sábado, 31 de marzo de 2018

SÁBADO SANTO


El Sábado Santo tiene dos etapas. Durante el día es momento de silencio, de soledad. La noche, con el oficio, que aunque se adelanta en muchas parroquias debería celebrarse ya el domingo (a las 12), la alegría de la Resurrección.
El Sábado Santo es para vivir la soledad del fracaso. Jesús está muerto. Ni los apóstoles, ni las mujeres se enteraron de que resucitaría. Por eso ellas se dirigieron la mañana del domingo al sepulcro para acabar de amortajarlo.
El Sábado Santo es el día del silencio de Dios. Nosotros vivimos muchas veces en Sábado Santo. Ante el mal, las injusticias, el triunfo del poder, nos preguntamos dónde está Dios. Es más, muchas veces le echamos la culpa a Él del mal del mundo. Nos preguntamos, ¿dónde estás? Llegamos a negar su existencia...o pensamos que es un Dios cruel que no nos ama. No damos el paso al domingo de Resurrección. No comprendemos que Él ha resucitado, que está presente en cada uno de nosotros y de que somos nosotros los que debemos luchar para vencer el mal, para hacer de nuestra sociedad un lugar fraterno en el que reine el amor.
Nosotros seguimos inmersos en el sábado. Tristes. Creyéndonos solos y abandonados.
Hoy, sin embargo, es un día para meditar en la esperanza. Para recordar que, aunque Él parezca oculto, está ahí junto a nosotros. Está en mi hermano que me hace reír. Está en mi hermano que me tiende la mano cuando he caído. Está en el pobre que pide la mía. Está en el inmigrante que me necesita. está en el enfermo, en el hambriento, en el desnudo... 
El amanecer está ahí, al llegar. El sol ya sale por el horizonte...

viernes, 30 de marzo de 2018

VIERNES SANTO


Hoy no haré ningún comentario. Sobran las palabras. Se trata de que leamos, de que meditemos la pasión según san Juan. Contemplando el sufrimiento, la soledad, la muerte de Jesús, iremos relativizando nuestros sufrimientos, nuestra soledad y nos llenaremos del mor de Jesús, que se entrega por nosotros.

"Después de decir estas cosas, Jesús pasó con sus discípulos al otro lado del arroyo de Cedrón, donde había un huerto en el que entró Jesús con ellos. También Judas, el que le traicionaba, conocía el lugar, porque muchas veces se había reunido allí Jesús con sus discípulos. Así que Judas se presentó con una tropa de soldados y con algunos guardias del templo enviados por los jefes de los sacerdotes y por los fariseos. Iban armados y llevaban lámparas y antorchas. Pero como Jesús ya sabía todo lo que había de pasarle, salió a su encuentro y les preguntó:
– ¿A quién buscáis?
– A Jesús de Nazaret –le contestaron.
Dijo Jesús:
– Yo soy.
Judas, el que le traicionaba, estaba también allí con ellos. Cuando Jesús les dijo: “Yo soy”, se echaron atrás y cayeron al suelo. Jesús volvió a preguntarles:
– ¿A quién buscáis?
Repitieron:
– A Jesús de Nazaret.
Jesús les dijo:
– Ya os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad que los demás se vayan.
Esto sucedió para que se cumpliese lo que Jesús mismo había dicho: “Padre, de los que me confiaste, ninguno se perdió.” Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó y le cortó la oreja derecha a uno llamado Malco, criado del sumo sacerdote. Jesús dijo a Pedro:
– Vuelve la espada a su lugar. Si el Padre me da a beber esta copa amarga, ¿acaso no habré de beberla?
Los soldados de la tropa, con su comandante y los guardias judíos del templo, arrestaron a Jesús y lo ataron. Le llevaron primero a casa de Anás, porque este era suegro de Caifás, el sumo sacerdote de aquel año. Este Caifás era el mismo que había dicho a los judíos: “Es mejor que un solo hombre muera por el pueblo.” 
Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. El otro discípulo era conocido del sumo sacerdote, de modo que entró con Jesús en la casa; pero Pedro se quedó fuera, a la puerta. Por eso, el discípulo conocido del sumo sacerdote salió y habló con la portera, e hizo entrar a Pedro. La portera preguntó a Pedro:
– ¿No eres tú uno de los discípulos de ese hombre?
Pedro contestó:
– No, no lo soy.
Como hacía frío, los criados y los guardias del templo habían encendido fuego y estaban allí, calentándose. Pedro también estaba entre ellos, calentándose junto al fuego.
Jesús es interrogado por el sumo sacerdote
El sumo sacerdote comenzó a preguntar a Jesús acerca de sus discípulos y de lo que enseñaba. Jesús le respondió:
– Yo he hablado públicamente delante de todo el mundo. Siempre he enseñado en las sinagogas y en el templo, donde se reúnen todos los judíos; así que no he dicho nada en secreto. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a quienes me han escuchado y que ellos digan de qué les hablaba. Ellos saben lo que he dicho.
Cuando Jesús dijo esto, uno de los guardias del templo le dio una bofetada, diciéndole:
– ¿Así contestas al sumo sacerdote?
Jesús le respondió:
– Si he dicho algo malo, muéstrame qué ha sido; y si lo que he dicho está bien, ¿por qué me pegas?
Entonces Anás envió a Jesús, atado, al sumo sacerdote Caifás. Entre tanto, Simón Pedro seguía allí, calentándose junto al fuego. Le preguntaron:
– ¿No eres tú uno de los discípulos de ese hombre?
Pedro lo negó, diciendo:
– No, no lo soy.
Luego le preguntó uno de los criados del sumo sacerdote, pariente del hombre a quien Pedro le había cortado la oreja: 
–¿No te vi con él en el huerto?
Pedro lo negó otra vez, y en aquel mismo instante cantó el gallo. Llevaron a Jesús de la casa de Caifás al palacio del gobernador romano. Como ya comenzaba a amanecer, los judíos no entraron en el palacio, pues habrían quedado ritualmente impuros y no habrían podido comer la cena de Pascua. Por eso salió Pilato a hablar con ellos y les preguntó:
– ¿De qué acusáis a este hombre?
– Si no fuera un criminal – le contestaron –, no te lo habríamos entregado.
Pilato les dijo:
– Lleváoslo y juzgadle conforme a vuestra propia ley.
Los judíos contestaron:
– Los judíos no tenemos autoridad para ejecutar a nadie.
Así se cumplió lo que Jesús había dicho sobre la manera en que tendría que morir. Pilato volvió a entrar en el palacio, llamó a Jesús y le preguntó:
– ¿Eres tú el Rey de los judíos? 
Jesús le dijo:
– ¿Eso lo preguntas tú de tu propia cuenta o porque otros te lo han dicho de mí?
Le contestó Pilato:
– ¿Acaso yo soy judío? Los de tu nación y los jefes de los sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?
Jesús le contestó:
– Mi reino no es de este mundo. Si lo fuese, mis servidores habrían luchado para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi reino no es de aquí.
Le preguntó entonces Pilato:
– ¿Así que tú eres rey?
Jesús le contestó:
– Tú lo has dicho: soy rey. Yo nací y vine al mundo para decir lo que es la verdad. Y todos los que pertenecen a la verdad, me escuchan. 
– ¿Y qué es la verdad? – le preguntó Pilato.
Después de esta pregunta, Pilato salió otra vez a hablar con los judíos. Les dijo:
– Yo no encuentro ningún delito en este hombre. Y ya que tenéis la costumbre de que os ponga en libertad a un preso durante la fiesta de la Pascua, ¿queréis que os ponga en libertad al Rey de los judíos?
Todos volvieron a gritar:
– ¡A ese no! ¡A Barrabás!
Y Barrabás era un ladrón.
Pilato, entonces, ordenó que azotaran a Jesús.  Además, los soldados tejieron una corona de espinas y la pusieron en la cabeza de Jesús, y le vistieron con una capa de color rojo oscuro. Luego se acercaban a él, diciendo:
– ¡Viva el Rey de los judíos!
Y le golpeaban en la cara.
Pilato volvió a salir y les dijo:
– Mirad, os lo he sacado para que sepáis que yo no encuentro en él ningún delito. 
Salió, pues, Jesús, con la corona de espinas en la cabeza y vestido con aquella capa de color rojo oscuro. Pilato dijo:
– ¡Ahí tenéis a este hombre!
Cuando le vieron los jefes de los sacerdotes y los guardias del templo, comenzaron a gritar:
– ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!
Pilato les dijo:
– Pues lleváoslo y crucificadle vosotros, porque yo no encuentro ningún delito en él.
Los judíos le contestaron:
– Nosotros tenemos una ley, y según nuestra ley debe morir porque se ha hecho pasar por Hijo de Dios. 
Al oir esto, Pilato tuvo más miedo todavía.  Entró de nuevo en el palacio y preguntó a Jesús:
– ¿De dónde eres tú?
Pero Jesús no le contestó nada. Pilato insistió:
– ¿Es que no me vas a contestar? ¿No sabes que tengo autoridad, tanto para ponerte en libertad como para crucificarte?
Jesús le contestó:
– Ninguna autoridad tendrías sobre mí, si Dios no te la hubiera dado. Por eso, el que me ha entregado a ti es más culpable de pecado que tú.
Desde aquel momento, Pilato buscó la manera de poner en libertad a Jesús; pero los judíos le gritaban:
– ¡Si le pones en libertad, no eres amigo del césar! ¡Todo el que se hace rey es enemigo del césar!
Al oir esto, Pilato ordenó que sacaran a Jesús, y luego se sentó en el tribunal, en el lugar que llamaban en hebreo Gabatá (es decir, El Empedrado). Era la víspera de la Pascua, hacia el mediodía. Pilato dijo a los judíos:
– ¡Aquí tenéis a vuestro Rey!
Pero ellos gritaban:
– ¡Muera! ¡Muera! ¡Crucifícalo!
Pilato les preguntó:
– ¿Acaso he de crucificar a vuestro Rey?
Y los jefes de los sacerdotes le contestaron:
– ¡No tenemos más rey que el césar!
Entonces Pilato les entregó a Jesús para que lo crucificaran, y ellos se lo llevaron. Jesús, llevando su cruz, salió para ir al llamado “Lugar de la Calavera” (que en hebreo es Gólgota). Allí lo crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado. Pilato mandó poner sobre la cruz un letrero que decía: “Jesús de Nazaret, Rey de los judíos.” Muchos judíos leyeron aquel letrero, porque el lugar donde crucificaron a Jesús se hallaba cerca de la ciudad, y el letrero estaba escrito en hebreo, latín y griego. Por eso, los jefes de los sacerdotes judíos dijeron a Pilato:
– No escribas: ‘El Rey de los judíos’, sino: ‘El que dice ser Rey de los judíos.’
Pero Pilato les contestó:
– Lo que he escrito, escrito queda.
Después de crucificar a Jesús, los soldados tomaron sus ropas y se las repartieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también su túnica, pero como no tenía costura, sino que estaba tejida de arriba abajo de una sola pieza, se dijeron entre ellos:
– No la partamos. Echémosla a suertes, a ver a quién le toca.
Así se cumplió la Escritura que dice: “Se repartieron entre sí mi ropa y echaron a suertes mi túnica.” Esto fue lo que hicieron los soldados.
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, esposa de Cleofás, y María Magdalena. Cuando Jesús vio a su madre y junto a ella al discípulo a quien él quería mucho, dijo a su madre:
– Mujer, ahí tienes a tu hijo.
Luego dijo al discípulo:
– Ahí tienes a tu madre. 
Desde entonces, aquel discípulo la recibió en su casa. Después de esto, como Jesús sabía que ya todo se había cumplido, y para que se cumpliera la Escritura, dijo:
– Tengo sed.
Había allí una jarra llena de vino agrio. Empaparon una esponja en el vino, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca. Jesús bebió el vino agrio y dijo:
– Todo está cumplido.
Luego inclinó la cabeza y murió.
Era el día de la preparación de la Pascua. Los judíos no querían que los cuerpos quedasen en las cruces durante el sábado, pues precisamente aquel sábado era muy solemne. Por eso pidieron a Pilato que ordenara quebrar las piernas a los crucificados y quitar de allí los cuerpos. Fueron entonces los soldados y quebraron las piernas primero a uno y luego al otro de los crucificados junto a Jesús. Pero al acercarse a Jesús vieron que ya había muerto. Por eso no le quebraron las piernas.
Sin embargo, uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza, y al momento salió sangre y agua. El que cuenta esto es uno que lo vio y que dice la verdad. Él sabe que dice la verdad, para que vosotros también creáis. Porque estas cosas sucedieron para que se cumpliera la Escritura que dice: “No le quebrarán ningún hueso.” Y en otra parte dice la Escritura: “Mirarán al que traspasaron.” 
Después de esto, José, el de Arimatea, pidió permiso a Pilato para llevarse el cuerpo de Jesús. José era un seguidor de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos. Pilato le dio permiso, y José fue y se llevó el cuerpo. También Nicodemo, el que una noche fue a hablar con Jesús, llegó con unos treinta kilos de perfume de mirra y áloe. José y Nicodemo, pues, tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas empapadas en aquel perfume, según acostumbraban hacer los judíos para enterrar a sus muertos. En el lugar donde crucificaron a Jesús había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, donde todavía no se había depositado a nadie. Allí pusieron el cuerpo de Jesús, porque el sepulcro estaba cerca y porque ya iba a empezar el sábado de los judíos."





jueves, 29 de marzo de 2018

UNA IGLESIA QUE SIRVE


"Era la víspera de la fiesta de la Pascua. Jesús sabía que le había llegado la hora de dejar este mundo para ir a reunirse con el Padre. Él siempre había amado a los suyos que estaban en el mundo, y así los amó hasta el fin. 
El diablo ya había metido en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la idea de traicionar a Jesús. Durante la cena, Jesús, sabiendo que había venido de Dios, que volvía a Dios y que el Padre le había dado toda autoridad, se levantó de la mesa, se quitó la ropa exterior y se puso una toalla a la cintura. Luego vertió agua en una palangana y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla que llevaba a la cintura.
Cuando iba a lavar los pies a Simón Pedro, este le dijo:
– Señor, ¿vas tú a lavarme los pies?
Jesús le contestó:
– Ahora no entiendes lo que estoy haciendo, pero más tarde lo entenderás.
Pedro dijo:
– ¡Jamás permitiré que me laves los pies!
Respondió Jesús:
– Si no te los lavo no podrás ser de los míos.
Simón Pedro le dijo:
– ¡Entonces, Señor, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza! 
Pero Jesús le respondió:
– El que está recién bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos.
Dijo: “No estáis limpios todos”, porque sabía quién le iba a traicionar.
Después de lavarles los pies, Jesús volvió a ponerse la ropa exterior, se sentó de nuevo a la mesa y les dijo:
– ¿Entendéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y tenéis razón porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado un ejemplo para que vosotros hagáis lo mismo que yo os he hecho."

La santa Cena es un texto que todos debemos meditar, tanto en los Sinópticos como en el Evangelio de Juan.
La liturgia de hoy, nos presenta el fragmento en que Jesús lava los pies a sus discípulos. Hoy es el dia de la Eucaristía. Parece que el texto en que Jesús reparte el pan y el vino debería ser el elegido. Pero la liturgia de hoy, con este texto, nos desvela el sentido de la Eucaristía: amor y servicio.
La Eucaristía es el sacramento que nos une a Jesús y nos unos con otros como hermanos. Estar unido a Jesús nos lleva a ser como Él. Él, que es el Maestro y Señor, se hace servidor. Se ciñe la toalla y lava los pies a sus discípulos como haría un esclavo en su tiempo. Nos está mostrando claramente que debemos "servir". Nos dice, que la misión de la Iglesia, es servir a la humanidad. Muchas veces hemos oído la frase: "una Iglesia que no sirve, no sirve para nada." Por eso decimos que el Jueves Santo es el día del Amor Fraterno. Hoy más que nunca debemos tomar la resolución de servir como hizo Jesús. No solamente lavando los pies a sus discípulos, sino dando su vida en la Cruz por todos los hombres.
Deberíamos despojar a la Iglesia de todo lo que supone grandeza, poder, privilegios...
Si al salir de misa, después de recibir la Eucaristía, no estamos dispuestos a servir, ese momento ha sido inútil. En realidad no hemos comulgado, porque no nos hemos unido ni a Jesús ni a nuestros hermanos. Todo lo que tenemos es para los demás. Entregarse. Esta es la clave del cristiano. Esta es la influencia que debemos tener los cristianos en el mundo.


sábado, 24 de marzo de 2018

POR TODOS


"Al ver lo que Jesús había hecho, creyeron en él muchos de los judíos que habían ido a acompañar a María. Pero algunos fueron a contar a los fariseos lo hecho por Jesús. Entonces los fariseos y los jefes de los sacerdotes, reunidos con la Junta Suprema, dijeron:
– ¿Qué haremos? Este hombre está haciendo muchas señales milagrosas. Si le dejamos seguir así, todos van a creer en él, y las autoridades romanas vendrán y destruirán nuestro templo y nuestra nación.
Pero uno de ellos llamado Caifás, sumo sacerdote aquel año, les dijo:
– Vosotros no sabéis nada. No os dais cuenta de que es mejor para vosotros que muera un solo hombre por el pueblo y no que toda la nación sea destruida.
Pero Caifás no habló así por su propia cuenta, sino que, como era sumo sacerdote aquel año, dijo proféticamente que Jesús había de morir por la nación judía,  y no solo por esta nación, sino también para reunir a todos los hijos de Dios que se hallaban dispersos. Desde aquel día, las autoridades judías tomaron la decisión de matar a Jesús.
Por eso, Jesús ya no andaba públicamente entre los judíos, sino que se marchó de la región de Judea a un lugar cercano al desierto, a un pueblo llamado Efraín. Allí se quedó con sus discípulos.
Faltaba poco para la fiesta de la Pascuas de los judíos, y mucha gente de los pueblos se dirigía a Jerusalén, a celebrar antes de la Pascua los ritos de purificación. Andaban buscando a Jesús, y se preguntaban unos a otros en el templo:
– ¿Qué os parece? ¿Vendrá a la fiesta, o no?"

Caifás, sin pretenderlo, dice la verdad. Jesús muere por salvar, no al pueblo, sino a toda la humanidad.
Cuando el que detenta el poder, habla del bien común, suele hablar de lo que más le conviene a él. Demasiadas veces escondemos nuestro egoísmo con argumentos de altruismo. Pero en este caso Caifás acierta. Jesús muere para el bien de todos, para unirnos a todos los hombres. La cruz es un signo de amor y a su sombra debemos unirnos todos. No hay mayor amor que el de entregar la vida por los demás. 




viernes, 23 de marzo de 2018

OBRAS SON AMORES


"Los judíos volvieron a coger piedras para tirárselas, pero Jesús les dijo:
– Por el poder de mi Padre he hecho muchas cosas buenas delante de vosotros: ¿por cuál de ellas me vais a apedrear?
Los judíos le contestaron:
– No vamos a apedrearte por ninguna cosa buena que hayas hecho, sino porque tus palabras son una ofensa contra Dios. Tú, que no eres más que un hombre, te haces Dios a ti mismo.
Jesús les respondió:
– En vuestra ley está escrito: ‘Yo dije que sois dioses.’ Sabemos que no se puede negar lo que dice la Escritura, y Dios llamó dioses a aquellas personas a quienes dirigió su mensaje. Y si Dios me apartó a mí y me envió al mundo, ¿cómo podéis decir que le he ofendido por haber dicho que soy Hijo de Dios? Si no hago las obras que hace mi Padre, no me creáis. Pero si las hago, creed en ellas aunque no creáis en mí, para que de una vez por todas sepáis que el Padre está en mí y yo en el Padre. 
De nuevo quisieron apresarle, pero Jesús se escapó de sus manos.
Regresó Jesús al lado oriental del Jordán, y se quedó allí, en el lugar donde Juan había estado antes bautizando. Muchos fueron a verle y decían:
– Ciertamente, aunque Juan no hizo ninguna señal milagrosa, todo lo que decía de este hombre era verdad.
Muchos creyeron en Jesús en aquel lugar."

Jesús presenta obras. Ha pasado la vida curando, devolviendo la vista, haciendo caminar, purificando de la lepra...Sin embargo, los judíos quieren apedrearlo. No lo aceptan. Ellos defienden ideas. Ser hijos de Abraham es lo importante para ellos.
Jesús nos enseña, que todo el que hace obras buenas, todo el que se entrega a los demás, hace las obras del Padre, es seguidor suyo. Nosotros podemos caer también en el error de los judíos y considerar hijos de Dios, sólo a aquellos que siguen una doctrina. Todo aquél que hace el bien, que entrega su vida por los demás, que ama, que lucha por la justicia, es hijo de Dios. Obras son amores...  


jueves, 22 de marzo de 2018

GUARDAR SU PALABRA


"Os aseguro que quien hace caso a mi palabra no morirá.
Los judíos le dijeron:
– Ahora estamos seguros de que tienes un demonio. Abraham y todos los profetas murieron, y tú dices: ‘Quien hace caso a mi palabra no morirá.’ ¿Acaso eres tú más que nuestro padre Abraham? Él murió, y murieron también los profetas. ¿Quién te has creído que eres? 
Jesús contestó:
– Si yo me honrase a mí mismo, mi honra no valdría nada. Pero el que me honra es mi Padre, el mismo que decís que es vuestro Dios. Pero vosotros no le conocéis. Yo sí le conozco, y si dijera que no le conozco sería tan mentiroso como vosotros. Pero, ciertamente, le conozco y hago caso a su palabra. Abraham, vuestro antepasado, se alegró porque iba a ver mi día: y lo vio, y se llenó de gozo. 
Los judíos preguntaron a Jesús:
– Si todavía no tienes cincuenta años, ¿cómo dices que has visto a Abraham? 
Jesús les contestó:
– Os aseguro que yo existo desde antes que existiera Abraham. 
Entonces ellos cogieron piedras para arrojárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo."

Los judíos no entendían nada. Para ellos la religión eran conceptos. Para Jesús es la Palabra. La Fe no es creer doctrinas ni tan siquiera una moral. La Fe es creer en Jesús, creer en su Palabra. Una Palabra que es vida, porque nos muestra al Padre.
Ser su discípulo es conocer y meditar su Palabra. Esto es lo que da la vida a nuestro actuar.
Estos días de Cuaresma y sobre todo, los tiempos fuertes de Semana Santa, son buenos momentos para que meditemos y profundicemos su Palabra. Y sobre todo para que la pongamos en práctica.  




miércoles, 21 de marzo de 2018

LIBRES O ESCLAVOS


"Jesús dijo a los judíos que habían creído en él:
– Si os mantenéis fieles a mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. 
Ellos le contestaron:
– Nosotros somos descendientes de Abraham y nunca fuimos esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú que seremos libres?
Jesús les dijo:
– Os aseguro que todos los que pecan son esclavos del pecado. Un esclavo no pertenece para siempre a la familia, pero un hijo sí pertenece a ella para siempre. Así que, si el Hijo os hace libres, seréis verdaderamente libres. Ya sé que sois descendientes de Abraham, pero queréis matarme porque no aceptáis mi palabra. Yo hablo de lo que el Padre me ha mostrado, y vosotros hacéis lo que vuestro padre os ha dicho.
Dijeron ellos:
– ¡Nuestro padre es Abraham!
Pero Jesús les respondió:
– Si de veras fuerais hijos de Abraham, haríais lo que él hizo. Pero a mí, que os digo la verdad que Dios me ha enseñado, queréis matarme. ¡Y eso nunca lo hizo Abraham! Vosotros hacéis lo mismo que vuestro padre.
Dijeron:
– ¡Nosotros no somos unos bastardos! ¡Nuestro único padre es Dios! 
Jesús les contestó:
– Si Dios fuese de veras vuestro padre, me amaríais, porque yo, que estoy aquí, vengo de Dios. No he venido por mi propia cuenta, sino que Dios me ha enviado." 

Jesús nos hace libres, pero los judíos no lo entendieron y, nosotros, seguimos sin entenderlo. Creemos que ser libres es tener poder para poder hacer lo que queramos. Sin embargo, la sociedad nos hace cada día más esclavos. Nos ata a la moda, al dinero, a la fama...Nos hace egoístas. Y esto es precisamente ser esclavos. Nos hace ser esclavos de nosotros mismos.
Jesús nos hace libres, porque nos lleva a Dios. Seguirlo es amar, es ser comprensivo, es saber perdonar. Ahí está la verdadera libertad.




martes, 20 de marzo de 2018

YO SOY

Resultat d'imatges de Cuando levantéis en alto al Hijo del Hombre Fano

"Jesús les volvió a decir:
– Yo me voy, y vosotros me buscaréis, pero moriréis en vuestro pecado. A donde yo voy vosotros no podéis ir. 
Los judíos decían:
– ¿Acaso estará pensando en matarse y por eso dice que no podemos ir a donde él va?
Jesús añadió:
– Vosotros sois de aquí abajo, pero yo soy de arriba. Vosotros sois de este mundo, pero yo no soy de este mundo. Por eso os he dicho que moriréis en vuestros pecados: porque si no creéis que yo soy, moriréis en vuestros pecados.
Entonces le preguntaron:
– ¿Quién eres tú?
Jesús les respondió:
– En primer lugar, ¿por qué he de hablar con vosotros? Tengo mucho que decir y juzgar de vosotros; pero el que me ha enviado dice la verdad, y lo que yo digo al mundo es lo mismo que le he oído decir a él.
Pero ellos no entendieron que les hablaba del Padre. Por eso les dijo:
– Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, reconoceréis que yo soy y que no hago nada por mi propia cuenta. Solamente digo lo que el Padre me ha enseñado. El que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque yo siempre hago lo que le agrada.
Al decir Jesús estas cosas, muchos creyeron en él."

Jesús nos dice hoy: "Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, reconoceréis que YO SOY."
En la Biblia, Dios se presenta con estas palabras: Yo soy. Aquí se nos presenta como la forma de llegar al Padre y que no hace nada por su propia cuenta, sino que siempre cumple la voluntad del Padre.
Si queremos saber cómo es el Padre, hemos de mirar cómo actúa Jesús: Él siempre perdona, cura, se acerca al más débil, acoge al pecador...
Si de verdad  queremos conocer a Dios debemos mirar arriba, al que está en la cruz, al que dio su vida por nosotros. ÉL ES. 


lunes, 19 de marzo de 2018

UN HOMBRE JUSTO


Jacob fue padre de José, el marido de María, y ella fue la madre de Jesús, a quien llamamos el Mesías.
El nacimiento de Jesucristo fue así: María, su madre, estaba comprometida para casarse con José; pero antes de vivir juntos se encontró encinta por el poder del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciar públicamentel a María, decidió separarse de ella en secreto. Ya había pensado hacerlo así, cuando un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo:
- José, descendiente de David, no tengas miedo de tomar a María por esposa, porque el hijo que espera es obra del Espíritu Santo. María tendrá un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús. Se llamará así porque salvará a su pueblo de sus pecados. 
Cuando José despertó, hizo lo que el ángel del Señor le había ordenado."

El evangelio nos dice que José era un hombre justo. Ser justo, en la Biblia, significa seguir la voluntad de Dios. Y esto es lo que hizo José. En el evangelio no encontramos ninguna palabra suya. Él cumple la voluntad de Dios, aunque esto le mantenga al margen.
Su actitud de no querer denunciar a María, lo que habría supuesto su lapidación, nos muestra esa verdadera justicia de José.
Veamos lo que nos dice Koinonía de él:
 "La figura de José es una de las más enigmáticas del Nuevo Testamento, y quizá de la entera Escritura. Lo es, no porque sepamos poco de él, sino porque no pronuncia palabra alguna, a pesar de ser protagonista de varios relatos. En los episodios en torno al nacimiento de Jesús, vive a la sombra de figuras dominantes. José está allí como agregado. Es el hombre de silencio en la trama de la Palabra. De él podemos aprender mucho. El silencio debió ser para José fuente de su fortaleza. Recibir a su prometida embarazada extrañamente, cobijar con su nombre al bebé y educarlo en las ordenanzas del Señor, requieren de mucha fortaleza para arrostrar el ruido social. El silencio ayuda a aquietarse y a abrazar la vida, a trabajar sin afanes de grandeza. José fue jornalero. El silencio es guía de la contemplación. Lleva a mirar más allá de la anécdota personal para fijarse en el corazón de las personas; a admirar la belleza de las creaturas, a saberse en manos de Dios. Tomemos la mano de José para encontrar al Mesías, en silencio." 


domingo, 18 de marzo de 2018

EL GRANO DE TRIGO


"Entre la gente que había ido a Jerusalén a adorar a Dios en la fiesta, había algunos griegos. Estos se acercaron a Felipe, que era de Betsaida, un pueblo de Galilea, y le rogaron:
– Señor, queremos ver a Jesús.
Felipe fue y se lo dijo a Andrés, y los dos fueron a contárselo a Jesús. Jesús les dijo:
– Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Os aseguro que si un grano de trigo no cae en la tierra y muere, seguirá siendo un solo grano; pero si muere, dará fruto abundante. El que ama su vida, la perderá; pero el que desprecia su vida en este mundo, la conservará para la vida eterna. Si alguno quiere servirme, que me siga; y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, mi Padre le honrará.
Siento en este momento una angustia terrible, pero ¿qué voy a decir? ¿Diré: ‘Padre, líbrame de esta angustia’? ¡Pero si precisamente para esto he venido! ¡Padre, glorifica tu nombre!”
Entonces vino una voz del cielo, que decía: “¡Ya lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez!”
Al oir esto, la gente que estaba allí decía que había sido un trueno, aunque algunos afirmaban:
– Un ángel le ha hablado.
Jesús les dijo:
– No ha sido por mí por quien se ha oído esta voz, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo. ¡Ahora va a ser expulsado el que manda en este mundo! Pero cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos a mí.
Con esto daba a entender de qué forma había de morir."

Todo el mundo quiere ver a Jesús. Él anuncia su muerte. Y nos dice que para que el grano de trigo dé fruto ha de morir. Ha de sufrir la transformación bajo tierra.
Jesús nos está indicando que para dar fruto, hemos de morir a nosotros mismos; debemos transformarnos. Pero ¿cómo se muere a nosotros mismos? Amando. Nuestro ego nos encierra en nosotros mismos, nos aparta de los demás, nos hace egoístas. Amar, nos obliga a olvidarnos de nosotros mismos, a morir a nuestros gustos, para entregarnos a los demás. Esta es la única forma de dar fruto.
Jesús se acerca a su entrega total. A dar su vida en la cruz por TODOS. En Él morirán todo el mal, nuestros pecados y en su Resurrección, aparecerá TODO el fruto que puede darse.
Nuestra entrega no nos exige la muerte en cruz, pero sí morir a nosotros mismos. Sólo si somos capaces de dar todo nuestro amor, podremos obtener mucho fruto.   



sábado, 17 de marzo de 2018

CADA UNO EN SU LUGAR


"Entre la gente se encontraban algunos que al oir estas palabras dijeron:
– Seguro que este hombre es el profeta. 
Otros decían:
– Este es el Mesías.
Pero otros decían:
– No, porque el Mesías no puede venir de Galilea. La Escritura dice que el Mesías ha de ser descendiente del rey David y que procederá de Belén, del mismo pueblo de David.
Así que la gente se dividió por causa de Jesús. Algunos querían apresarle, pero nadie llegó a ponerle las manos encima.
Los guardias del templo volvieron a donde estaban los fariseos y los jefes de los sacerdotes, que les preguntaron:
– ¿Por qué no lo habéis traído?
Contestaron los guardias:
– ¡Nadie ha hablado nunca como él!
Los fariseos les dijeron entonces:
– ¿También vosotros os habéis dejado engañar? ¿Acaso ha creído en él alguno de nuestros jefes o de los fariseos? Pero esta gente que no conoce la ley está maldita. 
Nicodemo, el fariseo que en una ocasión había ido a ver a Jesús, les dijo:
– Según nuestra ley, no podemos condenar a un hombre sin antes haberle oído para saber lo que ha hecho.
Le contestaron:
– ¿También tú eres galileo? Estudia las Escrituras y verás que ningún profeta ha venido de Galilea.
Cada uno se fue a su casa." 

Jesús se va labrando su camino hacia la cruz. La gente se divide ante Él. Los sacerdotes y fariseos quieren apresarlo, pero los guardias, impresionados por las palabras de Jesús, no lo detienen. 
La Palabra de Jesús es vida para unos y oscuridad para otros. Es la gente sencilla la que lo acepta, la que acoge su Palabra. El orgullo nos aleja de Jesús.
La Palabra, como  a Jesús, nos traerá problemas, porque los poderosos no la aceptan. La Palabra pone a los sencillos en la cabeza y relega a los poderosos al último lugar.


viernes, 16 de marzo de 2018

¿VEMOS SU LUZ?


"Algún tiempo después andaba Jesús por la región de Galilea, pues no quería seguir en Judea porque los judíosa lo buscaban para matarlo. Pero se acercaba la fiesta de las Enramadas, una de las fiestas de los judíos. 
Sin embargo, cuando ya se habían ido sus hermanos, también Jesús fue a la fiesta, aunque no lo hizo públicamente sino casi en secreto.
Hacia la mitad de la fiesta entró Jesús en el templo y comenzó a enseñar.
Algunos de los que vivían en Jerusalén empezaron entonces a preguntar:
– ¿No es a este a quien andan buscando para matarle? Pues ahí está, hablando en público, y nadie le dice nada. ¿Será que verdaderamente las autoridades creen que este hombre es el Mesías? Pero nosotros sabemos de dónde viene; en cambio, cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde viene. 
Al oir esto, Jesús, que estaba enseñando en el templo, dijo con voz fuerte:
– ¡Así que vosotros me conocéis y sabéis de dónde vengo! Pues yo no he venido por mi propia cuenta, sino enviado por aquel que es digno de confianza y a quien vosotros no conocéis. Yo le conozco, porque vengo de él y él me ha enviado.
Entonces quisieron apresarle, pero nadie le echó mano porque todavía no había llegado su hora."

Jesús va a la fiesta de las Tiendas con prudencia. Sabe que está en el punto de mira de las autoridades. Pero no puede dejar de enseñar. La gente está dividida ante Él. Se hacen preguntas. Pero lo que es peor, dicen que lo conocen, que saben de dónde viene. Y cuando Él les dice que es el Padre quien le ha enviado y que ellos no lo conocen, se ponen furiosos. Quieren apresarlo, pero no es su hora.
Como aquella gente, nosotros también rechazamos a las personas que nos muestran el camino de Dios. Decimos que los conocemos, pero en realidad, es la excusa que tenemos para no cambiar de vida. ¿Estamos ciegos o vemos su luz?


jueves, 15 de marzo de 2018

TESTIMONIO DE JESÚS


"Si yo diera testimonio en favor mío, mi testimonio no valdría como prueba; pero hay otro que da testimonio en mi favor, y me consta que su testimonio sí vale como prueba. Vosotros enviasteis a preguntarle a Juan, y lo que él respondió es cierto. Pero yo no dependo del testimonio de ningún hombre; solo digo esto para que vosotros podáis ser salvos. Juan era como una lámpara que ardía y alumbraba, y vosotros quisisteis gozar de su luz un poco de tiempo. Pero tengo a mi favor un testimonio de más valor que el de Juan. Lo que yo hago, que es lo que el Padre me encargó que hiciera, prueba que de veras el Padre me ha enviado. Y también el Padre, que me ha enviado, da testimonio a mi favor, a pesar de que nunca habéis oído su voz ni lo habéis visto ni su mensaje ha penetrado en vosotros, porque no creéis en aquel que el Padre envió. Estudiáis las Escrituras con toda atención porque esperáis encontrar en ellas la vida eterna; y precisamente las Escrituras dan testimonio de mí. Sin embargo, no queréis venir a mí para tener esa vida.
Yo no acepto honores que vengan de los hombres. Además os conozco y sé que no amáis a Dios. Yo he venido en nombre de mi Padre y no me aceptáis; en cambio aceptaríais a cualquier otro que viniera en nombre propio. ¿Cómo podéis creer, si recibís honores unos de otros y no buscáis los honores que vienen del Dios único? No creáis que yo os voy a acusar delante de mi Padre. El que os acusa es Moisés mismo, en quien habéis puesto vuestra esperanza. Porque si vosotros creyerais a Moisés, también me creeríais a mí, porque Moisés escribió acerca de mí. Pero si no creéis lo que él escribió, ¿cómo vais a creer lo que yo os digo?"

Los contemporáneos de Jesús no creían en Él. Por eso les indica quiénes son sus testimonios. Pero el principal testimonio es el Padre.
Jesús les dice, y nos dice, que Él no viene por sí mismo, sino enviado por el Padre. Que Él no busca su gloria, sino mostrarnos al Padre.
También nos dice que noes tan importante el conocimiento, como nuestros actos. No se trata de conocer a Dios, sino de amarlo. 


miércoles, 14 de marzo de 2018

LA VOLUNTAD DEL PADRE


"Pero Jesús les dijo:
– Mi Padre no cesa de trabajar y yo también trabajo.
Por eso los judíos tenían aún más ganas de matarle, porque no solo no observaba el mandato sobre el sábado, sino que además se hacía igual a Dios al decir que Dios era su propio Padre. 
Jesús les dijo:
- Os aseguro que el Hijo de Dios no puede hacer nada por su propia cuenta; solo hace lo que ve hacer al Padre. Todo lo que el Padre hace, lo hace igualmente el Hijo. Porque el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que hace; y le mostrará cosas aún más grandes, que os dejarán asombrados. Pues así como el Padre resucita a los muertos y les da vida, también el Hijo da vida a quienes quiere dársela. Y el Padre no juzga a nadie, sino que ha dado a su Hijo todo el poder de juzgar, para que todos den al Hijo la misma honra que dan al Padre. El que no honra al Hijo tampoco honra al Padre, que lo ha enviado. 
Os aseguro que quien presta atención a mis palabras y cree en el que me envió, tiene vida eterna; y no será condenado, pues ha pasado de la muerte a la vida. Os aseguro que viene la hora, y es ahora mismo, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oigan vivirán. Porque así como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha hecho que el Hijo tenga vida en sí mismo, y le ha dado autoridad para juzgar, por cuanto que es el Hijo del hombre. No os admiréis de esto, porque va a llegar la hora en que todos los muertos oirán su voz  y saldrán de las tumbas. Los que hicieron el bien resucitarán para tener vida, pero los que hicieron el mal resucitarán para ser condenados. 
Yo no puedo hacer nada por mi propia cuenta. Juzgo según el Padre me ordena, y mi juicio es justo, porque no trato de hacer mi voluntad sino la voluntad del Padre, que me ha enviado."

Jesús dice que viene a hacer la voluntad del Padre. Se declara Hijo de Dios y, además, equipara la honra al Padre y la honra al Hijo.
Eso no podían soportarlos los judíos. No veían en Él al Hijo de Dios, sólo al hijo del carpintero.
Sin embargo ahí está la salvación: en escuchar su Palabra, su Voz. En esto está la voluntad de Dios. Y su Palabra nos indica que el camino, que la voluntad de Dios, es que amemos a todos. 




martes, 13 de marzo de 2018

"NO TENGO A NADIE"


"Algún tiempo después celebraban los judíos una fiesta, por lo que Jesús regresó a Jerusalén. En Jerusalén, cerca de la puerta llamada de las Ovejas, hay un estanque llamado en hebreo Betzatá. Tiene cinco pórticos, en los que, echados en el suelo, se encontraban muchos enfermos, ciegos, cojos y tullidos.  
Había entre ellos un hombre enfermo desde hacía treinta y ocho años. Cuando Jesús lo vio allí tendido y supo del mucho tiempo que llevaba enfermo, le preguntó:
– ¿Quieres recobrar la salud?
El enfermo le contestó:
– Señor, no tengo a nadie que me meta en el estanque cuando se remueve el agua. Para cuando llego, ya se me ha adelantado otro.
Jesús le dijo:
– Levántate, recoge tu camilla y anda.
En aquel momento el hombre recobró la salud, recogió su camilla y echó a andar. Pero como era sábado, los judíos dijeron al que había sido sanado:
– Hoy es sábado; no te está permitido llevar tu camilla.
El hombre les contestó:
– El que me devolvió la salud me dijo: ‘Recoge tu camilla y anda.’
Ellos le preguntaron:
– ¿Quién es el que te dijo: ‘Recoge tu camilla y anda’?
Pero el hombre no sabía quién le había curado, porque Jesús había desaparecido entre la multitud. Después, en el templo, Jesús se encontró con él y le dijo:
– Mira, ahora que ya has recobrado la salud no vuelvas a pecar, no sea que te pase algo peor.
El hombre se fue y dijo a los judíos que Jesús era quien le había devuelto la salud. Por eso los judíos perseguían a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado."

Hoy Jesús se encuentra ante un hombre que lleva treinta y ocho años paralítico. En esa piscina se decía que un ángel removía las aguas y el primero que entraba, quedaba curado de sus dolencias. Las palabras del paralítico centran nuestra reflexión de hoy: "No tengo a nadie que me ayude..."
El pecado es el que nos paraliza en nuestra vida. Nos esclaviza y nos impide hacer el bien. Pero puede ser que haya pecadores a los que nadie ayuda a salir del mal, a convertirse. Jesús le da esa libertad y le dice de que cargue con sus pecados. La conversión borra nuestras faltas, pero no debemos olvidarlas. Hemos de cargar con ellas para no volver a caer.
¿Somos una ayuda para los demás? Personas que hacen el mal en nuestro entorno, pueden decir ¿nadie me ayuda? Es muy fácil condenar, criticar, juzgar. Jesús lo que quiere es que ayudemos. Y Él lo hace en sábado, sabiendo que será criticado por esto. Como Jesús, tendamos la mano a todo aquél que nos necesita.