Jesús se fue de allí a su propia tierra, y sus discípulos le acompañaron. Cuando llegó el sábado comenzó a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oir a Jesús, se preguntaba admirada:
– ¿Dónde ha aprendido este tantas cosas? ¿De dónde ha sacado esa sabiduría y los milagros que hace? ¿No es este el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no viven sus hermanas también aquí, entre nosotros?
Y no quisieron hacerle caso. Por eso, Jesús les dijo:
– En todas partes se honra a un profeta, menos en su propia tierra, entre sus parientes y en su propia casa.
No pudo hacer allí ningún milagro, aparte de sanar a unos pocos enfermos poniendo las manos sobre ellos. Y estaba asombrado porque aquella gente no creía en él.
Jesús recorría las aldeas cercanas, enseñando.
Nos cuesta aceptar a los que tenemos cerca. Decimos que "los conocemos". Sin embargo Jesús se nos presenta en aquellos que nos rodean. En los pobres. En los perseguidos, en los inmigrantes...¿Sabemos aceptarlos reconociendo a Jesús que nos habla a través de ellos? ¿O hacemos como esos dos partidos políticos que piensan que hay que mandar la armada para detener a los inmigrantes? Jesús se nos acerca cada día, pero no lo reconocemos. No debemos extrañarnos de que cada día estemos más lejos de Él, que nuestra sociedad lo ignore.
Recordemos que Él sigue recorriendo nuestra cercanía enseñándonos el camino del Amor.
"Incluso a Jesús las cosas no le salieron demasiado bien. Cuando está tranquilo en su casa, sin llamar la atención, trabajando en el taller, no tiene problemas y nadie le dice nada. Ahora bien, cuando comienza a hablar del Reino de Dios, a intentar cambiar las normas rituales y religiosas, todo se complica. Porque su ofrecimiento del Reino de Dios era un ofrecimiento muy abierto, nada exclusivista, no reservado a ningún sector con méritos especiales, algo parecido a lo que se nos dice de quienes entran en la legión: que se les admite sin preguntarles por su historia anterior.
El resultado final es el conflicto. El Mesías, el Salvador, es alguien muy esperado, pero cuando se presenta no se le reconoce. Es un drama para Jesús y un drama para su gente. Jesús era para ellos un «viejo desconocido». Sabían con precisión unos cuantos parentescos suyos: su madre, sus hermanos, sus hermanas. Pero ni siquiera se asomaron al otro parentesco profundo, el que nos presenta el evangelio de Marcos al comienzo y al final: Jesús, el Hijo de Dios. Se quedaron en la superficie; no llegaron a la verdad.
Sus paisanos reaccionan, por un lado, con sorpresa ante la sabiduría de esas palabras, que no eran como las de los escribas y fariseos. A la vez, se sorprenden por los milagros que realiza. Por otra parte, se asustan ante los cambios para su vida (social, comunitaria, religiosa…) que implica. Parece que todo está ya pesado, contado y medido. Y llega el terremoto del mensaje de Cristo.
Quizá el mensaje fundamental que podemos recoger es sencillamente éste: Jesús es para ti lo que tú le dejas ser. Los vecinos de su pueblo no le dejaron ser otra cosa que un vecino más, en lugar de dejarle ser lo que realmente era y manifestaba ser: el portador de la salud y de la salvación. Sí: Jesús es para ti lo que tú le dejas ser. Pregúntate: ¿me abro suficientemente al encuentro con Él? ¿Es para mí también «un viejo desconocido» de tanto creer que lo conozco?"
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)
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