sábado, 30 de septiembre de 2023
LA CRUZ DE JESÚS
viernes, 29 de septiembre de 2023
LA FIESTA DE LOS ARCÁNGELES
jueves, 28 de septiembre de 2023
LA CURIOSIDAD DE HERODES
El rey Herodes oyó hablar de Jesús y de todo lo que hacía. Y no sabía qué pensar, porque unos decían que era Juan, que había resucitado; otros, que había aparecido el profeta Elías, y otros, que era alguno de los antiguos profetas que había resucitado. Pero Herodes dijo: – Yo mismo mandé que cortaran la cabeza a Juan. ¿Quién, pues, será este de quien oigo contar tantas cosas? Por eso Herodes tenía ganas de ver a Jesús. |
miércoles, 27 de septiembre de 2023
ENVIADOS
martes, 26 de septiembre de 2023
TODOS SOMOS HERMANOS
La madre y los hermanos de Jesús acudieron a donde él estaba, pero no pudieron acercársele porque había mucha gente. Alguien avisó a Jesús:
lunes, 25 de septiembre de 2023
LLAMADOS A ILUMINAR
Nadie enciende una lámpara para taparla con una olla o ponerla debajo de la cama, sino que la pone en alto para que tengan luz los que entran. De la misma manera, no hay nada escondido que no llegue a descubrirse ni nada secreto que no llegue a conocerse y ponerse en claro. Así que oíd bien, pues al que tiene se le dará más; pero al que no tiene, hasta lo poco que cree tener se le quitará. |
Hemos de ser luz. Hemos de iluminar a nuestro alrededor. Pero como nos dice el Padre Fernando Torres en su comentario en Ciudad Redonda, no se trata de ser focos. No se trata de llamar la atención, de hacer grandes campañas publicitarias. Como hizo Jesús, se trata de iluminar a los que están junto a nosotros, con la pequeña luz de nuestro testimonio. No nos hemos de ocultar, pero tampoco intentar ser la atención de todos. Como Jesús, iluminar con nuestro amor, curando, ayudando, amando a los que se nos acercan, a los más sencillos. Eso es ser luz para los demás. "Leemos el Evangelio de hoy y vamos a conceder que Jesús tiene razón: Nadie enciende un candil para meterlo debajo de la cama. Estamos de acuerdo. Pero la verdad es que uno se pone a leer el Evangelio y no sé es eso exactamente lo que vemos. Más bien, la sensación es que Dios ha preferido manifestarse en lo oculto y escondido de este mundo. Desde el nacimiento de Jesús hasta su muerte todo sucede en una pequeña esquina del mundo conocido de entonces. Jesús se mueve toda su vida entre los pobres y entre la gente marginal. Con los jefes del pueblo, con la gente importante, más bien hay choques y distancia. Es significativo el hecho de que Jesús no se mueve siquiera en el ámbito del tempo de Jerusalén, que no era el centro del mundo precisamente pero sí al menos el centro de la nación judía. Y hasta su muerte, ejecutado como un malhechor, sucede fuera de las murallas de Jerusalén y lejos del templo. Todo eso sucediendo en una esquina perdida del mundo de entonces, bien lejos de Roma, la capital del imperio, donde pasaba lo que verdaderamente importaba. Un buen asesor de marketing y publicidad habría aconsejado a Dios escoger caminos muy diferentes para mostrar al mundo su mensaje de salvación. Pero o no le contrató o Dios quiso hacer las cosas a su manera. Y su manera no es la nuestra. Dios quiso poner su luz en las habitaciones pequeñas y humildes de los pobres. Dios quiso estar cerca de los que no importaban a nadie, de los que eran prescindibles. Esa fue su forma de encender su candil y dar testimonio de la luz. La luz de Jesús ilumina a los que están cerca. No es un gran foco que deslumbre. Se parece más a ese gesto de la vigilia pascual en el que todos los participantes van encendiendo su pequeña vela pasándose el fuego de unos a otros. Son muchas velas pequeñas pero que terminan dando luz y calor a toda la comunidad. Nuestro Dios es un Dios de los pequeños gestos, de la luz del candil y no del foco de mil vatios. Quizá tendríamos que pensar esto para este día y para todos nuestros días: apuntarnos a los pequeños gestos que dan luz a la vida de los que nos rodean." (Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda) |
domingo, 24 de septiembre de 2023
ENVIADOS A LA VIÑA
sábado, 23 de septiembre de 2023
SER BUENA TIERRA
viernes, 22 de septiembre de 2023
EL VALOR DE LA MUJER
jueves, 21 de septiembre de 2023
MATEO EL PUBLICANO
miércoles, 20 de septiembre de 2023
SEGUIR A JESÚS
martes, 19 de septiembre de 2023
JESÚS NOS INVITA A LEVANTARNOS
lunes, 18 de septiembre de 2023
NO SOMOS DIGNOS
domingo, 17 de septiembre de 2023
¿SABEMOS PERDONAR?
La semana pasada hablábamos de la corrección fraterna, de cómo el Señor nos invitaba a hacerla y si nos era o no fácil. Esta semana, siguiendo con las relaciones comunitarias, reflexionamos sobre el perdón. En las relaciones es tan importante saber corregir como saber perdonar.
Este de hoy es uno de esos evangelios con los que todos podemos, en principio, estar de acuerdo, pero que nos cuesta llevar a la práctica. Porque lo que más nos sale es lo contrario, el recordar las ofensas, y no perdonar sin condiciones. ¿Es el perdón una actitud de gente débil? ¿Tengo que ser tonto para ser bueno? ¿No hay momentos en los que uno, incluso teniendo la mejor voluntad, dice esto es demasiado? Basta con recordar, por ejemplo, la fecha del 11 de septiembre de 2001...
Lo más normal, para muchos, es vengarse cuando se puede, o al menos, guardar el rencor hasta mejor momento. La venganza es el placer del ofendido, y el rencor el único recurso seguro del más débil. La ira es muy perjudicial. Nos vuelve demonios. Propio de los demonios es vivir siempre encolerizados. Por eso, la mansedumbre es la virtud que más odian los demonios. La cólera oscurece el alma; por eso hay que cortar de raíz los pensamientos de cólera y no abandonarse a ellos. Ser cada día un poco más pacíficos. Que los pacíficos heredarán la tierra.
La parábola del Evangelio no nos deja indiferente. A cualquier persona con algo de sentido común le suena mal la actitud del siervo desagradecido. Le perdonan una cantidad inimaginable, porque sí, porque le dio lástima al señor, y a él le cuesta perdonar una pequeña cantidad. Es verdad que no hay razones para perdonar, como no hay razones para creer. Es un don, un regalo. Se puede pedir, pero no tenemos derecho a recibirlo. Es como la fe.
La reacción de los compañeros es normal. Ante la actuación desproporcionada – estrangular a su deudor – van a contárselo al señor. Y éste actúa en consecuencia. Siervo malvado. Ese desagradecido pierde todo lo que había recibido, por no saber apreciarlo. Nosotros habríamos hecho lo mismo.
Pero si lo pensamos bien, quizá más de una vez nos hemos portado como el estrangulador. Recordemos cuántas veces hemos recibido el perdón por nuestros (muchos) pecados, de la mano del sacerdote, y, sin tardar demasiado, hemos cometido alguna injusticia contra nuestros hermanos. Nos parece que es normal que nos perdonen, porque somos nosotros. Pero cuando hablamos de las ofensas recibidas, es otro cantar. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti? Esas palabras deberían resonar con fuerza en nuestro corazón. ¿Somos compasivos o no?
Cada día rezamos la oración del Padre Nuestro, puede que varias veces. Y pedimos que se nos perdonen las ofensas, como también nosotros perdonamos a lo que nos ofenden. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano. Nos lo recuerda Jesús en el Evangelio. De cómo perdono yo, depende el cómo me perdonen a mí.
Es muy útil corregir y dejarse corregir. Pero, quizá, no hay mayor alegría que saber perdonar y sentirse perdonado. Tenemos un Padre bueno, siempre dispuesto a darnos otra oportunidad. Pero nosotros debemos ser consecuentes. Perdonar como Dios nos perdona. Setenta veces siete, y las que haga falta. Siempre. Para ser, un poquito, como Dios.
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)