Isaías nos dice hoy: "Abrid las puertas para que entre el pueblo justo que ha sido fiel". Jesús en el evangelio nos indica que entrar o no entrar no depende de palabras bonitas, sino de actos realizados con seriedad: la casa construida sobre roca.
Las paredes sirven para protegernos, pero, a veces, lo que hacen es aislarnos del otro, encerrarnos en una torre de marfil. Nuestras puertas han de estar siempre abiertas a las necesidades de los otros. Las palabras no sirven para nada, si no van acompañadas de hechos.
Adviento es tiempo de abrir puertas y ventanas, de quitar telarañas y prepararnos a recibir a un Dios que se nos acerca en el que sufre, en el que llora, en el hambriento, en el desnudo...
El abrir puertas no solamente es un acto "físico", sino que al hacerlo nos comprometernos a dejar entrar a quienes pasen por delante y sientan la necesidad de descansar un ratito, sentarse, hablar, compartir, descargar sus preocupaciones... y eso lleva consigo una actitud de escucha, de cercanía, de acogimiento, de compartir...
ResponderEliminar¿No será que a veces no abro la puerta por comodidad y para evitar esos compromisos?
Un abrazo
Si es verdad, podemos evitar compromisos; pero a veces estamos saturados, y no damos habasto, pero esto no creo que sea excusa
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