lunes, 31 de marzo de 2025

CREER DA LA VIDA

 


Dos días más tarde salió Jesús de Samaria y continuó su viaje a Galilea. Porque, como él mismo afirmaba, a ningún profeta lo honran en su propia tierra. Al llegar a Galilea fue bien recibido por los galileos, porque también ellos habían estado en Jerusalén en la fiesta de la Pascua y habían visto todo lo que él hizo entonces.
Jesús regresó a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Se encontraba allí un alto oficial del rey, que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún. Cuando este oficial supo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verle y le rogó que bajase a su casa a sanar a su hijo, que se estaba muriendo. Jesús le contestó:
– No creeréis, si no veis señales y milagros.
Pero el oficial insistió:
– Señor, ven pronto, antes que mi hijo muera.
Jesús le dijo entonces:
– Vuelve a casa. Tu hijo vive.
El hombre creyó lo que Jesús le había dicho, y se fue. Mientras regresaba a casa, sus criados salieron a su encuentro y le dijeron:
– ¡Tu hijo vive!
Les preguntó a qué hora había comenzado a sentirse mejor su hijo, y le contestaron:
– Ayer, a la una de la tarde, se le quitó la fiebre.
El padre se dio cuenta entonces de que a esa misma hora le había dicho Jesús: “Tu hijo vive”. Y él y toda su familia creyeron en Jesús.
Esta fue la segunda señal milagrosa hecha por Jesús al volver de Judea a Galilea.
(Jn 4,43-54)

El hijo vive porque el padre cree. Cuando Jesús le dice que su hijo vive, no duda y regresa inmediatamente a su casa. ¿Cómo es nuestra fe? La verdadera es fuente de vida. No se trata de creer unas ideas, sino de hacer vida nuestra fe. Nosotros creemos en una persona, Jesús. Esto nos da la vida. Esto nos ayuda a amar, que es vivir plenamente.

"Creer sin ver. Creer sin ninguna evidencia. Creer como el funcionario real y tomar tranquilos y serenos, como él, el camino de vuelta a casa, sin dejar de confiar. Y seguir creyendo cuando descubramos que las cosas no han ido como esperábamos que fueran, que el mundo sigue lleno de injusticias, de guerras, de opresión. Creer porque en algún momento de nuestra vida la luz se ha hecho tan fuerte que ha vencido a la oscuridad, aunque solo haya sido un momento y, luego, de golpe, nos haya rodeado la noche.
Es difícil expresar lo que es la fe. Hay muchas personas que dicen que tienen poca fe. Hay otras que han desesperado y se conforman con seguir caminando. Caminan a oscuras, se sienten inseguros, pero algo, muy adentro, les dice que no se pueden quedar paradas, que no se pueden sentar y negarse a caminar. Algo, muy adentro, les dice que este caminar de la vida tiene sentido. Aunque no ven nada porque el túnel es oscuro y la luz se convierte en un recuerdo lejano incapaz de calentar el corazón ni el ánimo.
Hay personas que dicen que no creen pero pasan la vida entregados a ayudar a los que les rodean, tendiendo la mano a los necesitados, desviviéndose por los demás. Es curioso que los que dicen no encontrar sentido a la vida, terminan viviendo para dar sentido a la vida de los demás, para levantar a los caídos y sanar a los dolientes.
En el relato del Evangelio de hoy, el padre termina cayendo en la cuenta de que su hijo se sintió mejor precisamente a la hora en que Jesús le pidió que confiase en su palabra. Él confió aunque no vio nada, aunque todas las evidencias estaban en contra. Creer es caminar en esa oscuridad. Creer es aprender a caminar en la oscuridad y seguir confiando. Creer es disfrutar de los regalos y aguantar los palos que la vida nos da. Siempre agradeciendo. Siempre confiando. A pesar de la oscuridad. Incluso si el hijo no se cura.
Que el Señor nos regale a todos esta fe hecha de confianza y cemento del duro, mantenida en el amor solidario y en la esperanza. Así llegaremos mejor preparados a celebrar la Pasión, la muerte de Jesús, afianzados en la esperanza en lo imposible: la resurrección."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

domingo, 30 de marzo de 2025

LA FIESTA DEL PERDÓN

 


Todos los que cobraban impuestos para Roma, y otras gentes de mala fama, se acercaban a escuchar a Jesús. Y los fariseos y maestros de la ley le criticaban diciendo:
– Este recibe a los pecadores y come con ellos.
Entonces Jesús les contó esta parábola:
Contó Jesús esta otra parábola: Un hombre tenía dos hijos. El más joven le dijo: ‘Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde.’ Y el padre repartió los bienes entre ellos. Pocos días después, el hijo menor vendió su parte y se marchó lejos, a otro país, donde todo lo derrochó viviendo de manera desenfrenada. Cuando ya no le quedaba nada, vino sobre aquella tierra una época de hambre terrible y él comenzó a pasar necesidad. Fue a pedirle trabajo a uno del lugar, que le mandó a sus campos a cuidar cerdos. Y él deseaba llenar el estómago de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Al fin se puso a pensar: ‘¡Cuántos trabajadores en la casa de mi padre tienen comida de sobra, mientras que aquí yo me muero de hambre! Volveré a la casa de mi padre y le diré: Padre, he pecado contra Dios y contra ti, y ya no merezco llamarme tu hijo: trátame como a uno de tus trabajadores.’ Así que se puso en camino y regresó a casa de su padre.
Todavía estaba lejos, cuando su padre le vio; y sintiendo compasión de él corrió a su encuentro y le recibió con abrazos y besos. El hijo le dijo: ‘Padre, he pecado contra Dios y contra ti, y ya no merezco llamarme tu hijo.’ Pero el padre ordenó a sus criados: ‘Sacad en seguida las mejores ropas y vestidlo; ponedle también un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traed el becerro cebado y matadlo. ¡Vamos a comer y a hacer fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a vivir; se había perdido y le hemos encontrado!’ Y comenzaron, pues, a hacer fiesta.
Entre tanto, el hijo mayor se hallaba en el campo. Al regresar, llegando ya cerca de la casa, oyó la música y el baile. Llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba, y el criado le contestó: ‘Tu hermano ha vuelto, y tu padre ha mandado matar el becerro cebado, porque ha venido sano y salvo.’ Tanto irritó esto al hermano mayor, que no quería entrar; así que su padre tuvo que salir a rogarle que lo hiciese. Él respondió a su padre: ‘Tú sabes cuántos años te he servido, sin desobedecerte nunca, y jamás me has dado ni siquiera un cabrito para hacer fiesta con mis amigos. En cambio, llega ahora este hijo tuyo, que ha malgastado tu dinero con prostitutas, y matas para él el becerro cebado.’
El padre le contestó: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero ahora debemos hacer fiesta y alegrarnos, porque tu hermano, que estaba muerto, ha vuelto a vivir; se había perdido y lo hemos encontrado.’
( Lc 15,1-3.11-32)

El padre organiza un banquete para celebrar el regreso del hijo. La Eucaristía es el banquete del Padre para celebrar nuestro retorno. Jesús dio su vida por nosotros, nos salvó a todos. Cada Eucaristía es la actualización del perdón del Padre. Cada Eucaris tía es la Fiesta del Perdón.
 
" (...) En el capítulo precedente del Evangelio Jesús está comiendo con uno de los principales fariseos. Ahora ha cambiado totalmente de compañía: se encuentra entre publicanos y pecadores; es más, parece que ha sido el mismo Jesús quien los ha invitado a su casa. Es un hecho escandaloso que provoca la indignación de los justos, quienes inmediatamente sacan la conclusión: con amigos semejantes, este hombre no puede ser justo, no puede venir de Dios. Para justificar su comportamiento Jesús cuenta la parábola.
Y toda la atención normalmente se centra en el hermano que se fue. Sobre él se pueden formular muchas preguntas. La primera es: ¿se arrepintió? Después de todo, el catalizador no fue el sentimiento de culpa por haber ofendido a su padre, sino el hambre. Y esto es muy humano, sabemos muy bien el poder de nuestra voluntad. Hasta que no llegamos al límite no cambiamos. Es la experiencia de muchos alcohólicos, que solamente al tocar fondo son capaces de reaccionar e intentar cambiar algo en su vida. Sólo cuando el hermano menor empezó a tener mucha hambre, le vino a la mente la idea de regresar. No esperaba recuperar su estatus; no soñaba con restaurar la familia. Todo lo que quería era un trabajo remunerado y dejar de pasar hambre.
Tenía conciencia de haber actuado mal, sabía que su conducta había sido muy dudosa, y al mismo tiempo sentía que tales cosas no se perdonan. Al exigir la herencia, declaró que su padre estaba muerto para él. Sólo después de la muerte del donante se puede heredar. Esta puede ser la imagen de un hombre que era creyente, pero su amistad con Dios era menos valiosa para él que sus propios placeres. Pero satisfacer nuestros deseos egoístas, lo sabemos bien. nos lleva a la bancarrota, y el hijo menor lo demostró.
Incluso ese deseo imperfecto de regresar es apreciado por el Padre. Por eso algunos hablan mejor de la parábola del Padre misericordioso. Al hijo que se fue todo le es devuelto: el anillo, que simboliza el estatus de miembro de pleno derecho de la familia en Roma. Y se le declara vivo. E hijo. Dios no quiere esclavos, quiere amigos, seres libres. No es un señor despótico, es un ser cercano, que no tiene en cuenta lo hecho por el hijo, sino que corre a su encuentro y le abraza y manda vestirle como a un señor, no como a un jornalero. Resulta que no fue el padre quien murió, sino el hijo que estaba muerto por dentro, y el regreso lo revivió.
Es en la segunda parte de la historia donde se encuentra el mensaje principal. En ella entra en escena el hermano mayor que representa claramente a los fariseos, los que respetan a rajatabla los mandamientos y los preceptos de la Ley. Llega la noticia al hermano mayor, que nunca fue a ningún sitio. Y semejante acogida al que se había desviado le causa un profundo dolor. A juzgar por la situación, ambos hermanos abandonaron el hogar: uno se fue lejos y el otro, estando cerca, no se sentía en casa. Es similar a aquellos que están formalmente en la Iglesia, pero no sienten el valor de la conexión con el Padre. Dejó de valorar el amor del padre en el que vivía. Jesús cuenta esta parábola a los escribas y fariseos, diciendo que el arrepentimiento es un proceso interno. Cumplir instrucciones externas es sólo la etapa inicial. La parábola dice que el arrepentimiento es necesario para todos, e incluso el intento de restaurar las relaciones es bien valorado por el Padre.
Necesitamos a la Iglesia que sale al encuentro del menor gesto de búsqueda, del menor intento de cambio, del menor deseo de hogar. Y es que el niño que todos llevamos dentro puede nacer de nuevo, aunque seamos viejos. En nuestra meditación personal de hoy, podemos reflexionar sobre cómo estamos respondiendo a este amor y misericordia de Dios en nuestras vidas. ¿Estamos dispuestos a dejar atrás nuestro pasado y seguir adelante con fe y confianza en Dios? En este tiempo de Cuaresma, podemos experimentar la alegría y la paz que provienen de vivir en comunión con nuestro Padre celestial, “gustad y ved qué bueno es el Señor”. Señor, que no me sienta inclinado a apegarme a otras posesiones que no sean tu amor y tu voluntad. Amen."
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)

sábado, 29 de marzo de 2025

CONOCERSE

 


Jesús contó esta otra parábola para algunos que se consideraban a sí mismos justos y despreciaban a los demás: “Dos hombres fueron al templo a orar: el uno era fariseo, y el otro era uno de esos que cobran impuestos para Roma. El fariseo, de pie, oraba así: ‘Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás: ladrones, malvados y adúlteros. Ni tampoco soy como ese cobrador de impuestos. Ayuno dos veces por semana y te doy la décima parte de todo lo que gano.’ A cierta distancia, el cobrador de impuestos ni siquiera se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: ‘¡Oh Dios, ten compasión de mí que soy pecador!’ Os digo que este cobrador de impuestos volvió a su casa perdonado por Dios; pero no el fariseo. Porque el que a sí mismo se engrandece será humillado, y el que se humilla será engrandecido.”
(Lc 18,9-14)

Conocerse a uno mismo es saber penetrar nuestro interior y saber reconocer lo bueno y lo malo que tenemos. Luego, pedir perdón por lo malo e intentar corregirlo. El fariseo no es perdonado, porque no pide perdón. Además difícilmente mejorará, porque no reconoce sus fallos. Se cree perfecto.

"Hoy las lecturas nos regalan dos promesas: curación y justificación. Pero también hay demandas y desafíos. Se trata de quitarse la capa de piedad que solo oculte orgullo y auto-exaltación y llegar a lo hondo, al corazón. La piedad superficial es como una nube mañanera que luego pasa. No sirve para nada. La honda piedad del corazón consigue de Dios la curación de las heridas. Las vendará, las sanará. En este camino de Cuaresma este anuncio de curación y de vendaje de las heridas ya anuncia el Viernes Santo: sus heridas nos han curado. Pero nunca nos curamos a nosotros mismos. Solo nos toca ir a lo profundo y reconocer la verdad.
No pido sacrificio, sino amor, dice el Señor. El amor pide, desde lo más profundo, misericordia y curación. El sacrificio de apariencia y superficial, pide reconocimiento externo, y satisfacción personal. Trata de comprar el favor de Dios. Y el favor de Dios no se puede comprar si no hay algo más profundo y más verdadero. Eso no va a ninguna parte. Pero lo profundo, la verdad del corazón, como la del publicano que se sienta atrás en el Templo, es lo que recibe la atención de Dios y la justificación. La Escritura lo dice una y otra vez: un corazón contrito y humillado tú no lo desprecias, dice el Salmo 51. Porque lo que se pueda hacer por uno mismo, sin la mano poderosa de Dios, no consigue nada. Es el reconocimiento de la gracia y la misericordia de Dios lo que supone y pide el sacrificio del corazón. No es que Dios no quiera sacrificios; es que quiere el que brota del corazón, que es la verdad y el amor a Dios, no a uno mismo.
El recaudador de impuestos había pecado, ciertamente. El fariseo había cumplido todas las leyes, pero su corazón estaba en sí mismo y no en Dios. La diferencia era, nada más y nada menos, que la verdad del corazón. El bien no puede residir en uno mismo, sino en la gracia y el favor de Dios. El publicano lo reconoce: soy pecador. El fariseo afirma ser bueno. Pero bueno solo es Dios. El fariseo no puede regresar a casa curado, con la promesa de Oseas cumplida, porque su piedad es como neblina mañanera. El publicano regresa a casa justificado con la luz de la verdad, la petición de gracia desde lo más profundo del corazón; su herida será vendada."
(Carmen Aguinaco, Ciudad Redonda)

viernes, 28 de marzo de 2025

AMAR

 


Al ver lo bien que Jesús había contestado a los saduceos, uno de los maestros de la ley, que les había oído discutir, se acercó a él y le preguntó:
– ¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?
Jesús le contestó:
– El primer mandamiento de todos es: ‘Oye, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor. Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.’ Y el segundo es: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo.’ Ningún mandamiento es más importante que estos.
El maestro de la ley dijo:
– Muy bien, Maestro. Es verdad lo que dices: Dios es uno solo y no hay otro fuera de él. Y amar a Dios con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los holocaustos y que todos los sacrificios que se queman en el altar.
Al ver Jesús que el maestro de la ley había contestado con buen sentido, le dijo:
– No estás lejos del reino de Dios.
Y ya nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

Amar a Dios y al prójimo. Este es el resumen de todos los mandamientos. No se tarta sólo de cumplir leyes. Se trata de amar. Y amando, seguro que las cumplimos. Ese es el camino de Jesús: el camino del Amor. Fue lo que hizo cada instante de su vida. Si queremos ser verdaderamente sus discípulos, esto es lo que debemos intentar hacer.

"Si creemos de verdad que Dios es amor, vivir en Él, amarle con todo el corazón, toda el alma, y toda la mente, y al prójimo como a uno mismo, será estar cerca de Dios, y de su reinado. Lo importante sería pensar qué significa en la práctica amar con toda el alma y con toda la mente. Porque las palabras son bonitas, incluso podrían sonar románticas, pero la realidad puede ser mucho más difícil. Alguien dijo que, si bien amor es un sustantivo, Dios es más bien un verbo. Porque no sería amor el que no tiene objeto a quien amar, y eso es acción.
¿Cuáles son las acciones del amor? Poner al otro por delante de uno mismo y las propias apetencias o comodidades. Eso implica, muchas veces, sacrificio. Implica entrega de tiempo y capacidades, e incluso dinero. Acción del amor es buscar el bien de la otra persona, sin confundir bien con permisividad, capricho o injusticia. El bien de la persona es vivir en verdad y justicia, es decir, acercarse también al Reino. Acción del amor es una hospitalidad real que acoge, sostiene, consuela, da alimento. Acción del amor es proclamar la verdad, y no permitir, en lo que sea posible, que otros vivan en la mentira y la oscuridad.
San Pablo describe en I Corintios las características del amor verdadero: paciencia, aguante, servicio, esperanza, fe, tolerancia, apertura…
No son palabras bonitas; son acciones a veces difíciles. Pero, si hay que poner al otro por delante, ¿qué pasa con el amar como a uno mismo? Paradójicamente, poner al otro por delante, practicar todas esas acciones y cultivar todas esas actitudes del amor, es amarse a sí mismo, porque es caminar en la luz y en la verdad. Significa vivir en Dios y no enredado en uno mismo y en las pobres y mediocres comodidades y egoísmos. Es estar cerca del Reino. Mejor incluso que cerca: en el Reino."
(Carmen Aguinaco, Ciudad Redonda)

jueves, 27 de marzo de 2025

ESTAR CON ÉL



Jesús estaba expulsando un demonio que había dejado mudo a un hombre. Cuando el demonio salió, el mudo comenzó a hablar. La gente se quedó asombrada, aunque algunos dijeron:
– Beelzebú, el jefe de los demonios, es quien ha dado a este hombre poder para expulsarlos.
Otros, para tenderle una trampa, le pidieron una señal milagrosa del cielo. Pero él, que sabía lo que estaban pensando, les dijo:
– Todo país dividido en bandos enemigos se destruye a sí mismo, y sus casas se derrumban una tras otra. Así también, si Satanás se divide contra sí mismo, ¿cómo mantendrá su poder? Digo esto porque afirmáis que yo expulso a los demonios por el poder de Beelzebú. Pues si yo expulso a los demonios por el poder de Beelzebú, ¿quién da a vuestros seguidores el poder para expulsarlos? Por eso, ellos mismos demuestran que estáis equivocados. Pero si yo expulso a los demonios por el poder de Dios, es que el reino de Dios ya ha llegado a vosotros.
Cuando un hombre fuerte y bien armado cuida de su casa, lo que guarda en ella está seguro. Pero si otro más fuerte que él llega y le vence, le quita las armas en las que confiaba y reparte sus bienes como botín.
El que no está conmigo está contra mí; y el que conmigo no recoge, desparrama.
(Lc 11,14-23)

Aquel hombre era mudo, pero los que increpaban a Jesús eran ciegos. No sabían ver el bien que hacía Jesús. Es más, lo atribuían al diablo. Quieren una señal del cielo y no saben ver el bien que hace. El bien se hace siempre en nombre de Dios. Es la señal. Todo el que hace el bien, aunque no sea consciente de ello, lo hace en nombre de Dios. Dios actúa en este mundo a través de nuestras manos.

" (...) En el Evangelio de hoy, Jesús expulsa a un demonio mudo… Pero los que se hacen a sí mismos voluntariamente sordos lo critican. ¿Es que preferirían que el hombre siguiera sordo y mudo para que no pudiera oír lo que tiene que decir Jesús, o proclamar su mensaje? Posiblemente así sea, ya que a ellos tampoco les interesa oír el mensaje. Están deliberadamente sordos y cerrados.
¿Nos podría pasar a nosotros otro tanto? ¿Qué sería de nosotros, envueltos en nuestras propias convicciones e imaginaciones, si nos negáramos a escuchar un mensaje que quizá nos desafíe a una vida de conversión, a un corazón abierto a la Palabra de Dios? El mensaje podría venir por medio de un consejo de alguien que nos quiere bien, de una buena lectura, de una prédica acertada, o de un momento de intenso dolor y dificultad o de gran alegría. Queremos sembrar y queremos tener fruto. Queremos que nuestra vida tenga un sentido. Pero ya tenemos la advertencia que nos hace Cristo. Quien está con Cristo escucha, por difícil que sea lo que oye y por muy exigente que haga la vida. Pero el sordo está contra él. Y el que está contra él desparrama. ¡Qué pena de vida perdida en inutilidades! No endurezcáis el corazón. Quitad la cera de los oídos. Permitid que penetre la llamada de Dios a vivir de otra manera. Dejad que Dios abra vuestros labios a proclamar sin miedo su mensaje."
(Carmen Aguinaco, Ciudad Redonda)



miércoles, 26 de marzo de 2025

CUMPLIR LA LEY

 


No penséis que yo he venido a poner fin a la ley de Moisés y a las enseñanzas de los profetas. No he venido a ponerles fin, sino a darles su verdadero sentido. Porque os aseguro que mientras existan el cielo y la tierra no se le quitará a la ley ni un punto ni una coma, hasta que suceda lo que tenga que suceder. Por eso, el que quebrante uno de los mandamientos de la ley, aunque sea el más pequeño, y no enseñe a la gente a obedecerlos, será considerado el más pequeño en el reino de los cielos. Pero el que los obedezca y enseñe a otros a hacer lo mismo, será considerado grande en el reino de los cielos.
(Mt 5,17-19)

El texto de hoy parece en contradicción con otros del evangelio, en que Jesús ataca a los escribas y fariseos por ser legalistas y olvidar la espiritualidad. Cuando Jesús nos dice que hay dos mandamiento: amar a Dios sobre todas las cosas y a los demás como a nosotros mismos, no está negando los mandamientos, sino resaltando su verdadero sentido. Amar a Dios sobre todas las cosas es el espíritu de los primeros mandamientos. Amar al prójimo es el espíritu de los demás. No podemos amar al otro si no respetamos a los padres, si mentimos, si los utilizamos como objetos, si robamos... Esos dos mandamientos de Jesús son precisamente el cumplimiento de la ley y los profetas.

" (...) Jesús asegura que no vino a abolir todo eso de la Antigua Alianza, sino más bien a cumplirlo. Pero a veces parece que se ha tirado al niño con el agua del baño… Lo antiguo, lo viejo, el “Dios del Antiguo Testamento” parece que tiene que dar paso a otra cosa. Y entonces, ya no va a hacer falta transmitir todos esos mandamientos que a algunos se les pueden hacer impositivos u opresivos. No hace falta la memoria, y casi una forma de inteligencia derogada o, en casi el peor de los casos, “superada”. Pero, ¿es acaso más inteligente matar a un bebé no nacido, mentir en negocios o en doble vida, desear lo del prójimo, envidiar hasta extremos violentos, hablar soezmente, abandonar a los padres, entretenerse con la pornografía, robar y defraudar? Si se escuchan las noticias de cada día podría parecer que los poderes de este mundo se ceban y se agrandan en estas prácticas… y que van ganando. Y que, quizá a menor escala, pero no menos gravemente, cada persona que se deja llevar por esas corrientes también va ganando. Y sin embargo, la sabiduría e inteligencia que promete el Antiguo Testamento es la misma que afirma Cristo: “Los que cumplen estos mandamientos serán los más grandes en el Reino”.
¿A quién haremos caso? Como hijos de una era de enormes avances tecnológicos y progresos humanos, podríamos pensar que lo nuestro es superar la antigua ley y vivir con más libertad. Como cristianos, hoy parece decírsenos que esa superación más bien nos embrutecería y haría menos sabios, más torpes, e incluso menos humanos. Cristo ha venido para que se cumpla lo que es verdadero, bueno y bello. Y, como Moisés en el Antiguo Testamento, nos lo pone delante. La elección es nuestra. Quizá sea mejor no ser desmemoriados."
(Carmen Aguinaco, Ciudad Redonda)

martes, 25 de marzo de 2025

HÁGASE

 


A los seis meses envió Dios al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea llamado Nazaret, a visitar a una joven virgen llamada María que estaba comprometida para casarse con un hombre llamado José, descendiente del rey David. El ángel entró donde ella estaba, y le dijo:
–¡Te saludo, favorecida de Dios! El Señor está contigo.
Cuando vio al ángel, se sorprendió de sus palabras, y se preguntaba qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo:
– María, no tengas miedo, pues tú gozas del favor de Dios. Ahora vas a quedar encinta: tendrás un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será un gran hombre, al que llamarán Hijo del Dios altísimo: y Dios el Señor lo hará rey, como a su antepasado David, y reinará por siempre en la nación de Israel. Su reinado no tendrá fin.
María preguntó al ángel:
– ¿Cómo podrá suceder esto, si no vivo con ningún hombre?
El ángel le contestó:
– El Espíritu Santo se posará sobre ti y el poder del Dios altísimo se posará sobre ti como una nube. Por eso, el niño que va a nacer será llamado Santo e Hijo de Dios. También tu parienta Isabel, a pesar de ser anciana, va a tener un hijo; la que decían que no podía tener hijos está encinta desde hace seis meses. Para Dios no hay nada imposible.
Entonces María dijo:
– Soy la esclava del Señor. ¡Que Dios haga conmigo como me has dicho!
Con esto, el ángel se fue.

María, posiblemente, no acaba de comprender lo que el ángel le dice; pero su respuesta es hágase, porque es la voluntad de Dios. Él también tiene sobre nosotros un designio. ¿Respondemos "hágase" como María? La simple respuesta de María abrió el camino a nuestra Salvación? Nuestro hágase sigue ese camino que es nuestra Salvación y la de los otros hombres. Seamos sencillos y humildes, pero determinados como María.
 
"Un simple “hágase”, que hace eco al “hágase” de la Creación, es suficiente para dejar entrar a la Salvación en el mundo. Una simple joven se convierte en puerta de Dios para el mundo. Proclamamos a María “bendita en todas las generaciones”, como Arca de la alianza, puerta del cielo…. Pero Ella solamente dijo ese Fiat… ¿Solamente? Decir fiat supuso para ella dolor, angustia, misterio, la Cruz final del Hijo. Pero también la enorme gracia de ser la portadora de la luz, dentro de ella misma y en sus brazos en la Presentación. Decir fiat cambió el mundo y la historia para siempre.
Ciertamente, no somos los elegidos para esa misma hazaña. Pero sí para la hazaña diaria de dejar que Dios se haga presente en nuestro mundo; que pueda haber una palabra de salvación y de esperanza. Eso también para nosotros puede suponer en algunos momentos dificultad, persecución, odio de otros, dolor. Pero, como para María, también supone la gracia de poder portar la luz. Y ahora no estamos solos, porque el fiat de María ya nos alcanzó la gracia del Dios encarnado en el mundo. Nos alcanzó la gracia de poder contar ahora con el Cuerpo de Cristo que se encarnó en María y ahora se nos da en la Eucaristía: Ave verum Corpus natum ex Maria Virgine… Aunque nos parezca dificilísimo a veces enfrentarnos a la mentira, a la fealdad que vemos en nuestro mundo, la maldad de algunas políticas (y de políticos, comerciantes, traficantes de drogas o de personas), tenemos, como María, el Cuerpo de Cristo. La única palabra que se nos pide es el fiat… Y luego se nos da la gracia y la fuerza para vivir la Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Y de hacer el anuncio a todos los confines de la tierra. (Que a veces, curiosamente, están en nuestra propia casa). ¿Habrá dolor? Naturalmente; eso es ineludible. Pero habrá gloria. Está prometido.  ¡Y qué gloria más grande que la de haber abierto una pequeña puerta a Dios en el mundo!"
(Carmen Aguinaco, Ciudad Redonda)

lunes, 24 de marzo de 2025

PROFETAS DE NUESTRA TIERRA

 


Y siguió diciendo:
– Os aseguro que ningún profeta es bien recibido en su propia tierra. Verdaderamente había muchas viudas en Israel en tiempos del profeta Elías, cuando no llovió durante tres años y medio y hubo mucha hambre en todo el país. Sin embargo, Elías no fue enviado a ninguna de las viudas israelitas, sino a una de Sarepta, cerca de la ciudad de Sidón. También había en Israel muchos enfermos de lepra en tiempos del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue sanado, sino Naamán, que era de Siria.
Al oir esto, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de ira. Se levantaron y echaron del pueblo a Jesús. Lo llevaron a lo alto del monte sobre el que se alzaba el pueblo, para arrojarle abajo. Pero Jesús pasó por en medio de ellos y se fue.

Nos cuesta valorar a los más cercanos. Creemos conocerlos y además proyectamos sobre ellos nuestros propios defectos.  No vemos que Dios se nos manifiesta en aquellos "pequeños" que nos rodean. Nosotros nombramos a algunos nuestros "modelos" oficiales, pero no sabemos ver la bondad de la gente sencilla. Sin embargo, Dios nos habla a través de ellos. Hay profetas cerca de nosotros.

" (...) A veces, buscamos cosas extraordinarias, y no podemos reconocer lo supremamente extraordinario que tenemos al lado que resulta, por tan familiar, poco “convincente”. Nadie es profeta en su tierra, dice Jesús. Es decir, lo tan familiar y conocido (conocido incluso con sus fallos y con su origen), no puede ser tan bueno. El hijo del carpintero, un hombre normal del pueblo, no puede ser el Salvador.
Muchos de nosotros buscamos fuera lo que tenemos al lado. O se nos da un signo extraordinario (porque yo lo valgo), o no nos sirve.  ¡Y somos los fieles! Y porque somos los fieles, pensamos que nos podemos ganar la gracia con nuestro esfuerzo.  Jesús, sin embargo, nos habla de los “forasteros” que sí creyeron: la viuda de Sarepta con su pocillo de harina y su poco aceite y Naamán. Bueno, a Naamán le costó un poco más, pero al fin pudo alcanzar la humildad de no querer realizar el milagro él mismo haciendo algo asombroso y difícil.
Reconocer la presencia de Dios en lo más sencillo puede ser algo difícil… reconocer la bondad de nuestro más prójimo, la verdad que nos puede decir aunque no la esperamos ni acaso queremos creer, es un gran desafío. Aspiramos a grandes cosas. Entonces, ¿dónde queda la fe? Si para creer hay que ver lo fantástico y maravilloso (que, por supuesto, también puede ocurrir), algunos de nosotros podríamos pasar la vida entera sin fe y siempre tratando de hacer cosas fantásticas y difíciles para ganarnos la gracia y el milagro. La fe es la creencia en las cosas que no se ven… y lo más pequeño, lo de al lado, sí se ve, pero a menudo no se reconoce. Quizá tengamos que hacer un ejercicio de creer en el profeta de nuestra propia tierra. La gracia no se compra. Es la propia gracia la que a veces nos permite hacer cosas extraordinarias. Pero no por nuestro propio poder ni hacer. Hay que dejar que lo extraordinario lo haga Dios y, humildemente, dar las gracias."
(Carmen Aguinaco, Ciudad  Redonda)

domingo, 23 de marzo de 2025

CONVERTIRNOS

 


Por aquel mismo tiempo fueron unos a ver a Jesús, y le contaron lo que Pilato había hecho: sus soldados mataron a unos galileos cuando estaban ofreciendo sacrificios, y la sangre de esos galileos se mezcló con la sangre de los animales que sacrificaban.
Jesús les dijo: ¿Pensáis que aquellos galileos murieron así por ser más pecadores que los demás galileos? Os digo que no, y que si vosotros no os volvéis a Dios, también moriréis. ¿O creéis que aquellos dieciocho que murieron cuando la torre de Siloé les cayó encima, eran más culpables que los demás que vivían en Jerusalén? Os digo que no, y que si vosotros no os volvéis a Dios, también moriréis.
Jesús les contó esta parábola: Un hombre había plantado una higuera en su viña, pero cuando fue a ver si tenía higos no encontró ninguno. Así que dijo al hombre que cuidaba la viña: ‘Mira, hace tres años que vengo a esta higuera en busca de fruto, pero nunca lo encuentro. Córtala. ¿Para qué ha de ocupar terreno inútilmente?’ Pero el que cuidaba la viña le contestó: ‘Señor, déjala todavía este año. Cavaré la tierra a su alrededor y le echaré abono. Con eso, tal vez dé fruto; y si no, ya la cortarás.’
(Lc 13,1-9)

Todos debemos convertirnos. Todos somos imperfectos y debemos mejorar. Dios es paciente y nos espera. Nos riega y abona con sus gracias, esperando nuestra conversión. Si sabemos mirar a nuestro alrededor veremos muchas cosas que nos invitan a convertirnos. Nosotros debemos iniciar el camino de conversión.

"(...) Las palabras de Cristo siempre nos ayudan a entender lo que significa vivir como verdaderos cristianos. En el texto de hoy, interpreta dos sucesos de la vida cotidiana con el fin de iluminar a sus oyentes. Y de ambos sucesos, es decir, de un abuso de autoridad – la muerte de unos galileos a manos de Poncio Pilatos – y de un accidente – la caída de una torre en Siloé, que mató a dieciocho personas – interpretando los signos de los tiempos, saca como conclusión una llamada a la conversión. En cuántas ocasiones una enfermedad, un accidente o una catástrofe natural nos hace experimentar la fragilidad de la vida. Perdemos a un amigo o a un familiar cercano, y nos planteamos muchas cosas.
Hay una lectura cristiana de todo esto, que no es ni fatalista ni de rebelión contra Dios. La muerte es un misterio, y no es Dios quien la manda como escarmiento por los pecados, ni “la consiente”, a pesar de su bondad. En el plan divino no había lugar para la muerte, pero se coló por el mal uso de la libertad del hombre. Y, como siempre, Dios sabe sacar de la muerte, vida, y del mal, bien. La muerte de Cristo, a todas luces injustas, toda muerte tiene un sentido misterioso, pero salvador. Y con esa esperanza, nosotros, frágiles, caducos, debemos convertirnos, para que la muerte, cuando llegue, nos encuentre preparados y podamos participar de la muerte y resurrección de Cristo.
Al contrario que Moisés, Jesús nos recuerda que Él es paciente. Así que, si queremos ser como Jesús, tenemos que intentar salvar más y condenar menos. Siendo exigentes con nosotros mismos, para dar fruto. Y siendo pacientes con los demás, ayudándoles para que se encuentren con Jesús. Somos hijos de nuestro tiempo, queremos ver los resultados ya: que todo se arregle en un instante, que el mal sea exterminado instantáneamente… La vida no es así. En la naturaleza todo crece lentamente, madura a su ritmo. Y no siempre se recoge el fruto deseado.
Convendría, pues adoptar una actitud de espera activa y confiada, como la de ese viñador de la parábola. Él supo ver las posibilidades de la higuera y dejó abierta la puerta a la esperanza de una cosecha abundante en el futuro. Trabajando y confiando.
Es un buen momento, entonces, de hacer un balance de nuestra Cuaresma personal y comunitaria. ¿estamos dando frutos? ¿O hay esclavitudes, pecados, problemas que no nos dejan darlos? ¿De qué debo liberarme, para poder volverme al Señor? ¿Cómo va mi paciencia? Esta Cuaresma puede ser el momento de soltar todo lo que no nos deja dar lo mejor de nosotros mismos. Mostremos todo lo bueno que hay en nuestro interior, y tengamos fe en que, con la ayuda de Dios, no hay lucha o tarea que nos resulte imposible. Él va siempre delante, abriendo camino."
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)


sábado, 22 de marzo de 2025

EL AMOR DEL PADRE

 



Todos los que cobraban impuestos para Roma, y otras gentes de mala fama, se acercaban a escuchar a Jesús. Y los fariseos y maestros de la ley le criticaban diciendo:
– Este recibe a los pecadores y come con ellos.
Entonces Jesús les contó esta parábola:
Contó Jesús esta otra parábola: Un hombre tenía dos hijos. El más joven le dijo: ‘Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde.’ Y el padre repartió los bienes entre ellos. Pocos días después, el hijo menor vendió su parte y se marchó lejos, a otro país, donde todo lo derrochó viviendo de manera desenfrenada. Cuando ya no le quedaba nada, vino sobre aquella tierra una época de hambre terrible y él comenzó a pasar necesidad. Fue a pedirle trabajo a uno del lugar, que le mandó a sus campos a cuidar cerdos. Y él deseaba llenar el estómago de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Al fin se puso a pensar: ‘¡Cuántos trabajadores en la casa de mi padre tienen comida de sobra, mientras que aquí yo me muero de hambre! Volveré a la casa de mi padre y le diré: Padre, he pecado contra Dios y contra ti, y ya no merezco llamarme tu hijo: trátame como a uno de tus trabajadores.’ Así que se puso en camino y regresó a casa de su padre.
Todavía estaba lejos, cuando su padre le vio; y sintiendo compasión de él corrió a su encuentro y le recibió con abrazos y besos. El hijo le dijo: ‘Padre, he pecado contra Dios y contra ti, y ya no merezco llamarme tu hijo.’ Pero el padre ordenó a sus criados: ‘Sacad en seguida las mejores ropas y vestidlo; ponedle también un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traed el becerro cebado y matadlo. ¡Vamos a comer y a hacer fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a vivir; se había perdido y le hemos encontrado!’ Y comenzaron, pues, a hacer fiesta.
Entre tanto, el hijo mayor se hallaba en el campo. Al regresar, llegando ya cerca de la casa, oyó la música y el baile. Llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba, y el criado le contestó: ‘Tu hermano ha vuelto, y tu padre ha mandado matar el becerro cebado, porque ha venido sano y salvo.’ Tanto irritó esto al hermano mayor, que no quería entrar; así que su padre tuvo que salir a rogarle que lo hiciese. Él respondió a su padre: ‘Tú sabes cuántos años te he servido, sin desobedecerte nunca, y jamás me has dado ni siquiera un cabrito para hacer fiesta con mis amigos. En cambio, llega ahora este hijo tuyo, que ha malgastado tu dinero con prostitutas, y matas para él el becerro cebado.’
El padre le contestó: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero ahora debemos hacer fiesta y alegrarnos, porque tu hermano, que estaba muerto, ha vuelto a vivir; se había perdido y lo hemos encontrado.’

Esta parábola que tradicionalmente llamábamos del Hijo Pródigo, los autores espirituales, hoy la llaman del Padre Bueno. Porque el verdadero centro no es el hijo, sino el Padre. La parábola quiere mostrarnos la misericordia, el perdón, el amor del Padre, por encima de nuestro comportamiento y sentimientos. El Padre nos espera siempre. El Padre nos acoge siempre, nos perdona siempre. Sus brazos está ahí para abrazarnos.

"Termina la semana con la parábola del hijo pródigo. Frente a los que piensan en la conversión como un trabajo personal y dificultoso en que la persona se tiene que enfrentar consigo mismo, revisar detenidamente su vida, purificar sus intenciones y hacerse propósitos firmes para iniciar una cambio que modifique radicalmente sus actitudes y actos, la parábola cuenta una historia de lo más sorprendente.
Para empezar, el hijo pequeño, el que se va después de pedir y conseguir su parte de la herencia, es uno de los tipos más interesados que se encuentran en la Biblia. En realidad, no piensa más que en vivir bien. El resto da la impresión de que no le importa nada. Si se va con la herencia es para vivir a lo grande. Y si se vuelve a casa de su padre no es precisamente por amor filial sino porque siente hambre y se acuerda de que los jornaleros de su padre tienen para comer todos los días. Su único interés es vivir bien, lo mejor posible. Lo de su padre o la familia no le importa nada. Él va a lo suyo.
Pues bien, lo que subraya la parábola es precisamente que, incluso con todos esos “peros”, incluso siendo el padre consciente del egoísmo de su hijo, le espera con paciencia y desea sentarle a la mesa. El padre no tiene más que una intención y deseo: reunir a los suyos a la mesa. Lo de las motivaciones parece que le importa poco. O piensa, quizá siendo un poco iluso, que con el tiempo y la buena comida el hijo perdido aprenderá dónde está la verdadera vida, el verdadero vivir a lo grande. Pero que reconozca eso no es en absoluto condición para que se siente a la mesa. Lo primero es acogerle, abrazarle, preparar el banquete, sentarle a la mesa. Luego vendrá, si viene, lo otro. Lo fundamental es que sienta el abrazo cariñoso del padre. Si entiende todo lo que significa o no, parece que al padre no le importa.
Ojalá nosotros vayamos entendiendo este amor del Padre que es más grande que todo lo que podamos imaginar, que no pone condiciones, que nos tiene paciencia y nos da todo el tiempo que necesitemos para comprenderlo y asimilarlo y vivirlo y agradecerlo."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)