En la primera lectura, el Señor, a través de Isaías, dice a su pueblo: ¡Ojalá hubieras entendido mis mandatos!
En el evangelio, Jesús, nos dice que seguimos sin entender. Porque Juan vivía en el desierto austeramente, decían de él, que tenía un demonio. A Jesús, que comía y bebía, asistía a bodas y banquetes, le acusan de ser un comilón y un borracho, amigo de pecadores.
Nos fijamos en lo accesorio y olvidamos lo fundamental. Miraban las extravagancias de Juan, pero no escuchaban su invitación a la conversión y a preparar los caminos al Señor. De Jesús veían que comía y bebía con los que ellos tenían por pecadores y no escuchaban su mensaje de amor a todos y de seguir la voluntad del Padre.
Queremos reducir a Dios a pautas, ritos y comportamientos y olvidamos lo fundamental : la Palabra de Dios que debe estar en el centro de nuestras vidas. La Vida Nueva, el Reino, es lo que debemos captar. No las cosas accesorias, que cambian con los tiempos. Nosotros, como el pueblo de Israel, nos aferramos a lo de siempre y olvidamos buscar a Dios, poner a Jesús en nuestras vidas.
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