martes, 26 de noviembre de 2024

CONFIAR EN ÉL

 


Algunos estaban hablando del templo, de la belleza de sus piedras y de las ofrendas que lo adornaban. Jesús dijo:
– Vienen días en que de todo esto que estáis viendo no quedará piedra sobre piedra. ¡Todo será destruido!
Preguntaron a Jesús:
– Maestro, ¿cuándo ocurrirán esas cosas? ¿Cuál será la señal de que ya están a punto de suceder?
Jesús contestó: “Tened cuidado y no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos haciéndose pasar por mí y diciendo: ‘Yo soy’ y ‘Ahora es el momento’, pero no los sigáis. Y cuando oigáis alarmas de guerras y revoluciones no os asustéis, pues aunque todo eso tiene que ocurrir primero, aún no habrá llegado el fin.
Siguió diciéndoles: Una nación peleará contra otra y un país hará guerra contra otro; en diferentes lugares habrá grandes terremotos, hambres y enfermedades, y en el cielo se verán cosas espantosas y grandes señales.

Mirando la televisión, leyendo los periódicos o escuchando la radio, podemos concluir que estos tiempos han llegado. Pero si miramos la historia, en todo tiempo han habido guerras y destrucción, enfermedades y cala midades. El mensaje de Jesús nos invita a que, pase lo que pase, confiemos en Él. Debemos leer los signos de los tiempos para amar más, para convertirnos, no para ser catastrofistas. Lo que hemos de hacer es luchar por la paz. Luchar por el bienestar de todos, por un mundo mejor.

"Estamos llegando al final del año litúrgico y comienzan a ofrecérsenos los textos de género apocalíptico. Por desgracia este término nos llega hoy deformado, con el significado de catastrófico, temible, macabro. No es ese el sentido de los textos apocalípticos de la Biblia; es un género de consolación, en el que, tras describir las pretensiones destructoras del mal y sus fuerzas caóticas, aparecen Dios y su Mesías como vencedores y redentores del pueblo creyente. Este tipo de escritos surgen sobre todo en momentos de gran tribulación, de opresión de la nación judía por pueblos paganos, etc.
Acabamos de celebrar la fiesta de Jesucristo Rey del Universo. Es él quien reina, quien dirige los destinos de la historia; ninguna fuerza maligna se le resiste, pues dispone de una hoz para talar de raíz todo brote de maldad y sufrimiento: tiene que poner “a todos sus enemigos bajo sus pies” (1Co 15,25). Esta lucha de Dios con el mal se expresa con lenguaje figurado, del que cada época echa mano para hablar de sucesos que no caben en conceptos humanos corrientes. Así se creó en la última época veterotestamentaria toda una imaginería convencional que no debe ser leída como un libro de ciencias exactas.
En el texto evangélico de hoy tenemos quizá tres capas superpuestas: imágenes ya previas a Jesús (partiendo de la destrucción del templo por Nabucodonosor), la aportación específica de él (llamada a una renovación religiosa a fondo, de la que el cambio de templo sería un símbolo) y rasgos pastorales añadidos por el evangelista. La comunidad lucana, como las nuestras, no espera ya un fin del mundo inminente como sucedía algunas décadas antes; y esto puede llevarla a adormecerse, al enfriamiento religioso. El evangelista, su pastor, sin azuzar ningún nerviosismo ante catástrofes, tiene que impulsarla a que viva despierta, atenta a las venidas cotidianas del Señor.
Al parecer la comunidad se pregunta por el cuándo y por las señales precursoras del cambio o la victoria final, con las posibles tribulaciones que la acompañen. Y el evangelista invita a no tomar a cualquiera por el Mesías ni cualquier suceso por el acontecimiento final. Parece aconsejar una serena “espiritualidad de la vida ordinaria”.
El evangelista quita importancia a las señales del cielo (cataclismos cósmicos) y de la tierra (terremotos y guerras, destrucción), sin descuidar que todo ello son llamadas. Los intérpretes cristianos (si exceptuamos algunas sectas) han interiorizado siempre esas interpelaciones; en el siglo quinto San Agustín decía que la Biblia no pretende “enseñar cómo va el cielo, sino cómo se va al cielo”. Y en el siglo XX apareció la llamada interpretación existencial: es dentro de mí donde deben producirse cataclismos quizá cotidianos, hasta que llegue el terremoto final, mi plena conversión al evangelio. En lenguaje mítico se transmiten grandes verdades humanas y religiosas; estemos atentos a los símbolos."

(Severiano Blanco cmf, Ciudad redonda)

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