sábado, 7 de septiembre de 2024

EL AMOR POR ENCIMA DE TODO

 


Un sábado pasaba Jesús entre los sembrados. Sus discípulos arrancaban espigas de trigo, las desgranaban entre las manos y se comían los granos. Entonces algunos fariseos les preguntaron:
– ¿Por qué hacéis algo que no está permitido en sábado?
Jesús les contestó:
– ¿No habéis leído lo que hizo David en una ocasión en que él y sus compañeros tuvieron hambre? Entró en la casa de Dios y tomó los panes consagrados, comió de ellos y dio también a sus compañeros, a pesar de que solamente a los sacerdotes les estaba permitido comer de aquel pan.
Y añadió:
– El Hijo del hombre tiene autoridad sobre el sábado.

Para los judíos no trabajar en sábado, lavarse las manos, no tocar personas consideradas impuras...era algo muy importante. Por eso se escandalizan de que los discípulos arranquen espigas  en sábado. Pero Jesús les dice que la ley no lo es todo. El bien está por encima de la ley. La ley está al servicio del hombre y no al revés. El Hijo del Hombre tiene autoridad sobre el sábado. Es decir, el Amor está por encima de las leyes.
 
"Competir por ver quién es el más fuerte, tanto militar como incluso mental o religiosamente, siempre ha sido una marca humana. Quienes creen ser los mejores critican, o persiguen abiertamente, a quienes no hacen las cosas como ellos o no piensan lo mismo. Hoy la primera lectura hace casi un catálogo de maneras de persecución y de superioridad. Y en el evangelio vemos a los discípulos criticados por saltarse una regla sabática.
Ante la persecución y la crítica es muy posible, y muy humano “arrugarse”. La persecución cruenta o física es el extremo, pero el “qué dirán” es lo más insidioso y a veces lo más dañino. Atenta contra la dignidad de la persona al obligarla a sentirse inferior al ser distinta ante la opinión generalizada o el pensamiento único. Siempre ha habido persecuciones, pero quizá pensábamos que en una civilización occidental, supuestamente de inspiración cristiana, sería imposible. Pero lo estamos viendo constantemente a nuestro alrededor; si no una persecución cruenta, sí la del insulto, difamación, crítica, ridiculización… Sin ir más lejos, la Ceremonia de Apertura de los Juegos Olímpicos de París, las expulsiones de religiosos de Nicaragua o el derribo de cruces por toda Europa.
Hoy se nos hace una invitación a una libertad difícil y un poco peligrosa. El afirmar que sólo Jesús es el Señor nos puede poner en situaciones complicadas incluso con los más cercanos. Podemos acabar siendo como los que describe san Pablo: insultados, ridiculizados humillados, perseguidos… O, cuando poco, criticados. Y sin embargo, la serena afirmación de soberanía de Cristo nos da esa fuerza que le daba a Pablo; ridiculizamos, bendecimos, perseguidos, aguantamos… Como solo Cristo es el Señor, toda esa fuerza es la que se nos ha dado, no por nuestros méritos ni por nuestra fortaleza personal, sino por la soberanía divina. Y no nos hace falta competir ni compararnos. Solo Dios es Dios. No lo es la moda, ni la norma establecida por los poderes, ni el pensamiento único, ni las corrientes prevalentes. Jesús es Señor, para gloria de Dios Padre. Y por eso, podemos ser libres."
(Carmen Aguinaco, Ciudad Redonda)

viernes, 6 de septiembre de 2024

UN CORAZÓN NUEVO

 


Le dijeron a Jesús:
– Los seguidores de Juan y los de los fariseos ayunan mucho y hacen muchas oraciones, pero tus discípulos no dejan de comer y beber.
Jesús les contestó:
– ¿Acaso podéis hacer que ayunen los invitados a una boda mientras el novio está con ellos? Ya llegará el momento en que se lleven al novio; cuando llegue ese día, ayunarán.
También les contó esta parábola:
– Nadie corta un trozo de un vestido nuevo para arreglar un vestido viejo. De hacerlo así, echará a perder el vestido nuevo; además el trozo nuevo no quedará bien en el vestido viejo. Ni tampoco se echa vino nuevo en odres viejos, porque el vino nuevo hace que los odres revienten, y tanto el vino como los odres se pierden. Por eso hay que echar el vino nuevo en odres nuevos. Y nadie que beba vino añejo querrá después beber el nuevo, porque dirá que el añejo es mejor.

A Jesús no podemos recibirlo con rutina, desde el "siempre se ha hecho así". Jesús nos pide que nos renovemos cada día. Debemos recibirlo con un corazón nuevo. Preguntarnos cada mañana cómo seguiremos a Jesús hoy. Cada día debemos escuchar su voz, que nos llega a través de los otros, de las necesidades de los demás.
Seguir a Jesús no es estar tristes, sino alegres como quien asiste a una boda. Él está con nosotros, ¿cómo podemos estar tristes?


"¿Qué tiene que ver la práctica del ayuno con los odres, nuevos o viejos? El discurso de Jesús aquí parece un salto de lógica muy extraño. Tiene, sin embargo, un sentido muy profundo. La práctica del ayuno, o cualquier otra práctica religiosa, se puede convertir en acto mecánico y rutinario, sin pensamiento ni discernimiento. Se hace así porque siempre se ha hecho así y así se seguirá haciendo siempre.
Un odre nuevo (o una bota de vino de cuero) que recibe vino nuevo por un tiempo se va haciendo más elástica y se expande con los gases del alcohol y a medida que el vino va madurando. Pero llega un momento en que el vino ya ha madurado y entonces el cuero se endurece y queda rígido. Y eso mismo ocurre con la persona que comienza una práctica nueva o que adopta una regla religiosa. Al principio se expande, en su espíritu y entendimiento, pero llega un momento en que quizá no recuerde por qué comenzó a hacer eso y cuál es el sentido. Y entonces se hace rígida y dura y continúa practicando mecánicamente y sin sentido.
Hoy Jesús afirma que las circunstancias en que se encontraban los discípulos no aconsejaban la práctica del ayuno, porque estaban de fiesta, de boda, en compañía del novio y de la fuente de la alegría. No es que Jesús esté echando por tierra la tradición, sino la falta de “expansión” que da el discernimiento sobre las circunstancias y las motivaciones. Jesús había dicho que él hacía nuevas todas las cosas. Y para que esas cosas sean nuevas hay que vigilar que nuestros cueros, nuestras odres no se hayan endurecido. Se trata de recibir la palabra de Cristo, siempre antigua y siempre nueva, como singular para cada circunstancia, como algo que nos va a expandir en lugar de endurecernos. El vino nuevo que es el mensaje de Cristo para nuestra vida debe entrar cada mañana en nuestros odres cada día dispuestos, razonados, motivados y abiertos y expansivos en lugar de mecanizados y rutinarios. Quizá sea lo de siempre, pero será nuevo cada vez."
(Carmen Aguinaco, Ciudad Redonda)

jueves, 5 de septiembre de 2024

MAR ADENTRO EN SU NOMBRE


 
En una ocasión se encontraba Jesús a orillas del lago de Genesaret, y se sentía apretujado por la multitud que quería oir el mensaje de Dios. Vio Jesús dos barcas en la playa. Estaban vacías, porque los pescadores habían bajado de ellas a lavar sus redes. Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que la alejara un poco de la orilla. Luego se sentó en la barca y comenzó a enseñar a la gente. Cuando terminó de hablar dijo a Simón:
– Lleva la barca lago adentro, y echad allí vuestras redes, para pescar.
Simón le contestó:
– Maestro, hemos estado trabajando toda la noche sin pescar nada; pero, puesto que tú lo mandas, echaré las redes.
Cuando lo hicieron, recogieron tal cantidad de peces que las redes se rompían. Entonces hicieron señas a sus compañeros de la otra barca, para que fueran a ayudarlos. Ellos fueron, y llenaron tanto las dos barcas que les faltaba poco para hundirse. Al ver esto, Simón Pedro se puso de rodillas delante de Jesús y le dijo:
– ¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!
Porque Simón y todos los demás estaban asustados por aquella gran pesca que habían hecho. También lo estaban Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón:
– No tengas miedo. Desde ahora vas a pescar hombres.
Entonces llevaron las barcas a tierra, lo dejaron todo y se fueron con Jesús.

Debemos entregarnos totalmente. Fiarnos de Él y echar las redes, aunque parezca que no es ni el lugar ni el momento. Ellos habían trabajado toda la noche, que era el momento de la pesca; pero hacen caso de Jesús y siguen su consejo. El resultado es espectacular.
En nuestra vida, si queremos ser apóstoles, debemos arriesgarnos a ir mar adentro, dejar nuestras comodidades y actuar, aunque nos parezca inútil. Porque es Él quien da el fruto, no nuestro trabajo. 
 
"¿Qué sabrá un carpintero sobre la pesca? ¿Cómo es que Jesús se atreve a dar un consejo sobre la pesca a pescadores avezados que llevan toda la vida en estas labores? Cuando Jesús aconseja echar las redes al otro lado, Pedro argumenta, pero solo un poquito: llevamos toda la noche faenando y no hemos conseguido nada… Pero inmediatamente dice, “en tu nombre, Señor”. Un detalle que quizá parezca insignificante, pero que resulta ser vital. A menudo pensamos que sabemos muy bien lo que estamos haciendo porque llevamos haciéndolo toda la vida. Podemos ver que llega un momento en que nuestros esfuerzos son ineficaces, que no llegamos a ninguna parte. Si alguien, que no es de nuestro campo, nos aconseja hacer las cosas de otra manera quizá lo miremos con desdén, preguntándonos qué sabrá esa persona. Pero Pedro dice, “en tu nombre” y el resultado es asombroso. Si alguna vez hemos experimentado el éxito, es posible que luego olvidemos lo de “en tu nombre” y pensemos que todo se debió al propio esfuerzo. La reacción de Pedro es ejemplar: reconoce que él no ha tenido nada que ver con el resultado, que es un hombre pecador y que el fruto de cualquier esfuerzo se debe únicamente a Dios.
A veces me pregunto qué habría ocurrido si el esfuerzo “en tu nombre” no hubiera producido una pesca tan espectacular. ¿Qué nos ocurre cuando, a pesar de encomendar a Dios nuestros actos y trabajos parecen no tener resultado? Es posible que dijéramos que, lógicamente, Jesús (o la persona que, en su nombre nos haya podido aconsejar) no tiene idea de lo que es nuestra profesión… Es posible que perdamos la confianza. Quizá porque entonces sigamos pensando que el “en tu nombre” era únicamente una fórmula sin más alcance o efectividad.
El desafío que se nos presenta hoy es la fe inconmovible en que el “en tu nombre”, el ir más adentro, siempre produce resultados asombrosos… aunque no veamos los peces inmediatamente. Dios los ve, porque son suyos, no nuestros, y eso es lo importante. Lo nuestro es bogar más adentro y echar las redes, “en su nombre”."
(Carmen Aguinaco, Ciudad Redonda)

miércoles, 4 de septiembre de 2024

SANA, LIBERA Y ANUNCIA

 


Jesús salió de la sinagoga y entró en casa de Simón. La suegra de Simón estaba enferma, con mucha fiebre, y rogaron a Jesús que la sanase. Jesús se inclinó sobre ella y reprendió a la fiebre, y la fiebre la dejó. Al momento, ella se levantó y se puso a atenderlos.
Al ponerse el sol, todos los que tenían enfermos de diferentes enfermedades los llevaron a Jesús; él puso las manos sobre cada uno de ellos y los sanó. De muchos enfermos salieron también demonios que gritaban:
– ¡Tú eres el Hijo de Dios!
Pero Jesús reprendía a los demonios y no los dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías.
Al amanecer, Jesús salió de la ciudad y se dirigió a un lugar apartado. Pero la gente le buscó hasta encontrarle. Querían retenerlo para que no se marchase, pero Jesús les dijo:
– También tengo que anunciar las buenas noticias del reino de Dios a los otros pueblos, porque para esto he sido enviado.
Así iba Jesús anunciando el mensaje en las sinagogas de Judea.

"Sólo una vez aparece en el Evangelio esta mujer, la suegra de Pedro. Pedro, sin duda, tenía el deber de respetar y proteger a su suegra (que se supone era viuda, porque si no viviría con su esposo…) Pero esta suegrita debía ser bastante extraordinaria. Porque lo extraordinario es que se levante de una enfermedad (debía ser grave porque, al requerir la acción de Jesús, no sería un resfriado pasajero), y empieza a servir. El don recibido enseguida entra en acción de servicio. Es mujer extraordinaria porque lo más común hubiera sido tener unos días de convalecencia. Pero el agradecimiento es motor de acción. Es señal de desinterés y falta de egoísmo. Es reconocimiento humilde de lo recibido.
Lo mismo hacen quienes son liberados de sus demonios. Lo primero es proclamar el poder de Cristo. También se podían haber tomado unas vacaciones después de tanto sufrimiento al estar poseídos. Pero saben que no se han salvado por sí mismos, sino por el Hijo de Dios. El don se recibe con un fin. No es para desperdiciarlo.
Hemos recibido muchos dones de Dios. La cuestión es, primero, reconocerlos y luego saber qué hacemos con ellos. Cuando se nos hace un regalo, normalmente lo guardamos o lo exhibimos para celebrar el buen gusto o la bondad de quien nos lo dio. No se lo regalamos a otro, porque eso sería un insulto al donante. Pero, en el caso de la gracia, su esencia es seguir dando gracia. El donante, Dios mismo, da gratuitamente para que se dé gratuitamente. La gracia es una fuente que no se debe cortar. Recibir una gracia, una curación, una liberación de algo, es energía para el servicio. Negarse a entregarlo supone perderlo. Si se ha recibido, por ejemplo, el don de la generosidad o el espíritu de servicio, al no practicarlo, se agostaría. La suegra de Pedro no recibe la curación para seguir prostrada, como si siguiera enferma, porque entonces acabaría ciertamente gravemente enferma o muerta; recibe el don para que su salud beneficie a todos los de su alrededor. Lo mismo ocurre con todos los dones."
(Carmen Aguinaco, Ciudad Redonda)

martes, 3 de septiembre de 2024

NOS LIBRA DEL MAL

 


Llegó Jesús a Cafarnaún, un pueblo de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente; y se admiraban de cómo les enseñaba, porque hablaba con plena autoridad.
En la sinagoga había un hombre que tenía un demonio o espíritu impuro que gritaba con fuerza:
– ¡Déjanos! ¿Por qué te metes con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo te conozco: ¡Sé que eres el Santo de Dios!
Jesús reprendió a aquel demonio diciéndole:
– ¡Cállate y deja a ese hombre!
Entonces el demonio arrojó al hombre al suelo delante de todos y salió de él sin hacerle ningún daño. Todos se asustaron y se decían unos a otros:
– ¿Qué palabras son esas? ¡Este hombre da órdenes con plena autoridad y poder a los espíritus impuros y los hace salir!
La fama de Jesús se extendía por todos los lugares de la región.

El texto de hoy nos enseña dos cosas. Primero, que Jesús enseñaba con autoridad. Es decir, no repetía palabras sino convicciones. Quienes lo escuchaban se sentían impregnados por lo que les decía.
Segundo, Jesús, como hizo con aquel hombre, nos libera del mal. Ese mal que nos lleva a ser egoístas, a pensar solamente en nosotros, al dinero, al poder. 
Debemos acercarnos a Jesús para que, con su Palabra llena de autoridad, nos libere del mal.
Y cuando nosotros proclamemos a Jesús a los demás, debemos hacerlo desde nuestras convicciones, desde nuestras acciones sinceras, no desde la palabrería inútil. 

lunes, 2 de septiembre de 2024

ESCUCHAR AL OTRO

  


Jesús fue a Nazaret, al pueblo donde se había criado. Un sábado entró en la sinagoga, como era su costumbre, y se puso en pie para leer las Escrituras. Le dieron a leer el libro del profeta Isaías, y al abrirlo encontró el lugar donde estaba escrito:
“El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha consagrado
para llevar la buena noticia a los pobres;
me ha enviado a anunciar libertad a los presos
y a dar vista a los ciegos;
a poner en libertad a los oprimidos;
a anunciar el año favorable del Señor.”
Luego Jesús cerró el libro, lo dio al ayudante de la sinagoga y se sentó. Todos los presentes le miraban atentamente. Él comenzó a hablar, diciendo:
– Hoy mismo se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros.
Todos hablaban bien de Jesús y estaban admirados de la belleza de su palabra. Se preguntaban:
– ¿No es este el hijo de José?
Jesús les respondió:
– Seguramente me aplicaréis el refrán: 'Médico, cúrate a ti mismo', y me diréis: 'Lo que oímos que hiciste en Cafarnaún, hazlo también aquí, en tu propia tierra.'
Y siguió diciendo:
– Os aseguro que ningún profeta es bien recibido en su propia tierra. Verdaderamente había muchas viudas en Israel en tiempos del profeta Elías, cuando no llovió durante tres años y medio y hubo mucha hambre en todo el país. Sin embargo, Elías no fue enviado a ninguna de las viudas israelitas, sino a una de Sarepta, cerca de la ciudad de Sidón. También había en Israel muchos enfermos de lepra en tiempos del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue sanado, sino Naamán, que era de Siria.
Al oir esto, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de ira. Se levantaron y echaron del pueblo a Jesús. Lo llevaron a lo alto del monte sobre el que se alzaba el pueblo, para arrojarle abajo. Pero Jesús pasó por en medio de ellos y se fue.


"Jesús afirma que el pasaje de Isaías en el que se manifiesta la presencia del Espíritu en el siervo se acaba de cumplir en él mismo. Eso le daría toda la acreditación para anunciar el Evangelio de salvación, porque tiene el sello del Espíritu. “El Espíritu me ha enviado a sanar, a liberar, a curar, a proclamar la salvación”. Solo hay una condición para que pueda actuar: que haya una escucha. La escucha supone aceptación. Y la aceptación da paso a la efectividad. Dice Jesús: “se cumple lo que acabáis de escuchar”. Si no se escucha, no puede actuar, porque no hay la fe necesaria para que se pueda recibir la gracia. No se puede recibir todo ese bien, porque los oídos están sordos.
Y si es algo tan fantástico como un anuncio de buena noticia, ¿por qué no se acepta? ¿Por qué no se quiere escuchar? La cerrazón al mensaje en este caso se debe a que el mensaje se abre a todos; es el anuncio de una salvación universal y no sólo para los “elegidos”. La gracia se ofrece a todos, porque el siervo está “acreditado” para ello por la mayor fuerza: la del Espíritu. Negarse a pensar en una apertura a todos, y no solamente al grupo reducido de élite. Nadie es profeta en su tierra es otra manera de definir la envidia: nadie que sea de mi misma condición puede ser más que yo. No puede tener un cargo más alto que el mío; no puede tener algún privilegio, y mucho menos, gozar del sello del Espíritu. Esto es una situación triste porque impide el paso del bien y de la salvación a todos, incluidos quienes se consideran los elegidos. Pero se le puede dar una vuelta a esta dinámica envidiosa y pensar que, en realidad, no somos más que el Maestro; pero el maestro tiene el Espíritu del envío a curar, a proclamar la salvación. Y, con él, tenemos esa misma misión.
La escucha, por tanto, abre una fuente de alegría y de bien imparable. Porque, al escuchar, podemos entrar en esa misma dinámica de recepción de la misión y envío. Podemos participar de ese mismo sello del Espíritu. De hecho, ya participamos por nuestra propia Confirmación; pero hace falta más escucha, más aceptación, más reconocimiento. Abrir el oído nos permite recibir el Espíritu, la enorme gracia universal de Dios."
(Carmen Aguinaco, Ciudad Redonda)

domingo, 1 de septiembre de 2024

HONRAR CON EL CORAZÓN

 



Se acercaron los fariseos a Jesús, junto con unos maestros de la ley que habían llegado de Jerusalén. Y al ver que algunos discípulos de Jesús comían con las manos impuras, es decir, sin haber cumplido con el rito de lavárselas, los criticaron. (Porque los fariseos – y todos los judíos – siguen la tradición de sus antepasados de no comer sin antes lavarse cuidadosamente las manos. Y al volver del mercado, no comen sin antes cumplir con el rito de lavarse. Y aún tienen otras muchas costumbres, como lavar los vasos, los jarros, las vasijas de metal y las camas.) Por eso, los fariseos y los maestros de la ley preguntaron a Jesús:
– ¿Por qué tus discípulos no siguen la tradición de nuestros antepasados? ¿Por qué comen con las manos impuras?
Jesús les contestó:
– Bien habló el profeta Isaías de lo hipócritas que sois, cuando escribió:
‘Este pueblo me honra de labios afuera,
pero su corazón está lejos de mí.
De nada sirve que me rinda culto,
pues sus enseñanzas son mandatos de hombres.’
Porque vosotros os apartáis del mandato de Dios para seguir las tradiciones de los hombres.
Luego Jesús llamó a la gente y dijo:
– Escuchadme todos y entended: Nada de lo que entra de fuera puede hacer impuro al hombre. Lo que sale del corazón del hombre es lo que le hace impuro. 
 Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos pensamientos, la inmoralidad sexual, los robos, los asesinatos, los adulterios, la codicia, las maldades, el engaño, los vicios, la envidia, los chismes, el orgullo y la falta de juicio. Todas estas cosas malas salen de dentro y hacen impuro al hombre.

Esta semana hemos meditado otros textos en que Jesús hecha en cara a los fariseos su hipocresía. Aquí nos da una lección fundamental. Debemos honrar al Padre con el corazón. Las leyes deben cumplirse, pero de nada sirve este cumplimiento si no se hace con el corazón, si no se hace con Amor.

"Hemos terminado de leer el capítulo 6 del Evangelio de san Juan. Lo hemos hecho durante cinco semanas, con el (largo) discurso del Pan de Vida. Acabábamos el domingo pasado con la pregunta de Jesús, de si los discípulos también querían irse, y la respuesta de Pedro: “¡Sólo Tú tienes palabras de vida eterna!”. Volvemos al Evangelio de Marcos, que nos acompaña en este ciclo B. Y lo hacemos con unas palabras de Jesús, palabras de vida, que nos ayudan, como siempre, a vivir mejor nuestra fe.
Hoy la cosa va de normas. Derecho divino y derecho positivo. Las que vienen de Dios y las los hombres nos damos, en otras palabras, para poder vivir juntos. Lo que no podemos cambiar, y lo que se puede ir adaptando con el paso del tiempo. Conviene no confundirlo.
A veces, existe la tentación de querer cambiar las disposiciones más exigentes, para que sea más fácil ser cristiano: quitar un mandamiento (o dos) o un voto, para los religiosos. Sabemos que eso no es posible. No depende de nosotros. O la tentación contraria, añadir nuevas normas que surgen de la “sabiduría” humana. Se quiere convertir en voluntad de Dios lo que es la voluntad del hombre. Así surgen muchas idolatrías, y se puede llegar a violentar las conciencias. Se pide en nombre de Dios lo que Dios no quiere.
Es importante distinguir lo fundamental de lo secundario. Nos parece muy importante lo externo, pero se nos olvida lo interno, lo fundamental. Jesús critica esa confusión, porque no sirve de nada lavarse las manos si el corazón está muy sucio. Por supuesto que lavarse las manos no está mal. Lo que no le puede gustar es que se haya perdido el sentido de la Ley. La liturgia, los rituales, tienen como fin acercarnos a Dios. Pero los fariseos se olvidaron de esto, y observaban las normas porque sí, vaciándolas de sentido. Honraban a Dios con los labios, pero no con el corazón. Se había perdido el sentido sacro de esa Ley. Dificultaba, cuando no impedía ese acceso a Dios.
La relación con Dios debe llevarnos a la relación con los hermanos. Si hemos aceptado la Palabra, significa que somos todos hermanos en Cristo. Hay que llevar esa Palabra recibida a la práctica, y no sólo escucharla. La referencia a las viudas y a los huérfanos nos remite a las personas más necesitadas de la época en la que escribe el apóstol Santiago. Engañarse a uno mismo, cerrando los ojos a las necesidades de nuestros semejantes, significa no ser un buen cristiano. En nuestro mundo occidental las viudas y los huérfanos suelen estar más o menos bien atendidos, pero hay otros muchos necesitados. Es cuestión de poner atención.
Hay en el Evangelio una larga lista de vicios – pecados que hacen impuros al hombre, más que el lavarse o no las manos antes de comer.  Los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todo esto nos da pie para un buen examen de conciencia. Lo que hace que todo eso sea malo es que va contra la dignidad del hombre. Cosifica, desnaturaliza al otro. Lo convierte en medio para alcanzar nuestro fin. Todos podemos entender que ese elenco de maldades sale de dentro, del corazón. Ahí está el origen de muchos de nuestros pecados. Por eso hay que ser cuidadoso con lo que pensamos o deseamos, porque puede ser el origen de una conducta desordenada.
En las palabras de Jesús en el Evangelio podemos encontrar otro motivo para reflexionar: nuestro modo de participar en las celebraciones. Dicho de otra manera, no conviene poner el “piloto automático” cuando vamos a la iglesia. Los creyentes, felices de encontrarnos con nuestro Señor, deberíamos demostrarlo en el templo. Lo que celebramos allí debería ser manifestación de lo que vivimos y sentimos por dentro.  De la abundancia del corazón habla la boca (Lc 6, 45) Por eso, cuando empezamos cantando, ¿lo hago sabiendo que el canto es alabanza, y no solamente un adorno de la celebración? Cuando respondemos al celebrante, nos arrodillamos, nos levantamos o nos sentamos, ¿somos conscientes de lo que decimos y por qué lo hacemos? ¿Nos esforzamos por entender el significado de cada signo, de cada símbolo, de cada gesto de la Eucaristía?
La religión verdadera, la del corazón, puede ser sólo practicada por quien ha llegado a tener una fe adulta y madura, por quien es libre, sincero, abierto a la luz de Dios y a los impulsos del Espíritu. Que la participación en esta Eucaristía nos ayude a acercarnos a ese objetivo."
(Alejandro Carvajo cmf, Ciudad Redonda)