sábado, 16 de septiembre de 2023

SER AUTÉNTICOS

 


No hay árbol bueno que dé mal fruto ni árbol malo que dé fruto bueno. Cada árbol se conoce por su fruto: no se recogen higos de los espinos ni se vendimian uvas de las zarzas. El hombre bueno dice cosas buenas porque el bien está en su corazón, y el hombre malo dice cosas malas porque el mal está en su corazón. Pues de lo que rebosa su corazón, habla su boca.
¿Por qué me llamáis ‘Señor, Señor’ y no hacéis lo que yo os digo? Voy a deciros a quién se parece aquel que viene a mí, y me oye y hace lo que digo: se parece a un hombre que para construir una casa cavó profundamente y puso los cimientos sobre la roca. Cuando creció el río, el agua dio con fuerza contra la casa, pero no pudo moverla porque estaba bien construida. Pero el que me oye y no hace lo que yo digo se parece a un hombre que construyó su casa sobre la tierra, sin cimientos; y cuando el río creció y dio con fuerza contra ella, se derrumbó y quedó completamente destruida.

Jesús nos pide hoy ser auténticos. No se trata de invocar, sino de actuar. Debemos dar buenos frutos. Debemos tener buenos fundamentos en nuestra vida. Es decir, fundamentarnos en la Palabra, seguirla y cumplirla.

"Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy casi no precisan comentario. Basta con separarlas en párrafos diferentes, y compararlas con nuestra vida. Cada árbol se conoce por su fruto.
Lo que rebosa el corazón, lo habla la boca. ¿De qué hablo con mi familia? ¿Con mis amigos? ¿Con mis compañeros de trabajo? ¿Sale alguna vez en esas conversaciones el nombre de Dios? Puede ser que, en alguna ocasión, haya que dar testimonio de nuestra fe. Cuando se habla del aborto, de las relaciones prematrimoniales, de la situación política, de la forma de llevar a cabo nuestro trabajo, con responsabilidad o sin ella… Si a lo largo del día no pronuncio el nombre de Dios ni una sola vez, a lo peor en mi corazón él ocupa muy poco espacio.
¿Por qué me llamáis “Señor, Señor”, y no hacéis lo que digo? Más o menos, sabemos lo que tenemos que hacer. Hemos leído algo del Catecismo, conocemos los Mandamientos, los de la ley de Dios y los de la Iglesia, recibimos varios sacramentos con regularidad… Podemos decir que es nuestro Señor. Y, sin embargo, seguimos fallándole. Seguimos sin ser capaces de vivir nuestra fe con coherencia. Escuchamos lo que dice Cristo, pero no lo ponemos en práctica. Por lo menos, no siempre, ni como deberíamos. Menos mal que siempre nos queda la misericordia de Dios.
Y, lo fundamental en toda construcción, los cimientos. ¿Cuáles son los cimientos de mi vida? ¿Y los cimientos de mi fe? En el mundo hay unos valores, que no siempre son los mismos que predica Jesús. Muchas veces, para soportar los envites de la vida, necesitamos un apoyo firme. La riqueza, el prestigio, el figurar, el poder, el “trepar” cueste lo que cueste… Son bases que no duran mucho. Todo está relacionado. Si queremos dar frutos buenos, debemos tener buenas raíces. Los demás ven cómo vivo, cómo reacciono ante los problemas, cómo interactúo con mis vecinos. Eso no se puede disimular mucho tiempo. Si estoy arraigado en Cristo, viviré y actuaré como Cristo. Si mis raíces están hundidas en arena, entonces, mal voy."
(Alejandro cmf, Ciudad Redonda)

No hay comentarios:

Publicar un comentario