Seguían ellos su camino. Jesús entró en una aldea, donde una mujer llamada Marta le recibió en su casa. Marta tenía una hermana llamada María, la cual, sentada a los pies de Jesús, escuchaba sus palabras. Pero Marta, atareada con sus muchos quehaceres, se acercó a Jesús y le dijo:
– Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude.
Jesús le contestó:
– Marta, Marta, estás preocupada e inquieta por muchas cosas; sin embargo, solo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y nadie se la quitará.
Este lema de los benedictinos se podría traducir por María y Marta. Marta está junto a Jesús, reza. Marta quiere agasajar a Jesús y trabaja. Podemos decir que ambas son inseparables. Jesús le dice a Marta que María ha escogido la mejor parte. La oración nos une a Dios. La oración da sentido a nuestra vida; pero la verdadera oración nos lleva a entregarnos a actuar, a trabajar en nuestro apostolado. La verdadera oración es la que nos hará ver a Jesús en el pobre, en el necesitado, en el inmigrante, en el enfermo...y entregarnos a ellos.
Marta y María son inseparables.
"Sobre la anécdota de Marta y María, un tanto gastada por el uso, y, por lo demás, muy sencilla de interpretar (en la Iglesia deben complementarse la vida activa y la contemplativa), se ha hecho recientemente algún comentario jocoso; Marta habría estado más acertada si, en vez de protestar, hubiese dicho a Jesús: “Maestro, ¿podrían hablar un poco más alto para que me entere yo también?”
Probablemente en la mente de Jesús y en la del evangelista revolotea justamente esta intención. Hay mucho que hacer en el mundo por mejorarlo, por que funcione según el proyecto de Dios y en él se vayan manifestando los valores del Reino. Pero también los constructores de esta nueva humanidad deben estar atentos a la Palabra de Jesús, que será la que los siga motivando y orientando. ¿Habrá en las palabras de Jesús a Marta un cierto reproche al activismo, a un afán temporal que pueda llegar a perder su sentido de edificación de un mundo mejor? ¿habrá tal vez una crítica a la sociedad de la producción, de la eficacia inmediata y palpable, que tal vez olvida su motivación última?
Como Marta, ignoramos el tema de conversación de su hermana María con Jesús. Pero su largo departir, probablemente en voz muy baja, en un rincón de la casa, nos habla de la importancia del silencio, la reflexión, algo de soledad para estar con el Señor. Y eso era entonces tan necesario como ahora, o quizá no tanto como ahora, pues no había llegado la sociedad del estrés y de las prisas. Ya siglos antes, había lamentado el profeta Jeremías: “la tierra está desolada, porque nadie se recoge a reflexionar” (Jr 12,11). ¿Será posible la reflexión en nuestra sociedad, llena de ruidos, estímulos permanentes en nuestros sentidos…? Algunos temen la llegada no sólo de una generación superficial, sino de una generación de sordos. ¿Qué podrán producir las atronadoras discotecas?
Todavía sigue habiendo en la Iglesia quienes cuestionan la forma de vida de los monasterios cartujos o trapenses, la de tantas monjas de clausura. En el peor de los casos consideran a esas personas como desencantadas de la vida, que acaban huyendo de todo. Esto a veces en abierta contradicción con la fascinación ejercida por prácticas oracionales extracristianas, venidas de las viejas religiones asiáticas.
Tal vez haya en ellas mucho aprovechable; pero es muy deseable saborear antes lo de Jesús, acostumbrarnos a beber en nuestro riquísimo propio pozo, saber “perder el tiempo”, como María de Betania.
(Severiano Blanco cmf, Ciudad Redonda)
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