Jesús estaba viendo cómo los ricos echaban dinero en las arcas de las ofrendas, y vio también a una viuda pobre que echaba dos monedas de cobre. Entonces dijo: – Verdaderamente os digo que esta viuda pobre ha dado más que nadie, pues todos dan sus ofrendas de lo que les sobra, pero ella, en su pobreza, ha dado todo lo que tenía para su sustento. |
Con el Adviento que comenzará el domingo próximo, empiezan una serie de campañas, con vistas a la Navidad, para recoger alimentos, juguetes, dinero...Sin olvidar lo mucho que se está recogiendo para los damnificados por la DANA. Debemos preguntarnos, ¿por qué damos? Quizá para que nos vean, para que en el colegio de nuestros hijos digan que somos una familia solidaria...Jesús nos dice que lo importante no es lo que damos, si no cómo la damos. Lo que debemos dar y da valor a todo es nuestro corazón. La viuda lo da todo. ¿Nos damos nosotros con nuestro donativo?¿Va el corazón con él?
"Lo cantábamos hace algunas décadas: “cuando el pobre nada tiene y aún reparte… va Dios mismo en nuestro mismo caminar”. Probablemente Jesús, cuando contempló el gesto de la viuda pobre y generosa, se reafirmó en su anuncio: “¿Veis como yo tenía razón? Está llegando el Reino de Dios”.
Quizá no sea del todo cierta la afirmación, casi convertida en dogma, de que “los pobres nos evangelizan”. No es raro que a la pobreza material siga la cultural y también la moral: robo, delincuencia, desesperación. Hemos conocido trapicheo de los pobres al participar en un reparto de víveres, hemos sabido de quienes han revendido a otro indigente, a veces a precio de usura, el bocadillo que les acabábamos de comprar. La pobreza severa puede deshumanizar. Lo decía muy bien en su oración el sabio bíblico: “no me des pobreza ni riquezas, sino solo el pan de cada día. Porque teniendo mucho, podría desconocerte y decir: ¿Y quién es el Señor? Y teniendo poco, podría llegar a robar y deshonrar así el nombre de mi Dios” (Prov 30, 9-11).
Jesús declaró dichosos a los pobres, pero no nos invitó a empobrecer a otros para hacerlos dichosos. Lo suyo era un grito kerigmático: Dios va a comenzar a reinar, y esto implicará que las cosas sean como él quiere, que el sufrimiento de los pobres desaparezca. El sufrimiento humano puede llevar a perder todo control, a pervertir los sentimientos del corazón. D. Quijote aconsejaba sabiamente a Sancho, gobernador de la ínsula de Baratria: “procurar la abundancia de los mantenimientos, que no hay cosa que más fatigue el corazón de los pobres que la hambre y la carestía” (p. II, cap. 51).
Hay una pobreza impuesta, forzada, como la que origina el haber nacido en un arrabal y tener que vivir escarbando en el muladar; y existe una pobreza de opción: tantos misioneros y colaboradores voluntarios que dejan el confort de su país y se van a otro continente a servir a carenciados asumiendo su misma condición. Esta pobreza dignifica. Y en este desprendimiento caben grados, entre lo “razonable” y lo “radical”. Esto engendra buenos sentimientos, semejantes a los de la anciana del evangelio.
Y hay una pobreza no llamativa, pero sí persistente y sin perspectiva de cambio: la familia trabajadora humilde, que vive con lo justo y a veces se queda a cero. Tal vez fue el caso de la viejecita del evangelio, que ponía su esperanza en el Dios providente que no abandona a los pobres; se quedó sin nada por el momento: ya surgirá algo. En la tradición paulina se fustiga la avaricia y se invita a la conformidad con lo necesario: “teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto” (1Tim 6,8).
He conocido en mi propia familia, y en otras tan humildes como la mía, la acogida del mendigo transeúnte, a quien se hacía sentar en la mesa familiar y se le daba cobijo por algunos días. La Liturgia de las Horas, elogiando a la santa madre de familia, dice: “En la mesa de los hijos/ hizo a los pobres un sitio”. Es hermosa la realización literal."
(Severiano Blanco cmf, Ciudad Redonda)
No hay comentarios:
Publicar un comentario