domingo, 7 de julio de 2024

RECONOCER A JESÚS

  


Jesús se fue de allí a su propia tierra, y sus discípulos le acompañaron. Cuando llegó el sábado comenzó a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oir a Jesús, se preguntaba admirada:
– ¿Dónde ha aprendido este tantas cosas? ¿De dónde ha sacado esa sabiduría y los milagros que hace? ¿No es este el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no viven sus hermanas también aquí, entre nosotros?
Y no quisieron hacerle caso. Por eso, Jesús les dijo:
– En todas partes se honra a un profeta, menos en su propia tierra, entre sus parientes y en su propia casa.
No pudo hacer allí ningún milagro, aparte de sanar a unos pocos enfermos poniendo las manos sobre ellos. Y estaba asombrado porque aquella gente no creía en él.
Jesús recorría las aldeas cercanas, enseñando.

Nos cuesta aceptar a los que tenemos cerca. Decimos que "los conocemos". Sin embargo Jesús se nos presenta en aquellos que nos rodean. En los pobres. En los perseguidos, en los inmigrantes...¿Sabemos aceptarlos reconociendo a Jesús que nos habla a través de ellos? ¿O hacemos como esos dos partidos políticos que piensan que hay que mandar la armada para detener a los inmigrantes? Jesús se nos acerca cada día, pero no lo reconocemos. No debemos extrañarnos de que cada día estemos más lejos de Él, que nuestra sociedad lo ignore.
Recordemos que Él sigue recorriendo nuestra cercanía enseñándonos el camino del Amor.


"Incluso a Jesús las cosas no le salieron demasiado bien. Cuando está tranquilo en su casa, sin llamar la atención, trabajando en el taller, no tiene problemas y nadie le dice nada. Ahora bien, cuando comienza a hablar del Reino de Dios, a intentar cambiar las normas rituales y religiosas, todo se complica. Porque su ofreci­miento del Reino de Dios era un ofreci­miento muy abierto, nada exclusi­vista, no reservado a ningún sector con méritos especia­les, algo parecido a lo que se nos dice de quienes entran en la legión: que se les admite sin pregun­tarles por su historia anterior.
El resultado final es el conflicto. El Mesías, el Salvador, es alguien muy espera­do, pero cuando se presenta no se le reconoce. Es un drama para Jesús y un drama para su gente. Jesús era para ellos un «viejo desconocido». Sabían con precisión unos cuantos parentescos suyos: su madre, sus hermanos, sus herma­nas. Pero ni siquiera se asomaron al otro parentesco profundo, el que nos presenta el evangelio de Marcos al comienzo y al final: Jesús, el Hijo de Dios. Se quedaron en la superficie; no llegaron a la verdad.
Sus paisanos reaccionan, por un lado, con sorpresa ante la sabiduría de esas palabras, que no eran como las de los escribas y fariseos. A la vez, se sorprenden por los milagros que realiza. Por otra parte, se asustan ante los cambios para su vida (social, comunitaria, religiosa…) que implica. Parece que todo está ya pesado, contado y medido. Y llega el terremoto del mensaje de Cristo.
Quizá el mensaje fundamental que podemos recoger es sencillamente éste: Jesús es para ti lo que tú le dejas ser. Los vecinos de su pueblo no le dejaron ser otra cosa que un vecino más, en lugar de dejarle ser lo que realmente era y manifestaba ser: el portador de la salud y de la salvación. Sí: Jesús es para ti lo que tú le dejas ser. Pregúntate: ¿me abro suficiente­mente al encuentro con Él? ¿Es para mí también «un viejo desconocido» de tanto creer que lo conozco?"
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)

sábado, 6 de julio de 2024

LA ALEGRÍA DE ESTAR CON JESÚS

 



Los seguidores de Juan el Bautista se acercaron a Jesús y le preguntaron:
– Nosotros y los fariseos ayunamos con frecuencia: ¿Por qué tus discípulos no ayunan?
Jesús les contestó:
– ¿Acaso pueden estar tristes los invitados a una boda mientras el novio está con ellos? Pero llegará el momento en que se lleven al novio, y entonces ayunarán.
Nadie remienda un vestido viejo con un trozo de tela nueva, porque lo nuevo encoge y tira del vestido viejo, y el desgarrón se hace mayor. Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos, porque los odres revientan, y tanto el vino como los odres se pierden. Por eso hay que echar el vino nuevo en odres nuevos, para que se conserven ambas cosas.”

Si estamos con Jesús no podemos estar tristes. El cristiano debería distinguirse por su alegría. Ya lo decía santa Teresa de Jesús: "Un santo triste es un triste santo." ¿Cómo podemos estar tristes si el Amor está con nosotros? Él está en nuestro corazón y nos une al de los otros. Ser cristiano es ser "nuevo" cada día. Ya no valen los vestidos y los odres viejos. En nosotros todo debe ser nuevo. La novedad que nos da el Amor de Jesús.

"Mira que hay gente en la iglesia que vive con el pesimismo como compañero permanente de viaje. Son los que están pensando siempre que cualquier tiempo pasado fue mejor. Ahora es todo malo. En sus vidas parece que lo que domina es el pecado y que, por lo tanto, hay que estar pidiendo continuamente perdón a Dios. Y tal como piden perdón no parecen estar seguros de que lo vaya a conceder. Hay que hacer muchas penitencias y oraciones para conseguirlo. Tal y como practican su fe, se diría que el cristianismo es una religión triste, que está reñida con cualquier tipo de alegría. Seguro que si pensamos un poco, encontramos personas de este tipo a nuestro alrededor. Todo es penitencia, todo es dolor, todo es como un sufrir permanente. Y viven con la amenaza constante de la condenación. La vida se convierte en una cuesta arriba continua, una pendiente resbaladiza donde amenaza siempre la caída en el pecado.
Pero “¿es que pueden guardar luto los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos?” Y nosotros sabemos seguro que el Señor resucitó, que su resurrección es esperanza de vida para nosotros. Si algo tenemos claro los que creemos en Jesús es que “tanto amó Dios al mundo que entregó a su hijo para salvarnos”. Y el amor de Dios es por supuesto más fuerte que cualquiera de nuestros pecados. Ahora ya no estamos solos. Tenemos un compañero de camino, Jesús, que conoce nuestras debilidades, que se hizo uno de nosotros, que nos salva allá donde nosotros no vemos ninguna posibilidad.
De repente, se nos hace claro que el cristiano no puede ser pesimista, que el optimismo, la esperanza y la sonrisa están en su ADN, hasta en el peor de los momentos. Porque creemos en Jesús y él es nuestra esperanza. Nuestra vida ya está en otra dimensión. La gracia está actuando en nosotros, aunque no veamos nada. Conclusión: vamos a tirar por la borda todo lo que huela a pesimismo, tristeza o angustia en nuestra vida. Y vamos a vivir llenos de esperanza, con la sonrisa en el rostro. Porque Dios está con nosotros y no nos va a dejar de su mano. Nunca."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

viernes, 5 de julio de 2024

LA MEDICINA ES ACOGER

 


Al salir Jesús de allí, vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado en el lugar donde cobraba los impuestos para Roma. Jesús le dijo:
– Sígueme.
Mateo se levantó y le siguió.
Sucedió que Jesús estaba comiendo en la casa, y muchos cobradores de impuestos, y otra gente de mala fama, llegaron y se sentaron también a la mesa con Jesús y sus discípulos. Al ver esto, los fariseos preguntaron a los discípulos:
– ¿Cómo es que vuestro maestro come con los cobradores de impuestos y los pecadores?
Jesús los oyó y les dijo:
– Los que gozan de buena salud no necesitan médico, sino los enfermos. Id y aprended qué significan estas palabras de la Escritura: ‘Quiero que seáis compasivos, y no que me ofrezcáis sacrificios.’ Pues yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores

Los cristianos no debemos ser un gueto. Debemos estar, como Jesús, abiertos a todos. Acogerlos a todos, y como más "enfermos", con más razón. Es el Amor el que cura y transforma a la gente, porque las verdaderas enfermedades están en el corazón. El Amor es más importante que los sacrificios, los ritos y las oraciones. El Amor debe ser el centro de todo lo que hacemos.
 
"Leo la primera lectura y la vuelvo a releer. Muchos, y algunos de ellos muy católicos, dirían que es un discurso comunista, que son unas palabras intolerables. Pero la verdad es que es el profeta Amós el que las escribe. No sólo eso: por estar en la Biblia, consideramos estas palabras del profeta como inspiradas por Dios. Es una defensa apasionada del pobre y un ataque/amenaza para los que los oprimen, para los que abusan de ellos y se benefician de su situación. Me hace recordar una frase de Mafalda, la genial niñita argentina de las tiras cómicas de Quino, cuando decía que “nadie puede amasar una fortuna sin hacer harina a los demás.
No quiero demonizar la riqueza ni a los ricos. Pero todos, a poco que abramos los ojos sobre la realidad, sabemos que en mucha de la riqueza que hay en nuestro mundo hay también mucho de injusticia. Que a los de abajo les cuesta mucho subir y que otros nacen con privilegios y los mantienen toda su vida.
En el texto de Amós, Dios se posiciona del lado de los pobres, de los que sufren la injusticia. La razón es bien sencilla: ellos también son hijos e hijas suyos. Ellos merecen, como todos, un puesto a la mesa en justicia e igualdad, en fraternidad. Eso es el Reino.
En este contexto entendemos mejor el texto evangélico. Jesús no duda en acercarse a los publicanos y pecadores. Son algunos de los que abusan del pueblo. Come con ellos. Hace presente entre ellos la misericordia de Dios. El objetivo es que se conviertan y vivan, que comprendan la mucha injusticia con que actúan contra los pobres. El objetivo es que se pasen con armas y bagajes al servicio del Reino. O lo que es lo mismo, al servicio de los más pobres y necesitados, de los excluidos. Porque integrarlos, echarles una mano, es ya construir el reino y la fraternidad. ¿Y qué más quiere Dios que ver a todos sus hijos reunidos en torno a la mesa de la fraternidad y la justicia?
Ahora nos toca a nosotros pensar en lo que hacemos y tomar partido por los pobres, darles la mano e integrarlos en la mesa común. Eso es construir el reino. Eso es hacer la voluntad de Dios."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

jueves, 4 de julio de 2024

LEVANTARSE Y ANDAR EN SU NOMBRE

  


Después de esto, Jesús subió a una barca, pasó al otro lado del lago y llegó a su propio pueblo. Allí le llevaron un paralítico acostado en una camilla; y al ver Jesús la fe de aquella gente, dijo al enfermo:
– Ánimo, hijo, tus pecados quedan perdonados.
Algunos maestros de la ley pensaron: “Lo que este dice es una ofensa contra Dios.” Pero como Jesús sabía lo que estaban pensando, les preguntó:
– ¿Por qué tenéis tan malos pensamientos? ¿Qué es más fácil, decir: ‘Tus pecados quedan perdonados’, o decir: ‘Levántate y anda’? Pues voy a demostraros que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar pecados.
Entonces dijo al paralítico:
– Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.
El paralítico se levantó y se fue a su casa. Al ver esto, la gente tuvo miedo y alabó a Dios por haber dado tal poder a los hombres.

Vivimos paralíticos sin seguir a Jesús. Él nos invita a levantarnos, a seguirle, a trabajar por el bien. Por desgracia, muchas veces del pecado nos paraliza. Por eso Jesús nos perdona y luego nos invita a levantarnos. El egoísmo nos ata, nos retiene. El Amor nos hace andar, actuar, luchar por el bien de los demás. Debemos levantarnos y andar en su nombre; andar en el Amor. Levantarse es entregarse y darse a los demás. Si no, seguimos paralíticos aunque nos movamos mucho.

"Debe ser una tendencia natural en las personas lo de buscar explicaciones para lo que a primera vista nos resulta inexplicable. Y generalmente encontramos explicaciones que ponen la causa/culpa en el otro. Los judíos, que no entendían mucho de medicina –como casi nadie en la época–, pensaban que muchas enfermedades venían causadas por la vida pecadora del enfermo. Así unían la enfermedad y el pecado. La enfermedad se convertía en el castigo de Dios, en la consecuencia del pecado.
Jesús separa las dos cosas. Perdona al enfermo y también le cura. Perdona al enfermo porque todos estamos necesitados de perdón, de misericordia. Los letrados, especialistas de la religión, se escandalizaron. Ellos creían que solo Dios tenía el poder de perdonar. No se daban cuenta de que las palabras de perdón, curativas, sanadoras, son el regalo que Dios nos ha hecho a todos. Todos las podemos pronunciar. Todos, en eso, podemos y debemos ser como Dios. Así, con esa argamasa hecha de perdón y misericordia, es como se construye el Reino. Y todos necesitamos esas palabras.
Jesús también cura al paralítico. Pero casi me atrevería a decir que es lo de menos. Sanada el alma, todos somos más capaces de asumir nuestras parálisis, nuestras dolencias físicas. Son parte de la existencia y de nuestras limitaciones. La enfermedad es un hecho físico externo. Casi seguro que todos de una forma u otra pasaremos por ella. Lo importante es tener el alma sana para lidiar con la enfermedad, con la limitación.
Termina el texto diciendo que la gente alababa a Dios por haber dado a los hombres esa potestad. Vieron que Jesús había perdonado y curado. Nosotros no siempre podemos curar pero sí podemos siempre perdonar. No hacen falta grandes estudios para aprender a perdonar. Casi me atrevería a decir que es el gran ministerio del cristiano: perdonar siempre, ser portador del ministerio de la reconciliación. Pues a ver si lo ejercitamos más, hoy y todos los días de nuestra vida."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

miércoles, 3 de julio de 2024

CREER SIN VER

 


Tomás, uno de los doce discípulos, al que llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Después le dijeron los otros discípulos:
– Hemos visto al Señor.
Tomás les contestó:
– Si no veo en sus manos las heridas de los clavos, y si no meto mi dedo en ellas y mi mano en su costado, no lo creeré.
Ocho días después se hallaban los discípulos reunidos de nuevo en una casa, y esta vez también estaba Tomás. Tenían las puertas cerradas, pero Jesús entró, y poniéndose en medio de ellos los saludó diciendo:
– ¡Paz a vosotros!
Luego dijo a Tomás:
– Mete aquí tu dedo y mira mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado. ¡No seas incrédulo, sino cree!
Tomás exclamó entonces:
– ¡Mi Señor y mi Dios!
Jesús le dijo:
– ¿Crees porque me has visto? ¡Dichosos los que creen sin haber visto!


"A veces convertimos la historia de una persona en un solo hecho. Eso es lo que le define. Ya casi da lo mismo lo que luego haga de bueno o de malo. Aquel hecho marca lo que es. Es como un molde del que la persona no puede salir. Si lo que hizo en aquel momento fue bueno, pues ya será bueno para siempre. Y si lo que hizo fue malo, ya malo para siempre y para todo lo que haga. Es decir, “coge fama y échate a dormir.”
Eso la pesa a santo Tomás. Es apóstol. Es de aquellos primeros a los que eligió el señor. De los doce. Los especialmente elegidos. Los que iban a ser los fundamentos de su iglesia. Pero Tomás ha pasado como el hombre de la poca fe. Aquel momento en que se encontró con Cristo resucitado y puso por delante, con total sinceridad, sus dudas, es lo que ha definido su vida y el recuerdo que tenemos de él.
Pensemos que lo mismo nos pasa con Pedro, el líder de los apóstoles. Ha pasado a la historia como el primer papa. Todo son para él honores y glorias. Y hemos dejado de lado sus momentos negros, oscuros, sus dudas… Todo eso parece que no pesa nada en nuestros recuerdos. Sirve a lo más para una breve meditación sobre la fragilidad de la persona. Pero se olvida rápido para centrarnos en que Jesús le eligió para ser la roca, el cimiento firme de la iglesia.
Tendríamos que hacer el esfuerzo por dejar de lado los prejuicios con los que tantas veces encasillamos a las personas. Ni Tomás fue solo el de las dudas ni Pedro el hombre ardiente y lleno de fe líder genial de la primera iglesia. La vida es más compleja y ambigua. Está llena de momentos diversos, de fracasos sonados y genialidades. Tomás fue uno de los doce, siguió a Jesús. Como los demás, en el momento de la cruz, asustado, salió corriendo. Pero luego volvió. Y como los demás predicó el reino. Con sus limitaciones, con sus ambigüedades, fue fiel a su misión. Como nosotros, como todos.
Conclusión: liberémonos de prejuicios y miremos a nuestros hermanos y hermanas, y a nosotros mismos, con los ojos de amor y compasión con que nos mira Dios."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

martes, 2 de julio de 2024

ÉL NO NOS ABANDONA NUNCA

  


Jesús subió a la barca, y sus discípulos le acompañaron. De pronto se desató sobre el lago una tempestad tan fuerte que las olas cubrían la barca. Pero Jesús se había dormido. Sus discípulos fueron a despertarle, diciendo:
– ¡Señor, sálvanos! ¡Nos estamos hundiendo!
Él les contestó:
– ¿Por qué tanto miedo? ¡Qué poca es vuestra fe!
Dicho esto se levantó, dio una orden al viento y al mar, y todo quedó completamente en calma. Ellos, asombrados, se preguntaban:
– ¿Quién es este, que hasta los vientos y el mar le obedecen?

Si Él está con nosotros, nada debemos temer. La vida está llena de tempestades y podemos creer que Jesús duerme. Él siempre está junto a nosotros, pero nos falta Fe. No sabemos verlo o lo vemos dormido. Debemos estar convencidos: Él no nos abandona nunca.

"El lago era un laguito y los discípulos eran pescadores. Pero también es verdad que incluso hoy en día ese lago con tormenta no es un lugar agradable. Y menos, es de suponer, con las barquitas de la época. Primera observación: los discípulos, aunque acostumbrados al lago, tenían miedo. Y el miedo en el mar es cosa seria. Se decía tradicionalmente que una buena tormenta en el mar era una buena ocasión para aprender a orar. Segunda observación: Jesús era un hombre tranquilo y de buen dormir. Porque en medio de la agitación de la barquilla, dormía tranquilamente. Así que ahí estamos: Jesús dormido y los discípulos aprendiendo a rezar en un curso acelerado. Cada ola era una lección con ejercicios incluidos.
La respuesta de Jesús, cuando le despiertan con sus gritos los discípulos, es inmediata. Primero les increpa a ellos y luego a los vientos y al lago. Y se produce la calma. Y sobreviene la admiración: “¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!”
Es una historia que nos habla del poder de Jesús como alguien que está por encima de la naturaleza. Pero a la vez nos habla de lo que debe ser la fe para nosotros. Fe es confiar en la presencia y la fuerza de Dios. Incluso en el caso de que no actúe como a nosotros nos parece que debería de actuar. Jesús tiene poder para hacer que le obedezcan el viento y el agua. Pero eso no quiere decir que siempre lo ejercite. Lo que sí debemos tener seguro es que siempre está a nuestro lado. Está ahí aunque nos parezca que está dormido. Y con él a nuestro lado las situaciones más complicadas y negativas que nos puedan parecer son siempre ocasión de gracia, de salvación, de vida.
Nuestra vida es como es barca en la que iban los discípulos. También viene Jesús en nuestra barca. A veces la travesía es apacible. A veces las tormentas agitan la barca. Pero siempre Jesús está ahí. A veces la tormenta pasa. A veces la tormenta termina por destrozar la barca. Pero Jesús sigue con nosotros. Eso es tener fe y confiar. Y no ser cobardes."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

lunes, 1 de julio de 2024

SEGUIR A JESÚS

 

Jesús, viéndose rodeado por la multitud, ordenó pasar a la otra orilla del lago. Se le acercó entonces un maestro de la ley, que le dijo:
– Maestro, deseo seguirte adondequiera que vayas.
Jesús le contestó:
– Las zorras tienen cuevas, y las aves, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza.
Otro, que era uno de sus discípulos, le dijo:
– Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre.
Jesús le contestó:
– Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos.

Seguir a Jesús no es fácil. Primero hemos de ir " a la otra orilla", cambiar de mentalidad. Después debemos estar dispuestos a dejarlo todo para seguirle. Seguir a Jesús supone compartir y entregarse totalmente. Seguir a Jesús supone amar totalmente. Verlo en todas partes y olvidarnos de nosotros mismos; pero no debemos asustarnos. Él estará siempre a nuestra lado y se trata de un camino; algo que debemos recorrer progresivamente, pero que debemos recorrerlo sin cesar, cada día.

"El texto evangélico de hoy señala una cuestión que es realmente importante para la vida del cristiano. El letrado, un hombre de estudios, que se acerca a Jesús y le dice: “Maestro, te seguiré a donde quiera que vayas” da en el clavo y nos dice algo muy importante para nosotros. No dice: “Señor, déjame ir contigo y aprender de tu sabiduría”. Eso era lo que hacían los estudiantes en aquellos tiempos. No había universidades ni escuelas. Los que se querían dedicar al estudio iban a vivir con el maestro y éste de una manera informal les iba enseñando. Cuando llegaban a un cierto nivel, se podían establecer por sí mismos y dedicarse ellos también a la enseñanza. Pero el letrado de hoy quiere “seguir” a Jesús. No es lo mismo que aprender. Quizá había descubierto que lo de ser cristiano no consiste en aprenderse de memoria el catecismo ni hacer estudios universitarios de teología ni leer libros gordos escritos por autores alemanes y llenos de citas a pie de página. Lo nuestro consiste en seguir a Jesús por las sendas del Reino, de la fraternidad y de la justicia, en la conciencia firme de que todos somos hijos de Dios y hermanos unos de otros.
Es posible que ese seguimiento no nos saque de nuestra casa ni de nuestro barrio pero seguro que nos sacará de nuestras casillas, de nuestras inercias, de nuestro siempre se ha hecho así y nos llevará a una forma nueva de ver la realidad y las personas que nos encontremos, marcada por el amor, la compasión y la misericordia.
Lo del discípulo al que Jesús le dice “Deja que los muertos entierren a sus muertos” no quiere decir que no haya que atender a los padres. Más bien, tenemos que entenderlo en la línea de que tenemos que dejar atrás, sin nostalgias, nuestro antiguo estilo de vida (las “casillas”, las “inercias”, los “siempre se ha hecho así” a los que me refería antes) y entrar en la nueva familia del Reino. Tiene que haber un corte en nuestra vida para entrar en la dimensión del Reino. No para amar menos sino para amar más. A nuestros padres y a los que no son de nuestra sangre (¿de verdad que hay alguien que no sea de nuestra “sangre”? es que nos encanta poner barreras y fronteras), a los lejanos y a los cercanos. Porque todos somos hijos de Dios y ciudadanos del Reino."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)