domingo, 13 de enero de 2013
PROFETISMO Y MÍSTICA
"En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos:
- Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.
En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espiritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo:
- Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto."
Juan lo dice con claridad. Él, sólo anuncia al que viene, a Jesús. Los cristianos, como Juan, debemos anunciar a Jesús si de verdad nos consideramos sus discípulos. ¿Realmente lo hacemos?¿Anunciamos a Jesús o nos anunciamos a nosotros? ¿Buscamos que todos conozcan a Jesús o buscamos que nos conozcan a nosotros?
Pero, no somos nosotros los únicos en anunciarlo. Es Dios quien nos lo muestra y para ello necesitamos un bautismo de Espíritu y fuego.
Los hombres nos presentan, nos anuncian a Jesús, pero para conocerlo de verdad, necesitamos "experimentarlo". Porque la Fe no es un cúmulo de conocimientos, sino una vivencia.
Al bautismo de agua de Juan, que nos permite conocer a Jesús, debemos añadir el bautismo de Espíritu y fuego, que hará que "vivamos" a Jesús.
Anunciar a Jesús a todos los hombres, es mostrarlo en el débil, en el pobre. Anunciar a Jesús, es luchar por la justicia, buscar un nuevo mundo. Anunciar a Jesús es ser profeta.
Pero, todo puede quedarse en palabras, si no vivimos profundamente lo que anunciamos. Si no vivimos profundamente al que anunciamos. Si no estamos unidos a Él las veinticuatro horas del día. En el cristiano deben ser inseparables mística y profecía. El profetismo de la denuncia y del amor activo al prójimo y la mística de la unión continua a Dios.
Tenemos otro detalle importante en este texto. La acción de Jesús, su bautizo, no es un acto individual. Acude al Jordán en un bautismo masivo, rodeado de gente que se cree pecadora. Allí no están ni los sacerdotes ni los maestros de la ley. Están los publicanos, las prostitutas, los soldados... Y es precisamente ahí, cuando Jesús ve los cielos abiertos y su Padre le dice que es su Hijo amado y se produce un cambio profundo en su persona. A partir de ese momento empezará su vida pública. La experiencia mística de Dios no ha de llevarnos al aislamiento, sino todo lo contrario. Es a partir de ahí que debemos comenzar nuestra vida profética.
No lo debemos olvidar: mística y profecía deben ir unidos. El profetismo limpia los corazones. La mística los enciende.
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A veces pienso que la palabra está perdiendo fuerza. Cada vez es más difícil anunciar lo relacionado con la salvación; ya no es que no te crean o que estén en contra del mensaje, es que hay un embotamiento mental y una indiferencia hacia lo espiritual que apenas si somos capaces de relacionar los hechos, por benéficos que sean, con la idea de Dios. Algo está pasando que no sé explicar bien -quizá pasó en todas las épocas-. El mensaje de Jesús se ha difuminado bajo pesadas teologías y relativismos que quieren justificar nuestra "mala conciencia". Otros, cansados, se refugian en una mística personalista, pero pocos profetizan con el ejemplo del día a día.
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