domingo, 9 de noviembre de 2025

EL TEMPLO DE DIOS

 


 Como se acercaba la fiesta de la Pascual de los judíos, Jesús fue a Jerusalén; y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los que tenían puestos donde cambiar el dinero. Al ver aquello, Jesús hizo un látigo con unas cuerdas y los echó a todos del templo, junto con las ovejas y los bueyes. Arrojó al suelo las monedas de los cambistas y les volcó las mesas.  A los vendedores de palomas les dijo:
– ¡Sacad eso de aquí! ¡No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre!
Sus discípulos recordaron entonces la Escritura que dice: “Me consumirá el celo por tu casa.”
Los judíos le preguntaron:
– ¿Qué prueba nos das de que tienes autoridad para actuar así?
Jesús les contestó:
– Destruid este templo y en tres días lo levantaré.
Le dijeron los judíos:
– Cuarenta y seis años tardaron en construir este templo , ¿y tú vas a levantarlo en tres días?
Pero el templo al que Jesús se refería era su propio cuerpo. Por eso, cuando resucitó, sus discípulos se acordaron de lo que había dicho y creyeron en la Escritura y en las palabras de Jesús.
(Jn 2,13-22)

El templo es Jesús. Por eso nos dice que lo reconstruirá en tres días, refiriéndose a su Resurrección. En otro lugar nos dice, que ya no hay templos, que debemos adorar a dios en todo lugar. Templo es todo lugar donde Dios está presente y el lo está en todo lugar; pero especialmente en los pobres, en el necesitado, en el perseguido...
Recogernos en la iglesia para orar está bien. Hacerlo en comunidad está mejor. Pero adorar a Dios entregándose a los demás, amando a todos, especialmente al que nadie ama, es lo que Jesús nos pide.
Y no olvidemos, que nosotros, también somos templo de Dios.

"Por segundo domingo consecutivo, se interrumpe la “Lectio continua” del Evangelio de Lucas, esta vez recordar la Dedicación de la Basílica de Letrán. La fiesta de hoy nos ha podido llegar un poco por sorpresa. Podíamos pensar que era un domingo más, ya al final del año litúrgico; pero de repente se nos dice que estamos ante el recuerdo de una dedicación. Lo podemos aceptar de buena gana, porque también celebramos al Señor, que en este evangelio se nos ha presentado como el verdadero templo.
Diremos dos palabras sobre estas dos realidades. En Roma existía un palacio de Letrán, que era propiedad de la familia imperial. Pero en el siglo IV, cuando el cristianismo pasó de ser religión perseguida a religión aprobada, favorecida y más o menos oficial, ese palacio pasó a ser residencia de los papas.
La Basílica es grandiosa. Es la primera gran basílica cristiana de Roma y la catedral del Obispo de Roma, lo que la convierte en la madre y cabeza de todas las iglesias del mundo. Construida por el emperador Constantino, quien donó los terrenos al Papa Melquiades, la basílica fue originalmente dedicada al Santísimo Salvador y posteriormente añadidos los nombres de San Juan Bautista y San Juan Evangelista.
En sus naves se han desarrollado cinco concilios ecuménicos. Tenéis que pensar que la Basílica de San Pedro, en el Vaticano, donde reside actualmente el Papa, no existe sino desde el siglo XVII. En San Pedro se han celebrado sólo los dos últimos concilios ecuménicos. La basílica de Letrán es, por tanto, mucho más antigua. Además, el nombre de Letrán va unido al tratado del 11 de febrero de 1929, mediante el cual se establece el estatuto civil de la Santa Sede. El tratado fue firmado entre Mussolini y el Papa Pío XI.
Como veis, eso son informaciones históricas, unos brevísimos apuntes sobre la basílica del Papa por antonomasia, muy anterior a la Basílica de San Pedro.
Pero lo que más nos interesa es saber que, más allá de estos templos majestuosos de Roma, hay un Templo, la persona misma de Jesús, que es el lugar donde la gloria de Dios ha habitado por antonomasia. Sí, en Jesús Dios nos ha mostrado el esplendor de su gloria. El grandioso templo de Jerusalén quedó destruido, no quedó de él piedra sobre piedra. Sucedió con el primer templo y volvió a suceder con el segundo templo.
En cambio, Jesús es eterno, y en él tenemos acceso a Dios siempre, en todo momento y en todo siglo. Él es también el fundamento sobre el que está construida la Iglesia de Dios que formamos todos nosotros. Sólo asentados sobre él podemos desafiar al tiempo que acaba con todas esas grandiosas construcciones. La celebración es un signo universal de unidad con el Romano Pontífice y una invitación a reflexionar sobre el templo que cada creyente es en el Espíritu Santo.
El templo, en la primera lectura, es el lugar de la presencia de Dios en medio de su pueblo. Por eso aparece en el lugar central en la visión de Ezequiel. El agua que mana del templo sugiere que todas las bendiciones que recibe Israel provienen de Dios. El agua es la fuente de vida, escasea en Israel, y sin ella no se puede vivir. Se suele asociar a la presencia de Dios. Por ello el agua que mana del templo tiene capacidad para fecundar la tierra desértica de Judá e incluso es capaz de sanear las aguas saladas del Mar Muerto, en el que no podía haber vida. En el templo se puede encontrar esa fuerza, uno puede sentir que se sanean todas las malas sensaciones que podamos tener.
El templo era el lugar de la presencia de Dios, y Pablo hoy asegura que ahora Dios está presente en la comunidad creyente. Así como, en tiempos de la Antigua Alianza, Dios residía en el templo, ahora el Espíritu de Dios habita en los creyentes, «nuevo templo» de Dios. Tal concepción tiene como corolario la dignidad extraordinaria del creyente que es, por tanto, lugar santo por excelencia, ámbito de presencia de Dios en el mundo. En consecuencia, todos deben ser tratados con respeto y veneración.
Ya sabemos que el verdadero templo de Dios es el hombre. Pero también es verdad que necesitamos de sacramentos de su presencia. De agarraderos que faciliten nos recuerden que sigue vivo entre nosotros. Somos conscientes que, el amor, tiene consistencia en sí mismo (pero la alianza en las manos de los contrayentes lo visibilizan y lo comprometen). De sobra conocemos que la paz es fruto de la justicia (pero realizamos gestos que nos ayuden a conseguirla). El templo, en ese sentido, nos ayuda a celebrar y vivir, escuchar y palpar el amor que Dios nos tiene. Es un rincón al que acudimos, no exclusivamente para encontrar a Dios, pero sí para dedicarle enteramente un espacio del día o de nuestra vida.
Somos templos vivos de Dios. Y precisamente por ello, porque somos templos vivos de Dios, necesitamos construirnos día a día. Mejorarnos y renovarnos. Cuando acudimos a un lugar levantado en piedra, contemplamos y caemos en cuenta de la vida y de la riqueza espiritual de una comunidad que cree en Jesús y que necesita de la reunión para confortarse y ayudarse, proclamar su Palabra y llevarla a la práctica. Cada iglesia, en cientos lugares del mundo, se convierte en un estandarte que pregona la presencia de un grupo que espera, intenta vivir y seguir las enseñanzas de Jesús Maestro. “Sólo podremos edificar un mundo mejor si nos edificamos, primero, a nosotros mismos”.
La belleza del templo católico es precisamente la comunidad que celebra y se congrega dentro de él. La mayor inversión que podemos hacer es precisamente vivir lo que escuchamos dentro de cada espacio sagrado. Ser coherentes con lo que decimos con lo que nos importa en nuestra vida. La Dedicación de la Madre de todas las Iglesias (San Juan de Letrán) nos invita cada día a ofrecer nuestro corazón y nuestra vida hacia Dios, para hacer de nosotros mismos un templo vivo, eficaz y real para Dios."
(Alejandro cmf, Ciudad Redonda)

No hay comentarios:

Publicar un comentario