"Algún tiempo después andaba Jesús por la región de Galilea, pues no quería seguir en Judea porque los judíos lo buscaban para matarlo.
Pero como se acercaba la fiesta de las Enramadas, una de las fiestas de los judíos,
Sin embargo, cuando ya se habían ido sus
hermanos, también Jesús fue a la fiesta, aunque no lo hizo públicamente
sino casi en secreto.
Hacia la mitad de la fiesta entró Jesús en el templo y comenzó a enseñar.
Algunos de los que vivían en Jerusalén empezaron entonces a preguntar:
– ¿No es a este a quien andan buscando para matarle?
Pues ahí está, hablando en público, y nadie le
dice nada. ¿Será que verdaderamente las autoridades creen que este
hombre es el Mesías?Pero nosotros sabemos de dónde viene; en cambio, cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde viene.
Al oir esto, Jesús, que estaba enseñando en el templo, dijo con voz fuerte:
– ¡Así que vosotros me conocéis y sabéis de dónde
vengo! Pues yo no he venido por mi propia cuenta, sino enviado por aquel
que es digno de confianza y a quien vosotros no conocéis.
Yo le conozco, porque vengo de él y él me ha enviado.
Entonces quisieron apresarle, pero nadie le echó mano porque todavía no había llegado su hora."
Los judíos quieren matar a Jesús, pero aún no ha llegado su hora. Baja de incógnito a Jerusalén, pero acaba enseñando en el templo. Es su misión.
El evangelio nos indica que todo tiene su momento oportuno. Esos momentos de Jesús, los vamos siguiendo a través del Año Litúrgico. La Cuaresma nos prepara para el momento culminante: su muerte y resurrección.
Sus coetáneos dudaban de Él. Nosotros sabemos quién es y no tenemos ninguna excusa para seguirlo y hablar abiertamente, como lo hacía Él. Ahora es nuestro momento oportuno.
"Si yo diera testimonio en favor mío, mi testimonio no valdría como prueba;
pero hay otro que da testimonio en mi favor, y me consta que su testimonio sí vale como prueba.
Vosotros enviasteis a preguntarle a Juan, y lo que él respondió es cierto.
Pero yo no dependo del testimonio de ningún hombre; solo digo esto para que vosotros podáis ser salvos.
Juan era como una lámpara que ardía y alumbraba, y vosotros quisisteis gozar de su luz un poco de tiempo.
Pero tengo a mi favor un testimonio de más
valor que el de Juan. Lo que yo hago, que es lo que el Padre me encargó
que hiciera, prueba que de veras el Padre me ha enviado.
Y también el Padre, que me ha enviado, da testimonio a mi favor, a pesar de que nunca habéis oído su voz ni lo habéis visto
ni su mensaje ha penetrado en vosotros, porque no creéis en aquel que el Padre envió.
Estudiáis las Escrituras con toda atención porque esperáis encontrar en ellas la vida eterna; y precisamente las Escrituras dan testimonio de mí.
Sin embargo, no queréis venir a mí para tener esa vida.
Yo no acepto honores que vengan de los hombres.
Además os conozco y sé que no amáis a Dios.
Yo he venido en nombre de mi Padre y no me aceptáis; en cambio aceptaríais a cualquier otro que viniera en nombre propio.
¿Cómo podéis creer, si recibís honores unos de otros y no buscáis los honores que vienen del Dios único?
No creáis que yo os voy a acusar delante de mi Padre. El que os acusa es Moisés mismo, en quien habéis puesto vuestra esperanza.
Porque si vosotros creyerais a Moisés, también me creeríais a mí, porque Moisés escribió acerca de mí.
Pero si no creéis lo que él escribió, ¿cómo vais a creer lo que yo os digo?" Jesús sigue defendiéndose ante los fariseos. Invoca tres testimonios: Juan Bautista que fue su precursor y predicaba conversión para preparar su llegada. Sus obras. Los signos. Una vida dedicada a curar, a sanar, a perdonar. Las Escrituras, que lo anunciaban como el Siervo de Dios, el Varón de Dolores, el Salvador. Sin embargo, los fariseos hacían oídos sordos a estos testimonios. Y nosotros, ¿los escuchamos cada día? ¿Nos convertimos, cambiamos nuestro corazón para allanar los caminos y poderlo recibir? ¿Lo hacemos presente en este mundo con nuestro amor, nuestra dedicación a los demás, luchando contra la injusticia? ¿Meditamos cada dia las Escrituras para poderlo ver en los acontecimientos de cada día?
– Mi Padre no cesa de trabajar y yo también trabajo.
Por eso los judíos tenían aún más ganas de
matarle, porque no solo no observaba el mandato sobre el sábado, sino
que además se hacía igual a Dios al decir que Dios era su propio Padre.
Jesús les dijo:
- Os aseguro que el Hijo de Dios no puede hacer nada por su propia cuenta; solo hace lo que ve hacer al Padre. Todo lo que el Padre hace, lo hace igualmente el Hijo.
Porque el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que hace; y le mostrará cosas aún más grandes, que os dejarán asombrados.
Pues así como el Padre resucita a los muertos y les da vida, también el Hijo da vida a quienes quiere dársela.
Y el Padre no juzga a nadie, sino que ha dado a su Hijo todo el poder de juzgar,
para que todos den al Hijo la misma honra que dan al Padre. El que no honra al Hijo tampoco honra al Padre, que lo ha enviado.
Os aseguro que quien presta atención a mis
palabras y cree en el que me envió, tiene vida eterna; y no será
condenado, pues ha pasado de la muerte a la vida.
Os aseguro que viene la hora, y es ahora mismo, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oigan vivirán.
Porque así como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha hecho que el Hijo tenga vida en sí mismo,
y le ha dado autoridad para juzgar, por cuanto que es el Hijo del hombre.
No os admiréis de esto, porque va a llegar la hora en que todos los muertos oirán su voz
y saldrán de las tumbas. Los que hicieron el
bien resucitarán para tener vida, pero los que hicieron el mal
resucitarán para ser condenados.
Yo no puedo hacer nada por mi propia cuenta. Juzgo según el Padre me ordena, y mi juicio es justo, porque no trato de hacer mi voluntad sino la voluntad del Padre, que me ha enviado."
Jesús acaba de curar al paralítico y lo ha hecho en sábado. Y además añade que lo ha hecho siguiendo la voluntad de su Padre, porque Él, el Hijo, sólo hace la voluntad del Padre. Los judíos entienden que se hace igual a Dios y esa blasfemia merece la muerte.
Para nosotros, además, sus palabras tienen un sentido claro. Es a través de Jesús que podemos llegar al Padre. Ese Dios inaccesible, transcendente, al que nuestra razón no puede alcanzar, se nos hace cercano a través de Jesús. Es gracias a Jesús que podemos conocer la voluntad del Padre. Jesús es el camino, la puerta que nos lleva al Padre.
"Algún tiempo después celebraban los judíos una fiesta, por lo que Jesús regresó a Jerusalén.
En Jerusalén, cerca de la puerta llamada de las Ovejas, hay un estanque llamado en hebreo Betzatá. Tiene cinco pórticos,en los que, echados en el suelo, se encontraban muchos enfermos, ciegos, cojos y tullidos.
Había entre ellos un hombre enfermo desde hacía treinta y ocho años.
Cuando Jesús lo vio allí tendido y supo del mucho tiempo que llevaba enfermo, le preguntó:
– ¿Quieres recobrar la salud?
El enfermo le contestó:
– Señor, no tengo a nadie que me meta en el estanque cuando se remueve el agua. Para cuando llego, ya se me ha adelantado otro.
Jesús le dijo:
– Levántate, recoge tu camilla y anda.
En aquel momento el hombre recobró la salud, recogió su camilla y echó a andar. Pero como era sábado,
los judíos dijeron al que había sido sanado:
– Hoy es sábado; no te está permitido llevar tu camilla.
El hombre les contestó:
– El que me devolvió la salud me dijo: ‘Recoge tu camilla y anda.’
Ellos le preguntaron:
– ¿Quién es el que te dijo: ‘Recoge tu camilla y anda’?
Pero el hombre no sabía quién le había curado, porque Jesús había desaparecido entre la multitud.
Después, en el templo, Jesús se encontró con él y le dijo:
– Mira, ahora que ya has recobrado la salud no vuelvas a pecar, no sea que te pase algo peor.
El hombre se fue y dijo a los judíos que Jesús era quien le había devuelto la salud.
Por eso los judíos perseguían a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado."
Juan sigue mostrándonos signos de Jesús. Hemos visto la curación de un ciego, alguien que no veía la "realidad" y la de un moribundo; alguien que estaba perdiendo la "vida". Juan nos muestra que Jesús es Vida y es Luz. Hoy estamos ante un paralítico; alguien que no "actua". Él querría hacerlo. Para curarse debe entrar en la piscina de Betzatá, pero él solo no puede hacerlo y no tiene a nadie que le ayude. Jesús lo cura. Hace que ande, que pueda actuar.
De este texto podemos extraer tres lecciones:
. ¿Ayudamos a los demás a que actúen o contribuimos a su parálisis? Debemos ser ayuda para los demás; no un obstáculo.
. La causa de nuestra "parálisis" es el pecado. El mal nos atenaza y no nos deja actuar.
. Jesús curaba en sábado; cosa, que para los judíos, era transgredir la ley. Hacer el bien está por encima de toda ley, prohibición o ceremonia. La ley de Jesús, la verdadera ley, es el Amor.
"Dos días más tarde salió Jesús de Samaria y continuó su viaje a Galilea.
Porque, como él mismo afirmaba, a ningún profeta lo honran en su propia tierra.
Al llegar a Galilea fue bien recibido por los
galileos, porque también ellos habían estado en Jerusalén en la fiesta
de la Pascua y habían visto todo lo que él hizo entonces.
Jesús regresó a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Se encontraba allí un alto oficial del rey, que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún.
Cuando este oficial supo que Jesús había
llegado de Judea a Galilea, fue a verle y le rogó que bajase a su casa a
sanar a su hijo, que se estaba muriendo.
Jesús le contestó:
– No creeréis, si no veis señales y milagros.
Pero el oficial insistió:
– Señor, ven pronto, antes que mi hijo muera.
Jesús le dijo entonces:
– Vuelve a casa. Tu hijo vive.
El hombre creyó lo que Jesús le había dicho, y
se fue. Mientras regresaba a casa, sus criados salieron a su encuentro y
le dijeron:
– ¡Tu hijo vive!
Les preguntó a qué hora había comenzado a sentirse mejor su hijo, y le contestaron:
– Ayer, a la una de la tarde, se le quitó la fiebre.
El padre se dio cuenta entonces de que a esa
misma hora le había dicho Jesús: “Tu hijo vive”. Y él y toda su familia
creyeron en Jesús.
Esta fue la segunda señal milagrosa hecha por Jesús al volver de Judea a Galilea."
Ayer, Juan nos mostraba como Jesús es Luz. Hoy, con otro signo, nos enseña que es Vida.
Jesús, a pesar de que ningún profeta es bien recibido en su tierra, vuelve a Galilea. Allí, un oficial del rey al que se le estaba muriendo un hijo, se acerca a Jesús pidiéndole su curación. Jesús se queja de que quieran prodigios para creer; pero el oficial insiste. La frase de Jesús es clara:
- ¡Tu hijo vive!
Jesús es Vida, transmite la Vida. Por eso aquel oficial y toda su familia creyeron en Él.
Nos quejamos de oscuridad, de muerte, de desorientación en esta vida. Sólo tenemos que acercarnos a Jesús. Él es Luz, Vida, Camino...
"Yendo de camino vio Jesús a un hombre que había nacido ciego.
Los discípulos le preguntaron:
– Maestro, ¿por qué nació ciego este hombre? ¿Por el pecado de sus padres o por su propio pecado?
Jesús les contestó:
– Ni por su propio pecado ni por el de sus padres, sino para que en él se demuestre el poder de Dios.
Mientras es de día tenemos que hacer el trabajo
que nos ha encargado el que me envió; luego viene la noche, cuando
nadie puede trabajar.
Mientras estoy en este mundo, soy la luz del mundo.
Dicho esto, Jesús escupió en el suelo, hizo con la saliva un poco de lodo y untó con él los ojos del ciego.
Luego le dijo:
– Ve a lavarte al estanque de Siloé (que significa: “Enviado”).
El ciego fue y se lavó, y al regresar ya veía.
Los vecinos y los que otras veces le habían visto pedir limosna se preguntaban:
– ¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?
Unos decían:
– Sí, es él.
Y otros:
– No, no es él, aunque se le parece.
Pero él decía:
– Sí, soy yo.
Le preguntaron:
– ¿Y cómo es que ahora puedes ver?
–Él contestó:
– Ese hombre que se llama Jesús hizo lodo, me untó
los ojos y me dijo: ‘Ve al estanque de Siloé y lávate.' Yo fui, me lavé y
comencé a ver.
Unos le preguntaron:
– ¿Dónde está ese hombre?
Él respondió:
– No lo sé.
El día en que Jesús hizo lodo y dio la vista al ciego, era sábado. Por eso llevaron ante los fariseos al que había sido ciego,
y ellos le preguntaron cómo era que podía ver. Les contestó:
– Me puso lodo sobre los ojos, me lavé y ahora veo.
Algunos fariseos dijeron:
– El que hizo eso no puede ser de Dios, porque no respeta el sábado.
Pero otros decían:
¿Cómo puede alguien, siendo pecador, hacer esas señales milagrosas?
De manera que estaban divididos.
Volvieron a preguntar al que había sido ciego:
– Puesto que te ha dado la vista, ¿qué dices tú de ese hombre?
– Yo digo que es un profeta – contestó.
Pero los judíos no quisieron creer que se trataba del mismo ciego, que ahora podía ver, hasta que llamaron a sus padres
y les preguntaron:
– ¿Es este vuestro hijo? ¿Decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?
Sus padres contestaron:
– Sabemos que este es nuestro hijo y que nació ciego,
pero no sabemos cómo es que ahora ve, ni
tampoco sabemos quién le dio la vista. Preguntádselo a él, que ya es
mayor de edad y puede responder por sí mismo.
Sus padres dijeron esto por miedo, porque los judíos se habían puesto de acuerdo para expulsar de la sinagoga a cualquiera que reconociese a Jesús como el Mesías.
Por eso dijeron sus padres: “Ya es mayor de edad; preguntádselo a él.”
Los judíos volvieron a llamar al que había sido ciego y le dijeron:
– Reconoce la verdad delante de Dios: nosotros sabemos que ese hombre es pecador.
Él les contestó:
– Yo no sé si es pecador o no. Lo único que sé es que yo era ciego y ahora veo.
Volvieron a preguntarle:
– ¿Qué te hizo? ¿Qué hizo para darte la vista?
Les contestó:
– Ya os lo he dicho, pero no me hacéis caso. ¿Para qué queréis que lo repita? ¿Es que también vosotros queréis seguirle?
Entonces le insultaron y le dijeron:
– ¡Tú sigues a ese hombre, pero nosotros seguimos a Moisés!
Nosotros sabemos que Dios habló a Moisés, pero ese ni siquiera sabemos de dónde ha salido.
El hombre les contestó:
– ¡Qué cosa tan rara, que vosotros no sabéis de dónde ha salido y a mí me ha dado la vista!
Bien sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino solamente a quienes le adoran y hacen su voluntad.
Nunca se ha oído decir de nadie que diera la vista a un ciego de nacimiento:
si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada.
Le dijeron entonces:
– Tú, que naciste lleno de pecado, ¿quieres darnos lecciones a nosotros?
Y lo expulsaron de la sinagoga.
Jesús se enteró de que habían expulsado de la sinagoga a aquel ciego. Cuando se encontró con él le preguntó:
– ¿Tú crees en el Hijo del hombre?
Él le dijo:
– Señor, dime quién es, para que crea en él.
Le contestó Jesús:
– Ya le has visto. Soy yo, con quien estás hablando.
El hombre le respondió:
– Creo, Señor – y se puso de rodillas delante de él.
Dijo Jesús:
– Yo he venido a este mundo para hacer juicio, para que los ciegos vean y los que ven se vuelvan ciegos.
Al oir esto, algunos fariseos que estaban reunidos con él le preguntaron:
– ¿Acaso nosotros también somos ciegos?
Jesús les contestó:
– Si fuerais ciegos, no tendríais la culpa de vuestros pecados; pero como decís que veis, sois culpables." El texto de hoy es largo, pero debemos leerlo todo con detalle. Ya sabemos que el evangelio de Juan es el más teológico de los cuatro. Llama signos a los milagros, porque todos tienen el objetivo de enseñarnos algo. Hoy nos encontramos ante un ciego de nacimiento. Los discípulos tenían la idea general de los judíos de que la enfermedad y la desgracia eran fruto del pecado. Aunque el libro de Job dejaba bien claro que no era así, ellos seguían creyéndolo. Por eso discuten por saber de quién es el pecado, si de los padres o de él, ya que es ciego de nacimiento. Jesús, para demostrarles que ninguno de los dos son los culpables, lo cura sin que el ciego se lo pida. Jesús pide la colaboración del ciego. Hace que vaya a Siloé, que estaba en la otra punta de la ciudad, a lavarse. Entonces recobra la vista. Aquel hombre ve, pero los demás siguen ciegos. No creen que sea él. Y los que menos creen son los fariseos. Han de llamar a los padres para asegurarse de la identidad del ciego. Ante la evidencia, niegan que Jesús venga de parte de Dios, porque ha curado en sábado. Para ellos la ley es un muro que no les deja ver. No les importa el bien hecho, sino la ley. No sólo no se alegran por la curación de aquel hombre, sino que lo expulsan de la sinagoga y lo declaran pecador. ¿A cuántas personas que hacen el bien condenamos porque no son de los nuestros o porque hacen el bien sin seguir nuestra ley? El ciego al encontrarse a Jesús, se postra ante él y cree. Ha recobrado la vista. La física y la espiritual. A partir de ese momento ve más allá. Los fariseos, que creen ver, son los auténticos ciegos. Ven físicamente, pero su visión espiritual, su posibilidad de ver más allá, está truncada por el muro de la ley, de su egoísmo, de su cerrazón.
"A los seis meses envió Dios al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea llamado Nazaret,
a visitar a una joven virgen llamada María que estaba comprometida para casarse con un hombre llamado José, descendiente del rey David.
El ángel entró donde ella estaba, y le dijo:
– ¡Te saludo, favorecida de Dios! El Señor está contigo.
Cuando vio al ángel, se sorprendió de sus palabras, y se preguntaba qué significaría aquel saludo.
El ángel le dijo:
– María, no tengas miedo, pues tú gozas del favor de Dios.
Ahora vas a quedar encinta: tendrás un hijo y le pondrás por nombre Jesús.
Será un gran hombre, al que llamarán Hijo del Dios altísimo: y Dios el Señor lo hará rey, como a su antepasado David,
y reinará por siempre en la nación de Israel. Su reinado no tendrá fin.
María preguntó al ángel:
– ¿Cómo podrá suceder esto, si no vivo con ningún hombre?
El ángel le contestó:
–El Espíritu Santo se posará sobre ti
y el poder del Dios altísimo se posará sobre ti como una nube. Por eso,
el niño que va a nacer será llamado Santo e Hijo de Dios.
También tu parienta Isabel, a pesar de ser
anciana, va a tener un hijo; la que decían que no podía tener hijos está
encinta desde hace seis meses.
Para Dios no hay nada imposible.
Entonces María dijo:
– Soy la esclava del Señor. ¡Que Dios haga conmigo como me has dicho!
Con esto, el ángel se fue."
Podemos decir que el sí de María cambió la historia. María nos enseña a aceptar la voluntad de Dios; a dejarnos caer en sus brazos aunque no entendamos nada.
Gracias al sí de María Dios se ha hecho hombre. Ese Dios trascendente, al que no podíamos conocer, se hace uno de nosotros, se hace Palabra, y nos muestra que es Amor.
Dios nos pide a nosotros, también, un sí a la entrega, a su voluntad. Un sí que nos llevará a amar a todos. Un sí con el que Dios se hará presente en nuestra sociedad. Un sí que es gozo y alegría, a pesar de las dificultades y problemas.
"Uno de los
maestros de la ley, que les había oído discutir, se acercó a él y le
preguntó:
– ¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?
Jesús le contestó:
– El primer mandamiento de todos es: ‘Oye, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor.
Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.’
Y el segundo es: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo.’ Ningún mandamiento es más importante que estos.
El maestro de la ley dijo:
– Muy bien, Maestro. Es verdad lo que dices: Dios es uno solo y no hay otro fuera de él.
Y amar a Dios con todo el corazón, con todo el
entendimiento y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno
mismo, vale más que todos los holocaustos y que todos los sacrificios
que se queman en el altar.
Al ver Jesús que el maestro de la ley había contestado con buen sentido, le dijo:
– No estás lejos del reino de Dios.
Y ya nadie se atrevió a hacerle más preguntas."
Dos amores que son uno. El otro día, en el Evangelio, Jesús nos decía que había venido a cumplir hasta el más pequeño detalle de la ley. Hoy nos resume toda la ley en dos mandamientos que son uno. Y es que sólo hay una ley: la ley del amor. Y con el amor se cumplen hasta los más pequeños detalles. Amor a Dios y amor a los hombres, que es un solo amor.
El papa Francisco preguntaba en la homilia del 8 de Enero de 2015:
"Pero, ¿Cómo puedo amar al Dios que no conozco?"
Y respondía:
"Ama al que tienes cerca"
Si no amamos al prójimo no amamos a Dios. Por muchas horas que nos pasemos rezando; por muchas penitencias que hagamos; por muchas ceremonias que celebremos.
"Jesús estaba expulsando un demonio que había dejado mudo a un hombre. Cuando el demonio salió, el mudo comenzó a hablar. La gente se quedó asombrada,
aunque algunos dijeron:
– Beelzebú, el jefe de los demonios, es quien ha dado a este hombre poder para expulsarlos.
Otros, para tenderle una trampa, le pidieron una señal milagrosa del cielo.
Pero él, que sabía lo que estaban pensando, les dijo:
– Todo país dividido en bandos enemigos se destruye a sí mismo, y sus casas se derrumban una tras otra.
Así también, si Satanás se divide contra sí
mismo, ¿cómo mantendrá su poder? Digo esto porque afirmáis que yo
expulso a los demonios por el poder de Beelzebú.
Pues si yo expulso a los demonios por el poder de Beelzebú, ¿quién da a vuestros seguidores el poder para expulsarlos? Por eso, ellos mismos demuestran que estáis equivocados.
Pero si yo expulso a los demonios por el poder de Dios, es que el reino de Dios ya ha llegado a vosotros.
Cuando un hombre fuerte y bien armado cuida de su casa, lo que guarda en ella está seguro.
Pero si otro más fuerte que él llega y le vence, le quita las armas en las que confiaba y reparte sus bienes como botín.
El que no está conmigo está contra mí; y el que conmigo no recoge, desparrama."
Jesús expulsa un demonio mudo. Hoy hay muchos que tenemos un demonio mudo. Somos todos aquellos que nos callamos ante la injusticia. Todos los que nos callamos ante la mentira. Por miedo o comodidad. Preferimos no buscarnos complicaciones y, ante el mal, miramos hacia otro lado. Además, como a Jesús, a los que hablan, los tratamos de ser el diablo. Es el mundo al revés. Pero Jesús es claro. Para Él no hay medias tintas. O estamos con Él o contra Él. Si queremos recoger, que nuestra vida tenga sentido, debemos ser valientes y "hablar". Tenemos que denunciar; si no, desparramamos.
"No penséis que yo he venido a poner fin a la ley de Moisés y a las enseñanzas de los profetas. No he venido a ponerles fin, sino a darles su verdadero sentido.
Porque os aseguro que mientras existan el cielo y la tierra no se le quitará a la ley ni un punto ni una coma, hasta que suceda lo que tenga que suceder.
Por eso, el que quebrante
uno de los mandamientos de la ley, aunque sea el más pequeño, y no
enseñe a la gente a obedecerlos, será considerado el más pequeño en el
reino de los cielos. Pero el que los obedezca y enseñe a otros a hacer
lo mismo, será considerado grande en el reino de los cielos."
Este texto se ha asociado erróneamente al elogio del legalismo. Los fariseos cumplían la ley, la letra de la ley, pero olvidaban su espíritu. Jesús les dice a sus discípulos que el verdadero cumplimiento de la ley se base en los pequeños detalles. Estos detalles vienen dados por los dos mandamientos que Él consideró los más importantes: amar a Dios y amar al prójimo. Este amor es el que debe arropar la ley. No se trata, por ejemplo, de no matar, sino de amar al prójimo. El amor debe ser el compañero inseparable de la ley. Y el amor se demuestra en los detalles, en el espíritu de la ley. Por eso debemos enseñar a cumplir la ley amando.
– Señor, ¿cuántas veces he de perdonar a mi hermano, si me ofende? ¿Hasta siete?
Jesús le contestó:
– No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Por eso, el reino de los cielos se puede comparar a un rey que quiso hacer cuentas con sus funcionarios.
Había comenzado a hacerlas, cuando le llevaron a uno que le debía muchos millones.
Como aquel funcionario no tenía con qué pagar,
el rey ordenó que lo vendieran como esclavo, junto con su esposa, sus
hijos y todo lo que tenía, a fin de saldar la deuda.
El funcionario cayó de rodillas delante del rey, rogándole: ‘Señor, ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo.’
El rey tuvo compasión de él, le perdonó la deuda y lo dejó ir en libertad.
Pero al salir, aquel funcionario se encontró con un compañero que le debía una pequeña cantidad. Lo agarró del cuello y lo ahogaba, diciendo: ‘¡Págame lo que me debes!’
El compañero se echó a sus pies, rogándole: ‘Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo.’
Pero el otro no quiso, sino que le hizo meter en la cárcel hasta que pagara la deuda.
Esto disgustó mucho a los demás compañeros, que fueron a contar al rey todo lo sucedido.
El rey entonces le mandó llamar y le dijo: ‘¡Malvado!, yo te perdoné toda aquella deuda porque me lo rogaste.
Pues también tú debiste tener compasión de tu compañero, del mismo modo que yo tuve compasión de ti.’
Tanto se indignó el rey, que ordenó castigarle hasta que pagara toda la deuda.
Jesús añadió:
– Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si cada uno no perdona de corazón a su hermano."
Está claro que las matemáticas de Jesús no son las nuestras. 70 x 7 = siempre. A amor infinito. Y Jesús se lo explica a Pedro con una parábola. Muestra cómo el Padre perdona siempre, frente a nuestro egoísmo que no sabe perdonar. Nosotros empleamos la ley del embudo. La parte ancha para nosotros y la estrecha para los demás.
Perdonar no es fácil. Hay que cerrar heridas y siempre quedan cicatrices. Pero es la condición: hemos de perdonar, si queremos ser perdonados. Y podemos añadir un "detalle". Hemos de empezar por perdonarnos a nosotros mismos, si queremos poder perdonar a los otros. Perdonarnos de verdad, no excusarnos. Reconocernos débiles y pecadores. Muchas veces proyectamos nuestros problemas en los demás. Para aceptar y perdonar a los demás, debemos aceptarnos y perdonarnos a nosotros. Debemos tener la seguridad de que Dios nos perdona siempre. Nosotros también debemos hacerlo.
"Jacob fue padre de José, el marido de María, y ella fue la madre de Jesús, a quien llamamos el Mesías.
El nacimiento de Jesucristo fue así: María, su madre, estaba comprometida para casarse con José; pero antes de vivir juntos se encontró encinta por el poder del Espíritu Santo.
José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciar públicamente a María, decidió separarse de ella en secreto.
Ya había pensado hacerlo así, cuando un ángel del Señor
se le apareció en sueños y le dijo:
- José, descendiente de David, no
tengas miedo de tomar a María por esposa, porque el hijo que espera es
obra del Espíritu Santo.
María tendrá un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús. Se llamará así porque salvará a su pueblo de sus pecados.
Cuando José despertó, hizo lo que el ángel del Señor le había ordenado, y tomó a María por esposa."
Ayer era la festividad de San José; pero al ser el 3er domingo de Cuaresma, se celebra litúrgicamente hoy.
En el evangelio no tenemos ni una sola palabra de José. Pero sí vemos a alguien que sabe escuchar y luego actúa. Hoy lo encontramos ante el dilema de qué hacer con María. Podía haberla acusado de adulterio y eso hubiera significado la lapidación de María. José, hombre bueno, decide marcharse para salvarla. Sin embargo José sabrá escuchar al ángel y se quedará con María. Como más adelante escuchará al ángel y huirá a Egipto para salvar a Jesús.
¿Sabemos escuchar la Palabra y actuar?¿Sabemos escuchar los signos de los tiempos y actuar? Este es el ejemplo que nos da José.
"Llegó así a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del terreno que Jacob había dado en herencia a su hijo José.
Allí estaba el pozo que llamaban de Jacob. Cerca del mediodía, Jesús, cansado del camino, se sentó junto al pozo.
Los discípulos habían ido al pueblo a comprar
algo de comer. En esto una mujer de Samaria llegó al pozo a sacar agua,
y Jesús le pidió:
– Dame un poco de agua.
Pero como los judíos no tienen trato con los samaritanos, la mujer le respondió:
– ¿Cómo tú, que eres judío, me pides agua a mí, que soy samaritana?
Jesús le contestó:
–Si supieras lo que Dios da y quién es el que te está pidiendo agua, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva.
La mujer le dijo:
– Señor, ni siquiera tienes con qué sacar agua y el pozo es muy hondo: ¿de dónde vas a darme agua viva?
Nuestro antepasado Jacob nos dejó este pozo,
del que él mismo bebía y del que bebían también sus hijos y sus
animales. ¿Acaso eres tú más que él?
Jesús le contestó:
– Los que beben de esta agua volverán a tener sed;
pero el que beba del agua que yo le daré,
jamás volverá a tener sed. Porque el agua que yo le daré brotará en él
como un manantial de vida eterna.
La mujer le dijo:
– Señor, dame de esa agua, para que no vuelva yo a tener sed ni haya de venir aquí a sacarla.
Jesús le dijo:
– Ve a llamar a tu marido y vuelve acá.
– No tengo marido – contestó ella.
Jesús le dijo:
– Bien dices que no tienes marido,
porque has tenido cinco maridos y el que ahora tienes no es tu marido. Es cierto lo que has dicho.
Al oir esto, le dijo la mujer:
– Señor, ya veo que eres un profeta.
Nuestros antepasados los samaritanos adoraron a Dios aquí, en este monte, pero vosotros los judíos decís que debemos adorarle en Jerusalén.
Jesús le contestó:
– Créeme, mujer, llega la hora en que adoraréis al Padre sin tener que venir a este monte ni ir a Jerusalén.
Vosotros no sabéis a quién adoráis; nosotros, en cambio, sí sabemos a quién adoramos, pues la salvación viene de los judíos.
Pero llega la hora, y es ahora mismo, cuando
los que de veras adoran al Padre lo harán conforme al Espíritu de Dios y
a la verdad. Pues así quiere el Padre que le adoren los que le adoran.
Dios es Espíritu, y los que le adoran deben hacerlo conforme al Espíritu de Dios y a la verdad.
Dijo la mujer:
– Yo sé que ha de venir el Mesías (es decir, el Cristo) y que cuando venga nos lo explicará todo.
Jesús le dijo:
– El Mesías soy yo, que estoy hablando contigo.
En esto llegaron sus discípulos. Se quedaron
sorprendidos al ver a Jesús hablando con una mujer, pero ninguno se
atrevió a preguntarle qué quería o de qué hablaba con ella.
La mujer dejó su cántaro y se fue al pueblo a decir a la gente:
– Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será este el Mesías?
Entonces salieron del pueblo y fueron adonde estaba Jesús.
Mientras tanto, los discípulos le rogaban:
– Maestro, come algo.
Pero él les dijo:
– Yo tengo una comida que vosotros no sabéis.
Los discípulos comenzaron a preguntarse uno a otros:
– ¿Será que le han traído algo de comer?
Pero Jesús les dijo:
–Mi comida es hacer la voluntad del que me envió y terminar su trabajo.
Vosotros decís: ‘Todavía faltan cuatro meses para la siega’, pero yo os digo que os fijéis en los sembrados, pues ya están maduros para la siega.
El que siega recibe su salario, y la cosecha
que recoge es para la vida eterna, para que igualmente se alegren el que
siembra y el que siega.
Porque es cierto lo que dice el refrán: ‘Uno es el que siembra y otro el que siega.
Yo os envié a segar lo que vosotros no habíais
trabajado. Otros fueron los que trabajaron, y vosotros os beneficiáis
de su trabajo.
Muchos de los que vivían en aquel pueblo de
Samaria creyeron en Jesús por las palabras de la mujer, que aseguraba:
“Me ha dicho todo lo que he hecho.”
Así que los samaritanos, cuando llegaron adonde estaba Jesús, le rogaron que se quedara con ellos. Se quedó allí dos días,
y muchos más fueron los que creyeron por lo que él mismo decía.
Por eso dijeron a la mujer:
– Ahora ya no creemos solo por lo que tú nos
contaste, sino porque nosotros mismos le hemos oído y sabemos que él es
verdaderamente el Salvador del mundo." Jesús y la Samaritana están junto al pozo. Ambos tienen sed. El agua que puede ofrecer la Samaritana es agua del pozo de Jacob. Agua corriente, agua del pasado. El agua que ofrece Jesús es agua viva, agua del futuro. La Samaritana está inmersa en los prejuicios de su tiempo. Es mujer y judía. No entiende que Jesús le pida algo. Como nosotros, ante la petición de Jesús, busca excusas. Jesús le ofrece otro tipo de agua. Un agua que sacia completamente la sed. Jesús nos ofrece el único Amor que llena de verdad. Que puede hacernos felices. Nosotros, como la mujer, no entendemos cuál es ese agua, ese amor. Pero Jesús conoce nuestro interior. Como a la Samaritana nos desvela nuestras miserias. La reacción de la mujer es compartir lo que acana de descubrir: el Mesías. Deja lo suyo, la jarra de agua, y corre rápidamente a advertir a sus conciudadanos. Estos creen por el testimonio de la Samaritana y hacen que Jesús se quede con ellos. Jesús nos ofrece el agua viva. Un agua que está por encima de las religiones, que es pura espiritualidad: adorar a Dios sin ir al monte ni a Jerualén. Adorarlo en verdad, en el corazón. El nuestro y el de todo hombre. Dios es Espíritu y hay que adorarlo con el espíritu. Es toda nuestra vida la que debemos ofrecerle. No unos instantes, unas oraciones, unos ritos y ceremonias. Dios nos quiere enteros para Él. Es el agua viva que nos ofrece Jesús, la que nos permite esa donación total.