martes, 5 de septiembre de 2023

EL PODER DE SU PALABRA



 Llegó Jesús a Cafarnaún, un pueblo de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente; y se admiraban de cómo les enseñaba, porque hablaba con plena autoridad.
 En la sinagoga había un hombre que tenía un demonio o espíritu impuro que gritaba con fuerza:
 – ¡Déjanos! ¿Por qué te metes con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo te conozco: ¡Sé que eres el Santo de Dios!
 Jesús reprendió a aquel demonio diciéndole:
– ¡Cállate y deja a ese hombre!
Entonces el demonio arrojó al hombre al suelo delante de todos y salió de él sin hacerle ningún daño. Todos se asustaron y se decían unos a otros:
– ¿Qué palabras son esas? ¡Este hombre da órdenes con plena autoridad y poder a los espíritus impuros y los hace salir!
 La fama de Jesús se extendía por todos los lugares de la región.

"Decía Marx, y muchos siguen pensándolo, que la religión es el opio del pueblo, es decir, una especie de adormidera. No sé muy bien a qué religión se refería (aunque lo intuyo), pero, desde luego, leyendo los textos bíblicos y las fuentes cristianas, nos encontramos con algo muy distinto de la invitación a dormir: continuas llamadas a despertar y a estar en actitud de vigilia. No es a dormir, sino a abrir los ojos a lo que nos llama Dios. No sabemos cuándo y cómo será el fin del mundo, también ignoramos cuándo y cómo será ese particular fin del mundo que es nuestra propia muerte. Pero sabemos que nuestra estancia en este mundo está limitada en el tiempo. Y esta limitación es una llamada a la responsabilidad, a tomarnos en serio este tiempo del que disponemos, para no hacer de nuestra biografía un terreno estéril y sin sentido. Abrir los ojos, vivir en estado de vigilia, ser responsables significa cultivar las actitudes, las obras y los valores que salvan nuestra vida, es decir, que la dotan de un sentido que trasciende nuestra limitación temporal. De este modo, no solo no nos desentendemos de los asuntos y los problemas de este mundo, sino que, al contrario, les damos un sentido transcendente gracias a esos valores superiores, que son como la luz que ilumina nuestra oscuridad. Podemos, por ejemplo, hacer del pan no sólo el objeto de nuestra codicia, sino la ocasión para compartirlo con el hambriento. Así, pasamos por este mundo tratando de hacer el bien, y dejándolo un poco mejor que como lo encontramos. Esto es lo que nos enseña Jesús, que “pasó por el mundo haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo” (Hch 10, 38). Lo vemos hoy claramente en el texto evangélico.
Es digno de ser notado que el hombre afligido por un espíritu inmundo estaba en la sinagoga, en la iglesia, podríamos decir. El acoso del diablo, la presencia del mal no se limita a “los de fuera”. Todos, de un modo u otro, estamos afectados por el mal, y dejarlo tranquilamente sentado en nosotros o junto a nosotros, es una buena forma de cerrar los ojos y dormir. Es curioso cómo la presencia de Jesús despierta al mal espíritu, que lo reconoce y lo confiesa, al mismo tiempo que lo increpa. La palabra y la presencia de Jesús nos hace despertar, nos abre los ojos para descubrir en nosotros mismos el mal que nos paraliza, y que él exorciza y expulsa (no sin algo de sufrimiento por parte nuestra), y nos invita a iniciar una vida nueva. En los límites de nuestra existencia temporal y mundana, despertados e iluminados por la Palabra poderosa de Jesús, descubrimos horizontes abiertos, que superan toda limitación: entre nosotros está y actúa el que tiene poder para liberarnos del mal y para vivir la vida nueva de un amor que es más fuerte que la muerte.
Santa Teresa de Calcuta, mujer de nuestro tiempo, nos da un ejemplo eminente de esta vida despierta y en vigilia."

(José M. Vegas cmf, Ciudad Redonda)

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