados. Y sabemos bien las propias limitaciones y deficiencias.
Pero entonces, solo quedará volvernos a la palabra consoladora del Evangelio. A pesar de las palabras aterradoras del muro, sabemos que ni un cabello de la cabeza se perderá, por la inmensa misericordia de Dios. Aunque no seamos Daniel con la justicia en nuestra mano. Aunque seamos los que tenemos huecos y deficiencias. Os perseguirán y entregarán, pero ni un cabello de vuestra cabeza se perderá… Porque no será el juez castigador, sino el misericordioso quien escribirá en nuestro muro. Y será él mismo quien nos dé las palabras de nuestra defensa, por si, avergonzados, no las podemos encontrar. Solo nos queda volvernos a él en confianza."
(Carmen Fernández Aguinaco, Ciudad Redonda)

martes, 25 de noviembre de 2025

ESPERAR EN ÉL

 


Algunos estaban hablando del templo, de la belleza de sus piedras y de las ofrendas que lo adornaban. Jesús dijo:
– Vienen días en que de todo esto que estáis viendo no quedará piedra sobre piedra. ¡Todo será destruido!
Preguntaron a Jesús:
– Maestro, ¿cuándo ocurrirán esas cosas? ¿Cuál será la señal de que ya están a punto de suceder?
Jesús contestó: Tened cuidado y no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos haciéndose pasar por mí y diciendo: ‘Yo soy’ y ‘Ahora es el momento’, pero no los sigáis. Y cuando oigáis alarmas de guerras y revoluciones no os asustéis, pues aunque todo eso tiene que ocurrir primero, aún no habrá llegado el fin.
Siguió diciéndoles: Una nación peleará contra otra y un país hará guerra contra otro; en diferentes lugares habrá grandes terremotos, hambres y enfermedades, y en el cielo se verán cosas espantosas y grandes señales de amenaza.

Mirando nuestra sociedad puede parecer que ya han llegado los últimos tiempos. En realidad, estas desgracias siempre han sucedido; pero en estos tiempos nos enteramos de todo lo que ocurre, aunque sea muy lejos de nosotros, y casi al instante de suceder. No debemos perder la esperanza. Jesús nos señala que debemos pasar por muchas dificultades. Que lo que existe, por bello que sea, un día será destruido. Pero también nos dice que no nos dejemos engañar. Sólo en Él tenemos esperanza y no en falsos profetas. Todo puede ser destruido menos Jesús, que venció a la muerte.

"Estas cosas tienen que pasar antes de la victoria. Pero no aterrorizarse podría no ser posible.  Porque las cosas que estamos viendo —guerras, divisiones, invasiones, persecución a la fe— son como para dar bastante terror. La situación del mundo no es nada halagüeña. Corrupción, mentira, engaños, persecuciones, guerras, el hambre como arma política, las catástrofes naturales. Y hacia adentro, rencillas internas, rencores del pasado, competición y envidias. A veces podría parecer que el Halloween que se celebró a principios de mes, con sus horribles y feísimas imágenes se quedó corto. Los monstruos presentes, mucho más reales y peligrosos, producen un verdadero pavor. Y leer a Daniel en estas circunstancias refuerza el sentido de apocalipsis final y de acontecimientos terroríficos.
Por otro lado, la visión del gigante con pies de barro de Daniel, que produce espanto, también podría dar un poco de risa: nos asegura que nada ni nadie tienen suficiente poder como para no romperse. Nos podemos reír de ese poder tan efímero. Al final, toda la maldad y la fealdad de lo que nos rodea, parece decir Daniel, se pulverizarán. Y esto quizá sea la mejor razón para no aterrorizarse. Pero esta seguridad no vendrá sin perseverancia. Para perseverar hace falta mirar, una y otra vez al gigante pulverizado para recordar quiénes somos y qué esperamos. Para perseverar hay que mantener una difícil calma alimentada por la oración y el esfuerzo diario por hacer el bien. Para perseverar hay que mirar alto y lejos. Y hay que mirar también bajo y cerca para celebrar el bien que tenemos al lado de las personas de nuestro alrededor que sencilla y tercamente siguen viviendo en verdad. No es que se vaya a negar la realidad dolorosa, terrible y profundamente preocupante; pero sí aferrarse a la belleza, la verdad y la bondad que son Dios mismo, trabajando para sembrar un poco de esa verdad y belleza en medio de tanta fealdad y mentira."
(Carmen Fernandez Aguinaco, Ciudad Redonda)





lunes, 24 de noviembre de 2025

DARLO TODO

  


Jesús estaba viendo cómo los ricos echaban dinero en las arcas de las ofrendas, y vio también a una viuda pobre que echaba dos monedas de cobre. Entonces dijo:
– Verdaderamente os digo que esta viuda pobre ha dado más que nadie, pues todos dan sus ofrendas de lo que les sobra, pero ella, en su pobreza, ha dado todo lo que tenía para su sustento.

La viuda entregó todo lo que tenía. Pensó en los demás, antes que en ella misma. Jesús nos pide que nos entreguemos totalmente, que demos nuestra vida como hizo Él. Y esto se puede hacer desde la pobreza, desde la sencillez. Cuando somos "ricos" buscamos ser más, tener, dominar...Es desde la sencillez, la humildad que antepondremos el bien del otro al nuestro.

"Cuando vamos a dar o pagar algo, tanto si es material como si es tiempo o esfuerzo de alguna manera, normalmente hacemos una especie de presupuesto: ¿habrá suficientes recursos para otras cosas que necesitamos hacer? ¿Tenemos un plan de acción donde encajamos lo que vamos a dar gratis junto con lo que nos produce beneficios personales? Normalmente no damos “a lo loco”. Al mirar a esta viuda del evangelio, que sí parece dar a lo loco, podríamos hacer varias interpretaciones, más o menos cínicas. ¿Da porque es una descuidada y poco previsora? ¿da porque podría ser lo último que hiciera al final de su vida y ya no le importa nada? ¿O da sus dos moneditas –probablemente lo único que tiene– para que Dios se compadezca y la bendiga con más? Como el Evangelio no lo explica, quedémonos simplemente en que da por pura generosidad y amor. Y esta debe ser la verdadera interpretación, puesto que Jesús la alaba.
Cada uno podemos ser la viuda en todas sus variaciones. Y siempre tenemos que mirar a nuestras motivaciones. La última motivación, la de la pura generosidad, es la más noble, y a la que nos gustaría seguramente acogernos. Pero no siempre es así. Pero quizás una pregunta importante más bien sea cuáles son nuestras dos moneditas. ¿Qué cosas tenemos (materiales o de talentos o tiempo) que queremos o debemos por responsabilidad cuidar? ¿A qué cosas nos parece que solemos aferrarnos? ¿Cómo deberíamos presupuestar tiempo, dinero, talento? ¿Con qué cosas podríamos comerciar? ¿Cuáles nos parecen ya inútiles y por lo tanto desechables…? Quizá entonces, al mirar nuestras dos moneditas viéramos que tenemos mucho más que dos, algunas necesarias, otras no tanto. Pero la llamada sigue siendo la misma: dar hasta lo último, no solo lo no necesario, no solo la calderilla, sino hasta la última gota.
El evangelio de hoy a menudo va emparejado en el Leccionario a la lectura de la viuda de Elías, que dio el último aceite y la última harina que tenía como actos de suprema entrega antes de morir. No murió. Se le multiplicó el pan. Siempre que tengamos la sinceridad de mirar bien, veremos que se nos multiplica a nosotros lo poquísimo que hemos dado, a veces con esfuerzo y temor a perderlo todo. Y entonces, el seguir dando puede ser una experiencia gozosa, por la seguridad de tanta gracia y vida derramada."
(Carmen Fernández Aguinaco, Ciudad Redonda)

domingo, 23 de noviembre de 2025

EL REINO DEL AMOR

  



La gente estaba allí mirando; y hasta las autoridades se burlaban de él diciendo:
– Salvó a otros; ¡que se salve a sí mismo ahora, si de veras es el Mesías de Dios y su escogido!
Los soldados también se burlaban de Jesús. Se acercaban a él y le daban a beber vino agrio, diciéndole:
– ¡Si eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo!
Y sobre su cabeza había un letrero que decía: “Este es el Rey de los judíos.”
Uno de los malhechores allí colgados le insultaba, diciéndole:
– ¡Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros!
Pero el otro reprendió a su compañero diciendo:
– ¿No temes a Dios, tú que estás sufriendo el mismo castigo? Nosotros padecemos con toda razón, pues recibimos el justo pago de nuestros actos; pero este no ha hecho nada malo.
Luego añadió:
– Jesús, acuérdate de mí cuando comiences a reinar.
Jesús le contestó:
– Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso.

Jesús es un rey diferente. Su trono es la Cruz. Su reino es el Reino del Amor. Nuestros reinoso y repúblicas buscan el poder, el dinero, la fuerza...Jesús se entrega totalmente, da su vida en la Cruz por nosotros. Nos invita a hacer lo mismo. A participar de su Reino: el Reino del Amor. Si nos entregamos a los demás, si amamos a todo el mundo, formamos parte de su reino.

" (...) Sabemos que reyes ha habido muchos a lo largo de la historia. Y la mayoría quisieron gobernar sobre bases erróneas. No puede subsistir mucho tiempo una sociedad humana construida sobre la mentira, la violencia, la fuerza bruta, la falta de respeto a los derechos de las personas, y en especial a los derechos de los más débiles, la destrucción de los disidentes, la desconfianza sistemática, la delación. Por mucho que la maquillemos con los medios de propaganda, es una sociedad mortalmente enferma. La antigua Unión Soviética, o muchas dictaduras de América Latina son buena prueba de ello. Hemos descubierto cómo los grandes estados de rostro inhumano eran en realidad monstruos con pies de barro.
Frente a esto, se nos presenta la vida de Jesús; un hombre insignificante a los ojos de la “carne” sin ningún otro poder que el poder de convicción de su palabra: ni poder económico, ni fuerzas armadas, sin fasto de ningún tipo. Un Rey atípico. Nació en un pesebre, no en un palacio; trabajó para ganarse el pan. Ejercía sólo una autoridad con rostro humano. No se basaba en la fuerza, sino en el “enamoramiento”, en el dejarse encontrar por todos. Zaqueo, la mujer samaritana, Mateo, María Magdalena… Muchos fueron convencidos por el ejemplo y el testimonio de Cristo. Un rey muy especial.
A ese Rey, los jefes del pueblo lo tientan con la tercera de las argumentaciones de Satanás, recordándole que es el protegido de Dios. Los soldados, por su parte, recuerdan el valor político del título de Mesías: un rey dispone de poder (como le dijo el demonio a Jesús en el desierto). Pero el Reino de Jesús no es de este mundo, como le replicó Cristo a Poncio Pilato. El malhechor colgado en la cruz representa la tentación más fuerte, porque está sufriendo en la cruz junto a Jesús. Es la más diabólica de las pruebas: ¿No eres Tú el Mesías? Hace falta estar muy arraigado en Dios Padre para no rendirse, para aceptar la voluntad de ese Padre Bueno.
En medio de la prueba, hay también un punto para la esperanza. En el mismo Calvario, se inaugura el Reino de Dios: al buen ladrón Jesús le dice que hoy compartirá la plena felicidad con Él. El que en el mundo no encontró la paz, la halló al final de sus días, hasta poder descansar con Cristo en el Paraíso.
De cada de uno de nosotros depende decidir. ¿Quieres ser parte de una historia llena de esperanza? Está terminando el año litúrgico. Revisa tu vida, y prepárate para que el Adviento, que está llamando a las puertas, no te sorprenda desprevenido. Puedes ser amigo de un Rey que no inspira miedo, sino dulzura; que no busca castigarte, sino hacerte feliz; que no limita tu libertad, sino que la desarrolla hasta el máximo… Un Rey distinto, que te invita a ser de los suyos. Él te espera. ¿Vas a ser como los jefes, como los soldados, como el ladrón que grita contra Jesús, o como el buen ladrón? Tú decides."
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)

sábado, 22 de noviembre de 2025

AUTÉNTICA VIDA

  


Después acudieron algunos saduceos a ver a Jesús. Los saduceos niegan que haya resurrección de los muertos, y por eso le plantearon este caso:
– Maestro, Moisés nos dejó escrito que si un hombre casado muere sin haber tenido hijos con su mujer, el hermano del difunto deberá tomar por esposa a la viuda para darle hijos al hermano que murió. Pues bien, había una vez siete hermanos, el primero de los cuales se casó, pero murió sin dejar hijos. El segundo y luego el tercero se casaron con la viuda, y lo mismo hicieron los demás, pero los siete murieron sin dejar hijos. Finalmente murió también la mujer. Así pues, en la resurrección, ¿cuál de ellos la tendrá por esposa, si los siete estuvieron casados con ella?
Jesús les contestó:
– En este mundo, los hombres y las mujeres se casan; pero los que merezcan llegar a aquel otro mundo y resucitar, sean hombres o mujeres, ya no se casarán, puesto que ya tampoco podrán morir. Serán como los ángeles, y serán hijos de Dios por haber resucitado. Hasta el mismo Moisés, en el pasaje de la zarza ardiendo, nos hace saber que los muertos resucitan. Allí dice que el Señor es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. ¡Y Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos están vivos!
Algunos maestros de la ley dijeron entonces:
– Bien dicho, Maestro.
Y ya no se atrevieron a hacerle más preguntas.
(Lc 20,27-40)

No sabemos cómo será la otra vida, pero seguro que no será como esta. Los saduceos, que no creían en la vida tras la muerte, intentan ridiculizar a Jesús. Ellos son los que quedan en ridículo, al demostrar que no saben lo que es la otra vida. Una vida que será Vida. Auténticamente Vida, porque estaremos unidos a Dios. Una unión más profunda, cuanto más hayamos amado en esta vida.

"Los saduceos no solían tener mucho trato con Jesús. Eran personajes demasiado importantes, alejados del pueblo, ocupados en conservar su privilegiada posición social a toda costa. Su pecado no era la hipocresía, como en los fariseos, sino el cinismo, que se ríe abiertamente del bien, lo desafía y lo mira con desprecio. Al abordar a Jesús plantean una cuestión legal avalada por la autoridad de Moisés y lo hacen en tales términos que la conclusión resulta ridícula. Eso es lo que buscan: dejar en ridículo la fe en la resurrección. La ley del levirato (cf. Dt 25, 5-6) tenía por finalidad garantizar la descendencia del hermano difunto (y la transmisión legal de su herencia), la única forma de supervivencia aceptada en tiempos de Moisés. El tecnicismo planteado por los saduceos pone bien a las claras que para ellos la resurrección de los muertos es un absurdo que se revela en lo ridículo de la situación: un harén de hombres en torno a una única mujer y, además, estéril. Para los saduceos, “que niegan la resurrección”, el único bien posible se da sólo en este mundo: la riqueza, el éxito social y el poder.
La respuesta de Jesús, llena de sentido, pone de relieve la debilidad interna de la cínica pregunta. En primer lugar, los saduceos han planteado mal la cuestión, trasladando a la situación de la vida futura las estructuras e instituciones que sólo tienen sentido en este mundo pasajero. “En esta vida, dice Jesús, hombres y mujeres se casan”, y podría añadir: “tienen hijos, acumulan riquezas, dejan herencias”. Todo eso es expresión de la limitación propia de este mundo, que no podemos trasladar al ámbito de la vida eterna, que no es simplemente una vida sin fin, sino una vida plena, en la que todo lo bueno se conserva (se salva), al tiempo que se superan las limitaciones que aquí impiden la plenitud. Eso es lo que significa: “no se casarán, no pueden morir, son como ángeles, son hijos de Dios, participan de la resurrección” (es decir, participan de la vida del Resucitado, Jesucristo, Hijo de Dios). No se puede medir el mundo del más allá (que escapa a todo esfuerzo de imaginación) con los parámetros del más acá. Al revés, tenemos que medir nuestra vida terrena (nuestras relaciones, valores, comportamientos, etc.) con los criterios de lo alto.
Ahora bien, ¿cómo es esto posible? Que ese mundo del más allá no se pueda imaginar, no significa que no se pueda pensar y entender a la luz de la fe. Ese es el sentido de la segunda parte de la respuesta de Jesús. Jesús se apoya inteligentemente en un texto que los saduceos, que sólo reconocían el Pentateuco, conocían bien. En el episodio de la zarza (cf. Ex 3, 1-14) Dios se revela a Moisés bajo la forma de un fuego que arde sin destruir: Dios purifica como el fuego, pero no destruye, no es portador de muerte, sino de vida.
Jesús no ironiza, como los saduceos, pero pone de relieve con seriedad y agudeza lo absurdo de la fe en un Dios que nos condena a muerte y, todo lo más, nos conserva en un recuerdo que no va a durar, pues, ¿quién guarda memoria de nadie, poco más allá de sus abuelos? La única “memoria eterna” que tiene sentido real es la de permanecer en la mente de Dios, en comunión con Él. El Dios que se acuerda de Abraham, Isaac y Jacob no los deja tirados en cualquier esquina de la historia, sino que, tras crearlos y darles la vida, los rescata de la muerte. Jesús, al hacer callar a los saduceos, fortalece hoy nuestra esperanza. Y nosotros, llamados a ser como ángeles, podemos empezar a ser ya en esta vida enviados de buenas noticias, viviendo una vida resucitada por las obras del amor."
(José Mª Vegas cmf, Ciudad Redonda)

viernes, 21 de noviembre de 2025

PURIFICAR EL TEMPLO

 


En aquel tiempo, entró Jesús en el templo y se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: «Escrito está: «Mi casa es casa de oración»; pero vosotros la habéis convertido en una «cueva de bandidos.»»
Todos los días enseñaba en el templo. Los sumos sacerdotes, los escribas y los notables del pueblo intentaban quitarlo de en medio; pero se dieron cuenta de que no podían hacer nada, porque el pueblo entero estaba pendiente de sus labios.
(Lc 19,45-48)

Jesús expulsa a los mercaderes del Templo. Su casa es casa de oración. Teniendo en cuenta que la Casa de Jesús es el mundo entero, que Él habita en nosotros, debemos expulsar el egoísmo, el ansia de poder, el amor al dinero, la injusticia...de nuestras vidas. Convertir nuestra existencia en una oración perpetua. Vivir conscientemente unidos a Él y viéndolo en todas las personas.

"La purificación del templo es un símbolo de esos procesos de purificación que todos debemos realizar continuamente para ir creciendo en el espíritu evangélico, y venciendo el espíritu mundano que de tantos modos nos seduce. A veces, nosotros mismos damos pasos para esa purificación, por medio de nuestros exámenes de conciencia personales y comunitarios, y del sacramento de la reconciliación; pero a veces, muy posiblemente, esos momentos de purificación llegan de manera inesperada, y podemos sentirnos violentados por ellos, en forma de críticas, correcciones u observaciones que se nos hacen y para las que no estábamos preparados. El látigo de Jesús nos golpea en ocasiones, y nos llama así a despertar, a reconocer con humildad lo que no está bien en nuestra vida, y a volver al buen camino.
Hoy celebramos la memoria de la presentación de la Virgen María en el templo. Es un anticipo de aquella otra presentación, la de Jesús recién nacido, y que es también la purificación de María. Si hasta María, que no tenía pecado, tuvo la humildad de someterse al rito de purificación, cuánto más nosotros, pecadores, no deberemos someternos con frecuencia a esa purificación a la que Jesús nos somete, a veces incluso dándonos unos azotes."
(José Mª Vegas cmf, Ciudad Redonda)

jueves, 20 de noviembre de 2025

LA VERDADERA PAZ

 

 Cuando llegó cerca de Jerusalén, al ver la ciudad, lloró por ella y dijo: “¡Si entendieras siquiera en este día lo que puede darte paz!... Pero ahora eso te está oculto y no puedes verlo. Pues van a venir días malos para ti, en los que tus enemigos te cercarán con barricadas, te sitiarán, te atacarán por todas partes y te destruirán por completo. Matarán a tus habitantes y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no reconociste el momento en que Dios vino a salvarte.”

 Jesús llora ante Jerusalén y también llora ante nosotros. No sabemos reconocer de dónde nos viene la paz, no sabemos reconocerlo a Él presente en este mundo. Presente en los pobres, en los sencillos, en los niños, en los inmigrantes, en los enfermos....presente en los demás. Sólo el Amor puede darnos la paz, pero no sabemos verlo. Creemos que el dinero, el poder, el tener, nos dará la felicidad. No vemos que sólo el amor al prójimo, nuestra entrega, es la raiz de la felicidad. Es la verdadera paz.

"¿Qué es lo que conduce a la paz? Y, ¿de qué paz habla Jesús? Está claro que Jesús no habla de un armisticio bélico, de la mera ausencia de guerra. Si Jerusalén no comprende lo que conduce a la paz, es porque no es capaz de abrir los ojos a la presencia del príncipe de la paz, el que trae la paz entre sus muros (cf. Sal. 122, 7), la paz que el Señor concede a todos los hombres de buena voluntad (cf. Lc 2, 14), y que no es otra cosa que la presencia de la salvación por la encarnación del Hijo de Dios. Jesús nos pacifica por dentro, porque nos reconcilia con Dios y con nosotros mismos, pero también por fuera, porque el que está pacificado por dentro se convierte él mismo en un agente de reconciliación y de paz con los demás.
El anuncio de la destrucción de Jerusalén, que posiblemente es una profecía “post eventum” (escrita después del año 70), no hay que entenderla como una amenaza de castigo por no haber aceptado a Cristo, sino como la triste consecuencia de la propia infidelidad, y la incapacidad para acoger el cumplimiento de las promesas de Dios.
Esa amenaza de destrucción levita siempre sobre nosotros. No se trata de que, si somos infieles o sordos a la Palabra de Dios, Él nos vaya a destruir: es posible vivir en este mundo en el pecado y la prosperidad: “envidiaba yo a los perversos, viendo prosperar a los malvados. Para ellos no hay sinsabores, están sanos y engreídos; no pasan las fatigas humanas ni sufren como los demás” (Sal 72). Pero es cierto que, si nos alejamos de la fuente de la vida, nos dirigimos a nuestra propia destrucción, por bien que nos haya ido en la vida. Porque la salvación es un don gratuito de Dios, pero que nosotros debemos aceptar. Y esa aceptación, más que en forma de doctrina, normas y valores (que también se dan) se realiza en la acogida de la persona de Cristo, que es nuestra paz (Ef. 2, 14).
La vida cristiana es un verdadera lucha espiritual, que requiere de nuestra cooperación, de nuestra disposición positiva, de nuestro discernimiento y de fortaleza de ánimo. Matatías Macabeo y sus hijos simbolizan hoy esa lucha, que otros realizaron (lo hemos visto en estos días) por medio del testimonio martirial, y que podemos entender en un sentido estrictamente moral y espiritual. Las fuerzas que se nos oponen requieren de nosotros la fortaleza para no inclinarnos ante los nuevos ídolos que tratan de seducirnos, a veces con buenas palabras, otras con amenazas y violencia. Es esa lucha por la acogida de Cristo y por la fidelidad a su Palabra lo que nos conduce a la paz."
(José Mª Vegas cmf, Ciudad Redonda)