El evangelio de hoy, se puede comentar desde diferentes puntos. Yo me fijo en la última frase: "para que, creyendo, tengáis vida en su nombre." Aquí acabaría el Evangelio de Juan. El capítulo 21 parece un añadido posterior. Tomás no creía si no veía y tocaba. Nuestra sociedad no cree en lo que no se puede demostrar científicamente. Sin embargo Jesús les dice: "dichosos los que crean sin haber visto." Y es que creer, para ser auténtica Fe, ha de tener esa parte de confianza, ese fiarnos. Creemos porque nos fiamos del que nos habla. Creemos porque es su Palabra. Y esa Fe nos da vida; porque esta Fe es la que nos lleva a poner el Amor en el centro de nuestras vidas.
"♠ LOS DISCÍPULOS EN UNA CASA CON LAS PUERTAS CERRADAS. Eso de los cerrojos nos va mucho. Y lo de encerrarnos también. Cuando las cosas se ponen mal, en lugar de buscar soluciones... nos encerramos a llorar, a lamentar, a buscar culpables...; nos aislamos de todo el mundo. Y atrancamos puertas y ventanas interiores, y procuramos tragárnoslo todo nosotros solitos. ¡Que no entre nadie!. Y nos envuelve la tristeza y el miedo. No a los judíos, claro, pero sí a la sociedad y al entorno cercano: Miedo o vergüenza a que sepan que soy creyente, o que no he sido fiel, o a compartir mi fe con otros hermanos, con mi familia, con mi pareja... Nos cuesta pedir ayuda a Dios y a los otros... Fácilmente se va apagando mi relación con Dios y crece la distancia con los otros. Quedan apenas algunos recuerdos, lamentos, tristeza...
- Primero: ¡Paz a vosotros! Por dos veces lo repite: ¡Paz a vosotros! Cómo sabe el Señor lo que necesitamos. A lo mejor necesitamos que nos lo diga más veces. En todo caso acojamos esta paz, deja que esta palabra alcance hasta el último rincón de tus inquietudes, de tu corazón. Sólo él puede darnos la paz. ¡Paz! Y nuestras tensiones, ansias y agobios se irán serenando y disolviendo. Siempre que oramos, es la primera palabra que el Señor nos dirige: Paz. Cuando nos reunimos en comunidad: ¡Paz! Cuando estamos desconcertados: ¡Paz! Repítelo y mastícalo en tu interior, y déjale que actúe y te transforme.
- Segundo: Alegraos. Todo tiene salida. Dios está de nuestra parte. Y, aunque tengamos que sufrir un poco en pruebas diversas, la última palabra la tiene el Señor. La oscuridad, el fracaso, la injusticia, el pecado, la muerte... no tienen la última palabra. Podemos vivirlo todo con esperanza y confianza. La alegría profunda es un signo distintivo del cristiano que se ha encontrado con el Señor. Como al vidente de Patmos (segunda lectura), él pone su mano derecha sobre mí, diciéndome: «No temas; Yo soy el Primero y el Último, el Viviente; estuve muerto, pero ya ves: vivo por los siglos de los siglos».
- Tercero: Como el Padre me envió, yo os envío. ¡Vaya una responsabilidad! Resulta que después de nuestros fallos, traiciones, temores... el Señor nos «corresponde» abriendo puertas y ventanas, y haciéndonos salir de nuestros encierros y seguridades. ¿Adónde, a qué? A hacer lo mismo que él hizo. Somos enviados de la misma forma que el Padre le envió. Hay que seguir dando a conocer y haciendo presente al Dios de la vida, al Dios de los pobres, al Dios del Amor. Y ya que Jesús se tomó en serio aquel encargo de su Padre, con lágrimas y sangre, porque nosotros los hombres lo necesitábamos, hoy confía y espera de nosotros lo mismo.
- Cuarto: Recibid el Espíritu Santo. Lo celebraremos más despacio el día de Pentecostés. Pero el Espíritu no vino sólo en aquel día, ni sólo en el Bautismo o la Confirmación... Siempre que andamos mal, siempre que tenemos una misión encomendada, siempre que el Señor nos encuentra en nuestra fragilidad herida, nos regala su Espíritu Santo, que es la Fuerza que a él le permitió ser un testigo del Padre desde el día de su Bautismo, y superar la noche de la entrega y de la cruz, que le sacó del sepulcro y le mantiene vivo hasta hoy... ¡es también nuestra fuerza!
- Por último: a quienes les perdonéis los pecados... Si el Señor se presenta a sus discípulos, si el Señor nos visita en nuestras celebraciones, si nos permite acercarnos a su mesa aunque no seamos dignos, si cuenta con nosotros para seguir haciendo presente su Evangelio y extendiendo el Reino... es porque nos lo ha perdonado todo. ¡Estás perdonado! A pesar de todo perdonado. ¡Perdonados para perdonar! Reconciliados para reconciliar.
A lo mejor estás pensando que no sientes esa paz del Señor, que no experimentas su profunda alegría, que no estás seguro de haber sido perdonado, que no te llega la fuerza del Espíritu Santo... Pues mira a Tomás y ten paciencia. Ya llegará tu turno. Entre tanto, confía, cree, y arrímate a los que ya lo han «visto» y espera y ora..."
(Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf)
No hay comentarios:
Publicar un comentario