viernes, 10 de octubre de 2025

EL BIEN Y EL MAL


Aunque algunos dijeron:
– Beelzebú, el jefe de los demonios, es quien ha dado a este hombre poder para expulsarlos.
Otros, para tenderle una trampa, le pidieron una señal milagrosa del cielo. Pero él, que sabía lo que estaban pensando, les dijo:
– Todo país dividido en bandos enemigos se destruye a sí mismo, y sus casas se derrumban una tras otra. Así también, si Satanás se divide contra sí mismo, ¿cómo mantendrá su poder? Digo esto porque afirmáis que yo expulso a los demonios por el poder de Beelzebú. Pues si yo expulso a los demonios por el poder de Beelzebú, ¿quién da a vuestros seguidores el poder para expulsarlos? Por eso, ellos mismos demuestran que estáis equivocados. Pero si yo expulso a los demonios por el poder de Dios, es que el reino de Dios ya ha llegado a vosotros.
Cuando un hombre fuerte y bien armado cuida de su casa, lo que guarda en ella está seguro. Pero si otro más fuerte que él llega y le vence, le quita las armas en las que confiaba y reparte sus bienes como botín.
El que no está conmigo está contra mí; y el que conmigo no recoge, desparrama.
Cuando un espíritu impuro sale de un hombre, anda por lugares desiertos en busca de descanso; pero, no encontrándolo, piensa: 'Regresaré a mi casa, de donde salí.' Al llegar, encuentra la casa barrida y arreglada. Entonces va y reúne otros siete espíritus peores que él y todos juntos se meten a vivir en aquel hombre, que al final queda peor que al principio.
(Lc 11,15.26)

El bien y el mal está en lucha. Y nos puede ocurrir, como a los judíos del tiempo de Jesús que creamos que es el mal quien vence al mal y no darle ningún valor a hacer el bien. Si estamos con Jesús venceremos al mal. Esta debe ser nuestra seguridad.

"Un pasaje del Talmud, especie de enciclopedia judía quizá del siglo V, que recoge tradiciones mucho más antiguas, dice que Jesús “fue colgado por haber practicado la hechicería y haber seducido a Israel”. Es indudablemente la versión no creyente de lo que hoy nos ofrece el evangelio, donde una curación psíquica realizada por Jesús es interpretada como un acto de magia o de uso de poderes diabólicos. Aquellos críticos no parecen bienintencionados, sino personas endurecidas frente al mensaje novedoso de Jesús; para no enmendar sus vidas o modificar criterios recurren a la descalificación del maestro. Poco nos importa la naturaleza precisa del hecho; lo que cuenta es el reproche evangélico a la cerrazón, a la instalación de quien no quiere dejarse interpelar y prefiere interpretar lo que ve, lo que no puede negar, como obra del maligno
No vale la pena detenerse en las dificultades del pasaje evangélico, impregnado por el pensamiento mítico de la época. El mundo, y cada hombre, es considerado por entonces como un campo en disputa; pretenden ocuparlo Jesús y el maligno o los poderes diabólicos. En un lenguaje kerigmático muy discreto, Jesús se designa a sí mismo como uno “más fuerte”; es otra forma de habla del Reino de Dios que se implanta derrotando al simplemente “fuerte”; buena noticia. Pero sigue una enérgica llamada de atención: la casa ocupada por “el más fuerte” no está libre de caer de nuevo en manos del “fuerte”, del anterior dueño; sería una lamentable recaída espiritual.
Jesús habló en algún momento de seguidores que se arrepintieron de la decisión tomada; después de haber puesto la mano en el arado volvieron la vista (Lc 9,62); otros podrían estar pasando por la misma tentación. Y en la Iglesia lucana, ya alejada de los orígenes y que prevé una larga duración en el tiempo, sin parusía a la vista, puede enfriarse el entusiasmo por el “más fuerte” que había llegado y abrirse la puerta al ocupante anterior. Sería una apostasía, que Jesús equivale a caer bajo el poder de siete demonios.
Hace ahora un siglo, los desmitificadores del Nuevo Testamento suponían que, según aquella imagen del mundo, no había espacio para la responsabilidad del hombre, mero juguete de las potencias celestiales o infernales, sin libertad propia. Pero, según este pasaje evangélico, la mentalidad de Jesús no era esa. Él apelaba a la decisión de cada uno, a que considerase qué estaba haciendo con la propia vida. Lucas lo ha expresado bien introduciendo entre las dos extrañas parábolas el dicho sobre estar con Jesús o contra Jesús. Cada uno de nosotros somos cuestionados hoy: ¿a quién hemos abierto nuestra casa? ¿a Jesús, el “más fuerte”, o al primer seductor o engañador que se ha presentado, y que puede tener tantos nombres? Y somos invitados a la vigilancia, para evitar toda “recaída” en nuestro caminar en la fe."
(Severiano Blanco cmf, Ciudad redonda)

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