Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, que cerráis a todos la puerta del reino de los cielos. Ni vosotros entráis ni dejáis entrar a los que quisieran hacerlo.
¡Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, que recorréis tierra y mar para ganar un adepto, y cuando lo habéis ganado hacéis de él una persona dos veces más merecedora del infierno que vosotros mismos.
¡Ay de vosotros, guías ciegos!, que decís: ‘El que hace una promesa jurando por el templo no se compromete a nada; el que queda comprometido es el que jura por el oro del templo.’ ¡Estúpidos y ciegos! ¿Qué es más importante, el oro o el templo por el que el oro queda consagrado? También decís: ‘El que hace una promesa jurando por el altar no se compromete a nada; el que queda comprometido es el que jura por la ofrenda que está sobre el altar.’ ¡Ciegos! ¿Qué es más importante, la ofrenda o el altar por el que la ofrenda queda consagrada? El que jura por el altar, no solo jura por el altar sino también por todo lo que hay encima de él; y el que jura por el templo, no solo jura por el templo sino también por Dios, que vive allí. Y el que jura por el cielo, jura por el trono de Dios y por Dios mismo, que se sienta en él.
Jesús prefiere a los sencillos, a los pobres, incluso a los pecadores, antes que a los poderosos, a los que se creen perfectos, a los hipócritas. No soporta a los que abusan de los demás. Lo veremos en una serie de textos estos días.
Debemos analizarnos y ver si hacemos lo que decimos, si ayudamos y amamos, si no somos guías ciegos. Sino somos hipócritas, que damos más importancia a las apariencias, que a lo que somos de verdad.
"Los reproches que lanza Jesús en el evangelio de hoy son toda una enmienda a la totalidad de una acción vacía, rutinaria e hipócrita. ¡Ay de vosotros! El “ay de vosotros” va dirigido a quienes se centran de tal manera en lo externo que pierden todo sentido del porqué están haciendo todo eso; y lo peor no es eso, sino que están seguros y confiados en que todas sus formalidades, rutinas y superficialidad, los llevarán a la salvación. Quedarse con la envoltura puede resultar brillante temporalmente, pero en el fondo hay un vacío profundo que al fin saldrá a la luz; es un vacío existencial disfrazado de felicidad, buenas obras y prestigio.
En contraste con esto, la carta a Tesalonicenses presenta una alabanza a la totalidad, resumida, simplemente en una línea que contiene las tres virtudes teologales:” Ante Dios, nuestro Padre, recordamos sin cesar la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y el aguante de vuestra esperanza en Jesucristo, nuestro Señor.” Pero no lo presenta en términos de brillo, prestigio o fama ante los demás, sino más bien en términos de esfuerzo. Las virtudes se practican, se trabajan. Aunque son obras de la gracia de Dios y del Espíritu Santo, son exigentes: esfuerzo, aguante. No se presenta la fe como algo estático, sino activo… es decir, con obras de oración, de justicia, de vida en Dios; ni es el amor simplemente un sentimiento romántico, sino un decidido esfuerzo de centrarse en Dios y hacer el bien: no es fácil muchas veces. Se dice, burlonamente, que se ama a la humanidad, pero no se soporta al individuo de al lado. Ni la esperanza es una ilusión algo boba de que las cosas van a ir bien. Eso se podría derrumbar estrepitosamente cuando las cosas ni van bien, ni hay ningún viso de que se arreglen. Porque la esperanza es algo mucho más fundamentado: es el aguante, el anclaje en Dios a pesar de todos los pesares. La esperanza de algo mucho más grande que no es temporal ni espacial, ni se basa en acontecimientos puntuales. La esperanza es la seguridad de que la salvación ya se ha cumplido en Cristo.
Se nos presenta, por tanto, todo un programa de conversión; las normas pueden estar bien y, como decían nuestras abuelas, “lo bien hecho bien parece”. Pero no hay que parecer solamente; hay que ser, desde dentro, firmes, buenos; llenos del Espíritu que nos ayuda en esas tres virtudes difíciles que son nada más y nada menos, que las que apuntan al corazón de Dios."
(Carmen Aguinaco, Ciudad Redonda)
No hay comentarios:
Publicar un comentario