Si tu hermano te ofende, habla con él a solas para moverle a reconocer su falta. Si te hace caso, has ganado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a una o dos personas más, porque toda acusación debe basarse en el testimonio de dos o tres testigos. Si tampoco les hace caso a ellos, díselo a la congregación; y si tampoco hace caso a la congregación, considéralo como un pagano o como uno de esos que cobran impuestos para Roma. Os aseguro que todo lo que atéis en este mundo, también quedará atado en el cielo; y todo lo que desatéis en este mundo, también quedará desatado en el cielo. Además os digo que si dos de vosotros os ponéis de acuerdo aquí en la tierra para pedir algo en oración, mi Padre que está en el cielo os lo dará. Porque donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. "Este mundo no es perfecto. No hace falta que yo lo diga, basta escuchar las noticias, o asomarse a la calle, para ver que no todo funciona bien. Hay mucha injusticia por ahí, y parece que el mal tiene las riendas del mundo. Los “malos” viven bien, y los “buenos” no dejan de sufrir. Es verdad que hay muchas buenas cosas que pasan y no salen en los periódicos, porque no venden tanto como las malas cosas. Pero el mal hace mucho ruido, y, en ocasiones, aturde. Como creyentes, tenemos que intentar ver la vida de otra manera. Diría que, por lo menos, en dos aspectos. El primero, no conformarnos con lo que hay. Nos lo dice la primera lectura, del profeta Ezequiel. Somos atalayas, centinelas de Dios en el mundo. Por eso nos toca ser mensajeros, y no dejar que los demás, por nuestra omisión, se condenen a la muerte eterna. Es que todos somos solidarios, no podemos decir que los problemas de los demás no son mis problemas, ni que los pecados de los demás no me afectan. Cuando nos bautizaron, nos convertimos en sacerdotes, profetas y reyes, al estilo de Jesús. Cada uno de mis hermanos es también mi responsabilidad. Por eso no podemos dejar que otros vivan equivocados. Nos lo recuerda también el Evangelio de hoy. Jesús da el modelo para corregir a los díscolos. Aquellos que, siendo de los nuestros, se han apartado del camino. Cómo corregir a los hermanos. Por experiencia sé que la corrección fraterna nunca es fácil. Hay que encontrar la forma de conjugar el amor fraterno con la sensibilidad necesaria para ayudar sin ofender. Darse el tiempo suficiente, apoyados en la Palabra de Dios, para dar un empujón al hermano en la dirección adecuada. Exige la humildad por ambas partes; el que corrige, porque sabe que él tampoco es perfecto, y el corregido, para dejarse iluminar por las personas que están cerca y ven lo que puedes hacer mejor. No siempre gusta cuando te dicen que estás haciendo algo mal. En todo caso, si no hay posibilidad de encontrar tiempo para hacer lo que el Evangelio nos sugiere, siempre se puede ser creativo. Una frase en el momento adecuado, una indicación, un gesto de agrado o desagrado… Puede ser un mensaje, una llamada, diciendo que hace mucho que no le has visto en Misa, v.gr.; una carita triste en el “whastapp”, por ejemplo y un 2te echamos de menos”. Mostrarse atento, para que la “oveja descarriada” sepa que tiene en ti un apoyo, si le hace falta. Estar cerca, ponerse a tiro, para poder ayudar. Que, si la persona no se convierte, no sea porque no lo hemos intentado. Hay que hacerlo todo con amor. Hasta las correcciones. Uno que ama a su prójimo no le hace daño. Incluso cuando le corrige. Amar es cumplir la Ley entera, y eso incluye corregir – con amor – al que se ha equivocado. Que no pequemos de omisión. El segundo aspecto a recordar, creo, es saber que Dios siempre está con nosotros. Siempre hay cobertura para hablar con Él. Aunque a veces se nos olvide. Nos juntamos a menudo “en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”, para rezar, para celebrar, para hacer presente el Misterio en nuestra vida. No importa si somos pocos o muchos, son suficientes dos o tres para que Cristo se haga presente. Es un consuelo para los que vivimos en países donde los católicos somos minoría. Es un consuelo para todos. Estamos acostumbrados a ver grandes multitudes en los conciertos, en las celebraciones deportivas, a valorar las cuentas en las redes sociales según la cantidad de seguidores… Cuanto más, mejor. Incluso en la vida espiritual aplicamos esos criterios. Claro que impresiona ver una celebración en la Jornada Mundial de la Juventud, o la Vigilia Pascual en el Vaticano. Es un buen refuerzo para mucha gente, ver que no están solos en esto de la fe. Otra vez, los que vivimos en países donde los católicos somos minoría, lo agradecemos. Es verdad. Pero donde se juega uno “los cuartos” es en el día a día. Ahí no hay siempre grandes cantidades de personas a tu alrededor. Incluso, puede que la persona que se siente a tu lado no sea de los que mejor te caen. Y, sin embargo, “donde dos o tres se reúnen en mi nombre, ahí estoy Yo”. Porque a los vecinos del banco de la iglesia no los eliges tú, te los coloca en el camino el mismo Señor. Aunque nos cueste a veces entenderlo, nuestra fuerza está en la oración conjunta. A través del perdón y de la reconciliación podemos restablecer las relaciones comunitarias, y, juntos, pedirle al Padre que siga acompañándonos en el camino. Porque no somos simplemente un conglomerado de personas. Somos una comunidad de creyentes, en la que todos dependemos de todos para poder ser mejores. Si alguno se queda atrás, la misión se ralentiza, y ya sabemos que el Buen Pastor busca la oveja perdida hasta que la encuentra, se la carga en los hombros y la devuelve al rebaño. Tenemos el mejor ejemplo en Cristo. Él supo perdonar a los “traidores” de los apóstoles, que le abandonaron, y les hizo colaboradores en la propagación de su mensaje, por todos los confines del mundo. Que sepamos imitarlo, para amar más y más a nuestros hermanos, corrigiéndolos y perdonándolos siempre. Juntos, podemos. Juntos, somos más fuertes. Aunque cueste. Merece la pena." (Alejandro cmf, Ciudad Redonda) |
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