"María se quedó fuera, junto al sepulcro, llorando. Y llorando como estaba, se agachó a mirar dentro
y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y el otro a los pies.
Los ángeles le preguntaron:
– Mujer, ¿por qué lloras?
Ella les dijo:
– Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.
Apenas dicho esto, volvió la cara y vio allí a Jesús, aunque no sabía que fuera él.
Jesús le preguntó:
– Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?
Ella, pensando que era el que cuidaba el huerto, le dijo:
– Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto, para que yo vaya a buscarlo.
Jesús entonces le dijo:
– ¡María!
Ella se volvió y le respondió en hebreo:
– ¡Rabuni! (que quiere decir “Maestro”).
Jesús le dijo:
– Suéltame, porque todavía no he ido a reunirme con mi Padre.e Pero ve y di a mis hermanos que voy a reunirme con el que es mi Padre y vuestro Padre, mi Dios y vuestro Dios.
Entonces fue María Magdalena y contó a los discípulos que había visto al Señor, y también lo que él le había dicho."
María busca a Jesús. Sus lágrimas no le dejan reconocerlo. Pero Él la llama por su nombre. Entonces, no sólo lo reconoce, sino que es la enviada para anunciar a los otros discípulos su resurrección.
El Evangelio de Juan, como siempre, nos interpela con su simbolismo. Ante las desgracias de este mundo, las lágrimas no nos dejan reconocer a Jesús. Lo creemos ausente, muerto. No entendemos por qué mueren tantos inocentes. Por qué hay tanta injusticia. Y no lo entenderemos hasta que nuestro corazón esté dispuesto a oir su llamada, nuestro nombre en sus labios.
¡Señor! Llámame por mi nombre. Seca las lágrimas de este mundo. Envíame a repartir amor a todo el mundo. ¡Señor! Hazme ver que los gritos pidiendo justicia, que el llanto de los que sufren, que los lamentos de los perseguidos, es tu voz, llamándome por mi nombre. |
martes, 18 de abril de 2017
LA LLAMÓ POR SU NOMBRE
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Hola Juanjo ben vingut
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