Cuando Jesús dejó de hablar, un fariseo le invitó a comer en su casa. Jesús entró y se sentó a la mesa. Y como el fariseo se extrañase al ver que no había cumplido con el rito de lavarse las manos antes de comer, el Señor le dijo:
– Vosotros los fariseos limpiáis por fuera el vaso y el plato, pero por dentro estáis llenos de lo que habéis obtenido mediante el robo y la maldad. ¡Necios!, ¿no sabéis que el que hizo lo de fuera hizo también lo de dentro? Dad vuestras limosnas de lo que está dentro y así todo quedará limpio.
(Lc 11,37-41)
Nos dejamos llevar por las apariencias. Y Jesús nos dice que lo importante está en el interior. Pero también nos dice que debemos dar de lo que está dentro del plato: alimentar al que no tiene. Cada vez que bendecimos en mi Comunidad la mesa al principio de las comidas pienso lo mismo. Decimos entre otras cosas: ...da pan al que no tiene". Esto se lo pedimos a Jesús. Yo oigo en mi interior una voz que me dice: "...dáselo tu, que eres mis manos en esta tierra."
Nuestra bendición de la mesa es un rito como el lavarse las manos lo era en Israel. No tiene valor si no se traduce en la entrega, en el Amor, en la ayuda al otro.
"En el texto evangélico de hoy subrayaría dos cosas. La primera es la gran libertad con que vive y actúa Jesús. Está claro que no se casa con nadie y que no se deja llevar por respetos humanos ni falsas diplomacias. No era precisamente “prudente” cuando se trataba de hablar con la gente que le escuchaba. No era de los que querían ganar amigos a cualquier costa. Más bien, lo contrario. Está claro que por días como éste del texto de hoy terminó como terminó: en la cruz y más solo que la una. Pero Jesús no se arrugaba ante las dificultades. Ni le asustaban las consecuencias negativas que podían provocar su dar testimonio de la verdad. La libertad es el gran don que Dios nos ha regalado a cada uno de nosotros, un verdadero tesoro. En nuestras manos está el hacer de ella un pilar de nuestra personalidad o derrocharla y malgastarla por adaptarnos a los demás, por decir siempre lo que se espera que digamos, por intentar más ser apreciados por los demás que por ser testigos del reino.
Desde ahí, creo que se entiende muy bien lo segundo que quería subrayar. Nuestra relación con los demás, igual que nuestra relación con Dios, tiene que ir más allá de las formas, de cumplir apenas una serie de normas “sociales”, “establecidas”, “aceptadas por todos”. Tiene que ser una relación desde el corazón, desde el convencimiento personal de lo que debemos hacer. Jesús le critica al mundo fariseo que su relación con Dios se basa en el cumplimiento detallado y minucioso de unas normas formales, externas, pero que no llegan al corazón. Lavarse las manos antes de comer (para los fariseos), ir a misa los domingos (para los cristianos), no tiene mucho sentido si en nuestro corazón anida el odio, la venganza, la envidia. No tiene sentido si despreciamos a los hermanos que no piensan como nosotros, que no sienten como nosotros, que no hablan nuestra lengua o que son de otro equipo, país, religión, partido político, etc.
Desde el corazón, sintiéndonos hijos e hijas de Dios, viviremos libres para anunciar la buena nueva del Reino, la de que tenemos que construir entre todos un mundo más fraterno y mejor. Un mundo como Dios quiere."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)
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