"No hay árbol bueno que dé mal fruto ni árbol malo que dé fruto bueno. Cada árbol se conoce por su fruto: no se recogen higos de los espinos ni se vendimian uvas de las zarzas. El hombre bueno dice cosas buenas porque el bien está en su corazón, y el hombre malo dice cosas malas porque el mal está en su corazón. Pues de lo que rebosa su corazón, habla su boca.
¿Por qué me llamáis ‘Señor, Señor’ y no hacéis lo que yo os digo? Voy a deciros a quién se parece aquel que viene a mí, y me oye y hace lo que digo: se parece a un hombre que para construir una casa cavó profundamente y puso los cimientos sobre la roca. Cuando creció el río, el agua dio con fuerza contra la casa, pero no pudo moverla porque estaba bien construida. Pero el que me oye y no hace lo que yo digo se parece a un hombre que construyó su casa sobre la tierra, sin cimientos; y cuando el río creció y dio con fuerza contra ella, se derrumbó y quedó completamente destruida."
El evangelio de hoy nos invita a ser honestos con nosotros mismos y con los demás. Si queremos dar frutos buenos, hemos de ser buenos. Los sueños y las mentiras no sirven para nada. Para ser buenos hemos de construir sobre roca. Es sobre Jesús, su Palabra y su ejemplo, sobre los que hemos de construir nuestra vida. Vivimos en una sociedad en la que se priorizan las apariencias, la moda, la propaganda.
Una Iglesia que habla, pero no actúa ni se compromete, no es la Iglesia de Jesús. Si los frutos que ofrecemos a la sociedad son sólo escándalos, no somos un buen árbol. Frutos como la Hermana Isa Solá, por citar un hecho reciente, son los que indican que somos un buen árbol. Y como este, hay muchos; pero por desgracia, hace falta un hecho luctuoso para que salgan a la luz.
Nosotros, nuestro grupo, nuestra comunidad, nuestra parroquia, debemos examinarnos para ver sobre qué hemos construido nuestra Fe y cuáles son nuestros frutos.
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