sábado, 16 de noviembre de 2024

CONFIAR

 

Jesús les contó una parábola para enseñarles que debían orar siempre y no desanimarse. Les dijo: Había en un pueblo un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Y en el mismo pueblo vivía también una viuda, que tenía planteado un pleito y que fue al juez a pedirle justicia contra su adversario. Durante mucho tiempo el juez no quiso atenderla, pero finalmente pensó: ‘Yo no temo a Dios ni respeto a los hombres. Sin embargo, como esta viuda no deja de molestarme, le haré justicia, para que no siga viniendo y acabe con mi paciencia.’ 
El Señor añadió: “Pues bien, si esto es lo que dijo aquel mal juez, ¿cómo Dios no va a hacer justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Los hará esperar? Os digo que les hará justicia sin demora. Pero cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará todavía fe en la tierra?

Dios no es un juez injusto. Él nos escucha y nos atiende sin problemas. Pero es necesario que nosotros tengamos confianza, fe en Él. Y si no nos concede lo que le pedimos, es porque no nos conviene, o porque Él tiene otros planes para nosotros.

Si no es por gusto, es por cansancio y pesadez. La viuda insistente recibe lo que pide porque no se cansa de ser una pesada. Porque es inasequible al desaliento. Porque tiene la valentía (o la necesidad imperiosa y razonable de comer) necesaria para mantenerse firme en su petición. Pero si pensara que su petición no iba a tener ningún resultado, se iría a su casa y se buscaría la vida por otro lado. Porque, al fin y al cabo, las viudas sin protección varonil ocupaban un status social bastante bajo. Es decir, que se la podía desdeñar y echar a un lado sin mayor problema.
"El punto de la lectura no parece ser alabar la pesadez de la viuda que aburre al juez injusto, sino más bien cuestionar la falta de paz, paciencia, perseverancia y confianza en Dios de quienes queremos creernos “menos pesados” y abandonamos nuestra petición cuando no vemos resultados inmediatos. ¿Por qué darle menos confianza a Dios que es bueno que a un juez injusto que al final cede? ¿Por qué restarle poder a un Dios mucho más poderoso que un juez humano? ¿Por qué van los infinitamente dignos hijos de Dios a desistir fácilmente? Quizá porque no sintamos esa necesidad perentoria de Dios de la viuda. O quizá porque pensemos que no tenemos el status necesario como para pedir.
Decía un amigo mío una vez que si queríamos pedirle a Dios algo deberíamos invitar al más pecador a orar. Porque Dios, al ver a alguien que apenas se acerca, se conmovería y le concedería lo que pide. Y nosotros no somos menos: ni menos pecadores ni menos dignos.
La confianza es rocosa. No se deja asustar; no se deja intimidar; se mantiene firme porque conoce la sed y el hambre y no se marchará hasta quedar satisfecho. Pero también sabe que, a diferencia del juez que dará lo que se pide sin más, Dios solo dará lo bueno; no un capricho, ni algo que no vaya a hacer bien, sino lo que de verdad satisfaga el hambre más profunda."
(Virginia Fernández, Ciudad Redonda)

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