En el evangelio de hoy encontramos a Jesús enseñando en el Templo. Acaba de expulsar a los mercaderes y, los sacerdotes, muy molestos, se dirigen a Él para preguntarle con qué autoridad ha hecho eso. A los sacerdotes no les importa lo que Jesús hace ni lo que dice. Ellos se consideran la autoridad suprema en el Templo y no admiten lo que Jesús ha hecho.
Jesús no responde directamente. Lo hace con otra pregunta que sabe que no responderán. Si la contestan, Él también lo hará.
Nosotros nos equivocamos también como los sacerdotes. Según quién nos dice las cosas, le hacemos caso o no. No miramos la verdad de lo que nos dice, sino quién nos lo dice. Y los religiosos podemos creer, que por serlo, sólo nosotros tenemos el derecho de hablar sobre Dios, de decidir qué es bueno o qué es malo. A creernos ser la "autoridad" en materia religiosa.
Jesús, con la pregunta sobre Juan Bautista los enfrenta con ellos mismos. Y, preocupados como están por la "autoridad", no se atreven a responder por temor a las consecuencias, que sería perderla ante el pueblo. Jesús nos enseña que la única autoridad es su Palabra, que debemos escuchar y meditar en nuestro interior.
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