El joven seguidor llegó a casa malhumorado. No entendía por qué aquel teólogo con el que había discutido, no entendía los problemas reales y diarios de los hombres. El Anacoreta, al escucharlo, miró tristemente por la ventana, guardó silencio un buen rato y luego le dijo:
- Posiblemente tiene a Dios en la mente y no lo tiene en el corazón.
Miró al joven con simpatía y prosiguió:
- Si sólo "vemos" a Dios con nuestra mente, si lo reducimos a dogmas, silogismos, razonamientos, leyes, estudios...y no lo "vemos" con el corazón, si no lo amamos, somos las personas más ignorantes del mundo en lo espiritual.
El joven preguntó:
- ¿Y cómo puedo saber que de verdad lo "veo" con mi corazón?
El anacoreta respondió con una gran sonrisa:
- El día que lo sientas presente y te arrodilles ante un amanecer. El día que comprendas que está presente en las personas más humildes, más olvidadas, más abandonadas...El día en que tengas la certeza de que amarlo a Él es amar a todos los hombres, incluso a los que te parecen menos dignos de amor...El día que sepas penetrar en el interior de tu corazón y lo encuentres a Él...
Puso su mano sobre el hombro del joven y concluyó:
- Pero eso es un trabajo de cada día. Es un descubrimiento que vamos haciendo a lo largo de toda nuestra vida...
es ir descubriendo la esencia de las pequeñas cosas que engrandecen a las personas y al paisaje de este mundo en que estamos ubicados... el abrazo en una mirada, la sonrisa que reconforta, la risa de un niño, el llanto de un bebé lleno de vida.. son tantas cosas....
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