domingo, 19 de marzo de 2017

AGUA VIVA

"Llegó así a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del terreno que Jacob había dado en herencia a su hijo José. Allí estaba el pozo que llamaban de Jacob. Cerca del mediodía, Jesús, cansado del camino, se sentó junto al pozo. Los discípulos habían ido al pueblo a comprar algo de comer. En esto una mujer de Samaria llegó al pozo a sacar agua, y Jesús le pidió:
– Dame un poco de agua.
Pero como los judíos no tienen trato con los samaritanos, la mujer le respondió:
– ¿Cómo tú, que eres judío, me pides agua a mí, que soy samaritana?
Jesús le contestó:
–Si supieras lo que Dios da y quién es el que te está pidiendo agua, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva.
La mujer le dijo:
– Señor, ni siquiera tienes con qué sacar agua y el pozo es muy hondo: ¿de dónde vas a darme agua viva? Nuestro antepasado Jacob nos dejó este pozo, del que él mismo bebía y del que bebían también sus hijos y sus animales. ¿Acaso eres tú más que él?
Jesús le contestó:
– Los que beben de esta agua volverán a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, jamás volverá a tener sed. Porque el agua que yo le daré brotará en él como un manantial de vida eterna.
La mujer le dijo:
– Señor, dame de esa agua, para que no vuelva yo a tener sed ni haya de venir aquí a sacarla.
Jesús le dijo:
– Ve a llamar a tu marido y vuelve acá.
– No tengo marido – contestó ella.
Jesús le dijo:
– Bien dices que no tienes marido,  porque has tenido cinco maridos y el que ahora tienes no es tu marido. Es cierto lo que has dicho.
Al oir esto, le dijo la mujer:
– Señor, ya veo que eres un profeta.  Nuestros antepasados los samaritanos adoraron a Dios aquí, en este monte, pero vosotros los judíos decís que debemos adorarle en Jerusalén.
Jesús le contestó:
– Créeme, mujer, llega la hora en que adoraréis al Padre sin tener que venir a este monte ni ir a Jerusalén. Vosotros no sabéis a quién adoráis; nosotros, en cambio, sí sabemos a quién adoramos, pues la salvación viene de los judíos.  Pero llega la hora, y es ahora mismo, cuando los que de veras adoran al Padre lo harán conforme al Espíritu de Dios y a la verdad. Pues así quiere el Padre que le adoren los que le adoran.  Dios es Espíritu, y los que le adoran deben hacerlo conforme al Espíritu de Dios y a la verdad.
Dijo la mujer:
– Yo sé que ha de venir el Mesías (es decir, el Cristo) y que cuando venga nos lo explicará todo.
Jesús le dijo:
– El Mesías soy yo, que estoy hablando contigo.
En esto llegaron sus discípulos. Se quedaron sorprendidos al ver a Jesús hablando con una mujer, pero ninguno se atrevió a preguntarle qué quería o de qué hablaba con ella.  La mujer dejó su cántaro y se fue al pueblo a decir a la gente:
– Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será este el Mesías?
Entonces salieron del pueblo y fueron adonde estaba Jesús.  Mientras tanto, los discípulos le rogaban:
– Maestro, come algo.
Pero él les dijo:
– Yo tengo una comida que vosotros no sabéis.
Los discípulos comenzaron a preguntarse uno a otros:
– ¿Será que le han traído algo de comer?
Pero Jesús les dijo:
–Mi comida es hacer la voluntad del que me envió y terminar su trabajo.  Vosotros decís: ‘Todavía faltan cuatro meses para la siega’, pero yo os digo que os fijéis en los sembrados, pues ya están maduros para la siega.  El que siega recibe su salario, y la cosecha que recoge es para la vida eterna, para que igualmente se alegren el que siembra y el que siega. Porque es cierto lo que dice el refrán: ‘Uno es el que siembra y otro el que siega.  Yo os envié a segar lo que vosotros no habíais trabajado. Otros fueron los que trabajaron, y vosotros os beneficiáis de su trabajo.
Muchos de los que vivían en aquel pueblo de Samaria creyeron en Jesús por las palabras de la mujer, que aseguraba: “Me ha dicho todo lo que he hecho.”
Así que los samaritanos, cuando llegaron adonde estaba Jesús, le rogaron que se quedara con ellos. Se quedó allí dos días,  y muchos más fueron los que creyeron por lo que él mismo decía. Por eso dijeron a la mujer:
– Ahora ya no creemos solo por lo que tú nos contaste, sino porque nosotros mismos le hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo."

Jesús y la Samaritana están junto al pozo. Ambos tienen sed. El agua que puede ofrecer la Samaritana es agua del pozo de Jacob. Agua corriente, agua del pasado. El agua que ofrece Jesús es agua viva, agua del futuro.
La Samaritana está inmersa en los prejuicios de su tiempo. Es mujer y judía. No entiende que Jesús le pida algo. Como nosotros, ante la petición de Jesús, busca excusas.
Jesús le ofrece otro tipo de agua. Un agua que sacia completamente la sed. Jesús nos ofrece el único Amor que llena de verdad. Que puede hacernos felices.
Nosotros, como la mujer, no entendemos cuál es ese agua, ese amor. Pero Jesús conoce nuestro interior. Como a la Samaritana nos desvela nuestras miserias.
La reacción de la mujer es compartir lo que acana de descubrir: el Mesías. Deja lo suyo, la jarra de agua, y corre rápidamente a advertir a sus conciudadanos. Estos creen por el testimonio de la Samaritana y hacen que Jesús se quede con ellos.
Jesús nos ofrece el agua viva. Un agua que está por encima de las religiones, que es pura espiritualidad: adorar a Dios sin ir al monte ni a Jerualén. Adorarlo en verdad, en el corazón. El nuestro y el de todo hombre. Dios es Espíritu y hay que adorarlo con el espíritu. Es toda nuestra vida la que debemos ofrecerle. No unos instantes, unas oraciones, unos ritos y ceremonias. Dios nos quiere enteros para Él. Es el agua viva que nos ofrece Jesús, la que nos permite esa donación total.




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