viernes, 5 de septiembre de 2025

EL REINO ES UNA FIESTA


 Le dijeron a Jesús:
– Los seguidores de Juan y los de los fariseos ayunan mucho y hacen muchas oraciones, pero tus discípulos no dejan de comer y beber.
Jesús les contestó:
– ¿Acaso podéis hacer que ayunen los invitados a una boda mientras el novio está con ellos? Ya llegará el momento en que se lleven al novio; cuando llegue ese día, ayunarán.
También les contó esta parábola:
– Nadie corta un trozo de un vestido nuevo para arreglar un vestido viejo. De hacerlo así, echará a perder el vestido nuevo; además el trozo nuevo no quedará bien en el vestido viejo. Ni tampoco se echa vino nuevo en odres viejos, porque el vino nuevo hace que los odres revienten, y tanto el vino como los odres se pierden. Por eso hay que echar el vino nuevo en odres nuevos. Y nadie que beba vino añejo querrá después beber el nuevo, porque dirá que el añejo es mejor.


"El Reino es una fiesta. Esto lo deberíamos llevar grabado en el corazón todos los cristianos, todos los que creemos en Jesús. Es una fiesta hecha de fraternidad, de encuentro, de justicia, de perdón, de misericordia. Es una fiesta en la que nos comprometemos a construir desde ya un mundo nuevo. Es cierto que lo que vemos/vivimos  ahora no es todavía ese mundo nuevo. Pero ya lo estamos construyendo. Ya lo sentimos aquí. Cada vez que celebramos la Eucaristía, que escuchamos la palabra, que compartimos el pan, estamos ya viviendo esa nueva realidad.
Conviene que no olvidemos este aspecto de nuestra fe porque son muchos y han sido muchos siglos los que la fe cristiana ha sido presentada de una forma negativa. En realidad, parecía que Dios fuese más una amenaza que un padre de misericordia y perdón. Ciertamente se hablaba de perdón. Ahí esta el sacramento de la confesión. Pero hasta este mismo sacramento estaba cubierto por un velo morado. En él daba la impresión de que lo más importante eran nuestros pecados, sentirnos culpables, muy culpables, porque quizá así lograríamos alcanzar el perdón. Era necesario reconocernos culpables. Pero también cumplir la penitencia, que era como el castigo necesario. Sin cumplir la penitencia, no se alcanzaba el perdón de Dios, que así se entendía que era un perdón con condiciones.
Y por el camino se nos olvidó hablar del gozo de la resurrección, del regalo de la vida, de un Padre de amor infinito y misericordia infinita, que acoge y perdona sin condiciones y sin medida. Y esto es mucho más verdad que lo anterior.
Así se entiende que Jesús dijera a los fariseos y escribas que los suyos no tenían ninguna razón para ayunar ni para vivir cabizbajos y siempre oprimidos por la culpa pasada (que parece que por mucho que Dios nos perdone nunca se nos termina de quitar de encima). El Reino es el vino nuevo y nos invita a vivir de una vida nueva. No hay razón para ayunar porque el novio está con nosotros. Quizá habrá días en que nos toque ayunar pero será porque nos tocará, con gozo y alegría, compartir el pan con el hermano hambriento."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

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