martes, 16 de diciembre de 2025

SER CONSECUENTES

 


Jesús les preguntó:
– ¿Qué os parece esto? Un hombre que tenía dos hijos le dijo a uno de ellos: ‘Hijo, ve hoy a trabajar a la viña.’
 El hijo le contestó: ‘¡No quiero ir!’, pero después cambió de parecer y fue. Luego el padre se dirigió al otro y le dijo lo mismo. Este contestó: ‘Sí, señor, yo iré’, pero no fue. ¿Cuál de los dos hizo lo que el padre quería?
– El primero – contestaron ellos.
Entonces Jesús les dijo:
– Os aseguro que los que cobran los impuestos para Roma, y las prostitutas, entrarán antes que vosotros en el reino de Dios. Porque Juan el Bautista vino a mostraros el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los cobradores de impuestos y las prostitutas sí le creyeron. Vosotros, aun después de ver todo eso, no cambiasteis de actitud ni le creísteis.
(Mt 21,28-32)

Resulta que a Juan le creyeron los pecadores. Lo mismo ocurrirá con Jesús. Este texto no nos invita a ser pecadores, si no a ser humildes. A reconocernos pecadores, porque todos lo somos. Es una invitación a convertirnos y no creernos perfectos como los "jefes" del pueblo. Debemos ser "servidores", entregados a todos. Debemos Amar.

"El Evangelio de hoy continúa el capítulo 21 de Mateo. La discusión con los “jefes” del pueblo, los “perfectos y cumplidores de la Ley” (pero solo de boquilla) precipitó la decisión que llevaba fraguándose un tiempo y que llevó al desenlace de la Cruz. Parece raro que estas lecturas aparezcan al principio del Adviento, cuando se empiezan a iluminar la calles y en las iglesias lucen las coronas que anuncian el nacimiento. Lo que pasa es que el Niño de Belén, manso y humilde de corazón, nació para eso, para ofrecer su vida para la salvación de los que acogen con alegría humilde su ser de criaturas dependientes, necesitadas de perdón y salvación.
El hijo de la parábola que rechaza la petición del padre pero enseguida rectifica y pone manos a la obra representa a publicanos y prostitutas: lo peor de lo peor. Pero son ellos los que siguieron a Juan y creyeron en el anuncio de la llegada de Cristo. El que asiente y pone buena cara, pero no hace nada, es un hipócrita. Los ancianos y sabios a quien Jesús pone frente a su dureza de corazón son de esa clase. No acogen a  Jesús y no lo reconocen como Mesías del mismo modo que rechazaron el anuncio del Bautista. Tanto el precursor como el Salvador no encajaban en su modo de vida. Representaban el riesgo de perder su posición social, su poder  sus privilegios y su comodidad.
A mi me sorprende que Jesús no los amenace con la condenación eterna: solo dice que no serán los primeros en el reino. Y en el fondo, creo que me alegro. Porque en muchas ocasiones actúo como el hijo que afirma una cosa y hace otra, pero la paciencia del Señor conmigo no se acaba nunca.
¿Qué hacer? Algo que aquellos “sabios” no hicieron: creer en Jesucristo. Y decir como el padre del niño epiléptico: Señor, yo creo, pero aumenta mi fe. Haz que piense como Tú quieres que piense, hable como Tú quieres que hable, actúe como Tú quieres que actúe."
(Virginia Fernández, Ciudad Redonda)

lunes, 15 de diciembre de 2025

BUSCAR LA VOLUNTAD DE DIOS


Jesús entró en el templo y, mientras estaba en él, enseñando, se le acercaron los jefes de los sacerdotes y los ancianos de los judíos y le preguntaron:
– ¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Quién te ha dado tal autoridad?
Jesús les contestó:
– Yo también os voy a hacer una pregunta: ¿Quién envió a Juan a bautizar: Dios o los hombres? Si me respondéis, también yo os diré con qué autoridad hago estas cosas.
Ellos se pusieron a discutir unos con otros: “Si respondemos que le envió Dios, nos dirá: ‘Entonces, ¿por qué no le creísteis?’ Y si decimos que fueron los hombres, tenemos miedo de la gente, porque todos tienen a Juan por profeta.” Así que respondieron a Jesús:
– No lo sabemos.
Entonces él les contestó.
– Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago estas cosas.
(Mt 21,23-27)

Jesús no quiso responder a la pregunta de los jefes de los sacerdotes y los ancianos. Nosotros sabemos que esta autoridad le venía del Padre. 
Nosotros debemos preguntarnos el por qué de nuestras actuaciones. Es el Amor de Dios el que ha de guiarlas. No hay otra autoridad posible. Por eso, en nuestra oración y meditación debemos buscar siempre cuál es la voluntad de Dios para nosotros.

"En los los pasajes evangélicos proclamados en la Misa encontramos, con cierta frecuencia, la alabanza que Jesús hace al Padre por la fe de los sencillos y los pobres que aceptan su palabra, es decir que le aceptan a Él como el Mesías y Señor. En la lectura de hoy lo que escuchamos es una respuesta ácida y mordaz a quienes le interrogan acerca de sus autoridad. Una respuesta que desconcierta a sus interlocutores porque desvela su soberbia e hipocresía. Se creen con autoridad porque se tienen por superiores y sabios. Y por supuesto lo son. Digamos que son la “clase alta” entre los judíos. Sacerdotes del Templo, rabinos y escribas conocen la Ley Sagrada y también los enredos políticos y los resortes del poder… Pero no son capaces de explicar dónde se sitúan y porqué en relación con el Bautista decapitado por Herodes. Demasiado comprometida la respuesta.
Tanto a favor de Jesucristo, que los conoce mejor de lo que cada uno se conoce a sí mismo y silencio inmediato de los inquisidores. La verdad es que Jesús ha jugado con ventaja en el duelo dialéctico, como no puede ser de otra manera.
Primera reflexión: sin duda el Señor conoce nuestras inquietudes y nuestras preguntas aún antes de que las formulemos. Seguramente, alguna vez le hemos pedido explicaciones… Él no nos rechaza, nos entiende de sobra ¿Quién como Jesús conoce el interior de los corazones? Hemos rezado muchas veces esa oración de comienzo sorprendente: “Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío…” Este Dios al que adoramos, Creador y Padre ha venido a nuestra carne y se ha hecho hombre.
Y segunda reflexión: ante lo que no entendemos la única condición para que Dios nos devuelva la paz y nos de fuerza es la actitud humilde y confiada. Esa actitud humilde con la que aceptamos su autoridad, su poder y su bondad redentora es la condición para que acojamos su respuesta, su aparente silencio, el sufrimiento que experimentamos a veces y la esperanza de conocerlo y ver su rostro resplandeciente de poder y de amor, contemplándolo indefenso en Belén, en su vida culminada en la Cruz y, especialmente (lo que hiciereis con uno de estos conmigo lo hacéis) en todo aquel que sufre a nuestro lado."
(Virginia Fernández, Ciudad Redonda)

domingo, 14 de diciembre de 2025

ALEGRÉMONOS

 



Juan, en la cárcel, oyó hablar de lo que Cristo estaba haciendo, y envió algunos de sus seguidores a preguntarle si él era quien había de venir o si debían esperar a otro.
Jesús les contestó: “Id y contadle a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de su enfermedad, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia. ¡Y dichoso aquel que no pierde su confianza en mí!”
 Cuando se fueron, Jesús comenzó a hablar a la gente acerca de Juan, diciendo: “¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? Y si no, ¿qué salisteis a ver? ¿Un hombre lujosamente vestido? Los que se visten lujosamente están en las casas de los reyes. En fin, ¿a qué salisteis? ¿A ver a un profeta? Sí, verdaderamente, y a uno que es mucho más que profeta. Juan es aquel de quien dice la Escritura:
‘Yo envío mi mensajero delante de ti
para que te prepare el camino.’
Os aseguro que, entre todos los hombres, ninguno ha sido más grande que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.
(Mt 11,2-11)

Como a Juan nos puede costar reconocer a Jesús. Él nos responde claramente dónde debemos buscarlo: en los ciegos, cojos, leprosos, sordos, muertos...Tanto si son reales como simbólicos. Si tuviésemos verdadera Fe, trataríamos de otro manera a los inmigrantes. Si creyésemos de verdad, juzgaríamos de forma muy distinta a los que no entendemos, a los que creemos "malos", a nuestros enemigos...
Alegrémonos, porque Jesús viene, ya está aquí en todos los necesitados.

"El Domingo “Gaudete”, el tercer domingo de Adviento, representa un punto de inflexión en nuestra preparación para la Navidad. Su nombre proviene del latín «Gaudete», que significa «regocijaos» o «alegraos». La jornada se llena de un tono de alegría y esperanza, que se expresa en la antífona de entrada de la Misa: «Gaudete in Domino semper: iterum dico, gaudete» (Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos). La liturgia de este día nos recuerda la inminente llegada del nacimiento de Jesús.
Tres invitaciones nos ha dirigido la liturgia de la Palabra de este tercer domingo de adviento: una invitación a una fe madura, a la alegría y a la paciencia.
¿Con que era esto lo que se nos había prometido? Y la gente se desencanta. Por algo dice Jesús: dichoso el que no se escandaliza de mí. Ha realizado ciertamente un buen puñado de signos o milagros; pero no ha traído la liberación de Israel del yugo romano, ni siquiera ha curado a todos los enfermos (el mal y el sufrimiento siguen proliferando en nuestras sociedades), no ha realizado los signos ostentosos y apabullantes que se esperaba que realizara, ha acabado en una cruz. Ha defraudado las esperanzas que se habían puesto en él. ¡Dichoso el que no se escandaliza de mí!
Pero cabe hacer tres reflexiones:
Primero, nosotros no podemos imponerle a Dios su forma de manifestación. No somos los amos de Dios para señalarle en su agenda lo que tiene que hacer y cuándo tiene que hacerlo. Además, realiza signos mayores que los que apuntaba el profeta Isaías: «los muertos resucitan»; el mayor signo de su cercanía y amor por su pueblo y por la multitud, por todos y cada uno de nosotros, ha sido justamente su propia muerte, la libre entrega de su vida como precio de nuestro rescate: «nadie ama tanto como el que da la vida por aquellos a quienes ama».
Segundo: el esperado era más grande de lo que soñaron Isaías, Daniel y las gentes del antiguo Israel: no era un profeta más, ni siquiera el sello de los profetas; no era un sabio más, ni siquiera el sello de los sabios. Era la Palabra de Dios y la Sabiduría de Dios (con mayúsculas), el Hijo mismo de Dios quien se hacía presente entre nosotros, quien asumía nuestra condición, quien cargaba con nuestras dolencias y nuestras enfermedades, quien nos mostraba el rostro de Dios. De hecho, la realidad fue más grande que los sueños mayores. Pero aquella realidad significó un revolcón para las esperanzas que podían tener personas y grupos.
Y tercero: Incluso la humanidad de Cristo implica un abajamiento de Dios y deja invisible su ser propio. Podemos permanecer ciegos ante su manifestación. Podemos incluso escandalizarnos de tener que reconocer al Absoluto en una realidad humana, demasiado humana. Cuando hemos sabido reconocerlo, nos encontramos todavía ante un desconocido… Dios mismo, en su revelación, sigue siendo misterio, y es en cuanto misterio como se revela al creyente. No podemos constatar la revelación como un hecho evidente, sino sólo reconocerla al precio de un consentimiento a su misterio. En un sentido muy real, percibo a Dios que se revela; pero lo percibo de tal manera que no estoy dispensado de creer que se revela. El acto por el que aprehendemos la realidad de la revelación es un acto de sumisión. La experiencia es aquí una obediencia.
Una segunda invitación a la alegría. Decía al principio que, cuando la liturgia se celebraba en latín, este tercer domingo de adviento se llamaba la domínica «gaudete», porque esa es la palabra de la antífona de entrada. El motivo nos lo ha dado la oración colecta: la Navidad, fiesta de gozo y salvación, está cerca. Incluso le pedimos a Dios que nos conceda celebrarla con alegría desbordante. No va a nacer de nuevo; pero se hace presente entre nosotros el que nació de María hace unos 2.000 años.
Y una tercera invitación es la llamada a la paciencia: nosotros no somos quiénes para señalarle a Dios lo que tiene que hacer y cuándo tiene que hacerlo. Nos gustaría que desaparecieran de nuestro espíritu ciertas pruebas personales por las que podemos pasar; nos gustaría que cayeran muros que impiden el avance de la fe en nuestra sociedad, y así sucesivamente. Pero sólo Dios es Señor de la historia; suyo es el tiempo y la eternidad."
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)

sábado, 13 de diciembre de 2025

JESÚS YA ESTÁ AQUÍ

 


 Los discípulos preguntaron a Jesús:
– ¿Por qué dicen los maestros de la ley que Elías tiene que venir primero?
Jesús contestó:
– Es cierto que Elías ha de venir y que ha de poner todas las cosas en orden. Sin embargo, yo os digo que Elías ya vino, pero ellos no le reconocieron, sino que hicieron con él cuanto quisieron. De la misma manera va a sufrir a manos de ellos el Hijo del hombre.
Entonces comprendieron los discípulos que Jesús les estaba hablando de Juan el Bautista.
(Mt 17,10-13)

Esperamos que alguien nos anuncie a Jesús, nos lo muestre. Ese alguien ya ha llegado y no hemos sabido verlo. Son los niños, los pobres, los necesitados, los enfermos...los que nos muestran a Jesús. Ellos son Elías.

"Hay gente que va corriendo de lugar en lugar buscando lo maravilloso, lo milagroso. Peregrinan de aparición en aparición. Es como si tuviesen necesidad de encontrar una ventana al cielo, al otro mundo, que les confirmase en su fe. Porque lo que tenemos parece que no es suficiente. Tengo la impresión de que esa gente, ciertamente con toda la buena voluntad del mundo, pero no ha entendido nada de lo que es el Evangelio, el mensaje de Jesús y la misma realidad de la Encarnación.
La verdad es que en Jesús Dios ha dicho donde quiere estar, donde quiere aparecerse en nuestro mundo. Y no ha sido precisamente en apariciones, luces ni eventos milagrosos. Dios se ha hecho presente en nuestro mundo andando nuestros caminos, cerca de los pobres y pecadores, haciéndose impuro con los impuros, frecuentando lugares de pecado a los que no se dignan ir las personas decentes. Jesús no fue hombre del templo. Oraba sí, pero hacía de la naturaleza su santuario. Y no tenía inconveniente en interrumpir su oración para atender a  los que le buscaban, casi seguro que pensando más en la ayuda que podían recibir de él que en adorarle como hijo de Dios.
Pero no ha sido solo Jesús, son veinte siglos de historia, de testigos vivos, que no han hecho milagros ni se han aparecido rodeados de luces, pero en nombre de Jesús han estado cerca de los que sufren de cualquier manera haciendo presente con sus manos abiertas, con su corazón atento a las necesidades y dolores de los hermanos y hermanas con que se cruzaron por el camino el amor de Dios.
En ellos ha venido ya Elías y Jesús y todos los que tenían que venir y los que seguirán viniendo. El problema es que en lugar de mirar a estos testigos, quizá porque no son mediáticamente llamativos, prefieren / preferimos buscar el milagro, la luz, la aparición. Y nos perdemos a Dios mismo allí donde se quiere hacer el encontradizo con nosotros: en los pobres y en los que sufren."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

viernes, 12 de diciembre de 2025

COMPROMETERNOS



¿A qué compararé la gente de este tiempo? Es comparable a los niños que se sientan a jugar en las plazas y gritan a sus compañeros: ‘Tocamos la flauta, y no bailasteis; cantamos canciones tristes, y no llorasteis.’ Porque vino Juan, que ni come ni bebe, y dicen que tiene un demonio. Luego ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen que es glotón y bebedor, amigo de gente de mala fama y de los que cobran impuestos para Roma. Pero la sabiduría de Dios se demuestra por sus resultados.

Muchas veces actuamos como los niños de este evangelio. Pasamos de todo. No nos comprometemos. Vemos injusticias y a continuación miramos hacia otro lado. Vemos gente sufrir y no nos inmutamos. Teóricamente sabemos que debemos actuar para solucionar los problemas de este mundo; pero la realidad es que no nos comprometemos. Esto hace que todo siga igual o peor. Jesús es nuestro modelo. Él se comprometió hasta dar su vida por todos.

"Hay personas que son especialistas en mirar para otro lado y hacer que nada va con ellos. Como decía un amigo mío cuando hacía lo propio: “Eso no es de mi negociado”. Y se iba tan tranquilo. A lo suyo. A lo que le importaba.
El Reino es exactamente lo contrario. Lo de los demás nos afecta, nos importa. Y nuestra preocupación es universal. Porque todos son mis hermanos y hermanas. No podemos sentirnos bien del todo si mis hermanos lo están pasando mal. Y sus alegrías sin también las mías. Es así como comenzaba la constitución pastoral del Concilio Vaticano II Gaudium et Spes: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo”. No puede ser de otro modo para los que nos confesamos seguidores de Jesús. Su mensaje nos abrió a la fraternidad del Reino y ahí nos encontramos con el otro no como un enemigo sino como un hermano. Imposible sentirnos indiferentes. Imposible decir que “eso no es de mi negociado”, que lo suyo no me afecta.
Los niños de que habla el texto evangélico de hoy se quejan de que no les hacen caso. Les rodea la indiferencia de los que pasan. Ni bailan ni se lamentan. Van cada uno a lo suyo. Lo de los otros no interesa. En todo caso, se encuentran fácilmente justificaciones para seguir yendo cada uno a lo suyo. Si alguien nos invita a abrir los ojos y encontrarnos con los hermanos, diremos que está loco o que no es coherente en su vida. Cualquier razón es buena para seguir yendo a lo suyo.
Los seguidores de Jesús no somos así, no podemos ser así. Jesús nos ha ayudado a abrir los ojos para que “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias” de los que nos rodean se hagan nuestras, nos lleguen al corazón, nos conmuevan y nos hagan actuar en consecuencia. Esa es la sabiduría verdadera. Esa es la sabiduría que nos ayuda a construir el Reino de Dios de que nos habló Jesús."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

jueves, 11 de diciembre de 2025

ANUNCIAR A JESÚS




 Os aseguro que, entre todos los hombres, ninguno ha sido más grande que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.
Desde que vino Juan el Bautista hasta ahora, al reino de los cielos se le hace violencia, y los violentos pretenden acabar con él. Todos los profetas y la ley de Moisés anunciaron el reino hasta que vino Juan. Y, si queréis creerlo, Juan es el profeta Elías, que había de volver. Los que tienen oídos, oigan.
(Mt 11,11-15)

Juan clamaba en el desierto. Juan preparaba la venida de Jesús. Era la señal del cumplimiento de la voluntad de Dios. Nosotros debemos proclamar que Jesús ya está aquí. Y debemos hacerlo con nuestra vida. Una vida sencilla, una vida de Amor. Una vida de entrega en la que aparezcamos como los más pequeño en el Reino, porque el único que es grande es Jesús.

"En la vida perdemos a veces mucho tiempo mirando al pasado. Recordamos otros tiempos y nos parece siempre que fueron mejores. Había más… y podemos poner aquí muchas cosas que nos parece que hoy faltan. En realidad, es mentira. Lo que pasa es que la memoria nos juega una mala pasada y, sin darnos cuenta, nos hace seleccionar los recuerdos. Dejamos unos de lado –muchas veces los desagradables–. Y brillan con todo su esplendor lo que a nosotros nos parece ahora que era bueno. La verdad, la mera verdad, es que este mundo está siempre en cambio. Y que vivir de nostalgias a menudo nos paraliza para enfrentarnos a las situaciones que nos toca vivir hoy.
Jesús nos invita a vivir el presente. Hoy es cuando el Reino de Dios se está manifestando, se está haciendo realidad ante nuestros ojos. Hoy es cuando tenemos la oportunidad de hacer Evangelio con los que viven con nosotros, de crear fraternidad, de hacer justicia. Ese es el mensaje del Evangelio de hoy. Es un mensaje que nos ayuda a vivir en Adviento, a mirar hacia delante.
Con Jesús se inaugura un nuevo tiempo en la historia de la humanidad. La relación con Dios y la relación con nuestros hermanos y hermanas ya no es la misma que antes. En él se nos revela un Dios que es amor. Frente a él no hay temor sino amor, esperanza, misericordia. Ya no se puede seguir viviendo en el Antiguo Testamento. En Jesús el mundo nuevo ya está aquí. Es verdad, todavía no se ha manifestado del todo pero lo de antes ya ha pasado y Dios se ha hecho presente en nuestro mundo en Jesús como nunca antes lo había hecho.
Basta ya de nostalgias. No es verdad que cualquier tiempo pasado fuera mejor. Es en el presente donde tenemos que vivir. Y contamos con esa presencia nueva de Dios en nuestras vidas para construir el Reino, para ser más hermanos, para amar y perdonar como nunca antes se había hecho. Nos tenemos que hacer violencia a nosotros mismos para ir más allá de las apariencias y descubrir la novedad del Reino en nuestro mundo."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

miércoles, 10 de diciembre de 2025

JESÚS ES NUESTRO REFUGIO

 


Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os haré descansar. Aceptad el yugo que os impongo, y aprended de mí, que soy paciente y de corazón humilde; así encontraréis descanso. Porque el yugo y la carga que yo os impongo son ligeros.
(Mt 11,28-30)

Jesús es nuestro refugio. Si le seguimos no nos puede ocurrir nada malo. Él siempre estará a nuestro lado. Esto puede extrañarnos, cuando le hemos oído decir que nos perseguirán por su causa. Pero por malo que sea lo que pueda ocurrirnos, nunca será irremediable, porque Él está a nuestro lado. Debemos tener paciencia y todo se arreglará.

"De  pequeño me enseñaron los mandamientos de ley de Dios, los mandamientos de la Iglesia y muchas otras normas morales, en las que, parece que inevitablemente, se amenazaba con el pecado mortal y la consecuente condenación eterna en caso de no cumplirlas. Y había muchas, muchísimas, posibilidades de cometer un pecado mortal. Casi sin darse uno cuenta se podían cometer muchos pecados. Por eso, la confesión se convertía en un problema. Había que confesar todos y cada uno de los pecados, con detalle. Por eso, aquella coletilla de “y de todos los pecados de los que no me acuerdo y los de mi vida pasada” que decían muchos al terminar la enumeración de los pecados. Era como una especie de asegurarse de que uno cumplía bien con el mandamiento de confesarse. Conclusión: ser cristiano, seguir a Jesús, se había convertido en un yugo pesado, un montón de obligaciones, normas, leyes, regulaciones. Siempre con la amenaza de la condenación eterna en caso de no cumplirlas todas. Aquello no era un alivio para las personas sino lo contrario: una angustia.
La verdad es que todo eso tenía, tiene, poca relación con el Evangelio. Podemos leer con tranquilidad el texto evangélico de hoy. Pero con las mismas podemos leer con tranquilidad cada uno de los cuatro evangelios. Y veremos como lo que decíamos en el párrafo anterior, y lo que ha sido la Iglesia para muchos durante mucho tiempo, tiene poco que ver con Jesús.
“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”. Jesús es descanso para el oprimido no fuente de opresión. Es creador de paz y serenidad no un peso inaguantable que termina llenando los corazones de angustia. Su yugo es llevadero y su carga ligera. No amenaza con la condenación eterna sino que invita a seguirle, a unirnos a él en la construcción de un mundo mejor, más justo, más hermano. El pecado no está en faltar un domingo a misa sino en despreciar al hermano. Pero incluso para el pecador, y nosotros estamos todos en ese grupo, el mensaje es de misericordia, de esperanza, de animarnos a levantarnos de nuevo e intentarlo otra vez. En Jesús no encontramos condena sino alivio y descanso."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)