En su camino a Jerusalén, pasó Jesús entre las regiones de Samaria y Galilea. Al llegar a cierta aldea le salieron al encuentro diez hombres enfermos de lepra, que desde lejos gritaban:
– ¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!
Al verlos, Jesús les dijo:
– Id a presentaros a los sacerdotes.
Mientras iban, quedaron limpios de su enfermedad. Uno de ellos, al verse sanado, regresó alabando a Dios a grandes voces, y se inclinó hasta el suelo ante Jesús para darle las gracias. Este hombre era de Samaria. Jesús dijo:
– ¿Acaso no son diez los que quedaron limpios de su enfermedad? ¿Dónde están los otros nueve? ¿Únicamente este extranjero ha vuelto para alabar a Dios?
Y dijo al hombre:
- Levántate y vete. Tu fe te ha salvado.
¿Qué quiere decir esto?¿Sólo el samaritano fue curado? Los diez fueron curados de la lepra que padecían, pero sólo el fariseo fue curado totalmente, su cuerpo y su alma. Su cuerpo y su corazón. El fariseo, un extranjero despreciado por los judíos, por su fe, que le llevó a agradecer, a sentirse indigno del bien recibido, sanó todo su ser. Se convirtió en una persona nueva.
¿Sabemos agradecer a Jesús el perdón que nos otorga cada día?
"Según las matemáticas del evangelio de hoy, solamente un diez por ciento de las personas de este mundo serían agradecidas. Es de esperar que tal cálculo ande un poco errado, pero lo cierto es que en este mundo hay muchos narcisos y resentidos. Los narcisos piensan que todo se les debe. No es que tengan mayor mérito que el de existir, pero se les debe todo. Los resentidos siempre son la víctima en toda historia y situación. En realidad, las dos cosas son lo mismo. El narcisista, además de pensar que todo se le debe, siempre piensa que todos sus males son resultado de la mala intención de otros. Ellos nunca tienen la culpa.
Hay una cura para estos males, que solo hacen a la gente infeliz, amargada y triste; porque nunca se les va a dar todo lo que creen que merecen, y porque siempre va a salir algo mal. Es como una lepra insidiosa, que se va comiendo poco a poco a la persona. Y es más grave porque nunca se reconoce como mal propio. La infelicidad va a ser también culpa de alguien.
El agradecimiento, por el contrario, es la sorpresa de recibir gracia, favor y bondad por parte de Dios, o de las personas de alrededor sin poder dar razón de merecimiento alguno. El agradecimiento es el reconocimiento de que todo es gracia, y por lo tanto, gratuito. Y, por tanto, el agradecimiento es elemento sustancial de la fe, virtud teologal concedida como gracia e invitación. Jesús le dice al leproso “tu fe te ha salvado”. Pero el leproso acudía, a diferencia de los otros nueve, a dar gracias… la fe siempre precede al agradecimiento. Da gracias porque cree en la verdad. Da gracias porque pide sin exigir y recibe con sorpresa y alegría, y no como pago a algo que haya hecho. Y es eso lo que salva. Sin esa visión de fe que reconoce el don de Dios siempre inmerecido, no puede haber sanación. La fe salva. El agradecimiento salva, libera."
(Virginia Fernández, Ciudad Redonda)
No hay comentarios:
Publicar un comentario