No penséis que yo he venido a traer paz al mundo: no he venido a traer paz, sino guerra. He venido a causar discordia: a poner al hombre contra su padre, a la hija contra su madre y a la nuera contra su suegra; de modo que los enemigos de uno serán sus propios familiares.
El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que trate de salvar su vida, la perderá; en cambio, el que pierda su vida por causa mía, la salvará.
El que os recibe a vosotros, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió. El que recibe a un profeta por ser profeta, recibirá la recompensa que merece un profeta; y el que recibe a un justo por ser justo, recibirá la recompensa que merece un justo. Y cualquiera que dé aunque solo sea un vaso de agua fresca al más humilde de mis discípulos por ser mi discípulo, os aseguro que no quedará sin recompensa.
Cuando Jesús terminó de dar instrucciones a sus doce discípulos, se fue de allí a enseñar y anunciar el mensaje en los pueblos de aquella región.
Nos encontramos ante otro texto desconcertante. ¿No hemos de amar a nuestros padres? ¿Jesús ha venido a traer la guerra?
Jesús, lo que quiere decirnos es, que debemos seguirlo con todas nuestras fuerzas, por encima de nuestros gustos. Debemos entregar su vida por Él. Debimos evitar todo lo que nos distrae y aleja de Él.
Vuelve a decirnos, que los más cercanos pueden convertirse en nuestros enemigos; nos pueden alejar de Él.
Todo esto puede turbarnos. Tal como se encuentra el mundo también. Seguir a Jesús no está de moda. La religión cada vez está más menospreciada. Vemos las iglesias vacías o llenas de gente de edad. Cada vez veo más religiosos desanimados por la falta de vocaciones. Con la actitud de que el último apague la luz y cierre la puerta.
Las dificultades no deben hacernos perder la esperanza. Los resultados no dependen de nosotros. Es Dios quien da la gracia y nos llama a cada uno de nosotros. Debemos seguir a Jesús, dejarnos caer en sus manos y no esperar nada más. Y seguirlo con alegría aunque todo nos parezca obscuro. Seguirlo amando a todo el mundo, aunque nos parezca que nos persiguen. Los frutos dependen de Dios. Nosotros hemos de llenarlo todo con el fuego de Jesús: el AMOR.
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