jueves, 10 de abril de 2025

LA VERDADERA VIDA

 

Os aseguro que quien hace caso a mi palabra no morirá.
Los judíos le dijeron:
– Ahora estamos seguros de que tienes un demonio. Abraham y todos los profetas murieron, y tú dices: ‘Quien hace caso a mi palabra no morirá.’ ¿Acaso eres tú más que nuestro padre Abraham? Él murió, y murieron también los profetas. ¿Quién te has creído que eres?
Jesús contestó:
– Si yo me honrase a mí mismo, mi honra no valdría nada. Pero el que me honra es mi Padre, el mismo que decís que es vuestro Dios. Pero vosotros no le conocéis. Yo sí le conozco, y si dijera que no le conozco sería tan mentiroso como vosotros. Pero, ciertamente, le conozco y hago caso a su palabra. Abraham, vuestro antepasado, se alegró porque iba a ver mi día: y lo vio, y se llenó de gozo.
Los judíos preguntaron a Jesús:
– Si todavía no tienes cincuenta años, ¿cómo dices que has visto a Abraham?
Jesús les contestó:
– Os aseguro que yo existo desde antes que existiera Abraham.
Entonces ellos cogieron piedras para arrojárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo.

Jesús habla en este texto de la vida y la muerte verdaderas. Es decir, de la Vida del alma y de la Muerte del alma. De la unión con Dios o la separación para siempre. Nosotros lo centramos todo en nuestra vida y muerte corporales. No nos acordamos que Jesús ofreció su vida mortal para obtenernos la verdadera Vida, para hacernos hijos de Dios. Seguir la Palabra es obtener la Vida eterna. 

"El diálogo de Jesús con los judíos es lo más parecido a un diálogo de sordos (al menos, por parte de los judíos). Atendiendo a las palabras parece que están hablando y discutiendo de lo mismo, pero esas palabras pronunciadas por los judíos y por Jesús tiene significados radicalmente distintos. La muerte a la que se refieren los judíos es la muerte biológica que todos padecemos. Jesús habla de otra muerte, la “muerte para siempre”, que significa el total extrañamiento de Dios y de la salvación. Esa salvación se ofrece por medio de la palabra de Jesús. Y aquí se produce una nueva incomprensión. Porque la palabra de Jesús no es una nueva filosofía, una moral o una doctrina, sino que es su propia persona, la Palabra encarnada, por la que Dios nos ofrece la salvación de la “muerte para siempre”.
El argumento de los judíos referido a la muerte biológica es incontestable: el hecho irrefutable de que hasta los grandes patriarcas y los profetas murieron. Jesús no niega este hecho, es más, él está dispuesto a asumirlo, puesto que la gloria de la que habla no es otra cosa que el misterio pascual de su muerte y resurrección (que es la “vida para siempre”). Y una vez más, los sordos interlocutores judíos no entienden de qué gloria está hablando.
Aferrados a sus venerables tradiciones, sintiéndose depositarios de la misma, hijos de Abraham son incapaces de comprender que las grandes promesas hechas al patriarca, se están cumpliendo ahora en Jesús, la alegría de Abraham, padre no sólo de Israel, sino de una muchedumbre de pueblos.
La incomprensión y la cerrazón de estos judíos, que se revuelven violentamente contra Jesús, le fuerzan a salir del templo, del judaísmo, primer depositario de la promesa, para que una muchedumbre de pueblos pueda librarse de la muerte para siempre, y participar en los frutos de la glorificación de Cristo, la vida para siempre.
Nosotros, creyentes en Cristo Jesús, convertidos en verdaderos hijos de Abraham, somos invitados a superar toda cerrazón, para, guardando la palabra de Jesús, seguir extendiendo esos frutos entre todos los pueblos del mundo."
(J.M. Vegas cmf, Ciudad Redonda)

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