"Un maestro de la ley fue a hablar con
Jesús, y para ponerle a prueba le preguntó:
– Maestro, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?
Jesús le contestó:
– ¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?
El maestro de la ley respondió:
– ‘Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con
todas tus fuerzas y con toda tu mente; y ama a tu prójimo
como a ti mismo.’
Jesús le dijo:
– Bien contestado. Haz eso y tendrás la vida.
Pero el maestro de la ley, queriendo
justificar su pregunta, dijo a Jesús:
– ¿Y quién es mi prójimo?
30 Jesús le respondió:
– Un hombre que bajaba por el camino de Jerusalén a Jericó fue asaltado por unos bandidos. Le quitaron hasta la ropa que
llevaba puesta, le golpearon y se fueron dejándolo medio muerto. Casualmente pasó un sacerdote por aquel mismo camino, pero al
ver al herido dio un rodeo y siguió adelante. Luego pasó
por allí un levita, que al verlo dio también un rodeo y
siguió adelante. Finalmente, un hombre de Samaria que
viajaba por el mismo camino, le vio y sintió compasión de él. Se le acercó, le curó las heridas con
aceite y vino, y se las vendó. Luego lo montó en su
propia cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, el samaritano sacó dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: ‘Cuida a este hombre. Si
gastas más, te lo pagaré a mi regreso.’Pues bien, ¿cuál
de aquellos tres te parece que fue el prójimo del hombre
asaltado por los bandidos?
El maestro de la ley contestó:
– El que tuvo compasión de él.
Jesús le dijo:
– Ve, pues, y haz tú lo mismo."
La parábola del Samaritano es tan conocida, que corremos el riesgo de pasar por ella sin pararnos a reflexionar. Nos quedamos con que debemos ayudar a los demás. Sin embargo, si nos detenemos a meditarla, nos daremos cuenta de que es fundamental para nuestra espiritualidad.
El letrado, el "teólogo" quiere poner a prueba a Jesús. Él que ha estudiado tantos años, quiere dejar en ridículo a ese hijo de carpintero, que pretende hacer de maestro. Le pregunta qué debe hacer para salvarse, para obtener la vida eterna. Jesús no se deja engañar y le devuelve la pregunta y lo pone frente a las escrituras. El maestro de la Ley le responde correctamente. Pero esa respuesta, por perfecta que sea, corre el riesgo de quedarse en meras palabras. Por eso Jesús la lleva inmediatamente a la práctica y la concreta con una parábola.
La parábola del Buen Samaritano es algo más que una llamada a la caridad. Jesús confronta un sacerdote y un levita, los servidores oficiales del Templo y de la Ley a un Samaritano, un hereje rechazado por los judíos y que no aceptaba el Templo. Y el "teólogo" no tuvo más remedio que reconocer que el prójimo era ese hereje y no los "perfectos" oficiales de la Ley.
Jesús en esta parábola nos enseña que lo fundamental de la religión no es el culto ni los ritos, si no el amor, la misericordia. El sacerdote y el levita no quisieron detenerse para no caer en impureza, ya que se dirigían al Templo. El Samaritano se compadece, lo cura y paga en el hostal para que lo cuiden. Para Jesús, el camino de la salvación es el camino del amor, de la misericordia, del amor. Porque sólo el que ama a los demás puede ser perdonado.
No somos cristianos si damos más importancia al culto, a las normas, a los ritos, que a la compasión. A veces tenemos una idea falsa de lo que es la compasión y por eso no nos gusta. Nos da la impresión de que nos ponemos por encima del otro. Compadecer etimológicamente significa "padecer-con". Es ponerse al mismo nivel. Sólo así podemos ayudar, amar al otro. Y eso es lo fundamental para Jesús: amar a Dios, amando a todos los hombres.