"Se encontraba Jesús ya cerca de Jericó. Un ciego que estaba sentado junto al camino, pidiendo limosna, al oir que pasaba mucha gente preguntó qué sucedía. Le dijeron que Jesús de Nazaret pasaba por allí, y él gritó:
– ¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!
Los que iban delante le reprendían para que se callase, pero él gritaba todavía más:
– ¡Hijo de David, ten compasión de mí!
Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando lo tuvo cerca le preguntó:
– ¿Qué quieres que haga por ti?
El ciego contestó:
– Señor, quiero recobrar la vista.
Jesús le dijo:
– ¡Recóbrala! Por tu fe has sido sanado.
En aquel mismo momento recobró el ciego la
vista, y siguió a Jesús alabando a Dios. Y toda la gente que vio esto
alababa también a Dios."
El texto de hoy nos muestra detalles interesantes. El ciego no está ni en Jerusalén ni en Jericó. Se encuentra en la "periferia". Es ciego. No ve, pero quiere ver. Por eso, en cuanto se entera de que Jesús está allí, empieza a gritar que quiere que Jesús le devuelva la vista.
Nosotros decimos que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Pero aquí nos encontramos ante un ciego que quiere ver, que pide ayuda y que los discípulos quieren hacer callar. ¿Somos conscientes de que a veces somos nosotros los culpables de que los otros no vean? Estamos tan centrados en nuestra Iglesia, en nuestra ortodoxia, que, en vez de acercar, alejamos a los que se encuentran en la "periferia" y quieren ver. Es más, olvidamos que a nosotros también hay multitud de cosas que nos ciegan, que no nos dejan ver la realidad. Sólo vemos lo que queremos ver. Y esto es peor que estar ciego, porque, al no reconocerlo, nunca pediremos recuperar la vista.
Que et veiem Senyor JESÚS...Pare Nostre
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