"¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le extravía una de ellas, ¿no dejará las otras noventa y nueve en el monte e irá a buscar la extraviada? Y si logra encontrarla, os aseguro que se alegrará más por esa oveja que por las noventa y nueve que no se extraviaron. Del mismo modo, vuestro Padre que está en el cielo no quiere que se pierda ninguno de estos pequeños."
La imagen de Dios que nos da Jesús en el Evangelio es muy diferente de la que nosotros damos. Dios es ante todo Padre. Y no un padre severo, sino un padre que siempre perdona y que busca lo mejor para nosotros. Dios es alegría. Dios es ternura.
"Recuerdo cuando mi madre o mi padre me castigaban o sufría algún malestar o percance. Cómo corría a los brazos de mi abuelo, un viejo con mirada cansada pero pletórica de bondad. Bastaba una caricia, una palabra tierna, para que me tranquilizara. Qué importante era el consuelo que me brindaba. Así es Dios. Consuela a su pueblo en medio de la aflicción. Le brinda ternura y amor maternal. Con razón el Papa Juan Pablo I dijo que “Dios es padre, pero ante todo es madre”. Qué gran verdad y como la olvidamos fácilmente. Dios no se alegra del sufrimiento humano. Sufre con los que sufren y llora con los que lloran, también se goza con la alegría de sus hijos. Por eso hay más alegría cuando alguien cambia de vida, se deja transformar por el Espíritu y orienta sus pasos al corazón del Padre. Eso no lo pueden entender nunca aquellos que tienen una imagen de Dios como un tremendo juez que juzga y castiga a quienes se extravían. ¿Has experimentado en tu vida el consuelo y la ternura de Dios?" (Koinonía)
Por eso hay más alegría cuando alguien cambia de vida, se deja transformar por el Espíritu y orienta sus pasos al corazón del Padre.
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