"Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi propio cuerpo. Lo daré por la vida del mundo.
Los judíos se pusieron a discutir unos con otros:
– ¿Cómo puede este darnos a comer su propio cuerpo?
Jesús les dijo:
– Os aseguro que si no coméis el cuerpo del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida. El que come mi cuerpo y bebe mi sangre tiene vida eterna; y yo le resucitaré el día último. Porque mi cuerpo es verdadera comida, y mi sangre verdadera bebida. El que come mi cuerpo y bebe mi sangre vive unido a mí, y yo vivo unido a él. El Padre, que me ha enviado, tiene vida, y yo vivo por él. De la misma manera, el que me coma vivirá por mí. Hablo del pan que ha bajado del cielo. Este pan no es como el maná que comieron vuestros antepasados, que murieron a pesar de haberlo comido. El que coma de este pan, vivirá para siempre."
Los judíos no entendieron a Jesús. Lo que Él les pedía era hacerse uno con Él. Comer su carne y beber su sangre es unirse, identificarse totalmente con Él. Esto es lo que significa la Eucaristía. Y parece ser que seguimos sin entenderlo, porque después de participar en ella, salimos igual que hemos entrado.
Hace unos meses, José Antonio Pagola, reconocido especialista en cristología, publicaba estas reflexiones en torno a la eucaristía:
Los estudios sociológicos lo destacan con datos contundentes: los cristianos de nuestras iglesias occidentales están abandonando la misa dominical. La celebración, tal como ha quedado configurada a lo largo de los siglos, ya no es capaz de nutrir su fe ni de vincularlos a la comunidad de Jesús.
Lo sorprendente es que estamos dejando que la misa «se pierda» sin que este hecho apenas provoque reacción alguna entre nosotros. ¿No es la eucaristía el centro de la vida cristiana? ¿Cómo podemos permanecer pasivos, sin capacidad de tomar iniciativa alguna? ¿Por qué la jerarquía permanece tan callada e inmóvil? ¿Por qué los creyentes no manifestamos nuestra preocupación con más fuerza y dolor?
La desafección por la misa está creciendo incluso entre quienes participan en ella de manera responsable e incondicional. Es la fidelidad ejemplar de estas minorías la que está sosteniendo a las comunidades, pero ¿podrá la misa seguir viva solo a base de medidas protectoras que aseguren el cumplimiento del rito actual?
Las preguntas son inevitables: ¿No necesita la Iglesia en su centro una experiencia más viva y encarnada de la cena del Señor que la que ofrece la liturgia actual? ¿Estamos tan seguros de estar haciendo hoy bien lo que Jesús quiso que hiciéramos en memoria suya?
|
domingo, 19 de agosto de 2018
LA CARNE Y LA SANGRE QUE UNEN
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
És cert. Els fidels no han arribat a entendre que la missa és comunicació, comunió, i que el pa del cos s'ofereix en comunió a TOTS. I es queden asseguts al banc, sense atrevir-se a participar.
ResponderEliminarEl fet ve no entendre tampoc que sense confessió es pot participar, perquè Jesús volia precisament que fossin els pecadors els que s'hi acostessin.
Una abraçada, Joan Josep.